Hoy la luna está de compras
Carlos Oquendo de Amat
No soy un especialista en fotografía, soy alguien que cuando descubre una foto que le gusta, se detiene a verla en sus mínimos detalles, se involucra con ella, vive la atmósfera que esta crea. Alguna vez me pasó, fue hace una buena punta de años, allá por la segunda mitad de la década de los ochenta.
Era como las seis de la tarde cuando llegué al Museo de Arte, en Paseo Colón. En el primer piso se exhibían postales antiguas de Lima, algunas (pocas) coloreadas. Recuerdo que la mayoría de ellas eran de la década de los veinte, los “locos años veinte”. El ingreso era gratuito. Me quedé mucho rato observándolas, una por una, al detalle, fui literalmente raptado por ese mundo perdido: esas fotos eran trozos de una realidad que ya no existía o si existía era completamente diferente: muchas de las casas habían desaparecido, las calles tenían ahora otra imagen (salvo una que otra casa sobreviviente), definitivamente mucha de la gente de las postales ya estaban muertas o muy ancianas.
Recuerdo claramente que cuando terminé de verlas, yo era como un fantasma de los años perdidos trasladado al siglo XX, recuerdo vivamente que me acerqué a la puerta de la salida: el tráfico, la bulla de la gente, de los autos, las luces escarbando la noche fueron como un golpe emocional, sentí en ese momento que a la fuerza salía de la atmósfera casi pueblerina de esa Lima de inicios del siglo XX al cual me había transportado gracias a las imágenes que acababa de ver.
Abandonar el museo fue literalmente un choque: salir de ese espacio y enfrentarme a mi realidad, abandonar a la que no pertenecía y volver a la propia. El poder de la fotografía (y el de toda expresión artística) me había provocado ese estado y si bien esa fue la primera experiencia de ese tipo no ha sido la única. Hace poco quedé completamente absorto al observar las fotografías de dos hermanos arequipeños, los hermanos Vargas.
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Los hermanos Vargas |
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Martín Chambi flanqueado por los hermanos Vargas |
La belleza de sus fotos me rapto de mi entorno. Mucho se habla y con justificada razón del maestro puneño Martín Chambi, cima de la fotografía en el Perú, pero no es el único. Los hermanos Vargas son también maestros del arte fotográfico, como se pueden ver en estas fotos.
Sin embargo los que me llevaron a una suerte de arrobo (perdonen la exageración) fueron sus nocturnos. Quedé encandilado por la maestría de esas fotos donde percibimos el misterio y el encanto de ciertas noches arequipeñas, no comentaré mayor cosa sobre esas fotos porque aquí están algunas de ellas para “hablar” por sí mismas.
Ya para terminar, tomo prestadas estas palabras para calibrar la magnitud de los nocturnos de los hermanos Vargas: “Si bien no fueron los primeros en tomar fotografías nocturnas, la calidad de su trabajo era sobresaliente. Ninguno de sus contemporáneos peruanos los superaba en técnica o intuición creativa. Como muchos otros artistas, escritores y compositores de la época, los hermanos Vargas sentían una fuerte atracción por la noche y se dedicaron a captar su poesía. Algunos de sus esfuerzos tienen carácter sentimental y costumbrista; otros, como los paisajes urbanos, pueden haber sido inspirados por los nocturnos de Goyzueta en Lima y Montero en Piura. Sin embargo, los Vargas pronto incursionaron en nuevos espacios. Inspirados en parte por el cine mudo, comenzaron a montar escenas elaboradas utilizando luz de luna, hogueras, fogatas, magnesio, farolas y postes de alumbrado. Estas imágenes teatrales requerían hasta una hora de exposición y una muy precisa atención al detalle. Los nocturnos tardíos, como las imágenes de Tingo, Cayma, la Av. Parra y La Cabezona, marcan el apogeo del arte de los hermanos Vargas. En estas espléndidas fotografías, que auguran el surrealismo y el film noir, los Vargas lograron crear un mundo de encantamiento y extraña belleza”.
Continuará…
Morada de Barranco, 28 de enero de 2017.