Mirando los ojos inmóviles del tiempo…
Leopoldo Chariarse
Los días andan muy fríos. En los momentos de descanso, ya en casa, cojo los libros en los que ando embarcado y me abandono a su lectura: La tentación del fracasode Julio Ramón Ribeyro y La historia interminable de Michael Ende y algunos libros más de poesía. Me parece increíble, pero por estos días, el sueño no es mayor, me levanto a las 4 de la mañana, y leo complacido los libros mencionados.
Antes de iniciar estas líneas, pensaba de qué temas escribir. Hay ocasiones en que los temas escasean y por un golpe de suerte, este aparece, como me acontece ahora. Sucede que después de un tiempo me topé con una hoja de cuaderno y en él, escrito con lápiz, un pedido que en su momento me hizo sonreír y que hoy conservo como un grato recuerdo. Pero ¿qué había escrito en la hoja? Lo dejo para el final.
Corría el año 2014, estaba en un salón iniciando la clase con una de las historias que suelo contar y que los alumnos disfrutan mucho. La historia era en realidad un mito milenario: Cuniraya Viracocha y Cavillaca. La historia cuenta más o menos lo siguiente:
CUNIRAYA VIRACOCHA Y CAVILLACA
El valle de Lurín tuvo un especial significado religioso en la antigüedad prehispánica; por ello, en torno a esta zona se tejieron muchos mitos, cuentos y leyendas. Una de estas leyendas tiene que ver con la aparición de las islas que se hayan frente a la playa de San Pedro:
En los primeros tiempos, el dios Cuniraya enseñaba a los pobladores de la sierra a construir andenes y canales de riego. Por su lado, la princesa Cavillaca era la mujer más hermosa de aquellos días; ella prefería seguir soltera a pesar de su juventud. Conocedora de su belleza ella rechazaba a cualquier hombre que le propusiera unirse con ella. Los pretendientes no podían hacer nada frente a la decisión tomada.
Cuenta la historia que cuando ella se encontraba trabajando en su telar debajo de la sombra de un lúcumo, Cuniraya (que pasaba por ahí) quedó enamorado de la gran hermosura de esta princesa. Amor a primera vista. Conociendo la fama de Cavillaca y lo difícil que era llegar a su corazón, el dios Cuniraya se convirtió en una pequeña ave y desde una rama colocó su semen en una lúcuma y la hizo caer en el regazo de la princesa. Ella se comió la olorosa lúcuma y disfrutó de su sabor, tiempo después quedó embarazada.
A los nueve meses la princesa Cavillaca dio a luz a un niño, sin embargo, ella no sabía quién era el padre de este. Esta pregunta rondaba su cabeza y cuando el niño cumplió un año ella decidió conocer la verdad.
Para esto, ella organizó una fiesta invitando a todos los curacas y personajes importantes de la región en Anchicocha (antiguo Huarochirí). Los invitados estaban lujosamente vestidos, brillantes e imponentes. Como ninguno de estos le daba información sobre la paternidad de su hijo, ella le dijo al pequeño que corriera y abrazara a su padre. Cuniraya estaba disfrazado de mendigo y por ello, relegado a una esquina de la habitación totalmente alejado del salón principal. El niño caminó entre todos los elegantes curacas y no paró hasta llegar y abrazar al menesteroso Cuniraya. El niño se sentó en su regazo y sonrió con él.
Cavillaca, conmocionada y triste de que el padre de su hijo sea un mendigo, cogió del brazo al niño y corrió hacia el mar desesperadamente. Al llegar a la orilla se arrojaron a las aguas y las olas los transformaron en las dos islas que se encuentran frente a la playa de San Pedro de Lurín. La princesa es la isla grande y su hijo la más pequeña.
Por su lado, Cuniraya al ver lo que sucedía se quitó las ropas andrajosas y se mostró como el más hermoso y resplandeciente de los dioses. Ni sus gritos ni súplicas pudieron evitar que Cavillaca y su hijo se arrojaran al mar los persiguió encontrándose en el camino con el diversos animales; Algunos de ellos le dijeron que la encontraría y otros le dijeron que no la encontraría. Dependiendo de sus respuestas, él los premiaba o los maldecía. Estos animales fueron: Cóndor, Zorro, Halcón, Puma, serpiente y Loro. Al quedarse hablando con ellos, Cuniraya perdió valioso tiempo para evitar que Cavillaca se arroje al océano y cuando llegó al mar ella y su hijo ya se habían convertido en islas.
Erróneamente, la gente piensa que por su forma son el cuerpo y la cola de una ballena, pero se trata de la princesa y su hijo quienes se arrojaron al mar por error. El orgullo de ella le nubló la mente y la razón al saber que fue poseída por un mendigo.
En cuanto al dios Cuniraya, éste se vio triste y amargado por todo lo ocurrido, actuando en adelante con impotencia y suma violencia. Quiso conquistar el amor con un engaño y no a rostro descubierto.
Este mito fue recogido por el cura Jesuita Francisco de Ávila cuando realizaba las conocidas extirpaciones de idolatrías que se llevaron a cabo a través de la costa y sierra peruana.
Andaba enfrascado en relatar este mito cuando de pronto, del salón vecino, uno de los alumnos del salón de 4to, a los que ya no enseñaba, deslizó al salón donde estaba contando la historia (sería 2do de secundaria, probablemente) una hoja de cuaderno con un pedido: “Por favor, subir voz, quieren también oír relato”. Leí y sonreí, no había otra, me sentí halagado. Alcé algo más la voz, tenían derecho a escuchar también la historia.
Esa hoja la tenía guardada en un lugar que yo mismo no recordaba, hasta que ayer, sin buscarla la hallé junto a otros curiosos papeles. La hoja despertó el recuerdo que cual pantalla de cine empezó a reflejar imágenes de aquellos días y la decisión de escribir sobre ese hecho. Los recuerdo, sí, y la sonrisa es inevitable, definitivamente soy un “cuenta historias”, así me llaman en los dos colegios donde trabajo: soy un "cuenta historias". No me queda otra que disfrutarlo.
Continuará…
Morada de Barranco, 26 de setiembre de 2017.