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ALGUNAS FRASES QUE SE DICEN EN EL PERÚ

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                                                                                 Perú: País donde todo es de oro.
                                                                                                    Gustave Flaubert

 

 

 

   El epígrafe es una cita del no tan conocido Diccionario de Tópicos: en unas cuantas palabras se condensa toda esa fama áurea que acompaña al Perú desde su descubrimiento y conquista. Obviamente no es la única, recuerdo que cuando hace unos años leí El conde de Montecristo hallé entre sus interminables y apasionantes páginas estas líneas donde se alude a esta fama dorada del Perú: “Con sus veinticinco mil libras de renta figuran ellos, que tan grandes fortunas han manejado, se figuran poseer las riquezas del Perú”. Las riquezas de Perú: curiosas las palabras de Maximilien Morrel. Contrastan con las palabras de Alexander Von Humboldt, quien estuvo por estas tierras allá por 1802: “Hoy en Lima, nadie llega a treinta mil (pesos de renta) y poquísimos a doce mil. No he visto ni casas muy adornadas ni señoras vestidas con demasiado lujo, y sé que las más familias están arruinadas todas”.
 
 
 
 
   En 1835, Charles Darwin escribía en su Diario del Beagle:“Ninguna república sudamericana, desde la declaración de la independencia, ha sufrido de más anarquía que el Perú.Al tiempo de nuestra visita había cuatro jefes militares en armas contendiendo por la supremacía en el gobierno. Si uno de ellos lograba por un tiempo ser muy poderoso los otros se coligaban contra él; pero tan pronto como ellos resultaban victoriosos surgía la hostilidad entre uno y otro…". Otro ángulo: el Perú y su inestabilidad política, pan de todos los días desde el lejano 1821.




   Hoy es 28 de julio, aniversario patrio del Perú. Se me ha dado por recordar, sin afanes patrioteros, algunas frases relacionadas (la mayoría) con su historia, frases que me han acompañado desde siempre y que de una u otra manera reflejan un pasado complicado y un presente (tal la vigencia de algunas de estas frases) en el que hay muchas cosas por cambiar para hacer de este país un territorio realmente libre donde cada uno de los peruanos tengan oportunidades de desarrollo.
 
 
 
 
   Apelando a la memoria, intentaré citar cronológicamente. La primera frase que acude es una que cuando pequeño se la oí a mi padre, en una de esas tantas historias que él solía contarnos, hablo de esas palabras de Francisco Pizarro quien en la isla del Gallo en 1526, se ve obligado, ante los reclamos y protestas de sus soldados por las muchas penurias, a trazar una raya en el suelo y decir: “Por este lado (señalando el Norte) se va a Panamá a ser pobres, por este otro (señalando el Sur) al Perú, a ser ricos…”. Solo pasaron la línea trece, a quienes la historia recuerda como Los trece del Gallo.




   La segunda frase es de Atahualpa, hijo de Huayna Cápac, quien le respondió a Pizarro cuando este se jactaba de su triunfo sobre los incas: “Usos son de la guerra, vencer o ser vencidos”. Supongo que ante la contundencia de estas palabras, Pizarro debió quedarse callado. Corría el año de 1533, un 26 de julio.




   El año de 1780, José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru, se rebela a la corona española. Unos meses después, sofocada la rebelión, Túpac Amaru es conminado a delatar a sus cómplices en el Cuzco y en Lima. Dicen las fuentes que con total serenidad le respondió al sanguinario Visitador Areche: “Aquí no hay sino dos culpables: tú, por oprimir a mi pueblo, y yo por querer libertarlo”. Tercera frase.


 

   Esta sería la cuarta: 28 de julio de 1821, José de San Martín pronuncia unas palabras que casi todos los peruanos recordamos pues en el colegio nos la hacían repetir de memoria como el Padrenuestro: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!”.


 

   En la lucha por la independencia, dos personajes surgen. La primera es María Parado de Bellido quien al ser torturada para que delate a los conspiradores, respondió de esta manera: “No estoy aquí para informarlos a ustedes, sino para sacrificarme por la causa de la libertad”, era el año de 1822. El otro personaje es el humilde pescador José Olaya que era el correo de los patriotas del Callao y Lima. Luego de ser apresado, fue torturado de tal manera que aún produce escalofríos recordarlo. Pero no habló, no delató a nadie. Antes de morir fusilado en el callejón de Petateros dicen que pronunció estas palabras: “Si mil vidas tuviera, gustoso las daría por mi patria”. Era el año 1823. Estas dos serían la quinta y sexta frases.




 

 
   El 9 de diciembre de 1824, antes de la Batalla de Ayacucho, se pronuncian algunas de las palabras que han habitado en la memoria de los peruanos y que entonces, cuando escolar, tenía que saberlas de corrido. La séptima cita es de Sucre quien arengó a sus soldados con las siguientes palabras: “De los esfuerzos de hoy, depende la suerte de la América del Sur. Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia…”. Luego, uno de los más jóvenes oficiales colombianos, José María Córdoba, arengaría a los suyos con estas palabras: “¡División! ¡De frente! ¡Armas a discreción y a paso de vencedores!”. Octava frase.






   Muchos años después, en 1880, en pleno conflicto bélico con Chile, sucede una de las batallas más sangrientas: la Batalla de Arica. Hecho que confirmaría la profunda desorganización del Perú y el abandono de sus soldados que morirían en un acto arrojado y heroico. El coronel Bolognesi dice unas palabras que los peruanos solemos repetir en situaciones extremas: “Lucharemos hasta quemar el último cartucho”. Novena frase.



 
   Manuel González Prada, el gran anarquista, el de la prosa contundente y cincelada nos ha heredado, si hablamos de frases, estas dos, que constituirían la décima y décima primera frases: “El Perú es un organismo enfermo; donde se aplica el dedo, brota la pus” y estas palabras que no se refieren a la vejez cronológica: “¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”.




   Jorge Chávez nació en Francia, sus padres eran peruanos. Jorge Chávez nunca estuvo en el Perú, pero desarrolló un amor e identificación con nuestro país que lo llevaba, cada vez que volaba, ponerle bandera peruana a su avión. Luego de su proeza de cruzar los Alpes, tuvo la desgracia de perecer cuando su avioneta cayó pesadamente a pocos metros para aterrizar. Dicen que sus últimas palabras fueron: “Arriba, siempre arriba hasta las estrellas”. Tenía apenas veintitrés años. Décima segunda frase.




   La siguiente frase la hemos repetido incontables veces. Sin embargo no está comprobado que lo dijera Antonio Raymondi, no aparece en ninguno de sus escritos, es más, he tenido la oportunidad de verla utilizada en otro país, me refiero al famoso: “El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro”. Con todo, es la décima tercera frase.
 



   La décima cuarta cita le pertenece, según la leyenda, al exquisito Abraham Valdelomar quien, dicen, solía repetir estas palabras: “El Perú es Lima, Lima es el jirón de la Unión, el jirón de la Unión es el Palais Concert, el Palais Concert soy yo”.




   César Vallejo, nuestro máximo poeta, autor de libros como Heraldos negros y Trilce, tiene un  poema titulado Los nueve monstruos, cuyo verso final se ha empleado y emplea hasta en la publicidad, el verso dice: “Hay, hermanos, muchísimo que hacer”. En efecto, en un país tan desigual como el nuestro hay todavía tanto por hacer. Décima quinta cita.




   Esta frase está en la novela Conversación en la Catedral de Mario Vargas Llosa, su personaje protagonista, Zavalita, dice casi al iniciar la novela: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Esta pregunta se constituye, entonces, en la décima sexta frase.
 



   Quebrando el orden cronológico, he dejado para el final esta frase de Jorge Basadre, gran historiador tacneño. Su frase no solo es una afirmación, también señala una actitud (como en la respuesta de Bolognesi, como en el verso de Vallejo): ante la adversidad, capacidad de resistencia, de lucha, características que a través de la historia los peruanos hemos sabido demostrar: “El Perú es más grande que sus problemas”. Es la última frase. Tal vez haya olvidado alguna, pero son las que recuerdo.

 

 
 


  


   Continuará…

 


                                                 Morada de Barranco, 28 de julio de 2013.
 
 
 
 

LA TRAGEDIA QUE NOS ESPERA

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                                                                      Más allá del campo, la sierra…
                                                                                  Martín Adán

 

 

   El año 2008 tenía mi hija nueve años y un deseo grande: caminar sobre la nieve, tocarla, jugar con ella. Digamos que era un deseo propio de quien solo la ha visto por televisión o en el cine. Tenía, entonces, que cumplir con ese sueño. Conversé con mi hermano Arturo sobre la posibilidad de encontrar nieve en Canta, territorio que él conocía bien por sus muchas salidas como biólogo. Me dijo que podría ser posible en la Cordillera de la Viuda, lugar cercano a ese pueblo. Llenos de esperanza, Rita, Kathia y yo nos embarcamos a la sierra de Lima.
 
 

   Sin embargo, a pesar de los deseos y entusiasmos, no sucedió lo que esperábamos. La Cordillera de la Viuda, impresionante, estaba allí frente a nuestros ojos, pero la nieve estaba ausente a las posibilidades de tocarla, de caminarla. Consecuencias del calentamiento global, nos dijeron: había retrocedido tanto que solo se la podía ver en la cima de las montañas, a varios cientos de metros sobre nosotros y muy menguada.
 
 



   El calentamiento global, expresión que para la mayoría de los que vivimos en Lima nos suena a asunto extraño, lejano a nuestros intereses, a nuestras preocupaciones. Cuán equivocados estamos. Hace unas semanas viajé con toda mi familia, incluyendo a mis padres y mis hermanos, a Áncash: paisajes impresionantes, sobrecogedores; lagunas cuyas aguas ofrecían colores increíbles a unos ojos acostumbrados a un cielo perlino y gris; pueblos que rompen toda lógica matemática, geométrica, literalmente colgados de los abismos; montañas gigantescas y entre ellas las ruinas de chavín que emergen (tomo prestada la expresión del maese Alfonso Reyes)  “como una inmensa flor de piedra” tupidas de misterios; nevados como el Huandoy y el bicéfalo Huascarán (por mencionar solo dos cuyas dimensiones son de asombro y espanto: más de 6 000 msnm)…
 


 
 
 
 


 















   Dije nevados, digo preocupación. Preocupación porque están en peligro de desaparecer. Una prueba contundente es el nevado de Pastoruri, accesible hace unos años a las visitas: no había salón de 5to de secundaria que al hacer su viaje de promoción a Áncash, no visitara este nevado. Hoy ya no se puede disfrutar lo que hace poquísimos años el nevado ofrecía. Es tanto lo que sus nieves han retrocedido que hoy las visitas son para mostrar las consecuencias del calentamiento: en otras palabras, el Pastoruri agoniza. Es terrible.



 
   “Las estadísticas y estudios relacionados indican que el Perú es considerado el tercer país en el mundo de mayor vulnerabilidad ante el cambio climático y que si este fenómeno recrudece, será uno de los más afectados.” Y parece que a nadie le importa (salvo casos aislados). Me pregunto, ¿qué será de Lima de aquí a unos años? (algunos de estos nevados, en unos quince o veinte años solo serán recuerdo y montañas puramente rocosas).



 











   No nos queremos dar cuenta del peligro que se cierne sobre nosotros, queremos aparentar una ceguera ante el hecho real de que el agua que bebemos proviene de ríos que nacen en esos nevados, que de esos ríos obtenemos la energía eléctrica que muchas veces usamos de manera irresponsable. Y ¿cuándo esos nevados ya no existan? La respuesta es, y no hay otra, una tragedia: una ciudad (la segunda ciudad más grande del mundo situada en un desierto, después de El Cairo, en Egipto) sin agua y en la más absoluta oscuridad.


 

   Algo o mucho se tendría que hacer. Aproximadamente la Cordillera Blanca tuvo en sus buenos tiempos cerca de ochocientos kilómetros cuadrados, con el cambio climático se ha perdido casi trescientos kilómetros cuadrados de nevados. Realmente es una tragedia. Me resisto a pensar que el hombre, a estas alturas del problema, no atine a nada y que se empeñe en construir su propia destrucción.




   Es que acaso debemos resignarnos a ver cómo se contaminan los ríos, cómo los mares se han vuelto los depósitos donde recalan todos nuestros desperdicios, de cómo los aires acumulan humos negros y gases venenosos, de cómo las tierras son depredadas en ese afán voraz de obtener más riqueza monetaria o de ver cómo día a día van desapareciendo los nevados tan vitales para nuestras vidas. Lo sé, no soy un especialista, hay muchas cosas que se me escapan, yo solo expreso entre las muchas esta otra preocupación: ¿qué mundo es el que dejaremos a nuestros hijos, a los que vendrán después?




   Tendría yo unos siete años cuando le escuché contar a una profesora que Santa Rosa de Lima había profetizado que un día las aguas del mar llegarían hasta las puertas de la catedral de Lima. Cuando escuché lo que la profesora dijo con ese tono de angustia, recuerdo, que un miedo me invadió y nunca lo olvidé, aunque después a nadie más se la volví a escuchar.



 







   Allá por el 2010, caminaba por las calles de Barranco con mi amiga Rosa Cerna, dos años antes de que falleciera la gran escritora de Los días de Carbón y de El hombre de paja, cuando lleno de dudas le pregunté: “¿Qué sabes tú de una profecía de Santa Rosa que escuche cuando niño y que dice que las aguas del mar llegarán hasta las puertas de la catedral de Lima?, no se la he vuelto a escuchar a nadie.” Rosita (que así la llamaba yo), me miró y me dijo muy segura: “Es cierto, Santa Rosa lo dijo y creo que no se equivocó, tiene relación con el calentamiento global, los hielos se están derritiendo y el nivel de las aguas del mar está aumentando”. Temblé.

 


 













   Continuará…   

 

 

                               Morada de Barranco, 24 de agosto de 2013.



 

UN PAR DE CUENTAS SALDADAS EN EL MES DE AGOSTO

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                                                                                                            El Perú es un país de Luz.
                                                                                                                            César Moro

 


   Hay épocas del año en que siento la necesidad imperiosa de alejarme de la ciudad, entrar en contacto directo con la naturaleza para, como una vez lo dije, desenterrar lo que tengo de árbol, de río, de montaña, de cielo despejado. Entonces viajo, viajamos, digo. Ello ocurre por lo menos una vez al año, aprovechamos las vacaciones de mi hija y las mías y partimos raudos los tres. Digamos, es una de las actividades que esperamos con ansias y este año no podía ser la excepción, solo que a diferencia de los últimos siete años decidimos cambiar de rumbo e irnos a Áncash, esta vez acompañados de mis padres y hermanos.

 

   Era la primera vez que viajaba a Huaraz y pude visitar absolutamente asombrado sus alrededores: la intensidad de su luz que parece herir los ojos, la belleza de su cielo diurno y nocturno, sus paisajes sobrecogedores que alimentan los misterios y las leyendas, pero también la tristeza de saber que en su historia está muy presente el drama, la tragedia causada por desastres naturales (terremotos, aludes) que han dejado huellas, en realidad, cicatrices que se pueden percibir en su paisajes únicos y en su gente laboriosa.


 

   Entre las muchas cosas que vi y me sorprendieron en Áncash (el Templo de Chavín, sus laberintos, sus plazas, sus dioses terroríficos, la piedra trabajada primorosamente), se encuentran dos lagunas: Querococha (a 3 980 msnm) y la laguna de Llanganuco, que en realidad son dos: el macho (Orconcocha) y la hembra (Chinancocha). Este último es el más accesible. La laguna de Llanganuco se encuentra enclavada entre dos gigantes que apabullan por sus dimensiones: el Huandoy y el Huascarán, ambos picos con más de 6 500 msnm. Entonces, sin descansar nada, nos embarcamos el mismo día de nuestra llegada a Huaraz en un periplo para ver las aguas de color turquesa de esta laguna mágica.


 









   Este afán de conocer la laguna me venía desde hace mucho, supongo que en mi infancia (dudo que en mi adolescencia), leí en algún libro, cuyo título se me escapa, sobre el origen de ambos nevados y de la laguna. Nunca más me volví a topar con esa historia, con esa versión. Leí y escuché muchas parecidas (incluso la guía contó una versión para mí nueva), pero jamás como esa que en mi memoria se conservaba en jirones. Hace unos días, en ese afán de saber algo más sobre lo que acababa de visitar, casualidades de la vida, me encontré con una versión que se acerca mucho a la del recuerdo. Este es el relato  que no sé a quién corresponda su recopilación o su recreación:


 


HUANDOY Y HUASCARÁN
 

    En el reino de la cordillera de los Andes, en el paraíso del valle del Callejón de Huaylas, vivían los dioses. El dios supremo, Inti (el Sol), tenía una hija llamada Huandoy.
 
   Huandoy era una bella joven. Su padre pensaba casarla para toda la eternidad con un dios de belleza similar, de iguales virtudes y tan poderoso como él. Pero en el corazón del valle, en el poblado de los yungas, Yungay, vivía un gentil y valiente joven mortal, llamado Huascarán, que se enamoró profundamente de Huandoy. Y ella correspondía al gran amor de Huascarán.
 
   Cuando el dios padre se enteró de los amores entre su hija y el joven mortal, le suplicó que le dejara, que vivir con un mortal no era conveniente para una diosa: pero la pasión que había entre ambos jóvenes era superior a las súplicas del padre, a sus consejos y a sus sermones.

   Tan grande fue la rabia que sintió el dios supremo, Inti, ante la fuerza de este amor con un mortal, que maldijo a la pareja de amantes y los condenó para la eternidad a vivir separados. Los convirtió en dos grandes montañas de granito y los cubrió de nieves perpetuas para calmar su ardiente pasión. Entre las dos montañas situó un valle estrecho y profundo para que estuvieran totalmente aislados. En su furia, el dios padre elevó las montañas a una altura majestuosa, para que los jóvenes se pudieran ver, pero que nunca jamás se pudieran llegar a tocar.


   Los enamorados lloran por su dolor, funden gota a gota la nieve que los cubre y sus llantos de amor se unen en un lago de color azul turquesa para toda la eternidad: este lago recibe el nombre de Llanganuco.

 


 
   Parece que este mes de agosto está signado por los viajes. Hace apenas unos días, tuve una salida de estudios con mis tutoriados de 5to de Secundaria, esta salida me permitió llegar al complejo arquitectónico de Pachacámac, uno de los oráculos más importantes del antiguo Perú, lugar al que siempre quise conocer, pero por diversas circunstancias lo iba posponiendo. Hasta que llegó la oportunidad y estoy planeando regresar pronto con mi esposa y mi hija porque la experiencia fue bastante enriquecedora.




   Pachacámac se encuentra a unos treinta kilómetros al sur de Lima, a menos de una hora de camino. Lo que allí se ve es sorprendente: en medio del desierto, junto al valle del río Lurín, un gigantesco complejo que cubre unas 492 hectáreas (la mayor parte cubierta por la arena) donde cuatro culturas del antiguo Perú ejercieron dominio: Lima, Huari, Ichma e Inca. Y donde cada uno de ellos ha dejado importantes restos arquitectónicos que hasta el día de hoy sorprenden, por ejemplo, el Templo Viejo de la cultura Lima, que es una de las construcciones más antiguas.



 
   El Templo Pintado o de Pachacámac, construido por los huaris, donde precisamente se adoraba a esta deidad del antiguo Perú, a quien se le atribuía la creación del hombre, de los alimentos, pero también muy temido por los antiguos peruanos pues, según su concepción, era el provocador de temblores o terremotos cuando estaba irritado. Era una divinidad incorpórea ("sin piel y sin huesos") a quien nadie había visto, salvo sus sacerdotes que lo representaban en un madero tallado que fue destruido por los españoles pues veían en su imagen la representación del demonio. Pachacámac: dios creador y destructor.


 

   O entre las dieciséis edificaciones que nos dejaron los ichmas, una pirámide con rampa (característica muy propia de la arquitectura de esta cultura) que se encuentra en buenas condiciones junto al gigantesco camino de dos niveles (por arriba transitaba la élite; por abajo, el pueblo) que llevaba al Templo de Pachacámac. Se supone que por este camino llegó Hernando Pizarro y sus hombres para despojar a los templos de sus riquezas labradas en oro y plata.


 





 

   Por último, los incas nos han heredado construcciones magníficas como el Templo del Sol (que en esos tiempos estaba pintado de rojo) y el Templo de la Luna (también conocida como Templo de Pachamama o Acllahuasi) que fue restaurado allá por los años cuarenta del siglo pasado y que ha sufrido algunos deterioros con el terremoto de 2007. Ambos templos muestran las típicas características arquitectónicas de los incas: puertas y ventanas trapezoidales, por ejemplo.


 










   Como parte de la ruta, el guía nos condujo, luego de una subida algo agotadora, por el Templo del Sol que está construido con piedra y adobe sobre un gigantesco promontorio desde donde se divisa hacia el Norte y el Este el desierto; al Sur, el valle; al Oeste, el mar y en él, las islas de Pachacámac.


 

   Sobre estas islas hay algunos mitos y leyendas que cuentan su origen, una de ellas es la que yo suelo narrar a mis alumnos en mis clases de Literatura Prehispánica, me refiero al Mito de Cuniraya Viracocha y Cavillaca recogido en ese libro por descubrir llamado Dioses y hombres de Huarochirí. Existe otro relato, El mito de Pachacámac (donde entre otros personajes están el Sol y Vichama). En este relato alboral se cuenta que las islas no son más que el cuerpo transformado de Pachacámac, lo que hace que se complemente con otro mito titulado como Los Wilcas. Pero hoy, revisando unos libros que recogen mitos y leyendas del antiguo Perú,  precisamente para preparar esta entrada, encontré una leyenda que no conocía y que cuenta el origen de estas dos islas. Esta leyenda desconocida para mí fue recogida por Hortensia Lizárraga hace ya muchos años en el distrito de Pachacámac y cuenta lo siguiente:


 
 

LAS ISLAS DE PACHACÁMAC
 

   La leyenda sobre el origen de las islas de Pachacámac dice así: Había dos curacas que se odiaban, cada uno de ellos tenía sus hijos. El hijo de un curaca se enamoró de la hija del otro curaca. El padre de la joven, al darse cuenta de estos amores, la encerró en su palacio, para que no la pudiera ver el hijo del otro curaca. Este, para poder penetrar al castillo, se convirtió en un pájaro hermoso.
   Un día, cuando ella estaba en su jardín con sus doncellas, se presentó el pájaro; la niña al verlo tan hermoso lo quiso aprisionar; y viendo que no podía, llamó a sus doncellas para que le ayudasen. Y así pudieron cogerlo. La niña encerró al pájaro en una jaula y lo puso en su cuarto. Pasaron pocos días y el pájaro se convirtió en el hijo del curaca; volvió a su verdadero ser.
   El padre, después de muchos meses, se da cuenta que su hija iba a tener un bebé; entonces le preguntó cómo había sido esto; y ella le contesta, que un día soñó que el pájaro que tenía en el cuarto se había convertido en gente. El padre al darse cuenta que su hija fue víctima de un ardid, manda que la maten; ella huye, pero al voltear la cara, ve con gran sorpresa que le está persiguiendo el mismo pájaro, pero en forma repugnante. Entonces, para no ser alcanzada, se arroja al mar junto con su hijo. Al caer al mar, el hijo se convirtió en una isla pequeña y ella en una isla grande.
   Y así es como se formaron las islas de Pachacámac.


 

   Viajes largos o viajes cortos, este mes de agosto que ya termina, fue providencial para saldar algunas cuentas pendientes. Definitivamente voy a extrañar a este agosto de 2013.


 
 




   Continuará…

 

 

                                                   Morada de Barranco, 29 de agosto de 2013.
 
 
 
 

ALGUNOS ESTADOS DEL FACEBOOK

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                                                                               Hemos hallado una calle escondida…
                                                                                                                                             Martín Adán

 



   Por estos días he venido pensando sobre qué escribir en el blog. Hacerlo se torna preocupante a veces, más cuando uno se ha propuesto colgar dos entradas por mes: los temas escasean y, ocurre en oportunidades, las ganas fallan. Pero está ahí el reto y solo resta cumplir y evitar después auto reproches.
 
 
   ¿Sobre qué escribir? Los temas van y vienen, algunos van quedando descartados para siguientes oportunidades. Por ejemplo, una entrada futura será sobre películas cuyos protagonistas  son niños y adolescentes. Para escribir esa entrada, justamente, por estos días, he venido  visionando algunas de las más destacadas: Los olvidados de Luis Buñuel; Los 400 golpes de Francois Truffaut; Alemania, año cero de Roberto Rossellini; Cero en conducta de Jean Vigo; La infancia de Iván de Andrei Tarkovski; Mouchette de Robert Bresson; Juegos prohibidos de René Clément. Todavía están pendientes La noche del cazador de Charles Laughton; El espíritu de la colmena de Víctor Erice; Adiós, muchachos de Loui Mallé; Paisaje en la niebla de Theo Angelopoulos y El lustrabotas de Vittorio de Sica. Esta última para mí es una incógnita, las otras las he visionado muchas veces: son películas a las que retorno porque me conmueven y me inquietan.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
   De pronto, haciéndose espacio, viene a la memoria un comentario reciente de mi amigo Luis Vaca, afincado en USA, quien a través del Facebook me envió estas líneas: “Hey, ‘promo’,  mejor dedíquese a publicar anécdotas en su blog que como contador de chistes está como herrero con cuchillo de palo y recontra, pero recontra súper plop”. No cabía sino reír de la ocurrencia de mi viejo amigo.
 
 
 
   ¿Pero a qué vino ese comentario de Luis? Pues que por estos días fui colocando como estados de mi Facebook algunas ocurrencias escolares en los colegios donde trabajo. No son chistes, mal haría en considerarlos como tales, son situaciones breves, instantáneas matizadas con juegos de palabras, nada más. Hubo algunos que lo celebraron y otros, como Luis, que me aconsejaban abandonar todo intento en el humorismo. Entonces me dije, ¿por qué no?, ¿por qué no utilizar estos estados (y otros) como motivo de esta entrada? Y aquí están sueltos en plaza:


Me ocurrió ahora en la mañana, una alumna me pregunta por su nota del examen:
-¡Profesor, profesor!, ¿cuánto tengo?
-No sé, supongo que catorce o quince... años.


Una alumnita me busca y me pregunta antes del examen:
-Profesor, profesor, ¿qué va a venir en el examen?
-Supongo que... preguntas.


Esta es otra, también me ocurrió ahora en la mañana, un alumno me preguntó por su nota del examen:
-¡Profesor!, ¿cómo he salido?
-No sé, supongo que... por la puerta.


En la hora de recreo, un alumno me pide que le preste para comprar algo:
-¡Profesor!, ¿tiene cincuenta?
-No, todavía no, solo tengo 49.

 
Un alumnito me persigue para preguntarme por el título de una película que debe ver:
-¡Profesor, profesor!, ¿cómo dijo que se llamaba?
-¿Quién?, ¿yo?... Orlando.
 

Hay que acostumbrarse a levantarse temprano. Yo, por ejemplo, me levanto todos los días a las tres. Entonces un alumno me dice:
-¡Profesor!, ¿a las tres?
-Sí, a las tres. Una vez que abro los ojos me digo: "Es hora de levantarse: a la una, a las dos y a las tres"... y me levanto.

 

   No quiero hacer más comentarios, ahí los dejo a la consideración de quien tenga a bien leerlos.
 
   Amante del cine como soy, un día publiqué estas líneas que titulé elegantemente Me jode.



 Me jode (sí, me jode) que relacionen al cine con el pop corn.
 Me jode (y mucho) que la gente vaya más a tragar que a ver la película.
 Me jode (no saben cuánto) tener que soportar a la gente que hace ruidos (no tengo onomatopeyas) cuando está comiendo su comida chatarra en medio de la proyección.

 Me jode (una enormidad) aquella gente que en plena función va contando la película porque la ha visto antes.
 Me jode (superlativamente) aquellos que tienen su celular prendido y responden llamadas o se ponen a manipularlo porque quizás no les gusta la película.
 Me jode (hasta la estratósfera) que piensen que cine es sinónimo solamente de películas de acción; es decir: asesinatos, explosiones, sangre (mucha sangre) y persecuciones automovilísticas.
 Me jode (tanto, pero tanto) la espantosa cartelera cinematográfica del Perú, es una vergüenza, casi todas son películas que siguen un esquema que se repite y repite interminablemente y que haya gente que pague por ver estos bodrios.
 Me jode (y soy suave al decirlo) que a la mayoría les guste las películas y no el cine (obviamente no me refiero al local).
 Me jode, así de sencillo.


   Debo decir que tuve a muchísimos de acuerdo conmigo, gente que asiste al cine y que tiene que sufrir a ese puñado de extraviados que no respetan el rito de estar en una sala de proyección, que parecieran desconocer lo sagrado de participar en grupo en un casi absoluto silencio frente a la magia de las imágenes en el ecran.
 
 
 
 
   Hace menos de un mes me atreví a colgar estas líneas apresuradas donde expresaba algunas de  las cosas que no me gustan. Algunos rieron celebrando la ocurrencia de mi texto, otros me dijeron que faltaba el respeto a quienes si gustan de mis disgustos, otro grupo me dijo: “Amargado, renegón”. Pero quizá quien se llevó el trofeo al comentario definitivamente desagradable fue uno que me dijo: “Mujer”. “Pareces mujer”, fueron sus palabras supuestamente ofensivas. Me molestó el machismo asquerosamente concentrado en estas dos palabras, erradas totalmente. Pruebas al canto: yo vivo con dos mujeres (mi esposa y mi hija) que son una muestra palpable de sensibilidad, inteligencia, buen gusto; tengo una madre y una hermana de las que me siento muy orgulloso; alumnas y amigas con las que puedo establecer conversaciones inteligentes y llenas de humor. Así que hice lo que se imponía hacer: desagregué inmediatamente al fulanito desagradable. He aquí el texto de marras:

 

NO ME GUSTAN

No me gustan Ricardo Arjona, Aerosmith, Bon Jovi, Gianmarco, Cristiano Ronaldo, Botero, la salsa, Paulo Coelho, Pedro Suárez Vértiz, Gisella Valcárcel, el programa Yo soy (o Ya fui, ja), Magaly Medina, la desorganización del fútbol peruano, la arrogancia de los halcones chilenos, Thalía, Sin Bandera (o con bandera), los libros de autoayuda, Alejandro Sanz, que te saquen a bailar cuando no quieres bailar, viajar parado, escupir al suelo, Chayanne, Iron Maiden, la bulla, las telenovelas mexicanas de Televisa, las telenovelas venezolanas, Aventura (o Desventura), el flaco ese cuyo nombre ni me acuerdo y que fue esposo de Jennifer López, la falsa fama de los Rolling Stones como los chicos malos, el verano limeño, la vulgaridad, la lumpenería, la gripe, las mañas de algunos editores o dueños de editoriales, Fujimori, Keiko y su banda, el Apra, la publicidad machista y racista, Luis Miguel con sus aires de divo, cuando te dan gato por liebre, cuando orinan a los árboles, los que hablan a todo volumen por sus celulares, el sonido de los celulares en todo lugar y en toda ocasión, la gente que anda con audífonos, los políticos corruptos, los que se aprovechan del poder que tienen, los que se presentan con piel de cordero, Adamo (¿así se escribe?), las películas dobladas, que me suban la tarifa de internet, el hijo de Julio Iglesias, Hitler, Francisco Franco, el opus dei (así, con minúsculas), Mónica Delta, Aldo Mariátegui, Schutz, Iván Cruz, los doblajes españoles, los traidores, el Real Madrid, Mourinho, en general la televisión peruana, los libros caros, la gente que no lee, los toneros, los drogos, los cigarreros, los grafitos en los monumentos, las paredes y esquinas con olor a pichi, las uñas sucias, los zapatos sin lustrar, los gritones o gritonas, las fiestas a todo volumen a mitad de semana, un jean con raya en cada pierna, las calles con caca de perro, las azoteas con pichi de gato, las ratas, las cucarachas, los cocodrilos, los tiburones, la comida sin gusto, la comida chatarra, Laura Bozzo, El valor de la verdad, los cocineros sin talento, los arrogantes, Juan Luis Cipriani, José María Escribá, yo mismo cuando estoy ansioso... Pero amo muchas cosas, muchísimas cosas, pero ese no es el punto.


   Otras veces me embarco en afanes ortográficos que son bienvenidos, celebrados, aplaudidos… sin embargo, sus comentarios están plagados de errores. En fin.


¡Carajo! (perdón por el exabrupto), pero cuándo la gente va a entender que no se debe decir "engrampador" sino "engrapador", "peñizcar" sino "pellizcar", "quiñar el ojo" sino "guiñar el ojo", "empiñar" sino "empinar", "segundaria" sino "secundaria", "bivirí" sino "bividí", "dean" sino "den", "estean" sino "estén", "pasae" sino "pasaje", "nadies" o "nayes" sino "nadie", "oe" o "pe" sino "oye" o "pues", "haiga" sino "haya", "verdá" sino "verdad", "Cujco" sino "Cuzco", "dentrífico" sino "dentífrico", "metereológico" sino "meteorológico", "cuágulo" sino "coágulo", "escribistes, escuchastes, leístes..." sino "escribiste, escuchaste, leíste...", "diabetis" sino "diabetes", "aerio" sino "aéreo", "comisería" sino "comisaría", "por jemplo" sino "por ejemplo", "fulbo" sino "fútbol", "chinchón" sino "chichón", "columbio" sino "columpio", “cuete” sino “cohete”, “higénico” sino “higiénico” y más, muchos vulgarismos más. Basta de tanto descuido: el vocabulario es parte de la imagen y dice mucho de una persona, es increíble el descuido de la gente al hablar. Da vergüenza ajena escucharlos... Lo peor es que algunos son gente que se supone tiene un nivel y preparación, se supone. Una lástima.


   Dejando a un lado comentarios polémicos, me quiero referir como el Facebook, esa red social muchas veces satanizada, puede servir como motivador creativo. Me explico. La semana pasada, alguien colgó en su estado el link de un video de un cantante de blues, Robert Johnson, personaje teñido de leyenda de quien había leído buenos comentarios. Inmediatamente busqué sus canciones y quedé rendido ante el arte conmovedor de este músico norteamericano. Como parte de una clase de 5to de secundaria, hablé sobre las canciones de Johnson y en la noche de ese mismo día colgué en la página de Facebook de ese salón el video con todas las canciones de Johnson, acompañado de este texto:


Se los dije en la mañana, aquí el reto para el buen "cultivo".Si quieren escuchar muy buena música, este negro diablo la hizo. Robert Johnson solo vivió veintisiete años, dejó una veintena de canciones grabadas y la eternidad es suya: blues, esa música de negros del sur de Estados Unidos. No exagero, su música suena a pura actualidad: su voz, su guitarra, sus letras... sino que lo digan Eric Clapton, Keith Richards y Jimmy Hendrix que le hace compañía allá donde el Edén es solo música. Grande, pero con mayúsculas y sin hipérboles.
 
 

   Al rato, una alumnita, Naomi Teruya, cuelga un comentario: “Acabo de escucharlo y me di cuenta que ya lo había escuchado, ¡qué capo!”. Y en un comentario inmediato me contó que cuando ella había vivido en Japón, solía pasear en bicicleta por una calle larga llamada Honcho (cuya traducción es “Ciudad del libro”), que siempre había allí música a todo volumen y que era en esa calle donde había escuchado sin saberlo a Robert Johnson: “…cuando escuché la canción lo primero que me acordé fue de Japón porque siempre la escuchaba justamente en esa calle, (y allí) sentía como si estuviera en Francia y no en Japón, ¡cómo la música te puede cambiar de ambiente!”. Entonces, Naomi colgó junto con su comentario una foto de la calle Honchotomada por ella. Suficiente. Tenía los elementos: una imagen, una calle que despertó mi curiosidad, una niña en bicicleta, la música invadiéndolo todo… Tenía que escribir un poema y Naomi (como lo ha prometido) la nueva entrada (que espero) de su blog, con sus recuerdos de esa calle inspiradora. Esta es la foto y el poema.
 
 

UNA CALLE / UNA NIÑA

 

 Una calle puede detener el día

 como quien estanca los ojos

 en el flanco de una colina

 

 El puente es el brazo

 e impide la partida del día

 hacia fugaces nieves perpetuas

 

 Una niña que si algo no ignora

 es aquel rock and roll

 que luego será madera

 

 El fluir de seis cuerdas

 donde la muerte

 bien puede tener rostro

 pero sus puños jamás alcanzarnos

 

 

   Continuará…

 

 

                                     Morada de Barranco, 15 de setiembre de 2013.

 

 

MIS ALUMNOS Y ALGUNAS PELÍCULAS

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                                                         Creo que el cine ejerce cierto poder hipnótico en el espectador.
                                                                                                                Luis Buñuel

 

 


   Se acercan ya los bimestrales y el siempre esperado invierno se aleja. Mis queridos tutoriados de 5to deben ver una película que a mí me sabe a gloria. Hablo de M, el vampiro de Düsseldorf, película en blanco y negro filmada en 1931 por el director austriaco Fritz Lang. Guardo la esperanza de escuchar, después de que la vean, buenos y entusiasmados comentarios, como ha sucedido con otros filmes que han visionado como parte de las exigencias del curso de Lengua y Literatura.



 
   Mencioné el invierno y tiene una explicación. Tengo para mí que nada hay como ver una buena película (si no se puede en el cine) encerrado en casa, bien abrigado y premunido de una taza con café recién pasado para derrotar, en tanto dura el film, al frío. Las bajas temperaturas, crean para mí, una atmósfera ideal para abandonarme al placer de las imágenes. Lo he comprobado innumerables veces, de ahí mi aseveración. Está demás decir que junto a mí (o yo junto a ella) debe estar Rita, imprescindible.



 
   Justamente una de las últimas películas que volví a ver por estos días fríos fue este primer film sonoro de Lang. Nuevamente quedé conmovido por la historia cruel de ese asesino en serie interpretado por Peter Lorre quien silba amenazadoramente una melodía de Edvard Grieg. Entonces surgió una pregunta, ¿podrían ver esta película mis alumnos? "Claro que sí", me respondí inmediatamente. Es más, debo suponer que ya varios la deben haber visto (internet lo facilita) y espero paciente sus opiniones. Lo mismo espero que suceda, en el último bimestre, con películas como La noche del cazador de Laughton; Alemania, año cero y Stromboli de Rossellini.


 

   En la labor educativa, como todos sabemos, el aprendizaje es mutuo, el intercambio es enriquecedor. Los jóvenes con su energía y entusiasmos te contagian, te dan otro ritmo. Y si no se quiere quedar rezagado o aparecer cual resto arqueológico destinado a algún museo, uno debe ir con los tiempos, conocer los gustos de los más jóvenes, experimentarlos. El comentario viene a raíz de lo siguiente. Preparaba clases sobre el Romanticismo y en la búsqueda de materiales, me topé con unas hojas bond recicladas (más de doscientas hojas que yo titule Bagatelas) donde hace más de quince años pegué múltiples recortes periodísticos de diversos diarios. De pronto, entre los muchos recortes, apareció ante mis ojos un texto pequeño de un antiguo diario, me refiero al Ojo. El pequeño recorte (que supe conservar desde mi época escolar) informaba sobre unas coincidencias históricas entre Napoleón y Hitler, coincidencias que me asombraron y (¿por qué no?) me siguen asombrando. He aquí el texto.


COINCIDENCIAS HISTÓRICAS

   Napoleón nació en 1760 y Hitler en 1889, existiendo una diferencia de 129 años. Napoleón tomó el poder en 1804, Hitler en 1933, existiendo al igual 129 años de diferencia. Napoleón entró en Viena en 1809, Hitler lo hizo en 1938 y nuevamente coincidieron en 129 años de diferencia. Napoleón atacó a Rusia en 1812, Hitler atacó a la URSS en 1941, increíblemente coinciden nuevamente en 129 años. Napoleón perdió la guerra en 1816, Hitler perdió la guerra en 1945: 129 años de diferencia. Ambos tomaron el poder a los 44 años, atacaron Rusia cuando tenían 52 años y perdieron la guerra cuando contaban con 56 años. Extraño, ¿no?



   Por cosas del destino, el empleo de este material quedó postergado. Pero desarrollé la clase sobre el Romanticismo y hablé, entre muchas cosas, sobre la preferencia que sintieron los románticos por la noche. Leímos, entonces, en voz alta el famoso Nocturno de Manuel Acuña, poeta mexicano. Luego comenté sobre unas piezas breves para pianode Chopin, precisamente titulados nocturnos. Ese mismo día en la noche, colgué en la página de Facebook de la promoción, el link con una selección de nocturnos del músico polaco. Casi inmediatamente, una alumna comentó que por coincidencia acababa de ver un film de Roman Polanski llamado El pianista, donde el protagonista (Szpillman) ejecutaba piezas para piano de Chopin. Impulsado por el comentario de Naomi, visioné por tercera vez esta película. A cambio (si cabe la expresión) yo le recomendé que visionara La amada inmortal, un largometraje sobre el músico alemán Ludwig Van Beethoven. Es así, en el proceso de aprendizaje el intercambio es mutuo, bien porque llega a ti algo nuevo o porque te impulsa a visionar, como en este caso, una película ya vista hace algunos años.



 
   En este afán porque los jóvenes vean buen cine, uno es testigo de ciertos momentos que se tornan inolvidables, como aquellos en que mis alumnos intercambiaban sus puntos de vista y aclaraban sus dudas cuando hablaban (así, voz en cuello) sobre El gabinete del Dr. Caligari de Robert Wiene, Los Olvidados de Luis Buñuel o sobre Los cuatrocientos golpes de Francois Truffaut o comentaban con una alegría conmovedora Tiempos Modernos de Charles Chaplin. Yo sonreía complacido de que estos jóvenes ya no hablaran, si se trataba de cine, solo de Rápidos y furiosos no sé cuántos y otras películas de esa misma laya. Pequeños triunfos no del profesor sino de estos adolescentes que se atreven a transitar por otros predios.




 
   Debo decir que si alguien tiene éxito, y rotundo, con los jóvenes, con los niños (en realidad con el público de cualquier edad) ese es Charles Chaplin. Aún resuenan en mis oídos los comentarios entusiasmados sobre películas como El Pibe, Luces de la ciudad, La quimera del oro y Tiempos Modernos. Mariana Elguera, una alumnita de 5to me dijo un día: “Profesor, las películas de Chaplin son muy graciosas y hasta hacen llorar, ahora quiero ver El Circo”. “Magnífico, hazlo”, decía en mis fueros internos. Otra alumna, Meylin Márquez, me abordó y me soltó su comentario: “Profe, vi la película de Chaplin con mis hermanitos (se refería a Tiempos Modernos) y les ha gustado, no parábamos de reírnos”, para concluir con lo siguiente: “Desde entonces estamos buscando para ver sus largometrajes y sus cortos por internet”. Una cosa curiosa, nadie se ha quejado de que estas películas sean mudas. Ni el más mínimo comentario o queja al respecto, solo las disfrutaron. Bueno, se echó la semilla, ahora solo resta esperar.


 

      Quiero terminar esta entrada transcribiendo un texto que encontré entre los muchos recortes de mis Bagatelas, es una anécdota deliciosa del gran Charlot, quien parece que en su vida cotidiana era dueño también de un muy buen humor.  Este es el texto y ya nos vemos en octubre.

   Charles Chaplin estaba escuchando una conferencia sobre cine. Una mosca empezó a zumbar alrededor de su cabeza de manera totalmente inoportuna. Chaplin, educadamente quería alejar a la mosca, pero esta no hacía caso. Agotados los esfuerzos dóciles, Chaplin pidió un matamoscas. El conferencista continuaba con su plática, sin saber lo que le ocurría a Chaplin. Este dejó de seguir la conferencia y más bien se dedicó a inventar tácticas para matar a la mosca. Increíble pero cuando estaba listo para liquidarla, esta levantaba vuelo. Fue tanta la impertinencia de la mosca que Chaplin se vio obligado a levantarse de su asiento y seguirla, porque la mosca se había salido de la sala de conferencia. Un amigo que seguía los devaneos de Chaplin, vio que el famoso bufo se acercó cautamente a la mosca, levantó el arma mortífera y cuando estuvo a punto de lanzarle el golpe final a su enemiga, se arrepintió. El amigo le preguntó luego a Chaplin: “¿Y por qué no la mataste?”. Chaplin, sin ninguna mueca de mohín de hombres, le contestó: “Porque no era la misma mosca”.

 




   Continuará…  

 

 

                                               Morada de Barranco, 28 de setiembre de 2013.




 

NO SOY SUPERSTICIOSO

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                                                                             El suertero que grita “La de a mil”…
                                                                                                      César Vallejo

 

 

   No soy hombre de supersticiones, aunque me gusta repetir una frase que en algún momento debo haberla leído o escuchado no recuerdo dónde o a quién, la pienso siempre como mía: “No soy supersticioso porque eso trae mala suerte”. Tiene su gracia, hay que reconocerlo, y cuando lo he dicho he visto casi siempre una sonrisa o un esbozo de sonrisa.
 
 


 
   Debo decir que desde niño escuché a los mayores soltarme cual consejo: “Nunca pases debajo de una escalera, eso trae mala suerte”. No soy supersticioso, lo dije, pero sí precavido, así que si en mi camino se interpone una escalera, evito pasar por debajo. Más que superstición se me ha vuelto un hábito que cumplo religiosamente.


 


   Conversando con algunas personas sobre esta superstición, caí en la cuenta que las escaleras no solo significan mala suerte, también lo contrario. Me explico. Dicen que caerse de la escalera es de buena suerte, siempre en cuando te caigas subiendo. Si te caes bajando, eso sí es de mala suerte. Hay algunos que te precisan más: si te caes al subir una escalera es anuncio de boda, si te caes al bajarla, es anuncio de sepelio, aquí habría que comentar que podría ser el de uno mismo,  dependiendo de cuán aparatosa sea la caída.


 

   Alguna vez escuché que si a media escalera te acuerdas que olvidaste algo, es recomendable subir todas las gradas y después bajarlas completitas para alejar la mala suerte. Una vieja amiga me dijo un día cuando hablábamos sobre escaleras: “Es de buen augurio soñar que estás subiendo escaleras y lo contrario si sueñas que estás bajando y es preferible, sueños a un lado, subir o bajar una escalera que posea un número impar de escalones”. Esta última exigencia ya linda con lo irracional, imagínense no querer subir o bajar una escalera porque tiene un número par de gradas o escalones.







   El mundo está lleno de supersticiones, algunas bastantes exageradas como exageradas son ciertas soluciones para alejar la mala suerte. Si pasaste debajo de una escalera, hay solución para espantar el mal agüero: se debe tener los dedos cruzados hasta ver pasar a un perro. “Hasta ver pasar a un perro”, esto ya es superrealista. Una vez escuché decir a una anciana profesora ya fallecida hace mucho: “Para no tener mala suerte por haber pasado debajo de una escalera, hay que escupirse en un zapato y caminar sin voltear hasta que la saliva esté bien seca”. Salivazos, entonces.


 





   Los espejos rotos son motivo de otra superstición. Un espejo roto es aviso de siete años de mala suerte, quebrar el maleficio es sencillo: a espejo roto, espejo nuevo. No hay otra que comprar uno que reemplace al anunciante del mal agüero. Otras personas dicen que para evitar la maldición del espejo roto hay que echar un vaso con agua sobre los fragmentos del espejo o recoger inmediatamente los pedazos del espejo roto y echarlos a la basura, en ambos casos se recomienda echar un vaso con agua por una ventana, para así expulsar la mala energía de casa.

 



   ¿Quién no ha oído la mala suerte que trae ver a un gato negro? Por estos lares te dicen que es malo ver a uno de ellos. Solo eso. En otros lugares hasta te precisan la dirección del cruce del gato: es de mal agüero, dicen, si el felino de marras pasa frente a ti de derecha a izquierda. Tengo entendido que en Europa está bien acendrada la creencia de que si un gato negro se te acerca te traerá la buena suerte, pero si este se aleja de ti, la suerte se va con él (¿cómo hacer, entonces, para que el minino que se te acercó no se vaya de ti?). Dicen, los que algo saben sobre estos asuntos, que se cruce o se aleje de ti, si el gato negro tuviera una mancha blanca donde sea, se rompe el maleficio.
 




   Es el turno de la sal. Es de mala suerte dejarla caer, el infortunado derramará irremediablemente tantas lágrimas como granos de sal cayeron al suelo. Terrible. Hay incluso un refrán que por ahí circula y que dice: “Si se te cae el vino es buen sino, pero si se te cae la sal, es mala señal”. Dicen que quien pisara la sal derramada tendrá muchos disgustos y si quien la pisó es alguien que se va a casar, no lo hará. Los ancianos que tanto saben de esto, dicen que si le quieres malograr la felicidad a los recién casados no hay como echarle sal en el lecho nupcial y adiós matrimonio. Conjurar el mal agüero de la sal derramada es sencillo, basta con echar por sobre el hombro izquierdo una pizca de sal. Pero no siempre la sal es señal de mala suerte, se dice que si en casa hay siempre sal nunca faltará el dinero.


 

   Jamás se debe abrir un paraguas dentro de casa, hacerlo significa llamar a la mala suerte, dicen. Tampoco hay que hacer girar al paraguas abierto porque la buena suerte se irá de nosotros a la velocidad del viento del mismo modo que colocar uno de estos objetos sobre la cama o sobre la mesa. Si un paraguas se nos cayera, cuidado, es aviso de que sufriremos alguna decepción amorosa o quizá algún negocio fracase, pero para que ni uno ni otro se cumplan, debemos hacer que otra persona levante el paraguas. Alguna vez leí que si dejáramos involuntariamente un paraguas en algún lugar extraño, ese sería el aviso de que el destino una grata sorpresa nos depara.


 

   La relación de supersticiones es larga y no habría cuando acabar. Concluyo con las tijeras. Nunca se deben obsequiar tijeras, tampoco pasarlas con la punta dirigida a quien las pidió, trae mala suerte. Si estas se cayeran al suelo puede indicar mucho la posición en que queden. Se dice que si la punta si dirigiera alguien, este sufrirá algún mal o si no está casado nunca se casará y si está casado sufrirá una infidelidad. No siempre las tijeras son de mal augurio, yo recuerdo que mi mamá alguna vez me dijo que había que colocarlas debajo de la almohada o el colchón de la cama de un bebe no bautizado: "Es para protegerlo de los duendes, me dijo, la única condición es que estén abiertas en cruz".



 

   Quedan en el tintero el color amarillo, los cuchillos, las escobas, el tocar madera, el martes 13, las agujas, la herradura, el trébol de cuatro hojas, en fin, ya lo comentaré en próximas entradas. En lo que respecta a mí, he de decir sobre estos dos últimos que alguna vez, siendo niño (quizá con doce o trece años), me encontré una herradura herrumbrosa en un terral de Barranco. Lo llevé a casa y lo tuve por algunos rincones olvidado hasta que años después me enteré que era de buena suerte tener uno, pero este tenía que ser no comprada sino encontrada. Suerte la mía. Desde muy antiguo la herradura es señal de buena suerte y se la coloca detrás de la puerta como protección y con las terminaciones hacia arriba para que su carga de suerte no se vacíe. He aquí la herradura que me acompaña (nos acompaña, diré mejor) en casa.


 

   Con respecto al trébol de cuatro hojas, ya en anterior oportunidad había yo contado algo que a continuación transcribo: “Una vez me aconteció algo extraño, extrañísimo con la compra de un libro. Estaba caminando por el jirón Lampa cuando en una acera, un ambulante ofrecía a precios regalados una ruma de libros, me llamó la atención que muchos de esos libros estuvieran empastados en cuero y con letras doradas en los lomos, algunos en buen estado, otros picados, pero todos ellos pertenecieron a una misma biblioteca (según el sello el dueño fue un tal Manuel Cubillus). Cogí de entre ellos un libro pequeño empastado en cuero y en regular condición: “Últimas confidencias” por Alfonso de Lamartine, publicado en Madrid en el año 1866, como se puede ver en la foto. Un libro contemporáneo del Combate del 2 de Mayo con sus hojas en buen estado.


 

   El libro me costó una bicoca. Ya en el carro y de regreso a casa empecé a hojearlo y para mi sorpresa encontré "escondido" entre sus hojas un trébol de cuatro hojas (señal, dicen, de buena suerte), y unas páginas más adelante, una pequeña hojita cuadrada con el mes, el día, la fecha, el tipo de luna y el santo: 14 de enero, esa era la fecha de la hojita de ese viejo calendario. Lo extraño del asunto es que esa fecha es la de mi cumpleaños. ¿Coincidencia? Tal vez. Decidí tomar estos hallazgos como el anuncio de tiempos mejores. Quiero y lo pienso así (todavía). Ahí donde encontré el trébol y la hojita del calendario, ahí se quedaron. Y el librito está en mi biblioteca como una de mis joyas más preciadas acompañándome ya más de veintiocho años”.



 



   Hace unas semanas, curiosamente encontré tirado en el suelo un dije de plata y me la puse en el bolsillo de una casaca sin prestarle mayor atención. Justo ayer me detuve a observarla con detenimiento y vi que tenía forma de corazón (¿una hoja de trébol?, ¿la hoja faltante de un trébol ilusorio?) y en bajo relieve un pequeño trébol de cuatro hojas. “Suerte”, pensé y recordé el trébol de cuatro hojas que encontré en el libro de Lamartine de 1866. Al instante me dije: “¿Por qué no, por qué no escribir sobre las supersticiones?”, y así lo hice.


 

 



 

   Continuará…

 

 

                                        Morada de Barranco, 11 de octubre de 2013.



 

EN EL BARRANCO: UNAS LÍNEAS PARA MI MORADA

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                                                                            Nieblecita del pequeño invierno…
                                                                                                   Martín Adán

 

 

   Siempre lo he dicho: estoy orgulloso de vivir en Barranco, mi morada. No nací aquí, pero son tantos los años de residencia que asumo a este lugar como si fuera mi cuna, mi lugar de origen. Su paisaje es mi paisaje, el que conozco desde siempre, el que siempre me acompaña, de ahí que me lo sepa de memoria, aunque muchas veces confunda o no recuerde bien los nombres de sus calles.
 
 

   Territorio mágico, misterioso, donde los transeúntes son fantasmas cuyas siluetas se dibujan tenuemente por efectos de la bruma que habita en sus calles. ¿Fantasmas? Sí, yo soy uno de ellos: alguien que cuando transita por estos predios marinos se siente cómodamente instalado en medio de la neblina que impide ver con nitidez y en compensación afina tu imaginación para darle un rostro, una identidad a esas sombras que deambulan por sus calles o plazas ahora cada vez menos silenciosas.
 
 

   ¡Ah, los inviernos de Barranco!: fríos, húmedos, con una garúa tímida y persistente que a fuerza de caer se vuelve arquitecto de atmósferas especiales: entonces decides no salir de casa y te aprestas a realizar viajes no emprendidos, o mejor aún, viajes estáticos que son abandonos plácidos en una película, en un libro, en un disco o en una conversación alrededor de la mesa entre tazas con café o copas con vino: estoy hablando de miradas, pero no hacia el exterior sino hacia dentro, miradas que son actos de conocimiento o de reconocimiento de lo que fuimos, de lo que seremos.
 
 

   Barranco, pequeño territorio habitado por mis recuerdos, espacio diminuto asomado al mar donde viví mis primeras experiencias de niño y ahora de hombre maduro: esa primera visión del mar cada vez más lejana, las risas y alegrías de los juegos en las calles, las primeras confidencias a los amigos de una adolescencia que no esquivaba al licor ni a los cigarros, excursiones arriesgadas o cautelosas pero casi siempre camufladas por las noches en el malecón, los primeros amores tormentosos e inseguros, los desasosiegos por un futuro incierto y acechante, en fin, todo aquello que de alguna manera nos ha ido construyendo.
 



   He hablado del hombre maduro que soy o que aprendo a ser: la experiencia de vivir estos días otoñales y mis esfuerzos para ser cada vez un mejor hijo, un mejor padre, un mejor esposo…, un mejor ser humano. Esa es mi lucha, en los intentos desfallezco pero no muero, no me puedo permitir una temprana tumba cuando todavía hay tanto por hacer. Con esa certeza asomo a la ventana de este mi faro y ante mí se dibujan estructuras de madera, yeso, adobe, quincha. Alguno podría decir: “Estructuras de cartón, castillos de naipes…”. Pero su solidez mora en otros lugares. Es su espíritu y son las emociones que tejen y muchas veces nos gobiernan.


 

   Barranco: eterno espacio de las arquitecturas fugaces, sendero de polvo y niebla que habito y me habita, eternamente…



 

 

   Continuará…

 
 

                                           Morada de Barranco, 18 de octubre de 2013.
 
 
 

SORPRESAS DE LA VIDA (¿COINCIDENCIAS?)

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                                                                         ETERNA Juventud  Vejez ETERNA
                                                                                     Carlos Oquendo de Amat

 

 


   Hace unos días me reuní con algunos de mis ex compañeros de colegio (Alfredo Sosa, "Lito" Flores, "Quique" Vaca y el "Loquito" Herrera). Buen momento para conversar y recordar los tiempos en que fuimos mozos indocumentados y atrevidos: desfilaron inevitablemente en nuestra charla los nombres de nuestros antiguos profesores, sus curiosos sobrenombres, algunas anécdotas que motivaron las risas; infaltables fueron los comentarios apasionados sobre las tristezas que desde hace mucho nos deja el fútbol peruano que no clasifica a un mundial desde el año 1982. Pero sí un momento hubo en que la nostalgia nos embargó, fue cuando hablamos sobre los cinco cines que antes existieron en Barranco y que alimentaron con sueños y fantasías a los niños y adolescentes que fuimos, y que hoy ya adultos otoñales, lamentablemente, solo nos queda recordarlos: Premier, Barranco, Raimondi, Zenith, Balta. El día de hoy, si se quiere ver alguna película reciente, hay que ir hasta Chorrillos o Miraflores ya que Barranco no tiene ni un cine.
 



 
 
 Por coincidencia (¿coincidencia?), muy temprano, el día de hoy visioné por segunda vez, luego de algunos meses, una película de Yazujiro Ozu: El sabor del sake, film de 1962. Llamó mi atención aquellas escenas donde, tal como me ocurriera a mí hace unos días, se reúnen varios ex compañeros de colegio, adultos ya, otoñales, con nietos algunos. Entre botellas de cerveza, whisky y sake, en una de esas reuniones conversan, beben y ríen con un antiguo profesor a quien apodaban Calabaza. Es probablemente de entre todos, el personaje más conmovedor: un hombre ya anciano, frágil, con una hija solterona y una vida sumida en la mediocridad. Es este profesor quien embriagado dice ante sus ex alumnos estas palabras que caen como un mazazo: “Al final de la vida el hombre se queda solo”. Inquietante frase, para alguien que, como yo, ya ha empezado a pintar canas. Es así el cine: a veces nos remite hacia algunos instantes de nuestras vidas o nos pinta por adelantado lo que nos espera.




 
 

   Hace unos instantes mencioné la palabra “coincidencia”, no sé realmente si sucedan. Pero al mencionar esta palabrita se vino al instante un recuerdo que, a pesar de mis dudas, me lleva a pensar que a veces sí suceden. Corría el año 1999, verano de 1999. Rita y yo estábamos en todos los ajetreos de nuestro matrimonio. Habíamos decidido casarnos en un templo colonial. Lamentablemente la iglesia del Monasterio de Jesús, María y José del centro de Lima quedó descartada. Así que, luego de analizar las posibilidades, decidimos que el matrimonio tenía que ser en la iglesia Santiago Apóstol de Surco, iglesia sobreviviente a la guerra con Chile. El problema era que ninguno de los dos vivía en ese distrito, y para casarnos allí, teníamos que presentar un recibo de consumo de agua o luz de Surco como prueba de que pertenecíamos a esa jurisdicción.




 
 

   Inmediatamente pensamos en una ex compañera de trabajo que vivía en ese distrito, ella podría prestarnos el recibo, pero no sabíamos exactamente dónde residía. El plazo para presentar el documento se vencía, si no cumplíamos con ese requisito tendríamos que buscar otra iglesia y nuestro matrimonio ya no podría ser en febrero, último mes de vacaciones. Recuerdo que caminábamos por la plaza de Surco viejo, desesperados porque no sabíamos cómo encontrar a Carmen, a quien hacía buen tiempo que no veíamos. Pensábamos que un golpe de suerte (¿existe la suerte?) haría que coincidiéramos en alguna calle con ella.



 
 



   En la vida, hay ocasiones en que uno hace cosas que después no se atrevería a volver a hacer. Pero hoy que recuerdo, me parece ver todo como en una película: cruzábamos por una esquina de la Plaza de Surco, cuando a manera de broma se me ocurrió, a la luz del día, empezar a gritar el nombre de Carmen. Supongo que los viandantes me escucharían sorprendidos. Yo me desgañitaba, mientras Rita, nerviosa, me decía que me callara: “¡Car-men, Car-men, Car-men…!", gritaba. De pronto, a mitad de pista, un taxi se para sorpresivamente junto a mí y del carro baja, oh sorpresa, Carmen. No nos quedó más que reír con Rita por lo que acababa de ocurrir, ¿coincidencia?
 



 


 
   Hace unas semanas, al preparar algunas clases, encontré este texto entre varios recortes de periódicos que conservo como material pedagógico, ¿el tema?, por coincidencia, coincidencias:


COINCIDENCIAS HISTÓRICAS
El secretario de Lincoln, de apellido Kennedy, le aconsejó no ir al teatro donde lo asesinarían. La secretaria de Kennedy, de apellido Lincoln, le aconsejó insistentemente no ir a Dallas donde lo matarían. Lincoln fue elegido congresista en 1846. Kennedy en 1946. Lincoln fue elegido presidente en 1860. Kennedy en 1960. Las esposas de ambos perdieron hijos en la Casa Blanca. Ambos presidentes fueron asesinados por sureños y ambos presidentes fueron sucedidos por sureños de un mismo apellido: Andrew Johnson, que sucedió a Lincoln, nació en 1808. Lindon Johnson, que sucedió a Kennedy, nació en 1908. Ambos presidentes murieron de un balazo en la cabeza y ambos fueron asesinados un viernes. John Wilkes Booth, asesino de Lincoln, nació en 1839. Lee Harvey Oswald, asesino de Kennedy, nació en 1939. Lincoln fue muerto en un teatro llamado Kennedy. Kennedy fue asesinado en un auto marca Lincoln. Booth asesinó a Lincoln en un teatro y corrió para esconderse en un almacén donde fue capturado. Oswald asesinó a Kennedy desde un almacén y corrió a esconderse a un teatro donde fue capturado. Ambos asesinos fueron asesinados antes de sus juicios.
 







   Podría pensarse, como muchos dicen, el mundo es chico, así que cruzarse con personas o ciertos sucesos son naturales que ocurran: como lo que posteé hace unas semanas sobre el trébol de cuatro hojas y una hojita de calendario con la fecha de mi cumpleaños que los encontré sorprendentemente en un libro de 1866. O como aquella vez cuando trabajé en Bruño como personal estable y entre los compañeros me topé con dos personas ligadas de una u otra manera a mi vida: una chiquilla de 22 años, Carmen Noblecilla, cuyo novio (y ahora esposo) había sido mi compañero de estudios y, sorpresas que te da la vida, una antigua amiga de infancia de Rita a quien ella no veía hacía muchas lunas. O si de sorpresas se trata, tengo como tutoriada a una alumna que estoy seguro que dentro de poco será una aplicada y brillante estudiante de medicina, Vesna Striseo, cuyo padrasto resultó ser, y nos dimos cuenta luego de que le contara algunas experiencias escolares que por coincidencia "Tito" también se las había contado, un ex compañero de primaria con quien estudié tres años y a quien dejé de ver casi cuarenta años y hoy, ¿pequeño es el mundo?, lo veo más a menudo, como no lo hice durante cuatro décadas. ¿Coincidencias de la vida? Vaya uno a saber. Pero suceden y uno acaba soberanamente sorprendido.



 

 





   Continuará…

 

 

                                Morada de Barranco, 14 de noviembre de 2013.




 

POEMAS NO RECOGIDOS EN LIBRO

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                                                              Voz de ángel rosa recién cortada
                                                                       Carlos Oquendo de Amat

 

 

   Carlos Oquendo de Amat solo publicó un libro. Fue el año 1927 y lo tituló atrevidamente 5 metros de poemas. En una sociedad cerrada y prejuiciosa, hipócrita y murmurante como la limeña, tan poco dada a la lectura pero curiosamente apegada a los versos altisonantes y contundentes del novomundista Chocano, un libro de poemas con ese título o daba para el escándalo o simplemente pasaba desapercibido. Ocurrió lo segundo. El silencio acompañó cual sombra la salida de este libro ahora mítico e impregnado de leyenda.
 


   La particular carátula del libro (que simula un ecran, deja ver cual si fuera una proyección no solo el título y el nombre del autor-director, sino también cuatro rostros o máscaras y un telón) fue un grabado del artista Emilio Goyburu.  Aunque hubo un tiempo que circuló la falsa versión que quien lo había diseñado había sido el poeta César Moro.
 
 

 

   Según las fechas consignadas al pie de los poemas, estos fueron creados entre 1923 a 1925. Dos años después, Oquendo decide publicarlos. 5 metros de poemas fue impreso por la editorial Minerva cuyo gerente era Julio César Mariátegui La Chira, hermano del AmautaJosé Carlos Mariátegui, gran amigo del poeta puneño, y su publicación fue financiada en parte con unos “Bonos de Suscripción” ideado por el mismo Oquendo.
 
José Carlos y Julio César Mariátegui
 
   Luego de más de ochenta años de haber sido editado, el formato del libro no ha perdido su capacidad de sorpresa, recordemos que es una larga hoja que se despliega y que se aproxima a las dimensiones que el  título anuncia. Es innegable que desde ese extraño título la ironía y el humor protagonizan un papel importante. Por ejemplo, todo el libro es una sutil crítica a la sociedad capitalista, donde hasta los poemas podrían comprarse como cualquier mercadería, en este caso por metros.
 
 

   Igualmente el cine está presente en el libro. Esa larga hoja recuerda a la cinta de celuloide donde cada poema bien podría ser un film (incluso hay en el poemario una “página” que anuncia “10 minutos de intermedio”). Oquendo fue un apasionado del cine. José Luis Ayala escribió, en la  minuciosa biografía del poeta puneño, que Oquendo era un fiel admirador de Rodolfo Valentino cuya muerte lo puso muy triste y que a pesar de las penurias económicas, a poco estuvo, junto a su gran amigo Adalberto Varallanos, de publicar una revista de crítica cinematográfica titulada Celuloide, que por problemas de financiación de último momento no pudo salir en circulación.
 
 
 

Adalberto Varallanos
 

Adalberto Varallanos y Carlos Oquendo (en el auto)
 
Rodolfo Valentino


   Con respecto al tiraje del libro, se sabe que se imprimieron trescientos libros. ¿Qué han sido de ellos? Recuerdo que en alguna oportunidad, Carlos Germán Belli, escribió que él alcanzó a ver un ejemplar del año 1927, bastante maltratado en la Biblioteca Nacional, ¿se conservará todavía ese ejemplar? Alguna vez pregunté al poeta Vicente Azar si tenía 5 metros de poemas, pues él había conocido a Oquendo. Me contestó que no, pero que cuando joven tuvo uno en sus manos, pues Oquendo pasaba algunas temporadas en la casa de Barranco de Vicente Azar, que para entonces tendría unos quince años, y que en un gesto de agradecimiento, el Virrey(sobrenombre con el que se conocía al poeta) regaló un ejemplar a la madre de Vicente Azar por lo bien que lo había atendido: “Lamentablemente, ese libro se perdió, no sé cómo ni dónde”, me diría el poeta de Arte de olvidar.


Vicente Azar

   Hace ya diez años, en una visita que hice al amigo poeta José Pancorvo, descendiente del escritor Manuel Beingolea, amigo y protector de Oquendo, le pregunté si él tenía un ejemplar del mítico libro. Me contestó que en el baúl que conservaba con manuscritos y otras pertenencias de su tío abuelo, no se encontraba el ejemplar del poemario de Carlos Oquendo de Amat, que es más que seguro le debió haber dado por la entrañable amistad que los había unido. En fin, es una larga historia de silencios y ausencias y extravíos la que envuelve a este libro.


José Pancorvo


Manuel Beingolea

   Ya para terminar esta breve entrada, quiero comentar que una vez publicado el libro, Oquendo fue derivando todo su interés hacia la política. Él fue un hombre de izquierda, un comunista convicto y confeso que por su filiación sufrió injusta prisión y torturas. Hechos que a la larga acelerarían su muerte trágica en España, donde está enterrado. Sin embargo, Carlos Oquendo de Amat, nunca abandonó la escritura. Circulan a través de libros y publicaciones (agotados muchas veces) que recogen algunos poemas que Oquendo publicó en revistas cuya existencia se fueron olvidando (como los dos primeros poemas, uno de ellos contemporáneo a los de 5 metros...) o textos (en realidad apuntes, ensayos) que quedaron a mitad de su camino recorrido y que fueron conservados por un familiar y que sí son posteriores a la publicación de su único poemario. Este puñado de poemas y textos son los que a continuación transcribo.




 
 

 

NATURALEZA

 

El sol está mordiendo los senos voluptuosos

De la pradera verde…

Desnuda,

Oh qué sensual debe ser el Sol…

 

………………………………………………….

Los labios insinuantes del recuerdo

Me han besado con sabores de Ayer…

………………………………………………….

Y en la pizarra enigmática, de aquel asfalto gris

Yo… ella; éramos al crepúsculo

Como dos puntos de interrogación…

Naturaleza:

Pero si todo es verde,

Así, tan verde como los ojos de ella!...

 

(Bohemia Azul, Lima, año I, N. 1, 16 de setiembre de 1923)

 


CANCIÓN DE LA NIÑA DE MAYO

 

El viento entreabre tu sombrero luna de mayo

¿Por qué guardar en tus ojos violetas humedecidas?

dime tu nombre seguridad de flor

Háblame del recuerdo oloroso de los niños

que saben leer el mar

Y de tu infancia un ángel a la espalda y la gracia entre nosotros

Háblame

para que así lejanamente se caiga mi pena en el sueño

 

(Chirapu N° 3, página 6, 1928)

 

 

PARÍS

 

La Torre Eiffel sostiene el cielo cúbico de París

con el dedo pulgar

cuando pienso se quiebran 100 pétalos secretos

 

Lo sé

jamás escribiré sobre xxxxxxxxxxxxxxxxx (*)

 

En la tristeza imperfecta

xxxxxxxxxxxxx  corre detrás del último sueño

 

MI PALABRA ESTÁ PRISIONERA EN TU TERNURA

y no tengo a quién entregar mi xxxxxxxxxxxxxxx

lleno de América

    

                                   POR TI

 

 

EL CIELO Y LAS PALABRAS

 

Una mujer convertida en brisa y fruta fresca

En los cerros

las casas trepan como leopardos xxxxxxxxxxxxxxx

luciérnagas

 

De una cesta recién dibujada

una niña

saca los últimos panes horneados por sus manos

 

la vida se acorta cada tarde que el aire

xxxxxxxxx  por enredaderas

 

Estoy y no aquí solo toso estrellas

 

Nadie recoge

 

LOS LATIDOS DEL TIEMPO

 

 

POETA EN LOS EUCALIPTOS

 

He visto recorrer la luna en tus ojos

recuérdame

para que se abra la rosa distante de la lluvia

 

Tu sonrisa oración  xxxxxxxxxxxx

hizo que repentinamente

regrese  xxxxxxxxxxxx  del otro lado de la vida

y yo  xxxxxx  vivir en las ocho vertientes de mañana

 

El campo escribe poemas entre viejos eucaliptos

 

tú deshojas

 

LA MARGARITA DE TU MIRADA

 

 

NIÑO AL LADO DEL CIPRÉS

 

El horizonte volteaba el rostro

y la lluvia hablaba por tu mirada ángel desnudo

 

En tus pasos recién descubiertos de fina escarcha

aparecía mi nostalgia

 

Tus manos se ahogaron

Saúl dan bel  xxxxxxxxxxxx

en charcos ocultos y humo denso de las ciudades

 

No había ni una golondrina en la tarde

 

 

LOS BARCOS DENTRO DE LA TARDE

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

 

Entonces

los barcos pasarán en celuloide a colores

no   poemas   objetos   estéticos   estáticos

 

                       SINO

móviles   imágenes asimétricas

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

Hacia Europa de puerto en puerto

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

 

 

POEMA ESCRITO EN EL AGUA

 

El girasol de la lluvia no podrá alcanzarte Arthur (**)

en escalinatas de antiguos trasatlánticos

 

Pero los poetas puros no han perdido fe en el futuro

respiran dentro de una escafandra

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

 

¿Quién será que asoma trayendo el viento a la puerta?

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

 

En fin

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

                                   xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

 

 

 

 

   Continuará…

 

 

                                                  Morada de Barranco, 25 de mayo de 2013.
 
 
 

UN AVENTURERO DE EMOCIONES

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                                                                                  (a este bueno aventurero de emociones)
                                                                                             Carlos Oquendo de Amat

 


 

   Se acercan las fiestas, estamos apenas a un mes. La temperatura está cambiando de a pocos. Por momentos se siente calor, aunque hay días en que amanece preciosamente nublado. Por estas fechas, el trabajo suele aumentar: hay que corregir informes, preparar exámenes, elaborar registros, en fin, toda esa labor propia para dar término al año lectivo. En medio de tanto trabajo agotador y estresante, los libros me acompañan y brindan momentos de relajación, de soberano placer en casa. Entonces sucede lo de siempre: cada que pienso en las lecturas en las que estoy embarcado, se me hace imposible no recordar y citar ese soneto endecasílabo del maese Quevedo:


Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos,
y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.

Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años vengadora,
libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta,
que en la lección y estudios nos mejora.
 
 

   Mencioné a la lectura (la relectura, en realidad), a los libros que me permiten (voy a parafrasear a Quevedo) conversar con los difuntos y escuchar con mis ojos a los muertos: Diario educar, por ejemplo, ese libro tan lleno de  sabiduría y vida del gran Constantino Carvallo que siempre tiene algo nuevo que decirnos para los que bregamos a diario con los escolares; La realidad y el deseo, fabuloso título que recoge toda (o casi toda) la producción poética del irascible y solitario Luis Cernuda: hay palabras escritas con dolor, con sangre, con urgencia y cuyas huellas son indelebles, incluso para los lectores y a ellas regresamos cada que podemos, cual si fuera una cita que siempre queda inconclusa, como con este poema de Cernuda, el eterno insatisfecho:


DONDE HABITE EL OLVIDO

Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora;
donde yo sólo sea
memoria de una piedra sepultada entre ortigas
sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.

Donde mi nombre deje
al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
donde el deseo no exista.

En esa gran región donde el amor, ángel terrible,
no esconda como acero
en mi pecho su ala,
sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento.

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
sometiendo a otra vida su vida,
sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Donde penas y dichas no sean más que nombres,
cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo,
disuelto en niebla, ausencia,
ausencia leve como carne de niño.

Allá, allá lejos;
donde habite el olvido.






 



 
   He mencionado dos libros, no son los únicos, cerca a mi cama, en el escritorio, andan los libros que leo o que están en compás de espera, listos a recibir la curiosidad de mis ojos, puedo mencionar El mundo de ayer, las memorias de Stefan Zweig, hoy en día un escritor algo olvidado (injustamente, por cierto) al que mis alumnos de 5to han descubierto y sabido disfrutar a través de Carta de una desconocida y Mendel, el de los libros. Debo también mencionar a Leyendas medievales de Hermann Hesse, Ensayos de Luis Loayza y 5 metros de poemas del apasionante y elusivo Carlos Oquendo de Amat. Son algunos de los varios libros que voy leyendo, saboreando sus palabras, disfrutando de esa gran fiesta que es la aventura de leer.
 
 










   Pero también tendría que mencionar al cine. Soy un incondicional, un apasionado de este arte, pero hablo del buen cine, no del otro, del descartable, el que se complace en las piruetas y en piruetas se queda, soy de los que no están dispuestos a perder su tiempo con películas insustanciales, aquellos filmes que lo único que quieren es tontearte con historias que responden a esquemas de los que nunca salen.
 



 

  Amo el cine, sí, sé que este es el espacio en el que transito abandonado a “las grandes felicidades”, territorio en el que completamente sumido en sus imágenes navego feliz y realizado, sus predios no solo me prodigan diversión sino reflexión, descubrimiento, reconocimiento de nuestras múltiples máscaras: lo reconozco, en él “vivo” la intensidad y el fuego de esas vidas ficticias, pero tan conmovedoras, tan inquietantes y tan reales.
 
 

   Algo que me propuse este año, como profesor, fue introducir el cine, lo reitero, el buen cine en las aulas: que las grandes películas entren en la vida de mis alumnos. Es así que este año, estos jóvenes adolescentes han disfrutado, se han conmovido con películas como Los olvidados y Un perro andaluz de Luis Buñuel, El gabinete del doctor Caligari de Robert Wiene, M(El vampiro de Düsseldorf)de Fritz Lang, Los cuatrocientos golpes de Francois Truffaut, La noche del cazador de Charles Laughton, Tiempos modernos, El pibe, Luces de la ciudad, La quimera del oro de Charles Chaplin, El hombre mosca de Harold Lloyd, Ser o no ser de Ernst Lubitsch y ahora, quizá como última película, ¡Qué bello es vivir! de Frank Capra.


 





















   Han quedado esperando su turno (el próximo año será su tiempo) películas tan hermosas como Stromboli y Alemania, año cero de Roberto Rossellini, Tuyo es mi corazón(Notorius) y Sombra de una dudade Alfred Hitchcock, El hombre quietoy Que verde era mi valle de John Ford, alguna película de Éric Rohmer, pienso en Cuento de invierno y por cierto, algún western, supongo que Río Bravo de Howard Hawks o Centauros del desierto de John Ford, por mencionar solo dos.


 
 
 








   Pero se trata de no correr, de avanzar con paso lento y seguro. Sé que sucederá dentro de poco, que seguiré escuchando, como en este año, a los jóvenes hablar sobre las películas que han visionado: sus comentarios apasionados, sus afectos o desafectos por determinados personajes... En silencio me quedaba escuchando sus palabras y sonreía y celebraba el triunfo, no mío por cierto, sino de ellos, de estos jóvenes que tienen el atrevimiento de transponer las barreras de un cine conformista y puramente comercial, hueco.
 
 

   Falta exactamente un mes para la Navidad, los días irán pasando (“como tranvías”, decía el poeta Francisco Bendezú), mientras de a pocos iré saliendo del trabajo que se agolpa por esta temporada y, para variar, continuaré embarcándome en ciertos libros y en ciertas películas que me depararán el edén aquí en el tercer planeta, eso lo tengo más que seguro.
 
 








   Continuará…

 
 

                                     Morada de Barranco, 24 de noviembre de 2013.
 
 
 
 

LA OTRA TILSA

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                                                                                  ¿Qué se hicieron…?
                                                                                         Jorge Manrique

 

UNO

…¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los Infantes de Aragón,
   ¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán?
¿Qué fue de tanta invención
   como trujeron?


Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras,
   y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
   de las eras?


¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
   sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
   de amadores?
¿Qué se hizo aquel trobar,
las músicas acordadas
   que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
   que traían?...


 

DOS

   Como han cambiado los tiempos. En estos días, si alguien quiere notoriedad, no apela a sus virtudes o talento sino a ventilar su vida privada con el mayor desparpajo del mundo (cosa que antes se hacía, por ejemplo, a puertas cerradas o ante el confesionario) y los medios de comunicación han convertido estas inmundicias, estos trapos sucios en noticia de carácter nacional: luego a estas personas que sin vergüenza alguna cuentan los más mínimos detalles de sus vidas las llaman “valientes” porque se “atreven” a decir su verdad, como si toda verdad tuviera que decirse y encima ante un público morboso que se complace y celebra alborozado el triunfo de estas “verdades” que se pagan, porque en tiempos como estos, hasta la basura disfrazada de verdad tiene precio y parece que alto.
 
 
 

   Me resisto a aceptar que esto sea periodismo (¿qué se hicieron de los viejos maeses del periodismo peruano?, ¿qué fueron sino verduras / de las eras?, permítanme este parafraseo). Bajo esta lógica absurda y mercantilista, ahora resulta que quien realiza estas entrevistas haciendo preguntas tontas y banales, se ha convertido en el “periodista” más importante, representativo y de mayor credibilidad del país, un “cotizado” que transita por “cimas” adonde su ambición desmedida lo ha llevado y se cree un signado por los dioses,  incapaz de sentir remordimientos por la muerte de cierta chica equivocada.
 
 
 

   ¡Qué pobreza!, ¡qué miseria!, ¡qué corrupción y demás asuntos!, esos temas no importan, no tienen rating, no venden: es más valioso estar informado si fulanita tiene tantos amantes o si se acostó con fulano o mengano. ¡Cuánta podredumbre creciente y cuánta gente que la consume!


 

TRES

   Casi todo el mundo sabe sobre una tal Tilsa Lozano y sus trapitos sucios, se ha convertido en una figura "descollante y digna de imitar por valiente", dicen; incluso el periodista de marras que la entrevistó la llegó a tildar de "sabia", en fin, parece que los peruanos estamos acostumbrados a todo, incluso hasta a lo más descabellado... Lo que me pregunto es si los peruanos recuerdan que hubo (y hay) una Tilsa realmente importante, una mujer de ascendencia japonesa, una de las más grandes artistas que este viejo territorio ha dado al mundo, para mayor precisión, pintora, pero de las grandes.


 

   ¿Habrá jóvenes que sabrán de ella? ¿Habrán visto alguna pintura o grabado suyo? Me temo que no. Con este bombardeo mediático y farandulero, pareciera que es más importante saber sobre la modelo y sus amores con un futbolista que nunca pudo despegar. Pero de la gran pintora nada, la desidia y el desprecio del común de los mortales de estos predios ignora sus cuadros y sus grabados que respiran creativamente los aires superrealistas, que están impregnados de mitos y de profundidades que descubren ante nosotros extraños personajes y paisajes envueltos en niebla y misterio que somos nosotros mismos.


 

   En medio de toda esta parafernalia frívola y vulgar en que han convertido a los medios de prensa, los cuadros de Tilsa aparecen como uno de los cauces que llevan aguas limpias a estos charcos en que se han convertido la vida de muchos peruanos confundidos. He aquí, entonces, que mostramos algunos de los cuadros y grabados de la otra Tilsa, la importante y trascendental, una mujer peruana a la que lamentablemente hemos olvidado: Tilsa Tsuchiya, la grande.


 

 















 


















 





 


 




   Continuará…

 
 

                               Morada de Barranco, 09 de diciembre de 2013.
 
 
 
 

CUATRO APUNTES NAVIDEÑOS

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                                                                                   ¡Noche buena mágica!...
                                                                                        Juan Parra del Riego





1.
   Estamos a pocos días de la Navidad. Sé que hay a muchos que les disgusta esta fiesta, que la rechazan, la detestan. En mi familia grande ya es tradición celebrarla en casa de mis padres y no en el departamento que habito. La casa de mis padres es el punto de encuentro, allí compartimos espacios con un gigantesco nacimiento (belén o pesebre lo llaman en otros países) que armo sumergido en la más profunda paciencia y con un árbol colorido y simétricamente adornado por mi hermano Arturo.













   Bello espacio (no muy grande, por cierto) el de la casa de mis padres, lugar en el que viví experiencias determinantes de mi adolescencia, “la casa azul”, que así fue su color durante un tiempo, y era como la llamaban unos amigos, la pequeña casa con reja y con jardín a la entrada, la primera de un pasaje angosto pero seguro, la que aún mantiene el tronco añoso y terco de una parra que se aferra a los recuerdos para no caer, ahora que ya se le fueron para siempre los sarmientos, las hojas y los racimos de uva Italia.







   Es en esta casa que mis padres levantaron no sus paredes, porque estas ya estaban cuando nosotros llegamos, sino los diversos senderos para que sus cuatro hijos transitaran hacia otros espacios, como lo hice yo en su debido momento, pero cual diminuta Roma, algunos caminos me conducen siempre hacia ella, y cada que puedo (y quiero) regreso y estoy seguro que siempre “hallaré las luces encendidas” y el amor de mis entrañables padres y de mis hermanos.















2.
   Como lo dije, el nacimiento de la casa de mis padres lo armo yo, su dimensión y sus detalles fueron en su momento el paisaje donde se desplegaron la curiosidad de mi hermano menor “Paco” (hoy químico-farmacéutico y a punto de casarse) y después de mi hija Kathia. El tamaño del nacimiento responde a que el Niño de casa es un Manuelito de cierta proporción. ¿Manuelito? Aprovecho, entonces, este espacio y la cercanía de la fecha para contar la historia de los famosos niños Manuelitos. ¿Quiénes son ellos?, pues representan a Jesús niño, una de las piezas fundamentales del Misterio para armar los famosos nacimientos, belenes o pesebres aquí en el Perú.




   Los conocedores de estos asuntos sostienen que el nacimiento del Niño Manuelitose produjo aproximadamente en el siglo XVII. En el proceso de evangelización, los  sacerdotes españoles presentaban a los indígenas de este milenario territorio al niño Jesús con el nombre de Emmanuelle que significa "Dios está con nosotros". Pero a los indígenas se les hacía difícil llamarlo de tal manera y lo bautizaron como Manuelito, nombre con el que se le conoce hasta nuestros días.




   Los Manuelitosposeen algunas características que los han hecho particulares, por ejemplo, el armazón de su cuerpo es elaborado de maguey recubierto con una pasta especial preparada con arroz y yeso, el cabello se obtiene del Rutuchi, ceremonia que viene desde la época de los incas y que consiste en el primer corte de pelo de los niños andinos. Algo extremadamente curioso en ellos es que los dos dientecillos que asoman en su boquita entreabierta se hacen con el cañón de la pluma del cóndor, ave considerada una divinidad andina prehispánica muy importante (¿sincretismo religioso?). La viveza de sus ojos traviesos y juguetones se logra gracias a que son elaborados de cristal. Hay que agregar que en el paladar de estos bellos niños hay un espejito que semeja su salivita y el tono de su piel puede ser de color "aindiado", mestizo o blanco y para poder obtener el tono de piel humana muy natural, el artesano usa el acabado llamado "encarne", es de mencionar que sus mejillas, como las de los niños andinos, están siempre sonrosadas o "chaposas" y sus bracitos abiertos y ansiosos como dispuestos a ser cargados. Un dato curioso, se dice que los niños Manuelitosguardan dentro de sí alguna joya de oro, pues se asegura que ellos tienen el alma de oro. Una costumbre propia de los pueblos andinos es que si uno de estos niños se rompiera y fuera irrecuperable, no se arrojan a la basura sino que se les debe enterrar como si fuera un niño real recién fallecido.





   El niño de la foto es el Manuelito de mi casa, obsequio de mi madre a mi hija, es pequeño y mide aproximadamente unos veintiún centímetros, el de la casa de mi mamá (vestido completamente de celeste y con corona) es el doble de tamaño, de allí el gigantesco nacimiento que armo cada año en casa de mis padres, como se puede ver en las fotos anteriores, aunque no pueda apreciarse íntegramente. Un dato anecdótico, los Manuelitos de ambas casas, cada año, por tradición estrenan un traje nuevo, trajes elaborados por mi hermana Gloria con mucha paciencia y laboriosidad. Lo olvidaba, ambos niñitos son cusqueños y fueron comprados en una feria navideña muy famosa en el Cuzco, hablo del Santuranticuy.














3.
   Dos costumbres relacionadas con los nacimientos limeños son: los triguitos y los Orines del Niño (nombre poco atractivo). El primero se mantiene, el segundo es, se puede decir, algo casi-casi extinto. Según la tradición, el día de Santa Lucía, 13 de diciembre se sembraban los triguitos en pequeñas latitas pintadas de verde, por lo menos así siempre los vi desde muy niño, en la medida de las posibilidades y si el tiempo lo permite, en casa respetamos la tradición de sembrarlos en esa fecha, a los días se pueden ver ya las pequeñas espadas verdes buscando luz. Todo nacimiento que se respete debe estar acompañado de los triguitos, aunque hay quienes también siembran lentejas y otras semillas. En cuanto a los Orines del Niño es el nombre con el que se llamaba a las bebidas que los Betlemitas o padres Barbones, la primera orden religiosa creada en América (siglo XVII), en Guatemala para mayor precisión, servían a quienes iban a visitar su famoso nacimiento (otra costumbre que también se ha perdido: visitar los nacimientos tanto de templos como los de casa). Cuenta Ricardo Palma en alguna de sus sabrosas Tradiciones Peruanas que estas bebidas bien podían ser chicha de jora o chicha morada u “otras frescas horchatas”.
















4.
   Ya para concluir esta entrada, quiero presentar una pequeña selección de poemas navideños cuyos creadores son poetas peruanos. Solo eso, los textos se defienden solos. Que tengan una feliz Navidad. Hasta el próximo año.






LA NATIVIDAD

Esta es tu patria, hijo mío,  
un establo donde tu madre 
ya duerme  
de regreso a nuestra especie: 
hasta ahora 
ella era un animal mítico: el vientre 
avanzado 
y habitado  
por Ti, entonces voraz nonato,  
que le consumías hasta los huesos. 

Soy un hombre añoso, he visto  
todo. Sin embargo. 
me sobrecoge mirarte, mi recién nacido: 
a pesar de las madres  
todo niño está abandonado  
sobre la vastedad de una tierra callada. 

Tu madre, 
muchacha todavía sorprendida 
por Ti, no cantó  
una canción de cuna. Mirándote  
solo murmuró inacabablemente: 
es espantoso esperar de Él 
lo que esperan.
                        José Watanabe 





NAVIDAD DEL AUSENTE
Yo sé que allá, a esta hora, alguien
habrá desempolvado el pino pascual de la infancia
y encenderá las falsas estrellas de su copa.
Y sé que alguien bebe y oscila
al mortecino compás de un vals peruano
agitando el orden familiar de diciembre.
Estará servida la mesa y en torno a ella
las cabezas no se volverán para ver cómo llego
hasta el convite y tomo mi puesto de hijo mayor,
y canto, y me embriago, y rompo el silencio
con algo más ardiente que una tarjeta postal.
Les diré: «Feliz Navidad», como si les dijera:
«Retorno siempre», porque amo esa quietud
donde el tiempo sin prisa labra pausadamente
la dicha en el envés oculto de la penuria.
Yo sé que allá, a esta hora, alguien
como un ave a mi encuentro remonta las distancias
y me recibe alegre, alegre.
                              Sebastián Salazar Bondy





EL HERMANO AUSENTE EN LA CENA PASCUAL 

La misma mesa antigua y holgada, de nogal,
y sobre ella la misma blancura del mantel
y los cuadros de caza de anónimo pincel
y la oscura alacena, todo, todo está igual…

Hay un sitio vacío en la mesa hacia el cual
mi madre tiende a veces su mirada de miel
y se musita el nombre del ausente; pero él
hoy no vendrá a sentarse en la mesa pascual.

La misma criada pone, sin dejarse sentir,
la suculenta vianda y el plácido manjar;
pero no hay la alegría ni el afán de reír

que animaran antaño la cena familiar;
y mi madre que acaso algo quiere decir,
ve el lugar del ausente y se pone a llorar…
 
                                               Abraham Valdelomar





NAVIDAD

Tus ojos
unen las manos
como las madonas
de Leonardo.
Los bosques de ocaso,
las frondas moradas
de un Renacimiento sombrío...
El rebaño del mar
bala a la gruta
del cielo, llena de ángeles.
Dios se encarna
en un niño que busca los juguetes
de tus manos.
Tus labios
dan el calor que niegan
la vaca y el asno.
Y en la penumbra,
tu cabellera mulle sus pajas
para Dios Niño.
                       Martín Adán





NIÑITO JESÚS

Niñito Jesús,
te doy un aviso,
y sea en secreto
y muy despacito:
mi mamá te está
cosiendo un vestido,
con orla dorada
de linón blanquísimo,
como para ti
niño lindo, lindo.
Y Clarita teje
blancos zapatitos
que son para ti
(ella me lo ha dicho).
Yo ¿qué te regalo?,
¿quieres un pollito?
        Luis Valle Goicochea



¡NOCHE BUENA MÁGICA!

¡Noche buena mágica! ¡Emoción! ¡Juguetes!
Calles populares vibrantes de amores,
largas estocadas de luz de los cohetes
que arriba son pájaros de alas de colores;
               mientras, jardinero
               de su árbol sonoro
               baja el campanero
por cada repique cien frutas de oro.
Pero yo al rotundo son de esas campanas
siento que despiértase el de otras lejanas
campanas dormidas en mi corazón;
               y, entonces, me veo
de la mano de alguien qjue era mi recreo
hace ya quince años, por otro paseo
que hacía fantástico la iluminación.
Era en Lima, la áurea ciudad colonial…
Te acuerdas, oh, madre, de la Nochebuena
                 tan sentimental?
                 Yo aún miro la cena,
los hilos de plata que el árbol llovía.
                 Dios era en la casa
el buen compañero de aquella alegría.
                 A las doce pasa-
El rey Baltazar- decía tu voz.
Los hermanos se iban con la azul quimera,
pero yo esa noche sabía quién era,
ese galopante Rey Mago de Dios.
Mas hoy estás lejos… tal vez subiendo una
cuesta que es cansancio, fatiga y tristeza,
blanca, blanca, blanca como si la luna
te hubiese besado sobre la cabeza.
Me cierro los ojos por verte mejor.
                 Y, entonces, quisiera,
                 es tanto el dolor,
irme hasta tu lado de una gran carrera…
                 No sé cómo estás…
Si eres la abuelita de plata del cuento
o la que madruga al repique vivaz
para oír con los pájaros misa de convento;
                 o, si todavía,
desde la ventana que miraba al puerto
                 como cierto día
sigues la humareda de algún barco incierto.
                 Fue injusta la vida
¿te acuerdas?, tuvimos que irnos a luchar
todos los hermanos de esa despedida:
unos por la  tierra y otros por el mar.
                Pero espera… espera…
No en vano yo he roto desde la trinchera
recosida a tiros de mi corazón
la pólvora loca de mi primavera.
(¡Mi canto es la flecha de un arco en tensión!)
                Por eso en la erguida
voluntad de mi alma sé que volveré;
y que entonces, madre, con toda mi vida
con toda mi sangre te defenderé.
               Venceré la muerte
               conquistaré el oro
y como en la clara tarde en que me fui,
               joven, puro, fuerte,
              por el mar sonoro
volveré cantando después hasta ti.
                                 Juan Parra del Riego




CUENTO DE NAVIDAD

¡Con qué vileza bulle la clara fantasía de los niños!
¡Oh, noches aladas del hogar!...
    La ventana está abierta; y hay una luna fría
Que sobre un gran silencio deshoja su azahar.
Una niña y un niño mueven sus locas manos
    En el álbum de estampas: la abuela, que los mira
Con unos ojos que hablan de los tiempos lejanos,
Les conversa con una palabra que suspira…
    El fonógrafo llena con una serenata
Melosa el gran sosiego de esta noche de plata;
Y, en el atormentado cilindro, una voz suena,
    Y al fin va poco a poco muriéndose de pena…
Los niños, luego, desde la ventana asomados,
Ven las calles, las torres y la luna de cera;
    Un gato a la carrera pasa por los tejados,
Cual si fuese un ovillo que se desenvolviera…

La abuela, con palabras que parecen lamentos,
Cuenta a sus nietecitos historias como cuentos:
    Ya es el audaz pirata que en la crujiente popa,
En pie, busca y vigila, con su hacha de abordaje,
El galeón que lleva de las indias a Europa,
    El codiciado y fácil oro del coloniaje:
A veces pone proa resuelta hacia algún puerto,
Donde una fortaleza sobre un peñón desierto
    Inútilmente hostiga la noche con sus luces;
Y hay relámpagos de hachas y truenos de arcabuces
Y hay explosión de retos y extorsión de querellas…

Ya es el avaro exangüe que, en un rincón callado
De su mísera alcoba, por la noche, ha cavado,
    Sin que nadie lo sepa, lugar para el tesoro
De talegos preñados con las onzas de oro:
Muere el viejo; y los meses se escapan; pero un día
    Su alma torna a tal sitio como a purgar sus penas,
Y, durante las noches, en la alcoba sombría
Hay un rumor de ergástula henchida de cadenas…

Los nietos, que en la anciana tiene fijos los ojos,
Piensa en el tormento de pesados cerrojos,
    En la llave que chilla dentro de la cerradura,
En la angustia saliente de largos pasadizos,
En el ruido de la puerta que hay en la noche oscura,
    En la vieja vecina que hace ensalmos y hechizos;
Y, con el alma llena de medrosas visiones,
Cuando al fin se retiran a dormir, ven los techos
    Por si entraron vampiros, husmean los rincones
Y, antes de arrodillarse y hacer sus oraciones,
Buscan a los ladrones debajo de los techos…

Sueñan… La niña que se encuentra el tesoro
De talegos preñados con las onzas de oro;
    Y el niño, que es pirata, que asalta y degüella,
Y que en un puerto un día se roba una doncella…
                                     José Santos Chocano



NOCHEBUENA

Al callar la orquesta, pasean veladas
sombras femeninas bajo los ramajes,
por cuya hojarasca se filtran heladas
quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,
grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.
Charlas y sonrisas en locas bandadas
perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;
y en la epifanía de tu forma esbelta,
cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,
canturreando en todos sus místicos bronces
que ha nacido el niño-Jesús de tu amor.
                                      César Vallejo









_____________________
Todas las fotos (salvo la decimoprimera a la decimocuarta) son tomas de mi hermano Arturo.




   Continuará…




                                                         Morada de Barranco, 21 de diciembre de 2013.


 


ESOS JUEGOS DE ANTAÑO

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                                                                                  Los niños juegan al aro / con la luna
                                                                                                Carlos Oquendo de Amat





   El verano despliega todo su poder y recién estamos a mediados de enero. Febrero ha de ser peor, supongo, lo pienso y ya siento un dolor de cabeza que el calor despierta en mí por estas temporadas. Me queda solo la resignación y soportar el calor, el bochorno y extrañar el invierno, la niebla, la garúa, el paisaje difuso que se ofrece lleno de misterios a nuestros ojos. De vacaciones, sin embargo. Así que por estos días me he vuelto un feroz consumidor de películas, quizá ya no como hace seis años en que veía tres o cuatro películas continuadas y terminaba más confundido que chino en Francia. Pero una o dos películas por día no está mal.










   Por ejemplo, hace unos días visioné Que el cielo la juzgue por tercera vez. Debo reconocer que la película crece en mi gusto cada vez que la veo. Este melodrama de buena ley, dirigido por John M. Stahl allá por 1945, contó con la presencia perturbadora de una de las mujeres más bellas del cine, la nunca bien ponderada Gene Tierney (¿es que alguien podría olvidar sus personajes en El fantasma y la señora Muir o en Laurao en Al filo de la navaja, por mencionar tres de sus películas?). La actuación de mujer malvada y posesiva que hizo en el film, la llevó a ser considerada como candidata al premio Oscar, lo que de alguna manera demostraría que no solo era una cara bonita sino una actriz talentosa. Estamos, pues, ante una película impagable y que no envejece, a pesar de los casi setenta años que han transcurrido desde su filmación.













   En estos afanes cinéfilos han desfilado filmes como Susana (carne y demonio)de 1950, Él de 1952 y Ensayo de un crimende 1955, los tres de Luis Buñuel; Annie Hall de 1977, Manhattan de 1979 y Zelig de 1983 del prolífico Woody Allen; Que verde era mi valle de 1941, El hombre quieto de 1952, ambas de uno de los más grandes directores de todos los tiempos, si no el más grande, me refiero a John Ford; Triple agente de 2004 de Éric Rohmer; un film de 1929, cine mudo y experimental, El hombre de la cámara del ruso Dziga Vertov; Alfred Hitchcock no podía estar ausente, de él visioné Los pájaros de 1963 con Tippi Hedren (la madre de Melanie Griffith) en el protagónico; Los inocentes de Jack Clayton de 1961, que es la mejor versión fílmica de la novela corta de Henry James: Otra vuelta de tuerca. Bueno, son algunas de las películas que en estos días he vuelto a ver junto a Rita,  pero como no se trata de elaborar una lista exhaustiva, menciono las que acudieron prestamente a mi recuerdo y con la esperanza de que lo tomen como una invitación a frecuentar estos gradísimos filmes.
















   Tal vez me esté exigiendo mucho, pero lo intentaré. Quizá el contar con más tiempo libre me ha hecho tomar la decisión de seleccionar en mi biblioteca un grupo de novelas que esperó releer en estos días calurosos. Tal vez sean ideas mías, pero me parece que la hora más conveniente para abordar la lectura es de madrugada, cuando Rita y Kathia aún duermen merecidamente. Son momentos tranquilos y silenciosos donde la temperatura agradable y propicia permite sumergirse en las páginas de estos libros, en realidad, de lo que se quiera leer. La lista de novelas es la siguiente:

1. El juguete rabioso de Roberto Arlt.
2. La condición humana de André Malraux.
3. Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar.
4. Paisaje de nieve de Yasunari Kawabata.
5. Confusión de sentimientos de Stefan Zweig.
6. Los monederos falsos de André Gide.
7. Las palmeras salvajes de William Faulkner.
8. Los cuadernos de Malte Laurids Brigge de Rainer María Rilke.
9. El gran Gatsby de Scott Fitzgerald.




   Por estos días ando leyendo con deleite, ya que hablamos de lecturas, el reciente libro de Jorge Eslava: Un placer ausente (apuntes de un profesor sobre la lectura escolar). El libro es curioso, contiene una novela, un cuento, entrevistas, conferencias muy bien entrelazados y de lectura agradable. Entre la mucha información que contiene, hay una que se llevó mi atención y curiosidad, en la página 143, en una nota a pie de página, el autor menciona a un cuadro de 1560 cuyo autor es  Pieter Brueghel, el Viejo, el cuadro en mención es el impresionante Juego de niños, óleo sobre madera cuya dimensión es de 118 X 161 cm. En él podemos ver una vista panorámica de un pueblo donde unos doscientos cincuenta niños juegan.  











   Los estudiosos de esta maravillosa pintura han identificado ochentaiséis juegos. Si uno aguza bien la vista, reconocerá en ella juegos tan populares como el del trompo (figuras 58 y 59), los zancos (figuras 47 y 66), el caballito de palo (figura 11), montar caballo en una baranda (figura 44), el capachún (figura 31), las bolitas o canicas (figura 55), la gallinita ciega (figura 25), equilibrio con un palo (figura 63), trepar árboles (figura 54), jugar con aros (figura 17), lingo (figura 32), hacer burbujas con jabón (figura 5) y muchos más. Como se verá, cuatrocientos cincuenta años después, algunos de esos juegos todavía se practican hasta el día de hoy (quiero creer que esto es cierto).






















   El cuadro de Brueghel me hizo recordar que aquí en el Perú, tanto Huamán Poma de Ayala como Martínez Compañón dejaron documentos visuales (dibujos y pinturas) sobre algunos juegos que se practicaban en el antiguo Perú. Hay un dibujo de Huamán Poma que representa a un joven lanzando un trompo (o peonza) y Martínez Compañón tiene una pintura donde unos jóvenes juegan Tres en Raya que según he averiguado es muy parecido a ese juego que nosotros llamamos como Michi.








   Ahora que hablamos de juegos y de los juguetes, se me viene al recuerdo uno de los grandes pintores peruanos contemporáneos, Gerardo Chávez, él tuvo la ocurrencia de comprar una casona colonial en Trujillo, acondicionarla para que en ella funcione el único museo dedicado al juguete no solo del país sino de toda Latinoamérica, en él se exhiben juguetes de diversa procedencia y muy antiguos que el mismo pintor fue adquiriendo en sus múltiples viajes o que llegaron al museo  producto de donaciones: así podemos encontrar juguetes prehispánicos, soldaditos de plomo, carros de cuerda, muñecas de porcelana, trencitos de metal, caballos de madera policromada y muchos otros juguetes más, en algunos casos, únicos. Fascinante.













   Recuerdo que cuando niño casi no había espacio para el aburrimiento, contábamos con diversos juegos y con juguetes que muchas veces uno mismo los fabricaba (la cometa de carrizo o sacuara, el cambucho de papel periódico o de hoja de cuaderno, el run run de chapa y pabilo, la canga de palo de escoba…). En esos tiempos había, por lo demás, un sentido de pertenencia a un grupo y compartíamos juegos con los amigos. En ese aspecto desarrollábamos más y mejor nuestra sociabilidad, incluso, como había la sensación de una mayor seguridad en las calles, podíamos jugar en ellas con la certeza que después regresaríamos a casa sanos y salvos. Jamás olvidaré que hubo días en que los padres parecía que se habían olvidado de los hijos y no nos llamaban, nosotros complacidos aprovechábamos de esas oportunidades para sentarnos en círculo todos los mozalbetes y, en medio de la oscuridad de la noche, meternos miedo al contarnos escalofriantes historias de terror: el padre sin cabeza, María Marimacha, la Viuda Negra, La Llorona, por ejemplo.







   Mencioné que los niños de entonces teníamos diversos juegos. Efectivamente, los hubo, y espero que los siga habiendo, a pesar de la presencia dominante de la tecnología que más que ayudar a relacionarnos con los demás, pareciera que nos aísla y nos vuelve muchas veces peligrosamente dependientes (no la tecnología al servicio del hombre, sino el hombre al servicio de la tecnología). Entre los muchos juegos que recuerdo estaban aquellos que, digamos, eran casi territorio de los varones, mencionaré a la canga o también llamado palito chino, el trompo, el bolero, las cometas, el lingo, las canicas. Juegos de mujeres eran los yaxes, la liga, el famoso Don Sequi, las clásicas muñecas y las cocinitas. Los juegos compartidos tanto por niños y niñas eran la pega, las escondidas, matagente, bata, el yo-yo, la gallinita ciega, el Matatiru Tiru La, el run run, el mundo (que en otros lares llaman rayuela o avión), las rondas (el famoso Arroz con leche), los siete pecados.







   Aparte de los juegos mencionados, estaban los deportes como el fútbol y el vóley (que a falta de lugares aparentes se jugaban en las pistas o en algunas de las muchas pampas que por entonces habían) o lo que entonces se conocían como chistes, que era la manera antigua como se llamaban a los comics, recuerdo que por esos años circulaban sobre todo los de editorial Novaro hasta que fueron prohibidos por el gobierno del general Velasco Alvarado acusándolos de alienantes.







   Como una suerte de pequeño homenaje a esos viejos tiempos de la infancia, tengo en mi escritorio una diminuta canga que yo mismo fabriqué (asunto no muy difícil por cierto) y un pequeño trompo o peonza obsequio de un alumno. Junto a ellos tengo ahora, lo que podría ser el inicio de una pequeña colección, a Flash (un obsequio de cumpleaños de mi hermano Arturo), personaje de mi infancia cuyas aventuras alimentaron mi imaginación de niño a través de los chistes. Sirvan, pues, estas líneas para recordar a esos juegos y juguetes que tanto tuvieron que ver con nuestras vidas.










   Continuará…




                                              Morada de Barranco, 17 de enero de 2014.






ARTURO CORCUERA: EL POETA, EL HOMBRE GENEROSO

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                                                                                    Para buscar imágenes
                                                                                    me sumerjo en el sueño…
                                                                                                 Arturo Corcuera



   Conocí a Arturo Corcuera el año 1991, pero sabía de él desde mucho antes. Sabía que era un poeta de la llamada Generación del 60; que fue muy amigo del siempre joven Javier Heraud; que alquiló una casa en la Bajada de los Baños de Barranco, a inicios de los 60, y que esta casa fue bautizada con el grandilocuente nombre de La Casa de la Poesía; que en La Casa de la Poesía se reunían los jóvenes aedas peruanos atiborrados de sueños y poemas; que a esa casa que todavía existe invitaban a grandes poetas como Pablo Neruda y Nicolás Guillén...










   Cuando me presentaron a Arturo Corcuera, estaba él sentado sumido en un silencio que llamaba mi atención, que llama hasta ahora mi atención. Sus ojos eran sí más expresivos, escrutadores y su característica melena gris que me hacía recordar al gran Alberti. Ahí fue que vi por primera vez una típica pose en él: el dedo índice estirado sobre su mejilla, el pulgar debajo de la mandíbula y los otros tres dedos agazapados sobre sus delgados labios. La imagen perfecta de la serenidad.




   Entonces trabajaba el poeta en la desaparecida Asociación Cultural Peruano-Soviética cuyo local se ubicaba en una esquina de la avenida Salaverry. ¿Por qué es que llegué allí? Pues me habían programado para un recital de poesía, de la joven poesía peruana que entonces dio en llamarse Generación del 90. Era ya noche, lo recuerdo, la gente entraba y salía del local y eso acentuaba mi nerviosismo. Solo atiné a estrecharle la mano y no recuerdo si dije algo, lo más probable es que me quedara callado. Unos días después, junto a unos amigos, lo visité en el mismo local y, en su oficina, por fin pude hablar algo y sobre todo escucharlo, porque Arturo Corcuera puede parecer un hombre callado y sumido en sus pensamientos, pero tenía mucho que contar. Esa tarde salí contento luego de la charla porque había logrado que el poeta Corcuera se comprometiera a entregarme, en una visita próxima, un poema suyo, cuya temática era motivo de arduas pesquisas.




   La siguiente visita, varios meses después, fue a su casa de Santa Inés, en Chaclacayo. Junto con dos amigos llegué por la mañana a la casa del poeta. Quedé sorprendido por el interior de ella, pensé inmediatamente en un museo por la cantidad de objetos artísticos, muchos de ellos  relacionados con los personajes de su libro Noé delirante. Fuimos conducidos amablemente por la esposa del poeta al jardín interior, simplemente una maravilla, un edén. Bajo una pérgola, donde se encontraban suspendidos racimos de uvas, nos sentamos alrededor de una mesa hasta que el poeta apareció.




   Fueron horas de amena conversación. Arturo desmadejó su memoria y nos ofreció muchos de sus recuerdos a manera de anécdotas, desfilaron ante nosotros en la voz pausada del poeta Corcuera personajes como Javier Heraud, Alberto Hidalgo, Xavier Abril, César Calvo, Vicente Aleixandre, Pablo Neruda, Tilsa Tsuchiya, José Santos Chocano, Juan Ramón Jiménez, incluso contó algunas historias vividas con un auto que cuando joven compró y lo bautizó con el nombre de Platero… Aún recuerdo que ante una pregunta mía, me respondió con seguridad que Juan Ramón Jiménez era su poeta predilecto.




   Si algo me emocionó de esa visita es que en medio de ese jardín maravilloso rodeado de cerros le mostré algunos de mis poemas, él tuvo la paciencia de leerlos con detenimiento, de darme su opinión y de sugerirme algunas cosas. Seleccionó de todos ellos dos poemas míos que tuvo la generosidad de publicar en su revista Transparencia (N° 7). Era la primera vez que me publicaban y esa emoción, esa extraña sensación de ver algo tuyo impreso es algo que no he olvidado (¿cómo podría hacerlo?) y que siempre agradeceré al poeta Arturo Corcuera.







   Ese mismo día, le pedí que me autografiara su libro emblemático, aquel libro que cual arca lleva en su vientre una fauna particular y maravillosa, me refiero a su Noé delirante, ese libro mágico que contiene bellos poemas breves, chispas verbales cargadas de ingenio y lirismo puro y algunos hasta de política. Con su pluma (no de ganso porque no la alcanzó a usar, parafraseo un verso suyo) escribió estas bellas palabras en mi libro que en realidad es suyo: “A Orlando Granda, platicando bajo la parra que, además de uvas da también amigos y poemas. Domingo de enero por la tarde en el año del controvertido 1992. Fraternalmente, Arturo Corcuera.”
















   Las visitas continuaron, algunas veces incluso fui solo (yo que no soy de visitas) y en una de esas oportunidades le pregunté sobre un poema suyo dedicado a ese personaje cinematográfico llamado Tarzán (“es mi mejor poema”, me dijo muy seguro, “pero a quien admiraba no era a Johnny Weissmüller sino a un actor anterior a él”, complementó), recuerdo que llegamos hasta a hablar de fútbol y de su amor por Alianza Lima y en cuyo homenaje había publicado un libro de poemas de título bastante largo: La gran jugada / crónica deportiva que trata de Teófilo Cubillas y el Alianza Lima, libro que por entonces intentó reeditar, pero que lamentablemente no salió y me obsequió un ejemplar fallido del libro, ejemplar que yo conservo con correcciones de su puño.







   Así fue pasando el tiempo, las visitas se fueron espaciando, algunos encuentros casuales en recitales o presentaciones de libros, muy poco en realidad, poquísimo en estos últimos quince años. Hoy Arturo tiene setentaiocho años. Hace poco vi una entrevista que le hicieron para la televisión. Arturo Corcuera, ya casi al finalizar la entrevista, dice: “Yo, por ejemplo, me contentaría vivir dos años más, ochenta años. Ya después de ochenta años me parece hasta de mal gusto vivir. Ochenta, ochentaicuatro, deteriorándose…”. Me conmovió. Estas líneas en su homenaje, al poeta, al ser humano, al hombre siempre generoso.










   Continuará… 






                                         Morada de Barranco, 27 de enero de 2014.




¡AH, LAS ANÉCDOTAS!

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                                                                                       Es el tiempo
                                                                                       que escribe lo eterno.
                                                                                             Enrique Peña Barrenechea



   Las anécdotas, ¿a quién no le ha ocurrido un hecho anecdótico?, ¿quién no ha escuchado o leído anécdotas? Son de la vida diaria. Como bien sabemos, una anécdota es una breve narración sobre un hecho curioso, algunas veces hasta gracioso. Trato de rememorar alguna en mis veinte años de trabajo con adolescentes y al recuerdo se viene esta: Desarrollaba una clase del Realismo en el Perú y de cómo la Guerra con Chile había influenciado en los escritores realistas peruanos. Intercambiaba ideas con los alumnos sobre las batallas y los combates, hasta que llegamos al Combate de Angamos, los alumnos defendían acaloradamente su posición, muchas de ellas teñidas de chauvinismo. De pronto, una alumna, en medio de la discusión, con la picardía en el rostro, se levantó y dijo: “Tranquilos, no se peleen por quién perdió o ganó, lo importante es participar”. Suficiente, todo el salón al unísono (incluido yo) rompimos en una risa interminable. Es de todos los días, como lo decía.





   Corría la década del noventa, recuerdo que una tarde salimos Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y yo por las calles de Barranco para conversar y darle forma a uno de los números de Tocapus, la revista que coeditábamos. Mientras caminábamos acercándonos a Surco,  empezamos a contar anécdotas de todo tipo, de pronto Willy suelta una de antología. Voy a tratar de referirla como la recuerdo: Willy desarrollaba una clase sobre escritores y poetas peruanos contemporáneos, cada vez que mencionaba a uno de ellos, parece que Willy decía: “Es mi amigo”, “es mi amiga”. Tantas veces lo dijo, que uno de sus alumnos se para y a boca de jarro le suelta la ironía: “Usted es amigo de todos, ¿no?”. Willy a la velocidad del rayo le responde: “No, por ejemplo, tú no eres mi amigo”. Reímos los tres a mandíbula batiente.




   En una entrada anterior comenté que tengo una serie de hojas bond recicladas donde hace años solía pegar recortes periodísticos: cuentos breves, fábulas, curiosidades, anécdotas. Entre las muchas anécdotas de mis Bagatelas(así titulé a esas más de doscientas hojas), siempre tengo presente esta del gran escritor y cineasta francés Jean Cocteau, autor de la novela Los niños terribles:


   Cierta vez, alguien le formuló esta singular pregunta a Jean Cocteau: “Señor Cocteau, si su casa estuviese incendiándose y usted solo pudiera llevarse una cosa, ¿cuál sería esta?”.
   Monsieur Jean, ante tal interrogante “pirológico” meditó unos segundos y contestó: “En ese caso me llevaría el fuego”.





   Impagable. Otra anécdota es esta de dos colosos de la música y de la poesía: Richard Wagner y Charles Baudelaire:


   Wagner recibió un día a Baudelaire en su residencia con un elegante “robe de chambre” color amarillo. Se puso al piano y ejecutó una obra de la preferencia del poeta. Al terminar, después de una pausa, Wagner se puso una “robe de chambre” de color verde y ejecutó una nueva obra. La tercera pieza la interpretó también después de un breve descanso, luciendo otra “robe de chambre” color rosa.
   Conmovido, Baudelaire le dijo efusivamente al finalizar el exquisito recital de piano: “En la ejecución de los diferentes trozos musicales sin duda las ropas de variados colores expresan, simbólicamente, diversos caracteres”.
   Wagner lo miró sorprendido y le contestó: “Me he cambiado de ropa porque cuando ejecuto al piano transpiró mucho”.








   Por estos días leo salpicado, mejor dicho, releo un libro que había olvidado y que hace muchos años, hablamos de la década del ochenta, compré en el Centro, épocas en que muchísimas calles de la vieja Lima eran un mercado persa: 1 550 Anécdotas Musicales, una recopilación de Rodolfo Barbacci. No he olvidado la mañana fría en que vi este libro extraño, fue en una esquina de la avenida Abancay con jirón Puno, literalmente estaba en el suelo junto con otros libros (entre el lote de libros destacaba Cantos de Francisco Bendezú, en la edición de La Rama Florida del año 1971, que hoy también está en mi biblioteca).  El anecdotario es, en realidad, un libro para leer de a pocos, su cantidad apabulla, cansa si alguien se atreviera a leerlo de golpe, a mí por lo menos me ocurre y lo estoy releyendo por ratos, que creo que es la mejor manera de disfrutarlo. 





   Este libro editado en Lima, allá por el año 1964 (tercera edición) complementa algunas de mis curiosidades, curiosidades musicales, quiero decir, alguien que no solo se contenta con oír sinfonías, conciertos, sonatas, suites, valses, nocturnos..., sino en querer saber algo más sobre sus compositores, así esta información esté más para la leyenda, como suele suceder con muchas de las anécdotas. 






   Soy, pues, un melómano y considero que vivir sin música es imposible, por lo menos yo no podría. Recuerdo que Friedrich Nietzsche decía: "Sin música la vida sería un error". Bueno, esa frase la tengo como bandera, yo escucho de todo (aunque debo reconocer que la salsa no la soporto): en música popular mis gustos se dirigen sobre todo al rock, y en este campo mi admiración mayor es por The Beatles, lo he dicho muchas veces. Si hablamos de lo que se llama música clásica o académica, amo la música de Mozart, Schubert, Beethoven, Bach, Chopin…, pero de entre todos ellos, admiro la música del gran Johannes Brahms y justamente de este libro he escogido cuatro anécdotas que dicen muy bien como eran algunos de los rasgos de la personalidad de este genial compositor alemán. Por ejemplo, ácido, muy ácido:


   Cierto día Brahms recibió la siguiente invitación: “Venga a almorzar con nosotros  el domingo. Mi esposa y mi hija le entretendrán con música de doce a una y después almorzaremos”. A lo cual Brahms contestó: “Muchas gracias por la invitación. Llegaré a la una en punto”.






   Arisco y reacio a todo contacto social:


   Brahms era enemigo de las convenciones y compromisos sociales; detestaba las reuniones del gran mundo y trataba de toda forma eludirlas. Cierta vez, una dama de la sociedad vienesa organizó una reunión social en la cual contaba presentar como invitado de honor al ilustre compositor y, para ser amable y deferente con él, le envío con anticipación la lista de las personas que pensaba invitar, rogándole que tachase el nombre de cualquiera de ellas que Brahms no desease ver en la fiesta. Cuando la dama recibió la lista de vuelta, solo había un nombre tachado: el del compositor.






   Exigente con los demás porque él era exigente y perfeccionista consigo mismo:


   Un compositor de Viena había estrenado una ópera que gustaba al público, pese a sus vulgaridades y pocos méritos musicales. Creyéndose un gran compositor, en una ocasión que fue presentado a Brahms, entonces el compositor más importante y considerado, le preguntó porque nunca había compuesto una ópera.
   La razón es muy simple –respondió Brahms-. Opino que para componer para el teatro, y gustar actualmente, es necesario poseer cierto grado de estupidez. Siento que no tengo aún la suficiente.






   Incluso usar del humor negro contra sí mismo:


   Cuando Brahms padecía del cáncer al hígado, que posteriormente lo llevó a la tumba, fue a ver a su médico, el que le ordenó una dieta estricta. Le prohibió absolutamente todos los platos de la cocina vienesa, que tanto le gustaban.
   -Pero es imposible – dijo Brahms- esta noche tengo una comida con Johann Strauss.
   -No vaya, y asunto concluido- respondió el médico.
   -¡Bah! –concluyó Brahms- yo iré, haré de cuenta de que no os he consultado hasta mañana.





   ¡Ah, las anécdotas!, nos hacen sonreír y hasta reír. Son pequeñas historias que llegan y nos iluminan con su gracia. Pero también nos informan a pesar de que muchas no respondan a un rigor y exigencia de la realidad real, como suelen decir algunos. Hasta la próxima entrada.








  
   Continuará…



                                                     Morada de Barranco, 15 de febrero de 2014.





   

LECTURA, LIBROS, PELÍCULAS

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                                                                                          Vivo en conversación con los difuntos,
                                                                    y escucho con mis ojos a los muertos.
                                                                                                          Francisco de Quevedo





   Hace poco alguien escribió en un diario local que no recordaba a ningún adulto leyéndole cuando fue niño. Lo mismo puedo decir: no guardo en la memoria a una persona leyéndome historias de libros, revistas o lo que fuere, ni siquiera puedo decir que si ocurrió lo he olvidado. Simplemente, en mi caso, nunca sucedió.








   Añadido a lo anterior, diré que nunca, cuando niño, me enfermé de tal manera que guardara cama por largo tiempo, como suelen decir varios que de tanto decirlo ya se ha vuelto un cliché: cuando niño me enfermé y estuve varios meses en cama y mi única distracción era la lectura de Julio Verne y Emilio Salgari. No, tampoco me ocurrió. Yo fui alguien que descubrió tarde y mal a ambos escritores y es algo que me pesa.     








   Me enfermé, sí, de tos convulsiva y de paperas. Con las paperas sí guardé cama (por poco tiempo) y lo que más recuerdo de esos días es la radio de bakelita, pesada como un yunque (que conservo como una preciada joya) y donde mi madre escuchaba, desde temprano, un mano a mano entre Lucho Barrios y Pedrito Otiniano. Otra cosa que no olvido de esos días es el sabor, que entonces para mí era una tortura, de la famosa agua mineral San Mateo que mi madre me hacía beber como santo remedio.





   ¿Libros en la cama? No los recuerdo, en realidad no los hubo (de pronto se me viene la imagen del pequeño Huw de ¡Qué verde era mi valle!, enfermo, “tumbado” en su cama junto a una ventana, abandonado al placer del descubrimiento de La isla del tesoro y no se imaginan cómo lo envidio).  Los que me hicieron compañía fueron más bien los “chistes” (entonces así se le llamaba a los comics o tebeos) y poblaron mi mente febril de personajes que nunca olvidaría y ayudarían a desarrollar en mí, por ejemplo, un sentido de justicia inclaudicable.





   Si algo no he olvidado de aquellos lejanos días es la imagen de mi padre llegando a casa. Los domingos traía muy temprano en una mano el pan y en la otra un diario (El Comercio). Y por cierto mi propina, que un tiempo después serviría para ir religiosamente todos los domingos al cine (a la matiné, como se decía). Mi padre jamás perdió su condición de gran lector de periódicos: hoy tiene ochentaicuatro años y los sigue leyendo.








   Esos domingos de mi infancia eran muy especiales, no solo por la propina sino porque esperaba ansioso el periódico ya que su suplemento dominical traía una historieta, a toda página, que yo literalmente devoraba, me refiero a Benetín y Eneas. Tiempos aquellos en los que parecía que se vivía solo para descubrir y descubrir, para ir de sorpresa en sorpresa, esa capacidad que lamentablemente muchos pierden con el paso de los años, a veces tanto que se olvidan de todo aquello que los rodea y que forma parte de nosotros y nosotros de ellos. El maese Walt Whitman lo decía en su Canto de mí mismo (XXXI): Encuentro que en mí se incorporan el gneis, el carbón, el musgo de largos filamentos, las frutas, los granos, las raíces comestibles, / Y que estoy hecho enteramente de cuadrúpedos y aves, / Que he tenido motivos para alejarme de lo que he dejado atrás, / Pero que puedo hacerlo volver a mí cuando yo quiera…







   Hace poco recordé que fue mi padre quien me enseñó el abecedario y a silabear, de tal manera que cuando fui al colegio ya él me había adiestrado en las primeras letras. Nunca dejaré de asegurar que las historias que mi padre nos contó a mi hermana y a mí, cuando niños, en ciertas noches propicias, desarrolló en nosotros nuestro amor por la lectura, hizo que milagrosamente nos acercáramos a los periódicos, a los chistes y después a los libros sin ningún temor, más bien nos adentramos a ellos como a un territorio que nos cobijaba con sus aventuras e historias sorpresivas y sorprendentes. Definitivamente hay deudas impagables, esta es una de ellas y ha marcado nuestras vidas.





   Hace unos días visioné con Rita una película basada en una exitosa novela del australiano Markus Zusac: La ladrona de libros. No voy a decir si la película es buena, regular o mala, no es el momento. Lo que sí quiero comentar es sobre una de las escenas más bellas y conmovedoras del film, me refiero a esa escena de cuando una niña alemana llamada Liessel le lee diversos libros a un joven judío llamado Max que se encuentra muy enfermo y escondido en el sótano de los Hubermann, los padres adoptivos de Liessel, en plena Segunda Guerra Mundial. La lectura (o la palabra) como "medicina", como puente de salvación en los momentos más terribles de un ser humano: la vida y la muerte enfrentándose en una lucha cruenta que es asunto de todos los días.














   Curiosamente, apenas terminó la película, recordé que tenía dos o tres libros impresos en Alemania, muy antiguos, por cierto. Se lo comenté a Rita (son esos libros que a veces uno compra y sabe que no los va a poder leer, no por lo menos en esos momentos). Hasta ahora, en verdad hablando, no sé ni cómo es que los recordé, ni menos qué me impulsó a buscarlos, el asunto es que inicié su búsqueda inmediatamente en mi biblioteca, y el primero y único que hallé ahí estaba, ante mis ojos (como antes lo estuvo ante otros ojos que ya no están más sobre la faz del tercer planeta): delgado, cargado de años y dispuesto a ofrecerme alguna sorpresa o coincidencia. 





   El libro es una de las primeras obras de Rainer María Rilke (el escritor checo de lengua alemana) y se titula: Die Weise von Liebe und Tod des Cornets Christoph Rilke (El canto de amor y muerte del corneta Cristóbal Rilke). La bella edición está impresa con letras góticas, lo que acentúa, para mi gusto, su belleza. Al ver el año de impresión, definitivamente quedamos sorprendidos: es de Leipzig y corresponde al año 1899 (como se puede constatar en las fotos). Lo que recuerdo de su adquisición es que lo compré en una pequeña librería de viejo del centro de Lima, en la calle Azángaro, a media cuadra de la iglesia de Los Huérfanos y del Parque Universitario. Bueno, la librería ya no existe, esta desapareció a la muerte de su dueño, el señor Muñoz, el gordo Muñoz, una de las leyendas de una Lima que también ya desapareció.











   Lo que llamó la atención de Rita y también la mía es que el libro posee una breve dedicatoria casi ilegible, hecha con lápiz y que fue realizada en Munich, un 29 de julio de 1938, justo por los mismos tiempos en que Liessel aprendía a leer y escribir para luego dedicarse a leeele a Max en la ficción. ¿Quién escribió esa dedicatoria?, ¿a quién está dedicado? Incógnitas que nunca se resolverán. Sin embargo eso no fue problema para que, inmediatamente, se me ocurriera que ese bello librito bien pudo haber sido uno de aquellos que Liessel leía y pronto sentí como que aquel curioso objeto se llenaba de una aureola especial, sagrada, única. ¿Locura? Libertades, diría yo, que a veces se toman algunos cuando rompen los límites entre realidad y fantasía, libertades que un devoto lector está acostumbrado a hacer de manera natural, en fin, acciones que se toma un amante incondicional de los libros como lo soy yo, gracias a mi padre.









   Continuará…





                                                      Morada de Barranco, 27 de febrero de 2014.





BARRANCO: LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA

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              Miré los muros de la patria mía…
                       Francisco de Quevedo





   Esto de llevar un blog es apasionante, pero a veces puede resultar estresante. Sobre todo si uno se ha propuesto una periodicidad para colgar entradas. En mi caso deben ser dos textos por mes. Cuando me lo propuse, hace ya más de dos años de ello, me resultaba adecuado y el tiempo apropiado para preparar los textos y las fotos (muchas de ellas son mías). Sin embargo, conforme ha ido pasando el tiempo me resulta cada vez más difícil cumplir. A veces los temas escasean, en otros momentos sucede como que las ganas de escribir están ausentes. Pero con todo, más puede el compromiso con uno mismo de no fallar.





   Algo que me tenía preocupado era que habían transcurrido las dos terceras partes del mes y no había escrito nada y no se me ocurría tampoco nada. Pero no se trata de hacer una tragedia, conque me diga “cuelga en tu blog solo cuando haya necesidad de hacerlo”, sería suficiente y asunto arreglado, como me lo dijo cierto día mi hermano Arturo. Pero veamos qué pasa en el transcurso.




   Mientras tanto aquí estamos, y veo que algo va saliendo. Por ejemplo, una preocupación que no me abandona, una preocupación que va de la mano con la indignación: el ver cómo cada instante que transcurre va ocurriendo la tragedia de la destrucción del mundo que he habitado durante toda mi vida. Efectivamente, hablo de Barranco, mi morada: ese espacio que me vio, si no nacer, crecer, desarrollarme, construir mi vida.




   ¿Pero qué tan grave puede ser? Pues supongo que tan grave como su inminente desaparición a manos de gente, de empresas constructoras (básicamente), ante las cuales las autoridades se muestran laxas, incompetentes (por decir lo menos), pues ante sus ojos se desarrolla ese espectáculo indigno, reprochable (pero supongo que “legal” bajo vaya a saber qué argucias) de cómo hacen de nuestro distrito campo de sus puros intereses económicos, es decir, el dinero transformado en el único dios que respetan. Debo entender que hablar de otras cosas que no sea del vil metal será  para ellos sánscrito.










   Entonces los que vivimos en este pequeño territorio junto al mar somos testigos invadidos muchas veces por la desesperanza de ver cómo Barranco es cada vez más otro sitio, otro espacio ajeno a nuestras vidas: ya no más ciertas calles cuyo perfil arquitectónico no solo era material sino habitante de nuestras memorias, algunas de ellas las más puras, las de los descubrimientos de nuevos mundos para nuestras vidas. Casas destruidas (oh, esos maravillosos ranchos de adobe, yeso, quincha y madera en vías de extinción) y en su lugar ver a gigantescos edificios que muchas veces nos roban el panorama donde a la distancia se pierden (o debo decir perdían) nuestras miradas cargadas de sueños; plazas desaparecidas sin ningún sentimiento de culpa, espacios verdes alterados por una supuesta modernidad sin gusto y sin arte; una ciudad literalmente partida, la nuestra, por el Metropolitano: Barranco se está convirtiendo cada vez más en un lugar sin personalidad, se está (y es una lástima decirlo no solo por Barranco sino también por Miraflores) miraflorizando. Y nadie pareciera mover un dedo. O tal vez ocurra que todo aquello que se está haciendo es insuficiente.






   Continuará…





                                               Morada de Barranco, 19 de marzo de 2014.   




ALGUNAS LIBRERÍAS DE VIEJO DE LA VIEJA LIMA

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                                                                                          Eran todos hombres de letras…
                                                                                                                 Alfonso Reyes



   Marzo ya termina, como jugando está transcurriendo la tercera parte de este año. Hace ya casi un mes que se iniciaron las clases en el colegio y pronto empezarán los exámenes mensuales. Este 2014 (como desde hace seis años) tengo con los alumnos de 5to (aparte de Literatura) una hora de Filosofía a la semana. Un curso que me fascina y que me deslumbra cuando investigo, por ejemplo, algo más sobre los presocráticos: los albores de la filosofía y las indagaciones de los cosmólogos. Apasionante.




   Mientras revisaba material bibliográfico para preparar las clases del curso, algunos por primera vez, encontré entre varios libros, un librito, probablemente uno de los más antiguos de mi biblioteca, comprado apenas acabada mi educación secundaria. Me refiero al tomito del maese Alfonso Reyes titulado La filosofía helenística. Al ver nuevamente el pequeño libro (un breviario del FCE: pasta dura, hojas blanquísimas, casi papel de biblia), acudieron inmediatamente los recuerdos de aquellos tiempos en los que recorría todo el centro de Lima hambriento de libros, escudriñando librerías, indagando sobre todo por algunos títulos míticos y de leyenda de la poesía. También novelas y cuentos. Esa Lima de mis búsquedas de adolescente que ya no existe, hoy es otra ciudad: más grande, más poblada, más diversa.




   Por el tiempo transcurrido, no recuerdo con exactitud si el libro mencionado lo compré donde el señor Muñoz (en el jirón Azángaro) o donde el señor Laguna (en jirón Puno), ambos libreros de viejo, ambos ya desaparecidos y con ellos toda una época. Y es cierto, por ejemplo, la manzana donde se ubicaba el pequeño local del señor Muñoz ha sido demolida, ahora es un parque y la calle Apurímac ha perdido ese aire cerrado de calle angosta con curva. Calle que me llevaba en ciertas tardes (casi noches ya) hacia el local del Felipe Pardo y Aliaga, que funcionaba entonces como cine y estaba a la espalda del impresionante edificio de lo que fue el Ministerio de Educación. Viejos tiempos de libros y de cine.










   Cerca de esa diminuta librería de viejo del buen Gordo Muñoz, apenas a media cuadra, se hallaba (se halla en realidad) una pequeña iglesia colonial de estilo rococó y de planta ovalada (única en Lima), hablo de la pequeña iglesia de Los Huérfanos (ubicada en la esquina de Azángaro y Apurímac). En el atrio de esa iglesia colonial me ocurrió por esos ya lejanos días una anécdota que cuando se la conté, allá por 1994, al poeta Roger Santiváñez se desternillaba de risa. Resulta que a un señor que ahí barría, un día le pregunté con esa curiosidad por conocer algo más sobre la ciudad que habitaba: “¿La iglesia es colonial, no?”, y el señor me mira extrañado y con un tono pontifical me respondió: “No, es de Los Huérfanos”. Quedé en una pieza.










   Si hay un punto de Lima al cual guardo un afecto especial es ese, el que involucra a esas cuatro manzanas ubicadas entre La Colmena, Apurímac, Azángaro y Puno. Allí se concentraban algunas de las librerías de viejo que solía visitar de manera permanente. La primera vez fue allá por el año 1978. Fuerzo la memoria y recuerdo que pasando la calle Apurímac y el templo de Los Huérfanos, se hallaban hacia el lado izquierdo, casi a mitad de cuadra, la librería de Juan Mejía Baca (cada vez que por ahí pasaba buscaba a uno de sus más asiduos visitantes: el legendario poeta Martín Adán, nunca lo vi), fue precisamente en esta librería donde compré (entre varias publicaciones) dos libros que conservo como joyas mayores de mi biblioteca: Obra Poética Completa de Luis Hernández y La Casa de Cartón de Martín Adán. Pero Juan Mejía Baca no fue librero de viejo, fue librero, sí, y un respetado editor, amigo y albacea del poeta de Escrito a ciegas.










   Unas puertas más arriba de la librería de Mejía Baca, en la vereda del frente, si mal no recuerdo, se encontraba la librería Siglo XXI (o Cosmos, no lo tengo claro) que se especializaba en vender libros de la Unión Soviética, eran “libros tres b”; o sea, buenos, bonitos y baratos: un par de tomos de un Diccionario Filosófico, Obras Escogidas de Marx y Engels, algunas novelas de Tolstoi, Dostoievski y Lermontov, entre otros. Aclaremos que esta tampoco era librería de viejo.







   En la misma dirección de esta última librería, al llegar a la esquina de Azángaro con Puno, uno volteaba hacia la derecha y se encontraba bajo el balcón en "L" de la entonces tugurizada casa de Felipe Santiago Salaverry (el presidente más joven que tuvo el Perú, allá por el siglo XIX). En el zaguán de esta casona hoy restaurada, se encontraba la librería de viejo del aparentemente quisquilloso señor Laguna (ya bastante mayor cuando lo conocí): Ambas paredes cubiertas de libros y una larga mesa donde también se exhibían más y más libros: un paraíso donde se podía pasar horas de búsquedas ansiosas y encontrarse con joyas inesperadas. Fue aquí donde por primera vez compré un libro de viejo (en realidad fue mi padre). Me habían dejado una tarea sobre la Guerra Franco-Prusiana. Entonces mi padre tuvo la genial idea de comprarle al señor Laguna una biografía: Bismarck de Emil Ludwig, libro que hasta el día de hoy conservo como se puede ver en la foto. Esto sucedió allá por 1979. Hace una buena punta de años.










   Nunca olvidaré la vez aquella en que conversando con el señor Laguna, me contó muy orgulloso que por su local habían pasado muchos intelectuales, recuerdo que mencionó a Raúl Porras Barrenechea, Luis Alberto Sánchez, Martín Adán, Pablo Neruda. Cuando mencionó al poeta chileno, su memoria se abrió como un libro y me contó una anécdota que él celebraba mucho. El poeta chileno llegó acompañado y empezó a buscar libros antiguos, luego de ardua búsqueda, sus ojos de pronto se depositaron sobre uno con muchas ansias, esto lo percibió el librero y cuando el poeta le preguntó por el precio del libro, el señor Laguna no solo duplicó el precio sino que lo multiplicó y Neruda sin chistar pagó el precio y comentaba que ese libro lo había buscado por muchos países hasta encontrarlo en Lima. Sonrisa de por medio, me decía el señor Laguna: “El libro lo tenía hacía buen tiempo y hasta había pensado deshacerme de él, pero llegó Neruda y cargó con el libro y yo hice un buen negocio”.




El primer libro de poemas que compré fue 20 poemas de amor y una canción desesperada, una edición de editorial Losada, los poemas iban acompañados de unas ilustraciones de Raúl Soldi, sencilla y bella edición. Tengo nítida todavía en la memoria la tarde aquella en que, luego de una clase en la que leímos el poema veinte, me fui a Lima en busca de ese libro que contenía el poema más intenso y bello que hasta entonces había leído. Pablo Neruda se había vuelto un dios.





   Para variar me dirigí hacia los lugares consabidos, nadie tenía el poemario. Pero en el mismo jirón Azángaro, una cuadra antes de La Colmena, frente al Parque Universitario, se hallaba otra librería de viejo también hoy desaparecida, funcionaba (como la librería del señor Laguna) en el zaguán de una vieja casa republicana. El dueño, una persona servicial cuyo nombre he olvidado, me sacó el libro y con una módica suma de dinero lo adquirí. Regresé a casa emocionado, tenía un objeto sagrado en mis manos y no me había costado demasiado. Esa era la ventaja que uno tenía entonces como comprador, estos señores te vendían los libros sin afán de exprimirte. Eso ha cambiado ahora, rotundamente (salvo contadas excepciones). Entre otras cosas, por eso se les extraña.









   Hubo dos libreros más por las cercanías. Uno, que al poco tiempo de visitarlo, cerró. Se encontraba a una cuadra de la librería de Juan Mejía Baca, en la misma recta, pero cruzando el jirón Puno. La otra librería se encontraba en el jirón Apurímac, hacia el jirón Lampa. El dueño era un señor ya mayor, colorado, alto, con anteojos, muy hablador y de apellido extranjero que he olvidado. Alguna vez me contó, cual si fuera una hazaña, que él había visto de joven al poeta Chocano, parado en una esquina, pensativo, elegante, bastón en mano, por la avenida La Colmena. Sus palabras denotaban una profunda admiración por el Cantor de América, hablaba de él como si fuera un dios… En fin, hay tanto por recordar.







   Pero no fueron los únicos, hubo más libreros de viejo en la vieja Lima. Solo he recordado a un puñado de ellos, los que tuvieron que ver con mi vida de adolescente y sus afanes, personajes que me marcaron y en cuyo recuerdo van estas palabras afectuosas, agradecidas, muy agradecidas.






   Continuará…


                                           Morada de Barranco, 30 de marzo de 2014.




   

COSTA, SIERRA Y SELVA: TRES RELATOS ORALES

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       ¿Los ha compuesto un tejedor, un alarife, un carpintero, un labrador, un herrero?
                                                                                                                  Azorín





   En varias oportunidades he comentado sobre el gusto que sienten los jóvenes escolares cuando se les cuenta historias, cuentos, anécdotas, leyendas, mitos. Es un buen recurso para motivarlos en el desarrollo de las clases (sobre todo si el tema que se viene es árido) y para inducirlos hacia la lectura y para que se sacudan, de manera placentera, de ciertos prejuicios sobre esta, entre otras cosas.




   En estos días, por ejemplo, en el desarrollo de las clases de Literatura y de Filosofía, con los alumnos de 5to año, empleo los riquísimos y motivadores mitos grecorromanos. Hay que verles las caras de contentos, los ojos llenos de un brillo especial cuando se les dice que un nuevo mito de Grecia o Roma es el que se les va a contar. Aunque ya se lo esperan porque los temas que se están desarrollando son sobre Literatura Clásica y los inicios de la filosofía occidental.




   Con 4to año empleo, sobre todo, la poco conocida mitología prehispánica de nuestro país, pues en este grado se estudia Literatura Peruana. Entonces, en un afán de crear una atmósfera propicia para el desarrollo de los temas, hago desfilar una serie de mitos y leyendas de nuestro antiguo territorio.




  Con los alumnos de 1ro, 2do y 3ro de secundaria utilizo historias de procedencia diversa, aunque también no desaprovecho la oportunidad de contar muchas historias que expresan la cosmovisión de los diversos grupos humanos que han habitado nuestro territorio desde épocas inmemoriales (pienso, por ejemplo, en Caral con sus 5 000 años de antigüedad).




   Hoy quiero, justamente, embarcarme en tres viejas historias del Perú, historias que por cierto he contado durante años y que han servido un poco (o mucho) para que los jóvenes puedan reconocer los múltiples rostros de nuestro pueblo, reconocer que esas historias, cuyo origen que se pierde en las oscuridades luminosas de los viejos tiempos prehispánicos (en algunos casos), explican los orígenes de su entorno y nos explican a nosotros mismos, hombres del siglo XXI.




  Por eso es que, más que oír mi voz, quiero que en esta oportunidad se oigan esas voces desconocidas que emergen de espacios temporales lejanos, pero tan actuales y necesarias: el primero de ellos es un relato mochica, es decir, una antigua historia de la costa. El segundo relato es de la sierra, cuenta los orígenes de la cultura Chavín, maravilla que tuve la oportunidad de conocer el año pasado, visita que sirvió para alimentar, más aún, la admiración y el respeto por ese pueblo que supo trabajar la piedra. El último relato es de nuestra misteriosa e inextricable selva, es un relato aguaruna que cuenta cómo es que aparecieron en ese territorio el jaguar, que nosotros los peruanos llamamos también otorongo.




  Van, entonces, estas tres historias.




LA IGUANA Y LA LUNA


   Hace muchos años, pero muchos años, en la costa norte del Perú, cuando el Perú no se llamaba así, existió un pueblo laborioso que construyó en medio del desierto enormes pirámides con barro. Los mochicas, que ese es el nombre de este pueblo trabajador y creativo, eran magníficos agricultores pues convirtieron grandes extensiones de desierto en tierra cultivable, y también eran magníficos ceramistas, orfebres y tejedores.




   Los mochicas tuvieron muchos dioses, pero la  divinidad a la que más adoraban era la Luna, a quien llamaban Si y era considerada más poderosa que el Sol.




   Sucedió que un día amaneció como nunca, el cielo estaba limpio, tan limpio que ni un brochazo de nube adornaba el firmamento.  Sólo el Sol esplendoroso brindaba su luz y su calor. Y así pasaban los días, pero todos los días eran iguales. Ni una nube en el cielo, solamente el poderoso Sol castigando con sus rayos que caían como metal derretido.




   Durante mucho tiempo dejó de llover. La sequía ya empezaba a apoderarse de las tierras de cultivo y amenazaba de muerte a todos los seres vivos: muchos árboles se secaban, algunos animales abandonaban el territorio en busca de mejores tierras. La misma gente pensaba que también tendría que hacer lo mismo si es que no quería morir, pero la pena de abandonar sus humildes casas, sus magníficos templos y sus tierras demoraba la marcha.




   Como ya no había casi qué comer y beber, el sacerdote imploraba desde una pirámide a la Luna el regreso de las nubes y con ellas las lluvias. Nada. Hizo sacrificios de animales, incluso de prisioneros, para que el corazón de la Luna se apiade de sus hijos. En vano. La Luna estaba sorda a los pedidos de su pueblo.




   Cuando ya todo parecía perdido, sucedió algo sorprendente. Dos niños del sufrido pueblo mochica jugaban, jugaban despreocupados como lo hacen los niños de cualquier tiempo o lugar. 




   Cada uno de ellos contaba sus frijoles de colores para ver cuál de los dos tenía más… de pronto, algo distrajo su atención, era una iguana verde que descansaba sobre un tronco seco de algarrobo. Los niños se olvidaron de los frijoles de colores, se olvidaron de la competencia, se olvidaron de todo y empezaron a perseguir al asustado animalito.




   Tan entusiasmados estaban los niños por atrapar a la iguana, que no se dieron cuenta que se alejaban del pueblo. Y corrían, corrían detrás de la iguana. Esta para escapar de sus perseguidores se metió a un hueco que había en la tierra. Inmediatamente los niños empezaron a cavar con sus manos, se ayudaron con piedras, con ramas secas, con lo que hallaron para agrandar el hueco y sacar al reptil. Pero no lo encontraron.




   Entonces sucedió que los niños descubrieron que la tierra del fondo del hueco estaba húmeda. Emocionados llamaron a gritos a la gente del pueblo. Pero nadie podía escucharlos porque estaban algo alejados, así que uno de ellos tuvo que regresar y avisar del hallazgo a los mayores.




   Cuando los mayores recibieron la noticia del hallazgo, no lo podían creer, en realidad no lo querían creer porque pensaban que sólo era un juego de niños, pero tanta fue la insistencia del niño que decidieron acompañarlo hasta el lugar con algunas herramientas.




   Al constatar, que efectivamente, al fondo del hueco había tierra húmeda, cavaron y cavaron hasta que sorpresivamente salió, como si fuera una pequeña palmera, un chorro de agua. Tanta agua había que el sediento pueblo mochica pudo saciar su sed, regar sus casi abandonadas chacras y sembrar de nuevo. Ése fue un día de fiesta inolvidable.




   Al día siguiente, como un acto de justicia, los mochicas hicieron una estatua de la iguana con el mismo barro del pozo. Una vez hecha la imagen, la llevaron a la pirámide donde estaba el altar de la Luna.  Sacaron la escultura de la diosa Luna, que no les había ayudado durante la sequía, y en su lugar colocaron el de la iguana que les había salvado la vida y a la que llamaron Fur. 





LOS YACURUNAS

     Todas las mañanas el Sol salía complacido de ver cómo resplandecía su luz en las nieves eternas de la cordillera, amaba el verse reflejado en las lagunas que se cobijaban en las altas cimas como espléndidos espejos.




     Por esos lejanos tiempos, el viento dormía apaciblemente entre los riscos y las grandes profundidades de los Andes, otras veces confiado abandonaba su morada y se alejaba para jugar alegre con las aguas de los inmensos océanos.




    Pero ocurrió que un día ese viento apacible de la Cordillera de los Andes se reveló contra el dios Sol: sucedió que un día vio, como nunca lo había hecho, la belleza de las cimas de la cordillera iluminadas por el Sol y quedó muy enamorado de esas inmensas alturas donde el cóndor es amo y señor.




    Mas al ver su amor no correspondido, preso de los celos, el viento abandonó su serenidad, salió de su morada con furia mal contenida, como quien escapa de un largo encierro.




    Fue así como las cimas de la Cordillera de los Andes se vieron cubiertas de pronto por un manto oscuro: grandes tempestades invadieron las montañas, los truenos estallaban incansablemente en tanto el cielo se iluminaba con furiosos relámpagos y una lluvia pertinaz alimentaba la cólera de los ríos que impetuosos y turbios invadían la selva provocando destrucción.




    El Sol molesto por la rebeldía del viento, iluminó los Andes como nunca antes lo había hecho. Un calor insoportable derretía las grandes nieves, enormes bloques de hielo se desplomaban de los nevados, las lagunas antes quietas como espejos se desbordaron haciendo temblar la tierra, arrastrando rocas, grandes trozos de montañas, todo lo que encontraba a su paso causando ruina y desolación.




    La selva toda se cubrió de lodo. Árboles gigantescos se elevaron, reptiles extraños habitaron sus troncos y ramas. Animales jamás vistos aparecieron en la húmeda selva: gigantescas boas, rugientes jaguares, ya nada fue igual, ahora todo era miedo y espanto.





    Así fue como la muerte llegó a la selva, y muchos de los yacurunas, gente laboriosa que desde hacía tiempo vivía en ella,  perecieron arrastrados por las inundaciones, devorados por esos extraños animales o por fiebres desconocidas.




    Los yacurunas que sobrevivieron se vieron obligados a abandonar sus casas, alejarse para siempre de la selva amenazante y terrorífica. Así empezó la gran travesía. Pero ni aun escapando de ella estuvieron a salvo.




    En medio de una espesa niebla, muchos más murieron en el camino: algunos perecieron ahogados en los torrentosos ríos o devorados por las insaciables pirañas,   otros murieron en los pantanos atacados por feroces reptiles o cuando ya pensaban que estaban seguros se vieron picados y devorados por miles de grandes y voraces hormigas conocidas como tambochas. El sufrimiento parecía no tener fin.




    Sin embargo, a pesar del dolor y la presencia de la muerte que los acechaba, los más fuertes y aguerridos continuaron con la larga y lenta marcha hacia el Oeste, hacia las alturas, guiados por  el chauin, ave enorme que pese a las densas neblinas indicaba el camino con su fuerte graznido.




    Así abandonaron las inmediaciones del río Marañón, atravesaron elevadas montañas, caminaron por nuevas tierras donde el frío imperaba, esperanzados marchaban siguiendo la ruta del río Mosna hasta que por fin llegaron a una tierra que se extendía en las cercanías del río Huachecza.




    En esta tierra acogedora y benigna, los sufridos y aguerridos yacurunas fundaron una ciudad en la que construyeron un magnífico templo de piedra que contaba con una plaza circular y al que ornamentaron con impresionantes y coloridas piedras esculpidas en homenaje a sus dioses.




    Los yacurunas bautizaron a esta tierra fértil y apacible como Chavín, en homenaje a esa gigantesca ave que generosamente los guió a este nuevo territorio desde la peligrosa  e insegura selva.




    
EL OTORONGO Y LOS AGUARUNAS

   Estaba un niño jugando, soplando hacia arriba cuando de pronto cayó cerca de él un animalito gracioso, era un cachorro hermoso y raro, jamás visto en la selva.




   El cachorro vivía ahora con el niño y su madre y creció un poco. Cuando la mamá iba a la chacra, el niño se quedaba en la casa, allí el cachorrito lo cuidaba. Pero sucedió que un día en que la mamá estaba trabajando la tierra, escuchó unos quejidos de su hijo. Abandonó el trabajo y se fue a su casa rápidamente. Al entrar a ella descubrió que el cachorro se estaba comiendo al niño.




   -¡No te comas a mi hijito, no te lo comas! – decía la angustiada madre.
   Cogió un palo y con él quiso matar al cachorro. Cuando le iba a meter un golpe, sorpresivamente el cachorro creció hasta hacerse un jaguar u otorongo adulto.



   Asustada, la mujer salió despavorida de su casa. El felino la perseguía con deseos de comérsela. En la persecución, el poderoso animal mató gente, ya sean hombres o mujeres y se los comía. Los más aguerridos aguarunas se reunieron para matar al jaguar, pero al final terminaron escapando de la furia del animal. Era imposible vencerlo: era fuerte, grande, astuto, veloz.




   Así fue como todos los aguarunas escapaban de la furia y hambre del jaguar. Entre los que huían se encontraba una muchacha que tenía una enorme llaga en la pierna. Ella escapaba con su madre, pero al ver la dificultad con que su hija corría, le dijo:
   -No puedes correr, mejor quédate y que el animal te coma.
   -Está bien – dijo la muchachita.




   La chica regresó a su casa y se encerró. Esa misma noche, el otorongo fue a su casa pero no pudo entrar. El felino le pidió que abriera la puerta y ella se negó. Entonces el jaguar se quitó una manta que llevaba en el lomo y que en la selva llaman puenuma, inmediatamente el animal se convirtió en hombre.
   -Abre la puerta- le dijo-, no te haré daño.




   La muchacha abrió la puerta. El felino que ahora era hombre se puso la puenuma y al instante se convirtió en jaguar.
   -No me tengas miedo, cásate conmigo- le dijo a la chica.
   La muchacha se quedó a vivir con el felino y cada vez que se volvía otorongo le lamía la herida de la pierna y de a pocos fue sanando.




   Como el jaguar salía todos lo días a matar, regresaba con mucha carne para la muchacha. Un día trajo tanta carne que al mostrarle le dijo:
   -Llama a tu mamá y dale esa carne. Yo voy a salir por varios días.
   Cuando la madre de la chica llegó, se alimentó con la carne, luego le dio a su hija una piedra y le tejió una escalera para subir a los árboles.
   -Calienta esta piedra- le dijo la madre-, cuando el otorongo esté dormido después de comer, se la metes en el hocico para que así se muera. Luego nos avisas soplando el caracol.




   La chica hizo caso a su madre. Cuando el jaguar regresó le preguntó qué era eso que estaba en el fuego,  ella respondió que era un camote. El animal comió y luego se echó a dormir con el hocico abierto, roncaba tremendamente. De eso se aprovechó la chica y le metió la piedra por el hocico abierto, después muy rápido se subió a un árbol gigantesco por la escalera que su madre había tejido.
   El jaguar despertó adolorido y sin poder respirar. Intentó subir por la escalera y no pudo. Allí no más se murió. La muchacha tomó el gran caracol y sopló para que la gente regresara.




   Pasado un tiempo, la chica dio a luz a un jaguar. Cuando los parientes de la muchacha se enteraron, quemaron al hijo. Pero cada gota de sangre que caía al suelo se convertía en otorongo y escapaba a la espesura de la selva. Los familiares de la chica tuvieron cuidado de que ya no cayera la sangre, pero como los dos primeros huyeron al monte, estos fueron el origen de que ahora hayan tantos jaguares u otorongos en la selva.





   Continuará…



                                                      Morada de Barranco, 18 de abril de 2014.



ALGUNOS APUNTES SOBRE EL DÍA DEL IDIOMA

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                                                                     Vas con tus claras ondas discurriendo...
                                                                                             Garcilaso de la Vega




   El 23 de abril de 1616 falleció el escritor español Miguel de Cervantes Saavedra, hace casi cuatrocientos años. En su homenaje y por su obra cumbre, “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”, es que celebramos el día del idioma, de nuestro idioma. Se dice de él que es el mayor escritor de la literatura de habla castellana, de allí lo de llamarlo hiperbólicamente y con justicia como el “Príncipe de los Ingenios”, pero también se le llama “Manco de Lepanto”, porque Cervantes, como has de saber, fue no solo escritor, también fue soldado y como tal peleó contra los turcos y de un arcabuzazo le quedó la mano izquierda inutilizada, por lo tanto no fue en realidad manco, pero quedó el sobrenombre con el que se le conoce y se le conocerá siempre.




   En cuanto a su obra, se dice de ella que es la más excelsa novela escrita en cualquier idioma de este cada vez más complicado tercer planeta, que es una de las obras más importantes de la literatura universal, par de la “Iliada” y la “Odisea”, de la “Divina Comedia”, de “Fausto”, en fin, se dicen tantas cosas de este libro, y a veces quienes más dicen son los que no la han leído o la han leído mal, pero muy mal. Por ejemplo, hay una frasecita que circula por el mundo y que todo el mundo jura que se encuentra en esta novela, me refiero a aquella que dice: “Ladran, Sancho, señal de que avanzamos”. Pues bien, aclaremos las cosas, esa frase no está en ninguna página de esta novela, no está. Alguna vez me di el tiempo de buscarla y jamás la encontré. Inventos de algunos y que muchos repetimos para darnos nuestros aires. Suele ocurrir, es más común de lo que piensas.




   Hace unos días, como te habrás enterado, falleció Gabriel García Márquez. Las redes sociales se vieron inundadas por un sinfín de mensajes donde se expresaba la tristeza, la desolación en la que quedaban sus vidas ante la partida del escritor colombiano. Tantos mensajes leí que la suspicacia me invadió y me pregunté: “¿Será verdad tanto dolor por la muerte de García Márquez? Puede ser, me dije, puede ser. Pero inmediatamente se me apareció la siguiente pregunta: “Toda, pero toda esta gente ¿habrá leído por lo menos un libro del escritor de Aracataca?”. Voy a ser sincero, allí ya tuve mis serias dudas. Y no es, como me comentó una vieja amiga, que yo sea un “hombre de poca fe”, pero pasa y es muy común que así suceda (como la frase atribuida a Cervantes) que la gente repite o escribe cosas para darse su tono, su aire de suficiencia, es decir, muchos tenemos un gusto por quedarnos en la pura cáscara, transitar muy orondos solo por la epidermis, con las excepciones del caso.




   ¿A dónde quiero llegar con este aparente sancochado?, porque he hablado de Cervantes y luego mencioné la muerte de García Márquez. Sencillo, lo que hace tres párrafos intento decir es que volvamos los ojos a la lectura, que tengamos experiencia directa con los libros, que no hay homenaje mejor para un escritor y para nuestro idioma que el leerlos y el de emplear nuestra lengua con propiedad y esto último lo aprendemos, entre otras cosas, frecuentando las grandes obras que constituyen nuestra herencia idiomática. No cometamos el error de andar por el mundo repitiendo lo que muchos, atribuyendo frases que jamás fueron escritas, por lo menos no en los libros que citamos, o aparentando un conocimiento que en realidad no manejamos, mejor dicho, no lo tenemos.




   Leamos a García Márquez (“Gabo” como dicen los confianzudos), las obras del colombiano son un buen inicio para adentrarnos en ese mundo fantástico y mágico de la literatura, pero también leamos “Pedro Páramo” y “El llano en llamas” de Juan Rulfo, las novelas de Juan Carlos Onetti y de Roberto Arlt, los cuentos de Jorge Luis Borges y de Juan José Arreola, los ensayos de Alfonso Reyes y de José Carlos Mariátegui, recuerda, no todo es Gabriel García Márquez, no todo es “Cien años de soledad”.







   En poesía ocurre algo semejante como con la novelística hispanoamericana, no todo es César Vallejo (“Vallejos” como dicen ciertas candidatas a ser Miss Perú) o no todo es Pablo Neruda y sus “20 poemas de amor y una canción desesperada”, el abanico es amplio, más amplio de lo que crees, y con esto no les quitamos su grandeza a ambos, allí están las obras de Martín Adán y Carlos Martínez Rivas, de Jorge Eduardo Eielson y de Jaime Sabines, de Carlos Germán Belli y de Enrique Lihn, de César Moro y de Xavier Villaurrutia, de Xavier Abril y de Blanca Varela, de Carlos Oquendo de Amat y José Emilio Pacheco, por mencionar a algunos.







   Pero leamos, es el mejor homenaje, lo repito, que podemos hacerle al viejo castellano, nuestro viejo castellano que ya anda por el milenio, leamos, ese es el reto, el atrevimiento que te espera, que nos espera.




   Henry David Thoreau, escritor y filósofo estadounidense del siglo XIX, nos aconsejaba ya desde entonces: “Lee primero los buenos libros, no sea que después no tengas tiempo de hacerlo”. Es así, el tiempo es corto y hay muchísimo que aprender, mejor dicho, que leer.






   Continuará…





                                                 Morada de Barranco, 27 de abril de 2014.




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