Quantcast
Channel: el bebedor de la noche
Viewing all 234 articles
Browse latest View live

LO QUE SIGNIFICA TENER UNA BIBLIOTECA

$
0
0
     



                                                Porque los libros siempre hasta ahora han hablado…
                                                                                                    Enrique Verástegui





   Sí, lo reconozco, amo los libros y mi relación con ellos es casi de romance, por lo menos con los que están en mi biblioteca y me acompañan, algunos de ellos, ya por muchos años. Lo reconozco, salvo excepciones, ahora ya no me gusta prestar mis libros, los riesgos son muchos y me han sucedido: me los devuelven estropeados o simplemente no me los devuelven. “Santo remedio, ni más”, me dije. Así que para evitar penas, arrepentimientos y mil maldiciones, prefiero ya no prestarlos y ahorrarme situaciones desagradables. Hay un dicho que dice: “Tonto el que presta un libro, pero más tonto el que lo devuelve”. Hace ya un buen tiempo que he hecho mías esas palabras: ya no presto libros, con respecto a la segunda parte, eso queda conmigo.







   El lector de estas líneas comprenderá que un libro que llega a mi biblioteca es producto no solo del esfuerzo monetario (que algunas veces es grande y digno de espanto), también del azar. Me ha ocurrido tantas veces. A mi mente viene el año 1997, por ejemplo. Necesitaba urgente un librito de Ricardo Palma del cual había oído comentarios y para mí estaba como teñido por la leyenda, me refiero a La bohemia de mi tiempo, un pequeño libro que salió a la luz allá por 1886 y que contenía apuntes con recuerdos de los escritores de su generación. Consideré que el librito en mención era material primordial para preparar una clase sobre el romanticismo en el Perú. Así que inicié mi búsqueda por el centro de Lima. No lo podía creer, ni los libreros de viejo lo tenían. Entonces dirigí mi búsqueda en la avenida Grau que en ese entonces albergaba cuadra tras cuadra a los más diversos libreros, un paraíso del libro de segunda mano.




   Recuerdo que recorrí preguntando por dicho libro puesto tras puesto, nada. Horas de búsqueda infructuosa me provocaron un dolor de cabeza. Estaba ya a punto de tirar la toalla, solo restaba un puesto, estaba frente a la facultad de San Fernando. Pregunté al muchacho encargado del negocio por el libro, me miró, repitió el título lentamente en tanto achinó los ojos como intentando descifrar un mensaje que flotaba en un horizonte que solo él percibía… luego de unos segundos me respondió (obviamente mi pobre corazón latía acelerado): “Sí, sí lo tengo. Un momento”. Empezó a buscar entre sus libros colocados en un orden que él solo entendía. Luego de una espera que fue de pocos minutos (pero eterna para mí) ubicó el libro. Tremenda odisea que se pudo evitar si hubiera empezado a buscar por el final, pero quién lo podía saber, como dicen, ni Mandrake. Regresé a casa victorioso, sí, pero un espantoso dolor de cabeza me acompañó todo el día.




   Un sinfín de historias podría referir de cómo logré muchos de mis libros. Por ejemplo, en mi biblioteca descansa muy orgulloso un grueso tomo de Guerra y Paz, la novela monumental de León Tolstoy. Este libro es producto de una permuta y algunos soles más. Me explico, corría el año de 1984 o 1985, entonces en jirón Camaná, en la cuadra donde estaba el Centro de Idiomas de La Católica, se ubicaban varias librerías. En una de ellas hallé de manera sorpresiva la novela del autor ruso. Pregunté al dueño del establecimiento (que me conocía de vista pues era su asiduo cliente) por el precio. No me alcanzaba, pero logré convencerlo de que me lo separara y guardara bajo el mostrador, le prometí que regresaría al día siguiente, no con la totalidad del dinero (pues no me alcanzaba), sino que iría con un libro del cual quería deshacerme. Le brillaron los ojos cuando le dije que era una obra sobre derecho romano (cuyo autor he olvidado) y por lo menos entonces estaba muy cotizado. El libro de marras, estaba, digamos, casi nuevo, apenas si lo había utilizado. En esta permuta ya se podía percibir mi creciente desafecto por seguir estudiando derecho, cosa que dejé de hacer al poco tiempo. 




   Al día siguiente, tal como lo prometí, llevé el libro de derecho romano y unos soles más, que según el dueño de la librería, completaría el precio de la novela. Gran negocio que hizo el amigo librero mientras me di el gusto de llevarme a casa tamaña obra y después seguir apasionadamente las aventuras del conde Pierre Bezújov. Ha pasado el tiempo, ya no soy más el adolescente de mediados de los ochenta, pero allí está la novela, cómodamente instalada en mi biblioteca, acompañándome como unos treinta años.




   Un capítulo aparte bien podría ser hablar de aquellos libros apetecibles que estuvieron a punto de llegar a mi biblioteca. Me ha sucedido tantas veces, que su solo recuerdo abre heridas, pequeñas,  pero heridas al fin. ¿Exagero?, no. Aquellos que aman los libros lo entienden: tener a la mano el libro ansiado y no poder llevarlo a casa porque apenas si se tiene para el pasaje, por lo menos, te estropea los nervios.




   Eso me sucedió con Bajo el volcán,  la novela de Malcolm Lowry. La anécdota es de finales de los ochenta. Ya hacía un buen tiempo que venía buscando el libro, no lo hallaba por ningún lado, pero me ocurrió una tarde, a media cuadra de Plaza Francia, un librero de la calle lo tenía ahí, entre varios libros, en el suelo, sobre un plástico. Ni bien me acerqué, mis ojos fueron atraídos cual imán por la pasta dura de la ansiada novela. Lo levanté reverencialmente (no vaya a ser que sea un espejismo, me dije), lo acaricié como si fuera un hijo, hojeé y deslicé mis ojos ávidos por algunas de sus páginas. Efectivamente, era Bajo el volcán y estaba en buenas condiciones. Pregunté por el precio: una bicoca. Palpé mis bolsillos y con nerviosismo comprobé que apenas si tenía para regresar a Barranco. Como no conocía al vendedor y él tampoco a mí, tuve que  dejar muy a mi pesar el libro (medio tapado), pero eso sí, con el firme propósito de regresar al día siguiente.   




   Creo que ni dormí, a eso de las 10 a. m. tomé un carro para Lima. Nervioso me dirigí a la Plaza Francia, el vendedor estaba ahí en las inmediaciones, en el mismo lugar de la tarde anterior, lo que no estaba era el libro. Pregunté al vendedor por la novela, solícito empezó a buscarla, recuerdo que incluso lo hizo en un baúl donde tenía más libros y al no encontrarlo confirmó lo que ya era una verdad a las claras: lo había vendido ya. Resignado regresé a casa, con una sensación de derrota que no me abandonó por varios días y con una envidia por aquel (o aquella) que tuvo la suerte de llevarse semejante obra.





   Tiempo después, terco, seguí buscando el libro, pero en esas ocasiones con la precaución de llevar plata en el bolsillo, pero nunca logré encontrarlo. Unos años después lo hallaría, pero cometí el gravísimo error de prestarlo a un dizque amigo poeta de cuyo nombre no quiero ni acordarme y, como era previsible que ocurriera, jamás me lo devolvió.





   Con todo, mi biblioteca ha ido creciendo de manera desmesurada. Los libros exceden los anaqueles y andan por toda la casa en un orden que solo yo entiendo. Calculo (a vuelo de pájaro) que debo poseer unos 7 000 libros y, entiéndase, no lo digo con ánimo de jactancia, tanta cantidad de libros a veces se torna en gran problema, sobre todo cuando debo mudarme. Ya me ha sucedido cuatro veces. La primera fue cuando me casé y salí de la casa de mis padres, prácticamente trasladé mis libros a pulso en sendos viajes interminables de apenas cuatro cuadras (nótese la ironía) que era la distancia que separaba la casa de mis padres del departamento que alquilamos con Rita. La última mudanza fue en verano de 2011. Abandoné un departamento ubicado en un segundo piso para ir a un departamento de un cuarto piso. No cargué nada, esta vez contraté los servicios de una empresa. Pero el trabajo de embalaje y el de volver a colocar los libros en los anaqueles es también agotador.




   A pesar del problema que implica tener tantos libros, sigo comprándolos o recibiéndolos como regalos (gracias, hermanos; gracias, Francisco Mata). No podría dejar de hacerlo. Es imposible. Tamaña terquedad (la de comprar libros, me refiero) creo que no la he de perder nunca, aunque claro, ya no compro como antes, ahora hay nuevas y más acuciantes necesidades y muchas veces los libros deben esperar.




   Cuando algunos se enteran de la cantidad de libros que poseo o ven mi biblioteca, literalmente se quedan con la boca abierta y muchos suelen preguntar: “¿Y los has leído todos?”. Lo único que se me ocurre responder es, haciendo mías las palabras creo que de Anatole France: “No, todos no, sino en qué momento los compraría”. Pero la respuesta ajena tiene mucho de verdad, no he leído toda mi biblioteca, hay muchos libros que están en compás de espera. Y los libros siguen llegando.




   Aún recuerdo cuando en mi adolescencia empecé a comprarlos, de pronto en casa empezó esa invasión de libros que no ha cesado. Cuando apenas tendría una centena de ellos, lo recuerdo claro, mi madre me decía: “¿Qué vas a hacer con tanto libro?”. Esa pregunta, pasado los años, a veces me la he hecho yo con alguna variante sustancial. “¿Qué se va a hacer con tanto libro cuando yo ya no esté?”. No he sabido responder, pero quedo inquieto al pensar en el destino que les espera a mis libros amados.




   No es una pregunta nueva. Todos los que tenemos libros solemos hacernos estas preguntas. Entre otras cosas porque somos testigos como a la muerte del dueño de una biblioteca, los libros llegan a las librerías de viejo, y nosotros, cual buitres, nos hacemos de esos libros que con tanto amor los fue consiguiendo su dueño hasta formar el cuerpo y espíritu de su biblioteca.




   Hay en mi biblioteca varios de estos libros, finamente empastados en cuero y con letras de oro, con sello de agua en ciertas páginas… En fin, señales, marcas, signos que a la muerte del dueño quedan como huellas de un amor que terminó, como casi todo en la vida. Entonces la inquietante pregunta vuelve a aparecer: “¿Qué se va a hacer con tanto libro cuando yo ya no esté?”. O mejor aún: “¿Qué será de mis libros cuando me muera?”. Un silencio suele invadir como respuesta, pero esperanzado me respondo y quiero creer que mi hija los sabrá conservar y cuidar con el amor que yo les he prodigado. Espero.




   Mientras tanto, mi biblioteca sigue creciendo y mis libros ya no quiero prestarlos, y en esto sí moriré en mis trece, porque como dice el dicho que mencioné casi al inicio de esta entrada: “Tonto el que presta un libro, pero más tonto el que lo devuelve”.








  Continuará…





                                      Morada de Barranco, 15 de mayo de 2014.





¡QUÉ TALES NOMBRECITOS!

$
0
0



                                                                             Hay nombres que no me sé de memoria.
                                                                                                                   Xavier Abril




   Otra vez estuve en aprietos, se acercaba ya el fin de mes y me faltaba colgar la segunda entrada en el blog, retos que uno se propone y que en algunos casos a uno lo pone en apuros, sobre todo cuando aparte de estar saturado de trabajo, no hay tema a la vista o sencillamente la imaginación está ausente. Llevo ya unos días en esos afanes. Pero de pronto el tema apareció de manera inesperada y uno complacido lo recibe con los brazos abiertos, así que solo queda escribir lo que por azares del destino llegó como una breve luz, pero luz al fin.







   Como lo dije en el párrafo anterior, no lo tenía pensado, simplemente me puse a buscar información para complementar una clase: los gentilicios. Quería encontrar no solo listas sino también información adicional que hiciera atractivo el tema y capturar de esa manera la atención de mis alumnos: alguna anécdota, por ejemplo. En la búsqueda me topé con páginas de gentilicios o etnónimos (que es la otra manera como se conoce a este tipo de palabras), previsibles muchas de ellas, hasta que de pronto hallé páginas, blogs de gentilicios curiosos, bastante curiosos he de decir.




   Uno de los que más llamó mi atención es el gentilicio del estado mexicano de Aguascalientes. Su gentilicio formal es aguascalentenses, pero ellos, los aguascalentenses prefieren llamarse (¡oh, sorpresa!): “hidrocálidos”, tengo entendido que ellos se molestan si no los llaman empleando ese regionalismo. Hay en Wikipedia, incluso, una lista de “hidrocálidos” famosos, de los cuales voy a  mencionar, para no hacer de esta entrada un frío inventario, solo a dos: al grabador de las calaveras cotidianas, el legendario don José Guadalupe Posada y un destacado actor y productor, me refiero a Ernesto Alonso, protagonista de esa película de culto de Luis Buñuel llamada Ensayo de un crimen (¿alguien podría olvidar, acaso, a ese memorable personaje llamado Archibaldo de la Cruz?), exigiendo un poco más a la memoria, viene al recuerdo que el mismo actor “hidocálido” (no puedo negar que me resulta extraño el gentilicio) prestó su colaboración al mismo director español: su voz se escucha al inicio de esa joya del cine titulada Los olvidados, del año 1950.


José Guadalupe Posada y su hijo.

La Catrina, grabado de Posada.


Ernesto Alonso y Miroslava Stern.


Los olvidados, película de Luis Buñuel.

   Pero lo que más llamó mi atención fue una relación de nombres (que no de gentilicios) de regiones, de pueblos, de ciudades. Nombres que uno jamás tendría pensado como posibilidad remota siquiera que pudieran ser nombres de prestigiosas localidades. Pero allí están esos nombres, cargados de realidad y de historia. Que no se sorprenda el amigo lector si por allí se topa con alguna palabrita que le sonroje.




   He seleccionado algunas de las más llamativas y graciosas. Aquí va el primero. En Venezuela existe el Municipio de Independencia, uno de los que conforman el Estado Anzoátegui. Este municipio está formado por dos parroquias: Soledad y (este es el que nos interesa) Mamo. Esta última parece está dividida por una carretera formando dos sectores: Mamo Arriba y Mamo Abajo. Como para no creerlo.







   Condom(sin tilde y sin “n”), también llamado Condom-en-Armagnac es una subprefectura del departamento de Gers, perteneciente a la región de Mediodía-Pirineos. Condom (que nombrecito este) es tierra productora de vinos y sus habitantes han sabido conservar, "proteger" (pongámonos en situación) a magníficos ejemplos de arquitectura romana y medioeval, principales atractivos para los turistas.





Catedral de Condom.

   En Rusia, hay un pueblo ubicado en la provincia de Kurganskaya Oblasten, esta localidad tiene el nombre (¡agárrense!) de Vaginay en ruso se escribe así Вагина. La palabrita, por cierto, tiene el mismo significado que en castellano. La pregunta que se impone es: ¿Por qué lleva ese nombre? La verdad que no sabría decirlo, he buscado información y casi no hay nada. Pero el nombrecito está allí, para orgullo de sus pobladores.





Paisaje rural muy cerca a Vagina, en Rusia.

   En Estados Unidos existe una ciudad cuyo nombre es definitivamente fálico, hablo de Vergas, ubicada en el condado de Otter Tail, en el estado de Minnesota. Según el censo de 2010, esta pequeña ciudad tenía una población que no llegaba ni a los 350 habitantes. Sin embargo, la baja densidad demográfica no es impedimento para que ellos tengan su propio equipo de béisbol (si es que en algo puede interesar este dato) y para que elijan, todos los años, a su reina de belleza (como puede verse en la foto): Miss Vergas.   




Miss Vergas.


   En el condado de Powys, hablamos de Gales, se ubica un pueblecito de nombre bastante alegre y poco común que parece ser no ocasiona a sus habitantes ninguna preocupación: Golfa, ese es el nombre del pueblo galés. Como bien sabemos, la palabrita designa, entre los que hablamos el castellano, a aquellas mujeres que se dedican al oficio más antiguo, pero los golfeños (¿así se dirá en nuestro idioma?) viven contentos con el nombre de su pueblo, total, dirán ellos, antigüedad es clase y hace tradición. Bien por la bella Golfa y por los que viven en ella.




La bella Golfa.

   Un nombre curioso pase, pero ¡tres!, es lo que sucede en Portugal. En el país de Fernando Pessoa hay tres lugares cuyo nombre es Coito: Coito Coimbra, Coito Faro y Coito Viseu. Los tres lugares parece ser ejercen, por la belleza de sus paisajes, un gran atractivo para los turistas, pues en el afán de encontrar información sobre estos tres lugares me topé con un sinfín de hoteles, pero señores hoteles que ofrecen sus servicios para asegurar el pleno disfrute en Coito (en cualquiera de los tres).


Coito Coimbra.


Coito Faro.


Coito Viseu.

   Pero el asunto de los nombres curiosos no solo queda en el plano sexual, anda por allí un nombre de contenido escatológico, me refiero al pueblo de Kagar, ubicada a cien kilómetros de Berlín. Cerca al pueblo de Kagar se encuentra un lago que en alemán se escribe (y no estoy mintiendo) Kagarsee (que traducido al castellano es Lago de Kagar). Una pregunta que me hago es: ¿Cuál será el gentilicio de los nacidos en este pueblo alemán? Por las fotos que he visto, parece un lugar muy bello, tanto que despierta las ganas de ir a... Mejor no continúo.





Kagar, en Alemania.

   Continuando con los nombres de pueblos con alusiones escatológicas, tenemos en España una localidad costera de muy pocos habitantes, hablo de El Mojón. Una parte de esta localidad pertenece a la provincia de Alicante, la otra parte pertenece a la región de Murcia. La sorpresa que nos llevamos es porque aquí en el Perú la palabrita de marras alude no solo a la señal que sirve para delimitar, sino también, y sobre todo, al excremento. Luego de ver varias fotos de esta localidad, podemos decir sin duda alguna que El Mojón es muy bonito, atractivo para quienes gustan del mar.





El Mojón.

   En Estados Unidos de Norteamérica existe en el estado de Nebraska un lugar llamado Joder (parece ser que es un apellido bastante común entre los gringos). Algo particular de Joder (se pronuncia Yoder) es que está asentado a lo largo de una vía ferroviaria, muy cerca del límite de Dakota del Sur. No vaya a pensar, el amigo lector, que tal nombrecito lo puse solo por “Joder”. Es de por sí muy curioso el nombre y ameritaba considerarlo.





Tren que pasa por Joder.

   En fin, la lista podría continuar, y con nombres cada vez más que curiosos, tan curiosos como Fucking en Austria, Puta en Azerbaiyan, Entrepenes en España, Bastardo en Italia, Pitorreal en México, Dildo en Canadá, Polla en Austria, Quitacalzón en Chile, Mamada en Japón, Shit en Irán, Caraculo en Angola, Salsipuedes en Argentina, Bird in Hand en Estados Unidos, Zorra en Canadá, Batman en Turquía, Guarromán en España (continuamos con los superhéroes)Climax en Estados Unidos, Sexi en Perú, Fart en Estados Unidos, Villapene en España y Montcuq en Francia, este último traducido al castellano quiere decir mi culo. Muy sugestivos los nombrecitos, por cierto, y aquí debo, ya para terminar, incluir el nombre de Perú, que en portugués significa (¡oh, Dios!) pavo, lo que en México llaman guajolote.


Sexi, pueblo de Cajamarca, en el Perú.


Montcuq, en Francia.


   Continuará…





                                                  Morada de Barranco, 30 de mayo de 2014.





FÚTBOL Y POESÍA: PRIMER TIEMPO

$
0
0
      




                                                     La pelota es otro jugador. (No lo saben los “sportmans”).
                                                                                                                        Xavier Abril




   Desde pequeño siempre llamó mi atención ese rectángulo verde donde veintidós individuos dibujaban líneas increíbles.
   Desde pequeño siempre llamó mi atención ese rectángulo blanco donde un individuo dibujaba líneas igualmente increíbles.
   Los años han pasado, el niño es ahora un hombre, que fiel a sus afectos, aún se sorprende y maravilla con los trazos en esos dos rectángulos: el de la cancha y el de la hoja de papel, fútbol y poesía, pelota y pluma, extrañamente hermanados, allí donde todo hace suponer los más claros y definitivos antagonismos.
   Pero, ¿qué puede tener en común el griterío enfervorizado y los movimientos bruscos de un espectador de fútbol con la actitud silenciosa, casi inmóvil, reposada de un devoto lector de Eguren? ¿Habrá algún punto en común entre un joven atleta dispuesto a los más inverosímiles saltos y piruetas con el de un, casi siempre, tímido poeta dispuesto a atrapar la palabra con la pluma en la mano?
   Sin embargo, entre ellos hay algo en común: la pasión. Porque ¿qué puede explicar que alguien, por ejemplo, sea hincha de un equipo negado a los triunfos? ¿Qué sino la pasión? ¿Qué puede explicar que alguien escriba o lea poesía cuando sabe en sus fueros internos que esta actividad no podrá solucionar jamás (seamos sinceros) sus necesidades materiales? ¿Qué sino la pasión?
   La pasión, ese fuego intenso que nos lleva al grito liberador o al más cerrado silencio…

   Corría el año de 1990 o 1991 (no lo tengo claro) cuando escribí las líneas anteriores. Me había propuesto, entonces, recopilar poemas cuyo tema era el fútbol. Durante un buen tiempo estuve en esos afanes, buscando y rebuscando en libros, revistas, periódicos aquellos poemas con esa temática, sin embargo el asunto se enfrió y todos esos papeles, archivados en un fólder, se refundieron en alguna de esas cajas donde suelo guardar un sinfín de materiales.




      Hace unos días, buscaba algunos recortes periodísticos sobre otro asunto, de pronto, entre la papelería, me topé con el mencionado fólder añoso (pasta de cartulina amarilla, fáster oxidado, hojas otoñales), el azar intervenía providencialmente justo cuando el mundial de Brasil está en marcha y la pasión por el fútbol crece en nuestros corazones, a pesar de que la selección de mi país no participa (triste sino el de nuestro fútbol).




   Revisar tamaña reliquia fue como abrir una pequeña puerta al pasado, estornudos aparte, ante mis ojos desfilaron las imágenes de un veintiañero ocupado en asuntos que eran (y son) su pasión: la poesía y el fútbol (los otros son la música y el cine). Entre las muchas hojas amarillentas, tipeadas la mayoría en máquina de escribir y fotocopias otras, estaba la hoja donde escribí a mano el texto que, supongo, iba a servir como una especie de prólogo para el libro que tenía pensado proponer a alguna editorial interesada. 





   Muchos años después me atrevo a rescatarlo, así, con todas sus imperfecciones más que virtudes, sin concluir, aunque quizá, lo mejor de todo sea los once poemas (mismo equipo de fútbol) que incluyo en esta entrada, once poemas escritos por diversos poetas del mundo entero, todos ellos con algo en común: el fútbol, pasión que no principia ni fenece, como decía el gran Martín Adán.



  

POLIRRITMO DINÁMICO A GRADÍN JUGADOR DE FOOT BALL


Palpitante y jubiloso
como el grito que se lanza de repente a un aviador
todo así claro y nervioso,
yo te canto, ¡oh jugador maravilloso!
que hoy has puesto el pecho mío como un trémulo tambor.
Ágil
fino,
alado,
eléctrico,
repentino,
delicado,
fulminante,
yo te vi en la tarde olímpica jugar.
Mi alma estaba oscura y torpe de un secreto sollozante,
pero cuando rasgó el pito emocionante
y te vi correr... saltar...
Y fue el ¡hurra! y la explosión de camisetas
tras el loco volatín de la pelota,
y las oes y las zetas,
del primer fugaz encaje
de la aguja de colores de tu cuerpo en el paisaje,
otro nuevo corazón de proa ardiente,
cada vez menos despacio
se me puso a dar mil vueltas en el pecho de repente.
Y te vi Gradín,
bronce vivo de la múltiple actitud,
zigzagueante espadachín
del goalkeaper cazador
de ese pájaro violento
que le silba la pelota por el viento
y se va, regresa, y cruza con su eléctrico temblor
¡Flecha, víbora, campana, banderola!
¡Gradín, bala azul y verde! ¡Gradín, globo que se va!
Billarista de esa súbita y vibrante carambola
que se rompe en las cabezas y se enfila más allá...
y discóbolo volante,
pasas uno...
dos...
tres... cuatro...
siete jugadores...
La pelota hierve en ruido seco y sordo de metralla,
se revuelca una epilepsia de colores
y ya estás frente a la valla
con el pecho... el alma... el pie...
y es el tiro que en la tarde azul estalla
como un cálido balazo que se lleva la pelota hasta la red.
¡Palomares! ¡Palomares!
de los cálidos aplausos populares...
¡Gradín, trompo, émbolo, música, bisturí, tirabuzón!
(¡Yo vi tres mujeres de esas con caderas como altares
palpitar estremecidas de emoción!)
¡Gradín! róbale al relámpago de tu cuerpo incandescente
que hoy me ha roto en mil cometas de una loca elevación,
otra azul velocidad para mi frente
y otra mecha de colores que me vuele el corazón.
Tú que cuando vas llevando la pelota
nadie cree que así juegas;
todos creen que patinas,
y en tu baile vas haciendo líneas griegas
que te siguen dando vueltas con sus vagas serpentinas.
¡Pez acróbata que al ímpetu del ataque más violento
se escabulle, arquea, flota,
no lo ve nadie un momento,
pero como un submarino sale allá con la pelota...!
Y es entonces cuando suena la tribuna como el mar:
todos grítanle: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!
Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar,
saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin
todos se hacen los coheteros
de una salva luminosa de sombreros
que se van hasta la luna a gritarle allá: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín!

                                                                  Juan Parra del Riego (Perú)





ODA A PLATKO


Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo,
pararrayos.
No nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
Camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiente en la yerba de otro país.
¡Tú, llave, Platko, tu llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Volvió su espalda al cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas sin viento.
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por ti, sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.
No nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar.
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza.
Fue tu vuelta.
Azul heróico y grana,
mando el aire en las venas.
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin plumas,
escalaron la yerba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
¡Y todo por ti, Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
¡Oh, Platko, Platko, Platko
tú, tan lejos de Hungría!
¿Qué mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no, nadie, nadie, nadie.

                                                         Rafael Alberti (España)





CONTRAODA DEL POETA DE LA REAL SOCIEDAD


Y recuerdo también nuestra triple derrota
en aquellos partidos frente al Barcelona
que si nos ganó, no fue gracias a Platko
sino por diez penaltis claros que nos robaron.
Camisolas azules y blancas volaban
al aire, felices, como pájaros libres,
asaltaban la meta defendida con furia
y nada pudo entonces toda la inteligencia
y el despliegue de los donostiarras
que luchaban entonces contra la rabia ciega
y el barro, y las patadas, y un árbitro comprado.
Todos lo recordamos y quizá más que tú,
mi querido Alberti, lo recuerdo yo,
porque estaba allí, porque vi lo que vi,
lo que tú has olvidado, pero nosotros siempre
recordamos: ganamos. En buena ley, ganamos
y hay algo que no cambian los falsos resultados.

                                               Gabriel Celaya (España)





EL ÁNGEL DE LAS PIERNAS CHUECAS


A un pase de Didí, Garrincha avanza
con el cuero en los pies, el ojo atento,
driblea una vez, y dos, luego descansa
cual si midiera el riesgo del momento.

Tiene el presentimiento, va y se lanza
más rápido que el propio pensamiento,
driblea dos veces más, la bola danza
feliz entre sus pies, ¡los pies del viento!

En éxtasis, la multitud contrita,
en un acto de muerte se alza y grita
en unísono canto de esperanza.

Garrincha, el ángel, oye y dice: "¡Goooool!"
Es pura imagen: la G patea a la O
dentro del arco, la L es pura danza.

                            Vinicius de Moraes (Brasil)
                          (Versión de Orlando Granda)






ELEGÍA AL GUARDAMETA


                                A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela.


Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?

En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.

Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.

Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.

Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.

Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.

Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.

Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.

Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.

Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.

Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.

Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.

¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.

Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.

Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.

A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.

El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.

                               Miguel Hernández (España)






LOS JUGADORES


Juegan, juegan.
Agachados, arrugados, decrépitos.

Este hombre torvo
junto a los mares de su patria, más lejana que el sol,
cantó bellas canciones.

Canción de la belleza de la tierra,
canción de la belleza de la Amada,
canción, canción
que no precisa fin.

Este otro de la mano en la frente,
pálido como la última hoja de un árbol,
debe tener hijas rubias
de carne apretada,
granada,
rosada.

Juegan, juegan.

Los miro entre la vaga bruma del gas y el humo.
Y mirando estos hombres sé que la vida es triste.

                                               Pablo Neruda (Chile)





EL FÚTBOL BRASILEÑO EVOCADO
             DESDE EUROPA


El balón no es el enemigo
como el toro en una corrida;
y siendo solo un utensilio
casero y que se usa sin riesgo,
no es el utensilio impersonal
siempre manso, de gesto usual:
es un utensilio semivivo
de reacciones propias como animal,
y que, como animal, es necesario
(más que animal, como mujer)
usar con malicia y cuidado
dando a los pies astucias de mano.

                             Joao Cabral de Melo Neto (Brasil)
                                 (Versión de Orlando Granda)






EL BALÓN DE FÚTBOL


Tener un balón, Dios mío.
Qué planeta de fortuna.
Vamos a los Arenales:
cinco hectáreas de desierto,
cuadro y recuadro del puerto.
Qué olor la Tabacalera.
-Suelta ya el balón, Incera.
-No somos once. -No importa.
Si no hay eleven hay seven.
Qué elegante es el inglés:
decir sportman, team, back;
gritar goal, córner, penalty.
(Aún no se ha abierto el Royalty.)
-Marca tú la portería:
Textos y guardarropía.
-Somos siete contra siete.
Un portero y un defensa,
dos medios, tres delanteros;
eso se llama la uve.
Y a jugar. Vale la carga.
Pero no la zancadilla.
Yo miedo nunca lo tuve.
(Una brecha en la espinilla).

Ya se desinfla el balón.
Sopla tú fuerte la goma.
Ata ya el cuero marrón.
El de badana en colores
déjase a los menores
para botar con la mano.

-Mañana a la Magdalena
a jugar contra el "Piquio".
Y al "Plazuela", desafío.

Tener un balón, Dios mío.

                Gerardo Diego (España)



  

FÚTBOL


               A Vicente y a Lorenzo


juega con la tierra
como con una pelota

báilala
estréllala
reviéntala

no es sino eso la tierra

tú en el jardín
mi guardavalla mi espantapájaros
mi atila mi niño

la tierra entre tus pies
gira como nunca
prodigiosamente bella

                                Blanca Varela (Perú)





HOY TU TIEMPO ES REAL



                                             A Diego Armando Maradona


Hoy tu tiempo es real, nadie lo inventa
Y aunque otros olviden tus festejos
Las noches sin amos quedaron lejos
Y lejos el pesar que desalienta.

Tu edad de otras edades se alimenta
No importa lo que digan los espejos
Tus ojos todavía no están viejos
Y miran, sin mirar, más de la cuenta

Tu esperanza ya sabe su tamaño
Y por eso no habrá quien la destruya
Ya no te sentirás solo ni extraño.

Vida tuya tendrás y muerte tuya
Ha pasado otro año, y otro año
Les has ganado a tus sombras, aleluya.

                             Mario Benedetti (Uruguay)





TRES MOMENTOS


De carrera salís al centro del terreno,
a las tribunas saludáis primero.
Luego, lo que después
sucede -que os volvéis a la otra parte,
la que más negra hierve-, no se puede
decir, es algo que no tiene nombre.

El portero pasea arriba y abajo
como un centinela.
El peligro está lejos aún.
Pero si un torbellino lo acerca, oh, entonces,
una fiera joven se agazapa
y alerta espía.

Fiesta en el aire, en cada calle fiesta.
Si dura poco, ¡qué importa!
Ni una ofensa pasó nuestra puerta,
los gritos se cruzaban como rayos.
Y vuestra gloria, once muchachos,
como un río de amor adorna Trieste.
  
                                 Umberto Saba (Italia)
                    (traducción de Jesús López Pacheco)






   Continuará…



                                                        Morada de Barranco, 22 de junio de 2014.




FÚTBOL Y POESÍA: SEGUNDO TIEMPO

$
0
0
                                                                            



                                                                           En el fútbol todo es clara poesía…
                                                                                Juan Parra del Riego





   “¿Qué haremos cuando no haya mundial de fútbol?”, leí hace muy poco en un estado en Facebook. En realidad es una exageración con humor, uno se va adaptando a los ritmos que la vida nos impone (con mundial o sin él), sin embargo esas palabras reflejan (poco o mucho) el estado en que se encuentra mucha gente en el mundo; es decir, muchos programan sus vidas de acuerdo al grandioso espectáculo que ocurre cada cuatro años.




   He sido testigo (y a veces partícipe) de cómo algunos acomodan sus actividades tomando en cuenta a los horarios de los partidos; otros piden vacaciones para que coincida con el mundial (la idea es disfrutarlo a plenitud); algunos salen de sus labores y toman hasta taxi con el fin de llegar a tiempo para ver los encuentros, en fin se ve de todo cuando de fútbol se trata: para muchos el fútbol es motivación de vida, para otros es la vida misma.




   Aún recuerdo la emoción con que esperaba los partidos de barrio: sean en pista o en un terral, en un patio o en una cancha, en la playa o donde fuere, no importaba, con tal de estar allí, de participar y ayudar al equipo, a los once que estaban más hermanados que los hermanos mismos, estar allí, sí, en la búsqueda de lo único que importaba: el triunfo, bien sea atajando un gol cantado del equipo rival o bien haciendo el gol del triunfo en el último minuto; es decir, ser héroe.




   Cuando se es niño, no hay mayor héroe que un jugador de fútbol ni catedral más sagrada que un estadio. Los colores de la camiseta de un equipo te dicen cosas más sustanciosas que una biblioteca entera. Es el fútbol, es la pelota que te permite extrañas caligrafías en el rectángulo de una cancha: lo que en los estudios no se puede (a veces por desgano), el fútbol te lo permite y, entonces, digamos que justificas tu existencia.




    Héroe, sí, pero héroe de fútbol, esos que sobreviven y disfrutan del triunfo, de la alegría y la sonrisa de los demás, no Miguel Grau (con todo el respeto que su gesta se merece) sino César Cueto, príncipe del fútbol, hacedor y descifrador de misteriosos jeroglíficos en la cancha, arquitecto de inverosímiles jugadas y goles que el olvido no se ha de llevar…




  En este segundo tiempo de fútbol y poesía, aquí va once textos más (¿el segundo equipo?)  para este matchgobernado por la palabra, como dijera hace ya unos noventa años atrás el maese Juan Parra del Riego, poeta peruano y uruguayo de corazón: “En el fútbol todo es clara poesía; / luz de sol, viento viril y panorama / que le pone a uno en la risa azul del día / todo fresco el corazón como una rama”. 





LOA DEL FOOT-BALL

¡La pelota ríe y canta!
¡La pelota zumba y vuela!
Y es el polvo esa serpiente de algodón que se levanta
tras el ágil jugador que de un salto se revela.
¡La pelota ríe y canta!
¡La pelota zumba y vuela!
Y es la tarde que va abriendo su sombrilla de colores
sobre el campo donde están los jugadores
entre el marco de la fiesta popular:
treinta mil caras que ríen y también fugas de trajes
que en el viento son mensajes
que no sé adónde se quieren, tan nerviosos, escapar.
Más, de pronto, suena el pito
que prepara la partida;
todos callan, se oye un grito
y es, al fin, la acometida
en que salta la pelota
que se va como bailando de pie en pie
por los aires una jota
de acrobática alegría que uno casi apenas ve.
¡Jugador de blanca y roja camiseta
que, de pronto, arrebatado
zig-zaguea jubiloso la gran Z
de un ataque  combinado;
junto al otro que, al cruzársele, en un paso de emoción,
cae el suelo y, trémulo, ¡ay!
se levanta otra vez como de una eléctrica impulsión.                                                      Pero suena el breve pito de un offside
y de nueva va rodando la pelota
que ya traza un arco - iris momentáneo sobre el cielo
o, epiléptica, rebota
por los pies que hacen con ella como encajes por el suelo. ...
Más ahora azul y blanco otro adversario
se la lleva, se la lleva, se la lleva.
Se emociona allá el golquiper solitario,
pero surge el back que, al salto que lo eleva,
un instante es sobre el sol una escultura
mientras ya, como un cohete volador,
la pelota que se queda como un astro por la altura,
otra vez cae en el suelo con un ruido de tambor;
más de nuevo se levanta
con su eléctrico vaivén
(pero allí alguien se ha caído... ¿es el muslo? es la garganta?
corre el médico… se agrupan… ¡Si no es nada! ¡Ya está  bien!)
y a un aplauso que, de pronto, hierve en toda la tribuna
cual si fuera un taponazo de botella, de champán
la pelota va a decirle, no sé qué cosa a la luna
que al volver llega riéndose con su pen, pin, pen, pan, pan....
Y ya loca, loca, loca
de su alada ligereza
tiembla, silba, fuga y choca
de ese tórax a esa espalda, de esa espalda a esa cabeza;
hasta que, ávida en la luz, nerviosamente,
y de un grupo que es un drama de oro y tierra bajo el sol
y es un ¡goal!
En el fútbol todo es clara poesía;
luz de sol, viento viril y panorama
que le pone a uno en la risa azul del día
todo fresco el corazón como una rama.
¡Epopeya fraternal del Movimiento!
Es la vida con su múltiple aletazo creador:
drama, música, paisaje, sol violento,
Geometría que se mueve en la pelota por el viento
y Pintura que en suelo multiplica su color.
¡Fiesta mágica del Músculo!
Es la América que hoy dice ¡Anunciación!
con su gran trompeta de oro ante el crepúsculo
de esa Europa roja y negra de la cruz y del cañón.                                                                           Y guardadme ahora un secreto que os revelo
yo no sé si por encargo de Rubén o de Perrault:
que la luna es la pelota de  fútbol que está en el cielo
para ese otro futbolista de colores,                                                                            que en las tardes es el sol.

                                    Juan Parra del Riego (Perú)







FÚTBOL


Son veintidós muchachos, las rodillas
al aire. Olor a magulladas hierbas.

El público, con ojos asombrados,
el fuerte gozne articular observa:
la poderosa valva de la rótula,
los tendones, tirantes como cuerdas.

Van y vienen los trajes de colores,
ahora da uno una patada épica,
algo vuela hacia el sol, y no se sabe
si es la pelota o si es la misma tierra.

                    Baldomero Fernández Moreno (Argentina)






MI CORAZÓN EN MÉXICO


Mi corazón no juega ni conoce
las artes de jugar.

Late alejado del balón
del estadio que enloquece
al forofo, esclavo de su club.

Vive conmigo, y en mí, mis cuidados.

Hoy, sin embargo, despierto, y he aquí que me extraño:
¿Qué es de mi corazón? Está en México,
voló certero y ni me consultó,
se acomodó, discreto, en un rinconcito
cualquiera, entre banderas tremolantes,
micrófonos, charangas, ovaciones,
y de repente, sin que yo mismo sepa
cómo quedó así, se exacerba,
se vuelve corazón de aficionado,
tuerce, retuerce, se destuerce todo,
grita: ¡Brasil! con furia y con amor.

                       Carlos Drummond de Andrade (Brasil)





LA CAÍDA DEL IMPERIO BRITÁNICO


Cayeron los imperios, los reyes y los príncipes.
Cayeron las repúblicas, dictaduras y dioses.
Cayeron boxeadores y jefes de la mafa.
Cayeron los amantes de juventud hermosa.
Cayeron los hipócritas. La noche llega a todo.
Caerán tarde o temprano las catedrales nórdicas.


Todo caerá no hay duda. Si cayó -recordadlo,
recordad esa tarde que el estadio de Wembley
tembló cuando los húngaros su sexto gol marcaron-
la hasta entonces invicta selección de Inglaterra.

                                               José Bonilla (España)






EL MUNDO COMO UN BALÓN


Dime, poeta:
Si el mundo es como un balón
redondo por la ilusión
de llegar pronto a su meta:
¡Vale la pena jugar!

Silencio del ultramar,
luna llena…
mar serena;
viejo amigo
en secreto te lo digo,
¡que lo que vale la pena
es ganar!

                     José María Pemán (España)





              EL GUARDAMETA


                 Por velar el arco
                 del verde campo del fútbol,
                 por aquel del universo
                 sumo ser animado,
como los aires, la piedra o las aguas semejante,
e inerte, fijo, sin vida, tres palos colocados
en los linderos del orbe por donde se entra o se sale
ya mañana, tarde, noche, de estación en estación,
                 tú desdeñas fríamente,
                 sin pensar jamás dos veces,
                 el peso del centroforward
                 que el cielo te reservaba
por ser hijo primogénito de la familia terrestre
y elaborado en el seno de los gérmenes supremos,
con óptimo patrocinio y el mayor de los primores,
tal si fueras destinado a vivir eternamente.
                 Y te olvidas por completo
                 de ti mismo y de tus deudos,
                 que están vivos y no son
                 este arco que tú vigilas,
que nunca ríe y no habla y no se mueve un centímetro,
para siempre indiferente a tus mil preocupaciones
en torno al balón ferroso de los mal aviesos hados,
en tanto ayunan contigo tus deudos en las tribunas,
                 mirándote todos mustios
                 como velas noche a noche
                 tu arco más inanimado
                 que la piedra, el agua o el aire.

                                          Carlos Germán Belli (Perú)




FÚTBOL


Entre la multitud que se agita como un bosque encantado,
libres del deber, por el gusto del pasto, en la delicia de ver rodar,
de sentir cómo nace del pie la precisión que en la vida
normal le arrebató la mano,
estamos reunidos hoy en este campo donde no crece
ni la cebada ni el trigo;
somos el coro que lamenta y que festeja,
el suspiro que acompaña al balón cuando pasa de largo
y el grito entre las redes.

Nació la pelota con una piedra o con la vejiga hinchada
de una presa abatida.

No la inventó un anciano, un una mujer, ni un niño;
la inventó la tribu en la celebración, en el descanso,
en el claro del bosque.

Contra el hacer, contra la dictadura de la mano,
yo canto al pie emancipado por el balón y el césped,
al pie que se despierta de su servil letargo,
a la pierna artesana que vestida de gala va de fiesta,
al corazón del pie, a su cabeza, a su vuelo aliado
de Mercurio,
a su naturaleza liberada del tubérculo;
a cada hueso de los pies, a sus diez dedos
que atrapan habilidades hace milenios olvidadas
en las ramas de los árboles.

Yo canto a los pies que fatigados de trabajar las sierras
llegaron al llano e inventaron el fútbol.

                                        Antonio Deltoro (México)





YO VI JUGAR A JESÚS TREPIANA



Yo vi jugar a Jesús Trepiana con mis propios ojos
y eso que todo lo que ven los ojos es ilusión.

Pero yo lo vi jugar con estos ojos verdes
en el estadio Santa Laura pegadito a mi novia.

Que era un asiento vacío
el vacío es forma la forma es vacío.

Rememoro que esa tarde el Santa Laura tenía un aura
a gran coliseo deportivo,
más que el Nacional el 62,
más que el Sausalito en primavera,
más que en otoño el San Eugenio.

Repito, yo vi jugar al fabuloso Jesús Trepiana
guardavallas de Unión Española,
por desgracia eterno reserva de Francisco Nitsche
que también era extraordinario.

Insustituible en el arco una especie de senador designado
de la portería roja
qué chance le quedaba al pobre Jesús Trepiana.

Francisco Nitsche tenía una hija se llamaba
Ana María Nitsche,
de quien me enamoré a primera vista durante algunas horas.

Cuando yo jugaba en las inferiores de Ferrobádminton
ocurrió que fui a recoger una pelota a la pista de ceniza
y vi su preciosa cara tras la reja de contención

Son amores fugaces que ni la fugacidad del tiempo esfuma
pero vamos a lo nuestro que es lo más importante
yo vi jugar a Jesús Trepiana con mis propios ojos,
ustedes no.

Ustedes estaban en otra esperando algo
algo intrascendente o la llegada del mesías,
yo ya había encontrado al auténtico mesías
en la persona de Jesús Trepiana

Tengo el recuerdo fresquito era el 5 de Junio de 1967,
meses después del Mundial de Inglaterra,
lo vi jugar ataviado de blanco nieve
bajo los tres palos del arco norte
que daba a la avenida Independencia.

Soy la persona más afortunada del mundo,
ustedes no vieron jugar a Jesús Trepiana.

En qué andaban
trepando posiciones corriendo la carrera de las ratas.

Jamás me cansaré de reiterarlo,
yo vi jugar a Jesús Trepiana con estos ojos de lince.

Yo puedo morir en paz.

El resto es literatura.

                     Erick Pohlhammer (Chile)





¡OH, HUNGRÍA!


Cima del fútbol de los 50,
la del 3-6 en Wembley y el 7-1 en Budapest.

Fueron unos escasos minutos en el No-Do
y la palabra sobre papel de las reseñas periodísticas
lo que nos hizo fabular mitos
-Bocsis, Hidegkuti, Puskas, Kocsis...
en aquel majestuoso equipo.

Aprendimos de su desgracia que
nunca se debe jugar con diez y una estrella lesionada
y que a una final no se va simplemente a recoger el trofeo
-hay que bajarse del autobús para ganarla-.

Que frente hay otro equipo,
cuidadito si es alemán o uruguayo.

Luego los desperdigaron
acontecimientos extrafutbolíslicos
-una rebelión nacional-,
algunos llegaron a Madrid y Barcelona.

Y nunca más Hungría.

                             Francisco J. Uriz (España)






ESTADIO NOCTURNO


Lento surgió el fútbol desde el cielo.
Entonces pudo verse, que la tribuna estaba llena.
Solitario el poeta, se colocó en la portería,
pero el árbitro silbó: Fuera de lugar.

                            Günter Grass (Alemania)





TRISTEMENTE MAGO*


De la raíz de la noche
surgió con paso seguro,
desequilibrando al tiempo
con la finta del talento.

Fiesta que nace en los pies,
balada del único hombre que trasciende geografías
con el sol de la nostalgia.
Artista entre multitudes,
regalando hermosas tardes
junto con flores nuevas en la garganta del viento.

Van Goh de los amarillos,
entre la luz y la sombra siempre ganas el partido
en el estadio de la vida.

Regresa de los mares, singular conquistador,
con tu generosa estrella en lo alto de los sueños,
para todos los que tienen una patria de dolor.

                                     Pedro Valle (El Salvador)

* Dedicado al jugador Jorge “Mágico” González.








   Continuará…





                                                       Morada de Barranco, 29 de junio de 2014.





LA TÍA MISERIA, UNA VIEJA HISTORIA EN LAS AULAS

$
0
0




                       La primera afición que tuve por los libros vínome del placer de leer las fábulas…
                                                                                                        Michel de Montaigne





   Cuando escolar, nunca tuve la suerte de hallar en los colegios en que estudié (y fueron cuatro) a profesores que contaran historias. No tengo en la memoria la imagen de alguien contándome algún cuento, alguna leyenda, algún mito en un salón de clases. Cuando pienso en estas experiencias orales, inmediatamente viene a mi recuerdo mi casa. En casa sí se contaban historias, como lo he dicho en varias oportunidades. Mi padre aprovechaba algunas noches en que estábamos sentados en la mesa familiar y nos contaba apasionantes historias que nos hacían olvidar nuestro entorno y todo, milagrosamente, se convertía en escenario de las aventuras que nos contaba el querido papá Isaac.




   Cuando empecé a trabajar en las aulas, me di cuenta que los jóvenes siempre estaban dispuestos a escuchar historias. Así, ante esa certeza, empecé a contar historias como motivación y no me arrepiento. Los alumnos se han acostumbrado a ellas y no hay clase que empiece sin antes haber contado algún cuento, leyenda, mito, tradición. Ya es de ley, ellos lo exigen. Digamos que creé esa necesidad y tengo que estar siempre preparado con alguna nueva historia.




   Hace poco me ocurrió algo curioso. Iba contando una historia española en el salón de primero de secundaria, cuando de pronto algún alumno (todo me hace suponer que fue un alumno de cuarto de secundaria) deslizó, en el salón en el que estaba, un papel con un mensaje. Recuerdo que una alumna levantó la hoja y empezó a reír, interrumpiéndome. Le llamé la atención, pero la alumna me extendió la hoja sin que se le borrara la sonrisa. Tomé la hoja y esto era lo que en ella había:




   Sonreí, no tenía otra, sonreí y guardé la hojita. Di las gracias (mentalmente) porque ese pedido de la hoja demostraba que estaba logrando, por lo menos en lo que a mis cursos se refiere, desterrar de las cabezas de los alumnos ese temor que algunos profesores despertamos en los alumnos, ese temor que luego se convierte en rechazo: rechazo al profesor, al curso, a todo aquello que se relacione con el colegio (la lectura, por ejemplo).




   He mencionado a la lectura. No es gratuita esa mención. Entre otras cosas, cuando cuento historias busco que los alumnos de manera indirecta se acerquen a los libros, a la lectura, sin temor, con la confianza y la convicción de saber que están pisando territorio amigo. Alguna vez, hace ya varios años, lo logré (y lo digo sin jactancia) con mi hermano menor: de tanto contarle historias, se convirtió en un lector, en un buen lector, así como mi padre lo logró con mi hermana y conmigo. Debo decirlo: Yo soy lector no por el colegio sino por mi padre.




   Que un joven lea no como obligación es un grandísimo triunfo. Ha sido y es uno de mis constantes empeños. Jorge Eslava escribió en uno de sus últimos libros esta idea: “Tratemos de que el estudiante asuma, desde el principio, la lectura como un acto de felicidad y comunicación”.  Pero, la lectura, ¿para qué? No como fin, obviamente, sino como medio, como puente, como “herramienta de sociabilización” que permita el desarrollo de otras capacidades, la expresiva por ejemplo.




   El mismo Jorge Eslava dice, unas líneas más adelante, de la cita anterior: “Lo que importa ahora es insistir en la necesidad de que los docentes, a pesar del maltrato social y económico, comprendan que leer no es solo un ejercicio para incrementar el vocabulario y exhibir una mayor cultura general, sino un arma de resistencia contra la animalidad y una auténtica conquista humana”. Tamaña labor la que debemos enfrentar a diario con los jóvenes.



   Mientras tanto, sigo contando. Líneas arriba decía que estaba relatando a los alumnos de primero una antigua historia española. “El peral de la tía Miseria”, ese es el título del cuento, que por cierto tuvo muy buena acogida. Es una historia de carácter oral y como tal presenta inestabilidad textual, característica propia de este tipo de textos; es decir, existen varias versiones de la misma historia (ocurre también con los romances medioevales). La versión que conocía es la de un bello libro: “Cuentos populares españoles”, edición de José María Guelbenzu. La he buscado en internet y no la he encontrado, hallé, más bien, diversas versiones. La más cercana a la del libro mencionado es la que consigno a continuación.






EL PERAL DE LA TÍA MISERIA


La tía Miseria era una pobre anciana que vivía de la limosna. Tenía un hijo, llamado Ambrosio, que andaba por el mundo, tam­bién pidiendo. Y poseía un perro mil razas, que la acompañaba en la pequeña choza en que habitaba. Junto a la misma tenía un peral, del que obtenía poco fruto, pues los chavales del pueblo le robaban las peras nada más madurar.
Un día llegó a la puerta de su casa un hombre pobre y, como helaba fuera, la tía Miseria lo acogió en la choza. Compartió con él lo poco que tenía para cenar y le fabricó un rudimentario jergón para que pudiera dormir. Al despertar, por la mañana, también le ofreció un humilde desayuno.
El pobre, agradecido, se dirigió entonces a Miseria diciéndole:
-En vista de tu noble corazón, voy a concederte un deseo pues, aun­que me veas vestido como un pobre, en realidad soy un ángel del cielo.
Aunque Miseria no quería nada, el santo insistió y, entonces, se acordó la anciana del peral:
-Éste es mi deseo -dijo-: que cuando alguien suba al peral, no pueda bajar sin mi permiso.
Al instante le fue concedido el deseo, y fue la idea tan definitiva que, al cabo de poco tiempo, tras algunos palos de bastón y no pocos jirones en sus ropas, no volvió a acercarse al peral un solo zagal.
Así pasaron largos años, hasta que un hombre alto y seco, con una guadaña, se acercó a la puerta de la choza y comenzó a llamar a la tía Miseria:
-Vamos, Miseria, que es hora.
Miseria, que reconoció rápidamente a la Muerte, no pareció estar muy de acuerdo: —¡Hombre, ahora que empezaba a disfrutar algo de la vida! —le dijo. ¿Por qué no me haces el favor de cogerme esas cuatro peras del árbol, mientras yo me preparo para el viaje. La Muerte, ingenua, se dispuso a coger las peras y, como estaban en todo lo alto, no tuvo más remedio que subir al árbol. En ese momento escuchó la carcajada de Miseria que, asomada a la venta­na, le decía: -¡Muerte fiera, ahí te quedarás hasta que yo quiera!
Y quiso Miseria que allí se quedara, hiciera calor o helara, durante muchos años. Tantos que en el mundo empezó a sen­tirse la falta de la Muerte. Nadie moría, ni en las guerras, ni por enfermedad, ni por vejez. Había ancianos de más de trescientos años, en estado tan penoso que ellos mis­mos buscaban poner fin a su vida.
Algunos se tiraban por los precipicios, otros al mar, otros se arrojaban a las vías del tren, pero ninguno lograba su propósito y los hospitales se llenaban, sin poder atenderlos a todos.
Así hasta que la Muerte vio pasar por allí cerca a un médico, antiguo conocido y amigo de ella: —¡Eh, viejo amigo, acércate y observa mi estado! ¡Duélete de mi situación! ¡Avisa a las gentes del pueblo y venid a cortar este maldito árbol!
Al poco llegaron los vecinos, armados con sus mejores hachas. Todo lo intentaron, pero nada logró hacer la mínima mella en el tronco. Y todos los que quisieron bajar de allí a la Muerte, sólo con­siguieron quedarse con ella colgados. Entonces empezaron a rogar a la vieja Miseria que se apiadase de ellos, de los que tanto sufrían y que permitiera bajar del peral a la Muerte y a sus acompañantes. Tanto insistieron que al fin cedió la tía Miseria, aunque con una condición: -Que no te acuerdes de mí ni de mi hijo Ambrosio hasta que te llame por tres veces.
Accedió la Muerte, y bajó, y comenzó a cumplir con todo el tra­bajo que tenía pendiente, lo que la tuvo ocupada durante muchas semanas. Todos los que debieran haber muerto, veían llegar su hora. Todos menos la anciana y su hijo, que por eso viven todavía la miseria y el hambre.

       (Adaptado sobre versiones de A. Rodríguez Almodóvar y J. M.a Guelbenzu).






   Continuará…





                                                        Morada de Barranco, 13 de julio de 2014.




LAS ERRATAS, ESAS VISITAS INESPERADAS

$
0
0
                                               




                                                                             ¡La errata de imprenta, he ahí el enemigo!
                                                                                                                       Alfonso Reyes





   César Vallejo decía algo así como que si a un poema se le quitaba una coma o un punto, el poema moría. Es cierto, el gran Vallejo acertó con esas palabras. En ese aspecto hay una semejanza entre la poesía y las matemáticas: la precisión. Esa búsqueda de la perfección (que según se dice no existe) llevó a otro poeta (unos dicen que fue Vicente Huidobro; otros, Mallarme) a decir que: “No hay poema terminado sino abandonado”. Pero antes del abandono, la lucha tenaz por lograr la ansiada precisión; es decir, la palabra precisa.




   Recurriendo a otro ejemplo de esa búsqueda obsesiva por la precisión, por la palabra perfecta, menciono  ya no a un poeta sino a un narrador, hablo de Gustave Flaubert, el autor de “La educación sentimental”. Guy de Maupassant, que algo le conoció, escribió de Flaubert y su obsesión: “Recorría las líneas, rebuscando las palabras, revolviendo las frases, consultando la fisonomía de unas letras junto a otras… A continuación se ponía a escribir, lentamente, deteniéndose cada poco, volviendo a empezar…, emborronando veinte páginas para acabar una, gimiendo como un leñador por el penoso esfuerzo de su pensamiento”. En definitiva, Flaubert (que desde los veintidós años era epiléptico) vivió con el tormento de la escritura que le llevó a varias crisis y desequilibrios emocionales.




   Pienso en él, en el minucioso Flaubert e imagino sus accesos de ira al comprobar la presencia de alguna errata ("piojos de las palabras", las llamaba) en las páginas de sus obras. Pienso en el tímido Julio Ramón Ribeyro que vio cómo casi todas las ediciones de sus libros iban acompañadas (casi ya por ley) de erratas que afeaban sus publicaciones. Alguna vez escribió el poeta Abelardo Sánchez León sobre esta desdicha de Ribeyro: "La edición de Los geniecillos dominicales en Populibros fue un desastre. Era casi otra novela de la cantidad de erratas que contenía".




   El agudo Ramón Gómez de la Serna decía que una errata era un "microbio de origen desconocido y de picadura irreparable", en tanto que el oceánico Pablo Neruda las lapidó al decir de ellas que "son las caries de los renglones". La errata es, según la fría definición del diccionario: “Equivocación material en el manuscrito o impreso”. También se le conoce como gazapo. Hablando en cristiano, una errata es el descuido que lleva a escribir una letra por otra, una palabra por otra, etc., muy común por cierto. Yo que también laboro como corrector lo aseguro: es más común de lo que se piensa e incluso al mejor corrector se le puede escapar la paloma, una errata, quiero decir.




   Enrique Anderson Imbert, escritor y ensayista argentino ya fallecido, tiene entre sus libros un fantástico cuento corto cuya historia está relacionada con el tema sobre el cual escribo, sino véase el título. Transcribo el cuento que es realmente delicioso.




LA ERRATA


   Ruix vaciló durante un año en si sería cuentista o poeta. Poeta, decidió; y poco después se hizo imprimir los recién nacidos poemas en dos mil doscientos ejemplares fuera de comercio, papel Japón, folio mayor, compuesto a mano con caracteres Lutetia, cuerpo catorce. La imprenta le entregó toda la edición, a domicilio.
   Se arrellanó, feliz, abrió el libro con una lenta caricia ¡y vio la errata! En la primera letra de la primera palabra del primer verso, en vez de “Ondina”, decía “Rndina”. Corrigió con un garabato -aniquilante como una maldición- y se puso a leer, recelando nuevas erratas. Pero no. Resultó ser la única. Sacó otro ejemplar, ahora para corregirlo con menos dureza y dedicárselo a su novia, y descubrió que ya no decía “Rndinas” sino “Undinas”. ¡Cómo podía ser! ¿A ver el tercer ejemplar? “Indinas”. Y en los siguientes: “Xndinas”, “Vndinas”, “Andinas”, “Cndinas”… La maldita letra de tanto cambiar, por ahí hasta salía bien: “Ondinas”.
   Descartó la sospecha de una novatada del maestro tipógrafo. Hubiera sido una broma pesada, sí, pero a costa de su propio taller. Más bien creyó en que el yerro de imprenta era un insecto que, contorsionando patas, cola, antenas, labros, palpos, anunciaba que una nueva plaga había elegido, de todos los posibles sacrificios, justamente la inicial de ese poema suyo para irrumpir en el mundo e infestarlo.
   En su vida de lector, Ruix había observado muchas erratas accidentales. Y aún benignas. Rubén Darío ¿no había ganado en aquella edición que le regalaba este símbolo del brío disminuido: “Con el caballo gris me acerco a los rosales del jardín”, en vez de acercarse, prosaicamente, con el “cabello gris”? Y el “mar adentro de la frente” ¿no ahondaba con una vasta y ondulante imagen del mero “más adentro de la frente” con que se distrajo Alfonso Reyes?, pero esta errata de pesadilla que se retorcía ominosamente en el primer nicho de su poemario no era casual: venía para infamar, corromper, destruir. De su nido saltaría a la ciudad, capitaneando repugnantes gazapos, como en un Juicio Final del Jerónimo Bosco.
   Y de pronto Ruix soltó una carcajada. Acababa de comprender que todo era una broma, aunque no del maestro tipógrafo. Las letras que se sustituían no eran convulsiones de un insecto exterminador, sino guiños de un demonio travieso. Esa cinta de alfabeto enloquecido que corría por el mayúsculo ojo de la “O” de “Ondinas” era un acróstico, Ruix anotó letra por letra: R, U, I, X, V, A, C, I, L, O, D, U, R, A, N, T, E, U, N, A, Ñ, O… Y así hasta llegar a estas palabras que tú, lector, estás leyendo, y también a las que sigan. Dos mil doscientas letras –una para cada ejemplar- con las que, para terminar la broma que le hice a Ruix, mal poeta en acto, buen cuentista en potencia, he contado este cuentecillo, yo, el Demonio de las Vocaciones Equivocadas.




   Tengo en mis manos un libro del polígrafo Alfonso Reyes cuya prosa fue alabada por Borges, que así nomás no regalaba halagos. El libro en mención es La experiencia literaria, entre sus diecisiete ensayos se encuentra uno titulado como Escritores e impresores. En el ensayo, Reyes se explaya sobre las erratas y cuenta algunas sabrosas anécdotas.




   Voy a citar a tres de esas anécdotas. La primera es esa donde interviene Miguel de Unamuno quien tenía como preferencia escribir “oscuro” y no “obscuro”. Resulta que un día, el escritor español recibió unas pruebas de imprenta con la indicación: “Ojo, obscuro”, a lo que don Miguel, rápido cual guepardo,  respondió: “Oreja, oscuro”. Asunto zanjado, ni más se volvió sobre el punto.




   Cuenta Reyes que bastante joven y como dice él “cuando todavía no se me formaba el callo del oficio”, publicó un libro de poemas que, para desgracia suya, estaba plagado de erratas. Ventura García Calderón, cuentista peruano modernista, amigo del mexicano, comentó dicho libro con “un epigrama impagable”: “Nuestro amigo Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañadas de algunos versos”. Cruel el comentario, pero definitivamente insuperable.




   La tercera anécdota que Reyes cuenta es sobre un libro que fue preparado con el mayor cuidado del mundo para, justamente, evitar las erratas. En la última página del libro se imprimió un mensaje orgulloso: “Este libro no tiene erratas”, pero la fatalidad que se entromete allí donde no la llaman, apareció con todo su poder y el mensaje salió impreso así: “Este libro no tiene eratas”. Como se verá, de antología.




   Las erratas, las entrometidas erratas que a nada ni a nadie respetan, incluso se inmiscuyen en las vidas de los más comunes mortales. Por ejemplo, me ocurrió a mí, que feliz esperaba el día de la presentación de un libro mío en la Feria del Libro Ricardo Palma, allá por 2009. Hasta que la desazón me invadió al ver que en el Catálogo de la feria aparecía mi nombre con una gruesa y escalofriante errata: Orlanda Granda. Bueno, pues, cosas de la vida, nadie está a salvo de esos demonios que tanto atormentan a los escritores.









   Continuará…



                                             Morada de Barranco, 26 de julio de 2014.







APUNTES INVERNALES

$
0
0



                                                                      En silencio recorro la ciudad sumergida.
                                                                                                    Xavier Villaurrutia





   Desde hace unas semanas ha empezado el frío, la garúa hace acto de presencia y con sus finas agujas lo humedece todo. Las calles que ya de por sí son peligrosas, se tornan más peligrosas aún si con descuido se transita por ellas, pues sus veredas son campo propicio para los resbalones, las caídas. Con todo, y no es una novedad si lo digo, el invierno es mi estación preferida en Barranco: el paisaje se difumina, se torna territorio de brumas, todo se hace fantasmal, se impregna de una pátina que conduce hacia el misterio, hacia la sospecha.







   Barranco, territorio de fantasmas, predio donde el invierno se instala “como en una casa querida”. Y así, invadidos por el frío y la humedad invernal, nada hay (o en todo caso muy pocas cosas) como salir temprano y caminar por sus calles silenciosas (claro está, me refiero a los fines de semana), adivinar si alguna silueta que emerge de entre la neblina es de alguien conocido, descifrar rostros entre el paisaje mientras otros te observan tratando de adivinarte: Barranco, territorio de fantasmas, sí, pero también el de las lecturas permanentes (y no hablo de libros).






   Sin embargo, por estas fechas tenemos la costumbre de salir por pocos días fuera de Lima, abandonar la urbe, el “mundanal ruido” y entrar en contacto con la naturaleza, volver a las fuentes, a las raíces que siempre llaman y se imponen. Son ya once años de viajes, once años, no es poca cosa. El año pasado, por ejemplo, viajé con toda mi familia (hablo de mi esposa e hija, de mis padres y hermanos) hacia las tierras milenarias de Áncash. Viaje emocionante en el que tuve por primera vez contacto con la impresionante Cordillera Blanca que posee algunas de las montañas más altas y bellas del mundo (el Huascarán con sus casi 7 000 metros es uno de ellos). Inolvidable experiencia que espero repetir pronto.







   Entre las muchas cosas sorprendentes que viví estuvo el de conocer el complejo arquitectónico de Chavín de Huántar con sus más de 3 000 años de historia, toda una explicación del mundo, hoy silenciosa, ante mis ojos sorprendidos, conmovidos: el trabajo primoroso como trabajaron la piedra habla de hombres refinados y astutos que utilizaron la religión y el miedo para ejercer dominio. Impresionante.







   Pero el año pasado fue un año de viajes. A las pocas semanas de conocer Áncash, otra salida fuera de la ciudad y sus preocupaciones: Pachacámac, el gigantesco complejo ubicado en el valle de Lurín, al sur de Lima, lugar que alberga a uno de los más importantes santuarios del antiguo Perú, espacio donde construyeron sus templos culturas como la de los Ichmas, Waris e Incas. Ruinas prestigiosas, como las de Chavín, que te hablan de la religiosidad del antiguo hombre del Perú, de su afán de explicar el mundo que les tocó vivir o simplemente, como lo dije antes, el empleo con astucia de la religión para mantener un status quo que favorezca a una casta dominante.







   Hay un mito muy antiguo, relacionado con este santuario que tiene al frente dos islas cuyo origen se cuenta en este relato del antiguo Perú:

MITO DE CAVILLACA Y CUNIRAYA HUIRACOCHA

Cuniraya Viracocha, en los tiempos más antiguos anduvo, tomando la apariencia de un hombre muy pobre; su yacolla (manto) y su cusma (túnica) hecha jirones. Algunos, que no lo conocían, murmuraban al verlo: miserable piojoso decían. Este dios tenía poder sobre todos los pueblos. Con solo hablar conseguía hacer concluir andenes bien acabados y sostenidos por muros. Y también enseñó a hacer los canales de riego. Y de ese modo, haciendo unas y otras cosas, anduvo, bromeando a los huacas de algunos pueblos con su sabiduría. Y así, en este tiempo, había una huaca llamada Cavillaca. Era doncella, desde siempre. Y como era hermosa, los huacas, ya uno, ya otro, todos ellos andaban enamorados de ella. Pero ninguno consiguió lo que pretendía. Después, sin haber permitido que ningún dios estuviera con ella, cierto día se puso a tejer al pie de un árbol de lúcuma. En ese momento Cuniraya, como era sabio, se convirtió en un picaflor y subió al árbol. Ya en la rama tomó un fruto, y dejó su semilla en él e hizo caer el fruto delante la mujer. Ella muy contenta comió la fruta. Y de ese modo quedó embarazada sin haber tenido contacto con ningún hombre. A los nueve meses como cualquier mujer, ella parió así doncella. Durante un año crió dándole sus pechos a la niña. ¿Hija de quién será?, se preguntaba y cuando la hija cumplió el año justo ya gateaba, la madre hizo llamar a los huacas de todas partes. Quería que reconocieran a su hija. Los dioses, al oír la noticia, se vistieron con sus mejores trajes y acudieron al llamado de Cavillaca. La reunión se hizo en Anchicocha donde la mujer vivía. Y allí cuando ya los dioses de todas partes estaban sentados, allí la mujer les dijo: Ved hombres, poderosos jefes reconoced a esta criatura. ¿Cuál de ustedes es el padre? Y preguntó a cada uno de ellos, a solas. ¿Fuiste tú?, les iba diciendo y ninguno de ellos contestó. Y entonces como Cuniraya Viracocha, del que hemos hablado, sentado humildemente, aparecía como un hombre muy pobre, la mujer no le preguntó a él. ¿No puede ser hijo de un miserable diciendo asqueada de ese hombre harapiento, no le preguntó; porque este Cuniraya estaba rodeado de hombres hermosamente vestidos. Y como nadie afirmaba, es mi hijo, ella le habló a la niña: Anda tú misma y reconoce a tu padre y a los dioses les dijo: “Si alguno de ustedes es el padre, ella misma tratará de subir a los brazos de quien sea el padre”. Entonces, la criatura empezó a gatear hasta el sitio en que se encontraba el hombre haraposo. En el trayecto no pretendió subir al cuerpo de ninguno de los presentes; pero apenas llegó ante el pobre, muy contenta y al instante, se abrazó de sus piernas. Cuando la madre vio esto, se enfureció mucho porque el padre fuera alguien tan miserable. Alzó a su hija y corrió en dirección al mar. Viendo esto dijo Cuniraya: “Ahora mismo me ha de amar”, y vistiéndose con su traje de oro, espantó a todos los dioses y dijo: “Cavillaca, mira a este lado y contémplame; soy yo, Cuniraya Viracocha”, hizo relampaguear su traje. Se cuadró muy enhiesto. Pero ella ni siquiera volvió los ojos hacia el sitio en que estaba Cuniraya, siguió huyendo hacia la costa, y se arrojó al mar de Pachakamaq, desde entonces se ven allí dos islas una grande y otra pequeña, son Cavillaca y su hija.




   Este año, no podía ser la excepción. Los primeros días de agosto partimos con Rita y Kathia hacia la sierra de Lima, a tres horas de la fría capital, Canta, mi arcadia. Pero ahora el viaje fue para volver a un lugar al que conocimos el año 2004. Desde entonces no habíamos vuelto a Cantamarca, ciudadela de los atavillos, ruinas quizás menos prestigiosas que las dos anteriormente mencionadas, tal vez esté ahí la explicación del descuido, del abandono en que se encuentran.







   Enclavado en la cima de una montaña, se levantan las estructuras circulares (la mayoría) construidas con piedra. Quizá en su arquitectura no haya el primor con el que trabajaron la piedra los antiguos hombres de Chavín o los propios incas (aunque por ahí hay estructuras donde se denota la presencia de los cusqueños), pero ahí están para el asombro, pues uno se pregunta cómo pudieron construir ese complejo en un lugar si bien hermoso pero agreste, difícil.






   Ahora, por estos días, estoy pensando seriamente, quizá para octubre, hacer un pequeño viaje, el tiempo lo dirá, esta vez hacia Caral, la ciudad más antigua de América y una de las más antiguas del mundo, sus 5 000 años de historia, supongo que me esperan.




   Mientras tanto, aquí en Lima, en mi morada de Barranco, vivo uno de los inviernos más fríos que yo recuerde, pero contento, porque nada hay como regresar a casa, luego de una jornada de trabajo, y saber que las dos mujeres de tu vida (mi esposa y mi hija) me esperan y al calor de nuestra pequeña casa, de nuestro faro, tomar una taza de un negro y humeante café que ayude a contrarrestar el frío y sirva de compañía para nuestras infatigables cálidas conversaciones.








   Continuará…



                                               Morada de Barranco, 18 de agosto de 2014.





ALGUNAS SEMEJANZAS ENTRE EL PERÚ Y MÉXICO

$
0
0




                                                                            La América del gran Moctezuma, del Inca…
                                                                                                                      Rubén Darío





   El año va transcurriendo con una velocidad que a veces me sorprende. En esta última semana, el invierno se ve interrumpido por algunos días de sol, anuncio, supongo, de la primavera que se acerca. Es el penúltimo día del mes de agosto y recién escribo la segunda entrada del mes. La verdad que he venido, desde hace varios días, cavilando sobre qué escribir: a veces los temas escasean y el ánimo para hacerlo está ausente.




   De pronto, en medio de la “oscuridad”, una luz surge y me ayuda: cada que pienso en mis alumnos, por lo general, ocurre que se me viene inmediatamente al recuerdo la grata insistencia para que, antes de las clases en sí, les cuente “historias”. Una de las últimas que les he contado es una leyenda mexicana, relato que los alumnos celebraron y algunos se conmovieron con esta historia de desobediencia y de amor, hablo de la leyenda de Iztaccíhuatl y Popocatépetetl.




   Pero antes de continuar con esa leyenda, me gustaría comentar que desde hace mucho me sorprenden las semejanzas que hay entre el Perú y México. Claro, hay también mucho que nos separa, pero siempre he pensado en los parecidos, en las semejanzas, obviamente que me refiero a semejanzas (¿o coincidencias?) muy generales, no voy a repetir lo que por ahí alguna vez escuché o leí al referirse a los dos países: que de tan parecidos que son, podemos hablar de dos países gemelos. Creo que es una exageración.




   Pero el temita da para comentarlo someramente (no voy a entrar en profundidades). Si hablamos de semejanzas, empecemos por decir que ambos países han sido desde tiempos inmemoriales cuna de grandes culturas, lo que los ha llevado a ser considerados como dos de los seis puntos en el mundo donde se desarrollaron culturas autónomas, pienso en las pirámides de Caral (al norte de Lima), por ejemplo, con sus aproximadamente 5 000 años de antigüedad, cultura madre del Perú; pienso en las cabezas gigantescas y pétreas de los olmecas, cultura madre mesoamericana, con sus aproximadamente 3 500 años de antigüedad.







   Un comentario aparte. He mencionado seis puntos donde se desarrollaron culturas autónomas: Mesopotamia, Egipto, India, China, México y el Perú. El nombre de culturas autónomas o "cunas de la civilización" se le aplica a estas culturas pues no recibieron influencias de otros pueblos, lo que crearon fue producto de su capacidad para encontrarle solución a sus problemas: pienso en los maravillosos acueductos de Choquequirao y del Palacio de Nezahualcóyotl, veo las imágenes y quedo deslumbrado por la maestría de su trabajo y de ese afán que los llevó  a respetar y comulgar con la naturaleza, una muestra más de su profunda espiritualidad y refinamiento.







   Continuando con las semejanzas, debemos mencionar que en nuestros territorios ocurrieron dos catástrofes históricas (disculpen la hipérbole y la solemnidad) que influyeron notablemente en la formación actual de nuestros países, me refiero a la conquista de los aztecas y a la conquista de los incas, dos aventuras épicas teñidas de muchas leyendas y frases para la posteridad, como estos dos sucesos que a continuación menciono: El primero cuenta que cuando los españoles quemaban los pies a un señor principal azteca y a Cuauhtémoc, el primero, para evitar el martirio, le pidió permiso al tlatoani azteca para hablar de los lugares donde estaban escondidos los tesoros, entonces Cuauhtémoc, con desprecio le dijo esta frase, que intuyo alguien metió mano para hermosearla: "¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?". El segundo hecho refiere al ofrecimiento que Atahualpa hizo a los españoles para lograr su libertad: llenar un cuarto con oro y dos con plata hasta donde llegue la punta de sus dedos. Atahualpa cumplió y este rescate se convirtió en el mayor que se ha pagado en el mundo en todos los tiempos, como se dice, "un récord". Hoy en Cajamarca incluso se puede visitar el mentado "cuarto del rescate".







   Posteriormente ambos territorios se convirtieron en sedes de los dos más importantes virreinatos en América: el de la Nueva España y el de la Nueva Castilla. Y con ellos, el surgimiento en nuestro imaginario de muchas historias que nos pintan (o han tratado al menos) cómo fue ese largo periodo de trescientos años. Pienso en la obra más importante de Ricardo Palma: las Tradiciones Peruanas y cómo estos breves relatos han creado la imagen de una Lima colonial que más que probablemente no fue como Palma contó (no tendría por qué serlo tampoco): todo cabe en el mundo de la ficción.













   ¿Algunas semejanzas más? Sí, se dice que las cocinas de ambos países son de las más variadas y exquisitas en el mundo, que nos gusta la comida picante (el chile mexicano y el ají peruano), que tanto mexicanos como peruanos somos muy gentiles y amigables, que poseemos un folclor rico y diverso donde abundan los trajes y las danzas muy coloridos, que así como en el Perú tenemos nuestra Ciudad Blanca que es Arequipa, los mexicanos tienen su Ciudad Blanca que es Mérida, en fin.













   Párrafos arriba, mencioné una leyenda mexicana. Esta narración cuenta el origen de una montaña con apariencia de mujer dormida, es el Iztaccíhuatl que en días despejados se puede columbrar desde el Distrito Federal. Curioso, pero aquí en el Perú también tenemos una montaña con apariencia de mujer dormida, es la Bella Durmiente, en Tingo María, departamento de Huánuco y esta montaña también posee su leyenda. Dos leyendas, dos países. He aquí otro aspecto curioso que nos asemeja, y no lo digo solo por las leyendas sino también por el respeto que tanto peruanos y mexicanos sentimos por las montañas (aquí en el Perú, por ejemplo, se les llama apus y todavía se les hace ofrendas y peregrinaciones).













   Pongo a consideración de los amigos lectores estas dos bellas leyendas que tanta emoción despertaron en mis alumnos.


IZTACCÍHUATL Y POPOCATÉPETL


   Tonatiuh, el dios sol, vive con su familia en el cielo 13 en el que no se conoce la oscuridad ni la angustia. El hijo de Tonatiuh era el príncipe Izcozauhqui a quien le encantaban los jardines. Un día el príncipe oyó hablar de los vergeles del señor Tonacatecuhtli. Curioso fue a conocerlos. Las plantas parecían más verdes y los prados frescos y cubiertos de rocío. Al descubrir una laguna resplandeciente se acercó con presteza y al hacerlo, se encontró con una mujer que salía de las aguas ataviada con vestidos de plata. Se enamoraron de inmediato ante el beneplácito de los dioses. Pasaban el tiempo juntos, recorrían un cielo y otro. Pero los dioses les prohibieron ir más allá de los 13 cielos.
   Los enamorados conocían el firmamento. La curiosidad por saber qué había bajo de él hizo que descendieran a conocer la tierra. Allí la vida es diferente. El sol no brilla todo el tiempo, descansa por las noches. Hay más colores, texturas, sonidos y animales que en todos los cielos recorridos.
   Los príncipes, al descubrir que la tierra es más hermosa que los paraísos celestiales decidieron quedarse a vivir en ella para siempre. El lugar escogido para su morada estaba cerca de un lago, al lado de valles y montañas.
   Los dioses, furiosos por la desobediencia de la pareja, decidieron un castigo. La princesa enfermó repentinamente, fueron vanos los esfuerzos de Izcozauhqui por aliviarla. La mujer supo que esa era la sanción de los dioses, Tonatiuh se lo hizo saber con sus abrasadores rayos. A ella no le permitirían vivir.
   Separándolos, con su muerte, para siempre. Se lo dijo al príncipe, le pidió que la llevara a una montaña con el fin de estar junto a las nubes, para que, cuando él regresara con su padre, pudiera verla más cerca desde el cielo. Fueron sus últimas palabras, después se quedó quieta y blanca como la nieve.
   El príncipe con su preciosa carga a cuestas caminó días y noches hasta llegar a la cima de la montaña. Encendió una antorcha cerca de ella, la veló, como si la princesa durmiera.
   Izcozauhqui se quedó junto a ella, sin moverse, hasta morir. Ella se convirtió en la mujer dormida (Iztaccíhuatl) y él en el cerro que humea (Popocatépetl). Símbolo del amor que desafió a los dioses por cariño a la tierra, cuidan para siempre el valle de México. (*)











LA BELLA DURMIENTE


   Desde tiempos antiguos  cuentan la historia del joven hechicero  llamado Cuynac, este iba a través de la selva del actual departamento de Huánuco y allí se encontró con una bella jovencita, era la princesa Nunash. 

   Los dos al verse mutuamente se enamoraron, y construyeron una mansión cercana a Pachas, mansión a la que Cuynac le puso el nombre de Cuynash en homenaje a su amada y a su amor.

   La pareja vivió feliz por un tiempo, ellos eran atendidos por servidores y vasallos muy leales, pero esa felicidad no duraría por mucho tiempo, pues el padre de Nunash, enfurecido por estos amores de su hija, fue a buscarlos y llevó a Amaru, la gigantesca y mítica serpiente que posee cabeza de camélido, cola de pez y gigantescas alas para que ataque al hechicero.

   Con la finalidad de no ser encontrados por el Amaru, Cuynac, con su hechicería, logró convertir a la princesa en mariposa y él se transformó en piedra con la seguridad de que después recobrarían su apariencia real.

   Convertida en mariposa, Nunash se internó en la selva en busca de ayuda y regresó con varios hombres, los que le ayudaron a vencer al monstruo. Luego la princesa logró retornar a su estado normal, pero Cuynac no pudo hacerlo. Nunash, la bella princesa, buscó a su amado y no lo halló.  Cansada de buscarlo, se tendió a descansar junto a una piedra sin darse cuenta que esa piedra era su amado Cuynac.

   Al quedarse dormida, la princesa soñó que la voz del hechicero Cuynac le decía: “Pedí a los dioses que me convirtieran en piedra y me escucharon, pero ahora no puedo recobrar mi apariencia humana y permaneceré así para siempre. Si tú de verdad me amas, deja que te transforme en una montaña con figura de mujer dormida y permanece a mi lado para toda la vida”.

   La princesa atendió el ruego de su amado y desde entonces quedó convertida en una montaña que se le conoce como la bella durmiente.








   Continuará…



                                         Morada de Barranco, 30 de agosto de 2014.



_____________________________

(*) Versión de Marko Castillo





DE LECTURAS Y POEMAS EN SETIEMBRE

$
0
0
  




                                                            Cuento los días. Llega setiembre. Escribo con ansias.
                                                                                                                 Marco Martos





   A un día del inicio formal de la primavera, va esta primera entrada del mes de setiembre. Setiembre de 2014: mes de lluvias (cuando todo haría suponer que el invierno se va alejando), de días inolvidables en que la garúa nos visita para ir despidiéndose hasta el próximo año. Mes que ha sido (y es) propicio para las lecturas, para los libros. ¿Una explicación por esta aseveración? Bueno, comienzo diciendo que son cosas mías y no leyes universales.




   Sobre las lecturas diré que por estos días voy leyendo algunos libros, de manera desordenada, aprovechando los tiempos libres. Por ejemplo, la relectura de un libro que me transporta al pasado de mi país: Historia del Tahuantinsuyu de María Rostworowski. Un libro que rompe el mito ese de pensar la sucesión de los incas a la manera europea: muerto el sapa inca, el heredero del trono era el príncipe, el primogénito. Falso. Conceptos occidentales muy alejados, por ejemplo, de las panaca, de las rivalidades de estas para designar al nuevo gobernante: de no llegar a un acuerdo “diplomático” se iban a la guerra y el más “capaz”, o sea el triunfador, ese era el sucesor, y este podía ser cualquiera de los hijos del inca fallecido que tuvo con cualquiera de sus muchas mujeres (cada una de ellas representaba a una panaca).




   No era, pues, como muchos nos hicieron creer, que el Tahuantinsuyu estaba en decadencia cuando Pizarro y sus huestes llegaron por estas tierras y se enteraron de la rivalidad de Huáscar y Atahualpa (con la consecuente victoria de este último), era algo, digamos, que podía suceder, que ya había sucedido: lucha de las panaca por el poder. Libro recomendable si es que queremos pensar a una parte de nuestro pasado de una manera diferente, más cercana a la realidad.




   Hace unos tres meses compré un libro que salió a la luz en 1996, editado por PEISA. Leve reino (que es el libro del que hablo)  recoge los poemarios  publicados hasta entonces por Marco Martos. Entre ellos uno especial que había leído (gracias a la generosidad de un amigo) hace una buena punta de años: Cuaderno de quejas y contentamientos, del año 1969. Libro breve que por estos días disfruto lápiz en mano. Y no es para menos, el poemario de Martos conforma esa cima poética lograda con otros libros de compañeros de la llamada Generación del 60, pienso en Las constelaciones de Luis Hernández, Canto ceremonial contra un oso hormiguero de Antonio Cisneros, Contra Natura de Rodolfo Hinostroza, Estación reunida de Javier Heraud, Arte de navegar de Juan Ojeda…




   He aquí una muestra poética, precisamente el primer poema del libro, en ella (como en los otros poemas) se percibe esos aires frescos de la poesía de habla inglesa (Eliot, Pound) que llega a nuestras letras fertilizándola, también es notorio el gusto y fidelidad de sus lecturas de los clásicos españoles, esto último hace muy particular su poesía, si pensamos por ejemplo en la poesía de Rodolfo Hinostroza o Mirko Lauer.


MUESTRA DE ARTE RUPESTRE


Io sono stanco.
¿Para esto matrimonio?
Mis hijos viven en una jaula de locos,
rodeados de extraños agrupados
vagamente con el nombre de parientes.
En el pequeño jardín
nadie sabe de quién son los pañales,
de quién las camisas, de quién el aire.
Si me descuido
me cambian un hijo por otro.
¿A quién echarle la culpa?
¿A la matrona en esencia bondadosa?
¿A mi mujer, plena de amor y desde hace años
embrujada por un verso que me costó noches en vela?
¿A mí mismo, de tristes oficios?
Mi sueldo (y el tuyo lector)
no alcanza.
Muchos miran con envidia estos ingresos.
Y hay en el Perú varios millones peor que nosotros.
¡Quiero una casa! Sueño.
Engels, de profeta, opinaba que aquí,
con este sistema, no hay solución al asunto.
Con rabia y sin vergüenza
sobre las páginas de Engels,
salen con duelo mis lágrimas corriendo.
Quiero una casa. Sueño. Io sono stanco.
Maldigo. Yo soy el muerto en vida.
El que hace reglamentos.


   Desde hace un buen tiempo atrás venía persiguiendo un libro de Victoria Guerrero, poeta peruana. El poemario al que aludo es Berlín, que fue publicado el año 2011. Apenas si había leído un puñado de poemas (que me gustaron mucho) de este libro cuyo título me pareció sugestivo, aparte del hecho de que la capital de Alemania ha ejercido un atractivo sobre mí que no sé explicar: no París, Roma, Londres, Viena o Praga, sino Berlín, tanto así que incluso en el cine, tres de las películas que más amo tienen que ver con esta ciudad: Berlín:Sinfonía de una ciudad (film mudo de Walter Ruttmann, del año 1927); Alemania, año cero (dirigida por Roberto Rossellini y estrenada en 1948) y Cielo sobre Berlín (estrenada en 1987 y dirigida por Win Wenders). Las tres grandes maravillas del cine. No tuve la suerte de conseguir el libro de Victoria, pero no cejé en su búsqueda. Terco siempre he sido (mejor dicho, constante).













   Hasta que hace unos seis días realicé una compra que me resultó doblemente agradable en una librería que recién abrirá sus puertas el día de mañana. Me refiero a la librería La Libre, ubicada en Barranco (avenida San Martín N° 144). Esa compra, según Ana, dueña junto con Carlos (ambos ciudadanos españoles), me tornó en una "persona inolvidable": resulté con mi compra ser el primer cliente de la librería. Esa condición, para alguien como yo que ama los libros, es un honor y espero que la compra de Documentos de barbarie / (Poesía 2002 – 2012) de Victoria Guerrero (tres bellos libros del sello de Paracaídas editores, entre los cuales se encuentra Berlín) sea el anuncio de una larga vida en un medio donde hay pocas librerías o ninguna (por Dios, Barranco se anuncia como distrito cultural y no poseía ninguna librería, una vergüenza, por cierto). En otras palabras, espero haberles dado suerte.




   Así que henchido de orgullo muestro los libros (por cierto, Ana y Carlos tuvieron a bien hacerme un descuento especial) que empecé a leer a varios kilómetros de Barranco, me refiero a la soleada Chaclacayo donde he estado este fin de semana, ya en mi morada he iniciado la lectura del segundo libro y mis expectativas no han sido defraudadas, Victoria Guerrero es una gran poeta, una poeta con muchos recursos. Por si hubiera dudas sobre mi honorable condición de primer cliente de La Libre muestro la boleta de venta con el número 000001. Comprenderán que no es de todos los días.







   Una curiosidad, junto al local de la librería La Libre, se ubica la antigua casa, con ventana redonda (como el de los barcos), de un personaje de leyenda de la poesía peruana: la bella Nelly Fonseca Recavarren (1922 - 1963) quien, a raíz de un accidente, quedaría postrada en una silla de ruedas desde niña. Poco tiempo después recortó su cabello y vistió como un joven desafiando a la pacata sociedad. Este nuevo personaje tendría su propio nombre: Carlos Alberto Fonseca, que era así como firmaba muchos de sus poemas y libros. 




   Recuerdo que hace unos años atrás, allá por el 94 o 95, visité la casa de la poeta y conversé con sus hermanos que conservaban amorosamente las pertenencias de la hermana ya fallecida: sus libros, su correspondencia, sus cuadros, sus muñecas que ella misma vestía, sus trofeos y diplomas, sus poemas inéditos. Entusiasmada con la idea de publicar algunos poemas de Nelly, la hermana tuvo la confianza y la generosidad de entregarme tres o cuatro sonetos que lamentablemente no llegaron a publicarse en Tocapus, la revista que entonces editaba, por algunos asuntos propios de las revistas que no es el caso recordar.




   Setiembre, mes de libros, espero que así sea con uno mío, pues hace cuatro días inicié conversaciones para publicar mi quinto libro, espero que ello ocurra en el mes de noviembre y que este poemario trabajado durante tantos años salga a la luz: Dondemi calle acaba es un libro al que ya le llegó la hora, creo, de transitar y hacer camino. Esperanzado y alegre ando por estos días y no veo las horas en que mi libro esté ya en mis manos: hojearlo, acariciarlo cual si fuera un hijo que luego de mucho llega a casa y es recibido con alborozo y, lo repito, con mucha esperanza.






   Continuará…





                                            Morada de Barranco, 22 de setiembre de 2014.



EL PROVERBIAL ZAPATERO DEL POETA PABLO GUEVARA

$
0
0




                                                         … ¡cómo no salir corriendo
                                                         a comprar pasajes para esa travesía famosa!
                                                                                                Pablo Guevara




   Cuando Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y yo decidimos, el año 1993, editar una revista de poesía, ya teníamos claro que se llamaría Tocapus. En honor a la verdad, debo decir que el nombre se me ocurrió a mí, ya que por esos días había leído una separata del Boletín de Lima que recogía una investigación de William Burns Glynn sobre una probable escritura inca a través de los tocapus y de los quipus.




   El nombre, entonces, no fue un gran problema, estaba definido. Como definida estaba que la revista debía estar impresa en un buen material como soporte, sin publicidad alguna, sin auspiciadores. Algo difícil si se toma en cuenta que entonces, salvo Pablo que tenía un pequeño estudio fotográfico, no teníamos empleo seguro ni Willy ni yo. Pero la revista salió cuando todo hacía suponer como un imposible.




   En cuanto al contenido de la revista, es curioso, pero se fue definiendo solo, fue como si la revista trazara y ejecutara su personalidad y nosotros fuéramos los intermediarios. Nueve poetas peruanos, tres de ellos debían ser jóvenes. Y así fue en los cuatro números que salieron a la luz. Tocapus fue como casi toda revista de poesía en el Perú, efímera, pero intensa.




   Recordar cómo teníamos que bregar para lograr las colaboraciones de los poetas nos resulta ahora hasta épico. Con el desarrollo tecnológico muchas cosas se han superado y hacen aparecer a los recursos que empleamos entonces como anacrónicos. Hace veinte años el teléfono, que no todos tenían, era vital (las llamadas a Rossella Di Paolo y Vicente Azar fueron de las primeras); las cartas (viene a mi memoria mi breve correspondencia con Montserrat Álvarez, que vivía en Paraguay o con Ana Varela Tafur, que entonces residía por Iquitos) o muchas veces la casualidad y casi siempre el atrevimiento. Hoy, por ejemplo, las redes sociales lo facilitan casi todo (hace unos días, por ejemplo, intercambié mensajes con la poeta Andrea Cabel, que reside en Estados Unidos), algo imposible por esos años. 




  Entre 1993 a 1995 (años en que salió la revista), los tres editores nos reuníamos en Barranco, lugar en el que vivo desde siempre. Discutíamos en la plazoleta Caraz, en la playa o en un barcito en el límite entre Barranco y Surco, quiénes serían los poetas a publicar, eran conversaciones largas acompañadas con algunas botellas de vino (a veces ron y muy, pero muy pocas veces pisco) y muchísimo entusiasmo.




   Escribir cómo fuimos logrando los poemas de gente con obra reconocida sería extenso y no es el momento. Viene a mi memoria algunas “odiseas” para lograr la colaboración de gente hoy desaparecida: mi amigo Vicente Azar, Juan Ramírez Ruiz, Wáshington Delgado, Pablo Guevara, por ejemplo. Pero también los poemas de gente que está en plena labor como Rodolfo Hinostroza, Carlos Germán Belli, Jorge Pimentel, Mirko Lauer, Marco Martos, Rossella Di Paolo, Tulio Mora, Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban, Ana Varela Tafur, Carlos López Degregori… Los intentos fallidos por publicar a Blanca Varela, Antonio Cisneros, Javier Sologuren, Alejandro Romualdo, Francisco Bendezú, Omar Aramayo, José Watanabe, Raúl Deustua, Guillermo Chirinos Cúneo, entre otros.




   Pero si se tratara de recordar alguna de esas “odiseas” para conseguir el material para la revista, hoy quisiera hacerlo con Pablo Guevara. Gran poeta y por eso mismo eternamente joven, generoso como pocos, gran poeta y gran maestro. Me había propuesto publicarlo en el primer número. Sabía que vivía en Pachacamac, lugar por el que solo había estado de pasada allá por 1974, cuando todavía estaba en el colegio y en primaria. Nada más sabía de ese lugar, aparte del hecho de saber que allí estaba uno de los más importantes santuarios del Perú prehispánico. Poco como se verá.




   Salí de Barranco hasta el puente Alipio, allí tomé un carro que me dejó en Pachacamac. Tuve el atrevimiento, como se habrán dado cuenta, de ir a ese lugar sin saber exactamente dónde vivía el poeta. Cuál si fuera un loco, empecé a preguntar a la poca gente que se cruzaba conmigo por si sabían cuál era la casa de Pablo Guevara. Nadie me daba razón, más bien me miraban como bicho extraño. Luego de una hora de intensa búsqueda, intensa e infructuosa, todo me hacía suponer que mi intento había fracasado.




   Antes de continuar con el relato, quiero mencionar algo. Cuando uno piensa en algunos poetas, inmediatamente se les relaciona con un poema, por ejemplo, pienso en Alejandro Romualdo y se hace inevitable recordar su Canto coral a Túpac Amaru; pienso en Arturo Corcuera y viene a la memoria su poema dedicado a Tarzán; pienso en Pablo Guevara y el que menos recuerda su poema Mi padre un zapatero (poema que forma parte de su libro Regreso a la creatura, publicado el año 1957). ¿Por qué hablo de esto? El lector entenderá, en el siguiente párrafo, que no es en vano este comentario.




   Retomando lo que contaba. Cuando ya todo me hacía suponer el fracaso de mi intento, cuando ya me alistaba a tomar el carro de regreso, desemboqué en una calle angosta donde vi, ¡oh, coincidencia!, a un humilde y laborioso zapatero remendón (que creo que también vendía y compraba dólares, no lo tengo claro) quien al escuchar mi pregunta me dijo: “Ah, el profesor Pablo Guevara, el que trabaja en San Marcos!”. Luego me indicó que tenía que ir fuera del pueblo, transitar en diagonal por una pampa y continuar por un sendero rodeado por chacras. Así fue que llegué a la casa del poeta.




   Quien me atendió fue su gentil esposa, pero el poeta no estaba, tuve que regresar otro día, y lo hice, pero esta vez con la seguridad de saber adónde iba y por dónde tenía que ir, todo gracias a un zapatero remendón, como el personaje del famoso poema de Pablo Guevara, quien tuvo la generosidad de proporcionarme dos poemas suyos y un apunte de puño y letra que salieron publicados en el primer número de Tocapus, la revista que con tanto esfuerzo editamos Willy, Pablo y yo.





MI PADRE UN ZAPATERO
                                  

Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.
Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.

Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar.  Fue pobre como muchos,
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
fueron botas.  Gran monarca su oficio, todo creció
con él: la casa y mi alcancía y esta humanidad.

Pero algo fue muriendo, lentamente al principio:
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión;
algo se fue muriendo con esa gran constancia
del que mucho ha deseado.

Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.

Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué sé yo, lo estrujaban.
Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.










   Continuará…




                           Morada de Barranco, 28 de setiembre de 2014.



RESEÑAS, DEDICATORIAS Y OTROS ASUNTOS AFINES

$
0
0




                                                       La dedicatoria se suprime a petición de parte.
                                                                   Juan José Arreola, Palindroma




   Disfruto de unos días de vacaciones que me sirven para ponerme al día en mis lecturas, para ver todo lo relacionado con la edición de mi próximo poemario que saldrá en una semana y media, una edición muy bella y pulcra, minimalista (como los antiguos libros). Por fin veré este libro en mis manos, será como la llegada de un nuevo hijo, luego de una larga, largísima espera. Por cierto, Donde mi calle acaba está dedicado a Rita, my love, mi musa. Comentaré que justo hace un par de días llegó a mi correo la portada del libro: sencillamente encantado, contento (el collage es mío).








   Michael Ende es un escritor alemán a cuyo nombre inmediatamente se le relacionan dos títulos, en sus más de veinticinco obras publicadas, me refiero a Momo(1973) y La historia interminable(1979). Ambas obras pertenecen a lo que podría denominarse el género fantástico y están dirigidas a un público juvenil (aunque en realidad son obras para cualquiera que desee abandonarse a la lectura). El día de hoy, hojeaba un librito suyo, menos conocido que los anteriormente mencionados, pero muy bueno: El secreto de Lena(1971). No voy a comentar sobre la historia que se cuenta, quiero referirme al texto que se encuentra en las solapas del libro, es una reseña simpática, cargada de humor y con mucha espontaneidad, lo cito:


   Le gusta la pintura: Goya, Brueghel, Klee, El Bosco, y los surrealistas, como su padre, Edgar Ende, como De Chirico, como Magritte. Ama el Japón y las tortugas. Le preocupan los que se sienten prisioneros del tiempo –y del reloj-, el exceso de racionalismo, la necesidad imperiosa de consumir. Fuma en pipa, se considera un perezoso empedernido, cree fervientemente en la fantasía y afirma que ningún libro –ni siquiera los realistas- refleja la realidad, porque todos dan la visión subjetiva del autor, son frutos espléndidos de su imaginación. Admira a Shakespeare, Goldoni, Dostoievski, Stevenson, Kafka, Borges, Tolkien… Cuando se pone a escribir, solo le interesa contar una historia. Trabaja como un pintor: a partir de una idea, de la que surgen las demás, hasta llegar a la obra final, un espejo donde se reflejará el lector. Para él, escribir es toda una aventura. Su nombre es Michael Ende.















   Fantástico, en pocas líneas toda, o casi toda, la personalidad del autor alemán fallecido en 1995. Luego de la lectura de esta fresca reseña, recordé algunos textos curiosos (llámense reseñas, dedicatorias, advertencias…) de ciertos libros de autores peruanos. El primero que se me viene al recuerdo es uno de José Santos Chocano, El Cantor de América, quien en su libro Alma América, de 1906, colocó esta advertencia: 




Téngase por no escritos cuantos libros de poesía aparecieron antes con mi nombre.



De un plumazo se deshacía de los ocho libros ya publicados… aunque después no tendría inconveniente alguno para escoger algunos de esos poemas desestimados y ya corregidos volverlos a publicar en su siguiente libro que tituló con arrogancia: Fiat Lux (1908).










   Como no se trata de citar de manera exhaustiva, supongo que olvidaré algunos casos, pero uno que se viene a la memoria es Carlos Oquendo de Amat, autor de un solo libro: el mítico 5 Metros de Poemas(1927). Como se sabe, este libro vanguardista expresa de manera sutil e irónica una gran crítica al sistema capitalista desde el mismo título (esa necesidad imperiosa de consumir, como decía Ende). Si analizamos el sugestivo título del poemario, caeremos en la cuenta que Oquendo alude con humor a que la misma poesía podría venderse por metros como cualquier otro artículo mensurable.  En este maravilloso “libro objeto”, cuya dimensión aproximada a los cinco metros aludiría también a la cinta de proyección de una película, se encuentra esta dedicatoria delicada, amorosa, tierna:



Estos poemas inseguros como mi
                                        primer hablar dedico a mi madre




y luego en la siguiente ¿página? (recuérdese que el cuerpo del libro es una cinta plegada) encontramos esta recomendación fresca y juguetona:



abra el libro como quien pela una fruta (respeto la ortografía)



 Grande, Oquendo, como dicen los futboleros.













   Un compañero generacional, gran amigo de Oquendo, Xavier Abril, publicó en 1931 un libro con prosas poéticas titulado Hollywood (todavía falta estudiar los vasos comunicantes entre La Casa de Cartón y el libro de Abril), este libro vanguardista, impregnado con las influencias del cine, tiene en la portada un grabado de la gran pintora surrealista Maruja Mallo (nada menos que colaboradora de Dalí y Buñuel en Un perro andaluz). El libro tiene bajo el título de ACLARACIÓN Y ESPERANZA el siguiente texto que en algo hace recordar la advertencia de Chocano:


Doy por no escrito este libro. Mejor
dicho: acaba de morir.
En cierto modo, el público es
su autor responsable.











   Damos un gran salto en el tiempo y nos ubicamos en la década del 70. Año 1974, Vladimir Herrera, poeta puneño afincado en el Cuzco, publica su libro Mate de Cedrón. En la contraportada del libro, junto a una foto del poeta en la plaza San Francisco de Lima, se encuentra un texto muy ocurrente a manera de reseña. Texto que, según me enteré hace muy poco, fue creado por el poeta chileno Jorge Teillier, grandísimo honor:



   Vladimir Herrera nació en Lampa en 1950 bajo el signo de Sagitario. Paseó por las universidades de Cuzco, San Marcos, La Católica y el Pedagógico de Santiago de Chile escuchando hablar de Derecho y Antropología. Su flor preferida es el Crisantemo, su número de suerte el 13, el libro que le recomienda leer a los poetas mayores: “La Condición Humana. “Haraui”, “El Comercio”, “Eros”, han publicado sus poemas. Espera que para 1990 este libro se haya agotado.


   Es curioso, pero hacia el año 92 o 93, en una feria de libro en Barranco, Willy Gómez Migliaro y yo encontramos dos ejemplares de Mate de Cedrón, los compramos para luego asistir a la presentación de un libro en la ya desaparecida librería El Portal de Barranco. Entonces todavía se podía encontrar ejemplares de ese libro plomo plata, hoy es casi imposible. Se cumplió el deseo del autor, aunque con una diferencia de años.










   Según contó Róger Santibáñez a una mancha de poetas del 90, Luis Alberto Castillo era llamado Geniecillo Dominical de la Poesía. Gracioso apelativo que celebramos con sonrisas una noche en la Plaza Municipal de Barranco, luego de que culminara una fecha del ciclo de recitales que con Willy y Pablo llamamos Jueves será... El poeta piurano publicó en 1977 su breve poemario titulado Melibea & otros poemas(donde justamente está ese bello poema Melibea negada por las palomas…). Aún me llama la atención las dimensiones del libro: 11,5 X 17 centímetros, de pasta amarilla. En la contraportada se encuentran estas líneas que en su momento celebré e hice mías:


   En el poema la única realidad es el lenguaje: la idea al servicio de la poesía y no la poesía al servicio de la idea.
   Escribo no en función de libros sino del poema como una totalidad independiente de otros textos. Pero no soy culpable si después pienso lo contrario: sucede que ahora lo más importante es escribir, escribir, escribir… todo lo demás es accesorio.
   Vivir es también accesorio.










   Comienzo de los 80, para mayor precisión: 1981. Carmen Ollé publica su primer libro: Noches de Adrenalina, libro que hasta el día de hoy consagra a Ollé como una de las grandes poetas de nuestra poesía. En la contratapa ella escribe estas líneas confesionales con las que muchas mujeres se identificaron:


   No escribo sino para extirpar algunas obsesiones, para hurgar en la desolación de la infancia y pulverizar o comprender el pasado. A través de la línea confesional  de Leiris y Bataille quiero llegar a mirarme y abolir complejos y vergüenzas, en la creencia permanente en el valor de las mujeres.





  






   Ese mismo año 81, un joven sanmarquino publica su primer libro, ganador de los Juegos Florales – San Marcos 1980. Hablo de José Antonio Mazzotti y de su libro Poemas no recogidos en libro. El libro tiene la particularidad de tener en la contratapa no una foto sino cuatro fotos del autor, curiosidad que no he vuelto a ver en otro libro. En la carátula del libro hay una recomendación entre paréntesis, recomendación que no sé por qué me recuerda un poco (salvando distancias y extensiones) a ese TABLERO DE DIRECCIÓN de Rayuela: “A su manera este libro es muchos libros…”, cito:



(léase este libro de todas las formas que el título sugiera)













   Hacia 1982, Pedro Escribano publicó su libro Manuscrito del viento, desde entonces, según sé, lo ha reeditado varias veces. Este breve libro tiene una dedicatoria contundente dirigida al padre que dice:


                                                       A mi padre,
 hermoso y rotundo como una patada.












   Mariela Dreyfus publicó su primer libro en 1984: Memorias de Electra. Es un poemario delgado, en realidad una plaquette, de apenas doce poemas donde indaga sobre su cuerpo, su sexualidad, temas muy en boga por esos años entre muchas poetas peruanas. El libro concluye con un par de líneas que me llevaron a pensar en una cierta jactancia juvenil del acto creativo, o tal vez solo fuera un dato informativo, en todo caso, solo la poeta lo sabe:


Estos poemas fueron escritos entre
los 20 y los 22 años, en la ciudad de Lima.











   Año 1991, una joven e irreverente Montserrat Álvarez publica su libro negro titulado Zona Dark. Bajo una foto en contrapicada, donde se ve a Montsserrat que echa el humo de un cigarrillo, hay un breve texto escrito de puño y letra como si fuera con tiza blanca sobre una pizarra negra que dice lo siguiente:


                                           En el año de 1991,
           fecha de tantas muertes y nacimientos,
         yo, la bien o mal llamada Montsserrat,
por todos conocida y deplorada,
                      decidí escribir, para las humanidades venideras,
                      unas líneas que no significan nada en absoluto.













   Debo suponer que deben haber más casos curiosos, solo he consignado los de autores peruanos, los que recordé y los que estaban a la mano. Mientras tanto, ya para concluir esta entrada, debo confesar que ya escribí mi reseña, la que saldrá en mi libro en unos días, no fue sencillo, luego de larga brega lo pude terminar y obviamente no diré qué escribí, esa será una pequeña sorpresa. Espero.







   Continuará…




                                            Morada de Barranco, 15 de octubre de 2014.




   

DOCE CUENTOS CHINOS

$
0
0




              En los últimos años me gusta la calma…
                                          Wang Wei





   Cuando en el Perú alguien sale con algo increíble o con una mentira, se suele decir con contundencia: “Eso son cuentos chinos”. ¿De dónde viene esta expresión que deja tan mal a los chinos?, con sinceridad no sabría decirlo.






   El término “chino”, apartándonos un poco de la frase, es muy común en el Perú, así se les llama a todas las personas de ojos rasgados, sean estos descendientes de asiáticos o no. A un nisei (descendiente de japonés) se le llama “chino”, igual que a un tailandés o a un vietnamita, a un iquiteño o a un cuzqueño si tiene los ojos jalados (o como dicen aquí: “Si es del ojo”). Particularidades de los peruanos.





   Haciendo memoria, por ahí anda un librito del Conde de Lemos, Abraham Valdelomar, titulado Cuentos Chinos. Probablemente sea, de su narrativa, lo menos apreciado, pero ahí está el libro con sus cinco cuentos de carácter satírico para hacer crítica de la situación política de entonces, por ejemplo, Siké es el Perú, los personajes que aparecen con nombres “chinos” inventados son personajes políticos del Perú de esos años: Billinghurst, Benavides, Piérola son Chin-Kau, Rat-Hon, Kon-Sin-Sak, respectivamente.





   Incluso, en el centro de Lima está el famoso Barrio Chino, lugar en el que se ha concentrado parte de la colonia china. Allí se encuentran muchos de sus negocios: bodegas, jugueterías, los famosos chifas (restoranes de comida peruana con influencia china), bares. Se habla incluso de una temible mafia conocida como el Dragón Rojo, encargada de cobrar cupos a los ciudadanos chinos o sus descendientes.





   Pero lo que me motiva a esta entrada no es tanto comentar estas anécdotas. Lo que deseo con esta entrada es compartir un puñado de cuentos chinos, pero cuentos, algunos de ellos muy antiguos. Narraciones breves que, en muchos casos, han hecho las delicias de mis alumnos, quienes han disfrutado de su sencillez, de su sabiduría, de su humor. Yo recuerdo mucho las risas de mis alumnos con un par de cuentos que figuran en esta pequeña selección: “La virtud de la paciencia” y “El zorro que se aprovechó del poder del tigre”. Cuentos breves, sencillos, cargados de humor, pero sabios, con una sutil intención pedagógica, moralizante.




   Dejo de pergeñar más líneas y pongo a disposición del hipócrita lector, un grupo de doce cuentos chinos, todos ellos breves y en algunos casos brevísimos.

   
LA SENTENCIA


   Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño el emperador le juró protegerlo.
   Al despertar, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mando buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
   Un estruendo conmovió la Tierra. Poco después interrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron: “Cayó del cielo”.
   Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó: “Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así”.

                                                                       Wu Ch’eng-En (Siglo XVI)




LIBROS Y BRONCES


   Cierto letrado necesitaba dinero. Juntó todos los libros que tenía en su casa –varios centenares de volúmenes- y partió para venderlos en la capital. En el camino se encontró con otro letrado, quien, después de mirar la lista de los libros, deseó vivamente poseerlos. Pero él era pobre y no tenía con qué pagarlos; entonces llevó al otro a su casa para mostrarle los bronces antiguos y la colección le gustó enormemente.
   -No los venda –le dijo a su nuevo amigo-, vamos a hacer un cambio.
   Y trocó todos sus libros por varias decenas de bronces.
   La mujer del primero se extrañó al verlo regresar tan pronto. Echó una mirada a lo que traía: eran dos o tres sacos llenos hasta el borde, en los cuales se entrechocaban los objetos con ruido metálico. Al saber toda la historia, empezó a gritar:
   -¡Qué estupidez! ¿Cómo podremos comer con estos bronces?
   Él contestó:
   -¡Bueno!, ¿y crees que mis libros le darán arroz a él?
                              
                                  Dao Shan Qing Hua (Libro de autor anónimo del siglo X)




LANZAS Y ESCUDOS


   En el reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
   -Mis escudos son tan sólidos –se jactaba-, que nadapuede traspasarlos. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
   -¿Qué pasa si una de las lanzas choca con uno de sus escudos?-preguntó alguien.
   El hombre no replicó.

                                       Han Fei Zi (Libro atribuido a Han Fei, siglo III a. C.)




EL ARTE DE MATAR DRAGONES


   Zhu Pingman fue a Zhili para aprender a matar dragones. Estudió tres años y gastó casi toda su fortuna hasta conocer a fondo la materia.
   Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte.

                                              Zhuang Zi (Vivió entre los siglos IV y III a. C.)




PINTAR FANTASMAS


   Había un artista que pintaba para el príncipe de Qi.
   -Dígame –dijo el príncipe-, ¿cuáles son las cosas más difíciles de pintar?
   -Perros, caballos y cosas semejantes –replicó el artista.
   -¿Cuáles son las más fáciles? –indagó el príncipe.
   -Fantasmas y montruos –aseguró el artista-. Todos conocemos a los perros y a los caballos y los vemos todos los días; pero es difícil pintarlos como son. Por eso son temas compluicados. Pero los fantasmas y los monstruos no tienen forma precisa y nadie los ha visto nunca; por eso es fácil pintarlos.

                                               Han Fei Zi (Libro atribuido a Han Fei, siglo III a. C.)




EL CURA JOROBAS


   Había una vez un médico que se vanagloriaba de ser capaz de mejorar a los jorobados.
   -Si un hombre es curvo como un arco, como una tenaza o como un aro, basta con que se dirija a mí, para que yo, en un día lo enderece –decía.
   Cierto jorobado fue lo suficientemente ingenuo para creer en esas seductoras palabras, y se dirigió a él para que lo desembarazara de su joroba.
   El charlatán cogió dos tablones, colocó uno en el suelo, hizo acostarse encima al jorobado, colocó el segundo tablón encima, en seguida, subiéndose encima pisoteó con fuerzas a su paciente. El jorobado quedó derecho, pero murió.
   Como el hijo del muerto quiso llevarlo a la justicia, el Charlatán exclamó:
   -Mi oficio es el de curar a los jorobados de sus jorobas; yo lo enderezo; que mueran o no, ¡eso a mí no me concierne!

                                                 Relatos de Xue Tao (por Jiang Yingke, siglo XV)




                                                            DIFÍCIL DE CONTENTAR       
 

   Un pobre hombre se encontró con un antiguo amigo en su camino. Este tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato quedó transformado en oro. Se lo ofreció al pobre, pero este encontró que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El pobre encontró que el regalo era aún insuficiente.
   -¿Qué más deseas, pues? –le preguntó el hacedor de prodigios.
   -¡Quisiera tu dedo! –le contestó el otro.

                                                           Feng Meng Long (de la dinastía Ming)




YUAN TE-YU


   Un día, cuando se dirigía al excusado, Yuan Te-Yu fue testigo de un hecho singular. A su lado surgió un fantasma gigantesco de más de diez pies de altura, de tez negra y ojos inmensos, vestido de casaca plana y cubierto con un bonete plano. Sin turbarse de modo alguno, Yuan Te-Yu conservó toda su sangre fría.
   -La gente suele decir que los fantasmas son feos –dijo con la mayor indiferencia, dirigiendo una sonrisa a la aparición_. ¡Y tienen toda la razón!
   El fantasma avergonzado se eclipsó.

                                                            Liu Yu-Ching (dinastía del Sur y del Norte)




EN BUSCA DEL PEDERNAL


   Una noche Ai Zi pidió la luz, y como el tiempo pasaba sin que le llevasen la lámpara, le gritó a su discípulo que se apurara.
   _Está tan oscuro –contestó el alumno– que no puedo encontrar el pedernal.
   Después añadió:
   -Maestro, ¿no podría usted encender la vela para ayudarme a buscarlo?

                                                                Su Shi (1036 – 1101)




EL POZO


   Un pozo fue horadado a orillas de un camino. Los viajeros se sentían felices de poder sacar agua para apagar su sed. Un día se ahogó un hombre en él, y desde entonces todo el mundo empezó a censurar a quien había cavado el pozo en ese lugar.

                                                              Sheng Meng Zi (por Lin Shensi, siglo VIII)




LA VIRTUD DE LA PACIENCIA


     Un mandarín, a punto de asumir su primer puesto oficial, recibió la visita de un gran amigo que iba a despedirse de él.
   -Sobre todo, sé paciente –le recomendó su amigo- y de esa manera no tendrás dificultades en tus funciones.
   El mandarín dijo que no lo olvidaría.
   Su amigo le repitió tres veces la misma recomendación, y cada vez, el futuro magistrado le prometió seguir sus consejos. Pero cuando por cuarta vez, le hizo la misma advertencia, estalló.
   -¿Crees que soy un imbécil? ¡Ya van cuatro veces que me repites lo mismo!
   -Ya ves que no es fácil ser paciente: lo único que he hecho ha sido repetir mi consejo dos veces más de lo conveniente y ya has montado en cólera –suspiró el amigo.

                                                               Jiang Yingke (siglo XV)




EL ZORRO QUE SE APROVECHÓ DEL PODER DEL TIGRE


   Andando de cacería, el tigre cazó un zorro.
   -A mí no puedes comerme –dijo el zorro-. El Emperador del Cielo me ha designado rey de todas las bestias. Si me comes desobedecerás sus órdenes. Si no me crees, ven conmigo. Pronto verás cómo los otros animales huyen en cuanto me ven.
   El tigre accedió a acompañarle; y en cuanto los otros animales los veían llegar, escapaban. El tigre creyó que temían al zorro, y no se daba cuenta de que a quien temían era a él.

                                                               Anécdotas de los reinos Combatientes








   Continuará…





                                                    Morada de Barranco, 29 de octubre de 2014.





OQUENDO DE AMAT: IMÁGENES DE UN POETA PERUANO

$
0
0
   




                                                                             El paisaje salía de tu voz...
                                                                               Carlos Oquendo de Amat






   El viernes 14 de noviembre se presentó mi reciente poemario: Donde mi calle acaba en Casa Tupac. Los presentadores fueron los poetas Willy Gómez Migliaro y Omar Aramayo. Omar, gran poeta peruano, dijo algo que provocó la sonrisa de los asistentes en esa noche, para mí, inolvidable: “Estoy seguro que en la casa de Orlando podría faltar una Biblia, pero si algo siempre habrá son las diversas ediciones de 5 Metros de Poemas de Carlos Oquendo de Amat”. Digamos que en líneas generales acertó.











   Pero necesito precisar la afirmación de Omar: hay más de una Biblia en casa y tengo varias ediciones (no todas) del mítico libro de Carlos Oquendo de Amat. Pero si en casa no hubiera una Biblia, estoy más que seguro que siempre habría aunque sea un ejemplar de 5 Metros de Poemas, libro imprescindible para mí, vital, necesario. 


Omar Aramayo.





   En cierta manera, con esa mirada de quien educó los ojos en los andes donde en medio de una atmósfera transparente y pura lo lejano parece cercano, Omar Aramayo dio en el blanco yéndose no por la ruta más cercana que une a dos puntos. Pero acertó.





Partida de Nacimiento del Oquendo (revista QLISGEN).


   Quiero comentar que un punto en común entre Omar Aramayo y yo, aparte del hecho de que los dos somos hombres de los andes (él es de Puno; yo, del Cuzco), está en el hecho de que los dos admiramos y amamos la obra de Oquendo, ese príncipe de la vanguardia. Él fue, sino el primero, uno de los primeros que inició el rescate de la obra de su coterráneo. Hay que recordar que luego de la primera edición de 1927, recién fue en el año 1969 que se volvió a publicar 5 Metros de Poemas, una edición pequeña (y lamentablemente con erratas). Aunque no lo he conversado con él, no dudo que su esfuerzo de rescate tuvo que ver mucho con el hecho de que se vuelva a imprimir esta obra.







   Uno de los temas más recurrentes en nuestras charlas ha sido el de las fotografías del poeta Oquendo. No son muchas en realidad, parece que el misterio siempre acompañó al poeta puneño (creo que en realidad a la mayoría de los poetas peruanos). Recuerdo que hace varios meses escribí en una entrada estas líneas: “Siempre me llamó la atención el perfil bajo de los poetas peruanos. Siempre fueron muy poco dados a la figuración y al protagonismo. Salvo excepciones, como en todo, pienso en el ego desmesurado de poetas como José Santos Chocano, Abraham Valdelomar o Alberto Hidalgo. Pero en líneas generales los poetas peruanos han rehuido siempre a la figuración, a las cámaras y flashes. Incluso sobre los tres mencionados, si hablamos de fotos, hay muy pocas y casi podríamos decir que sus egos vivieron de espaldas a las cámaras fotográficas.” Lo reafirmo, es poco el material fotográfico que se conserva y menos, aún, el de Carlos Oquendo de Amat.


Casa del poeta Oquendo en Puno.


Página interior de la revista QLISGEN.


   Sin embargo, anda por ahí una foto muy usada y que es falsa; es decir, quien ahí aparece es cualquier persona, pero no es el poeta Carlos Oquendo de Amat. El desconocimiento, la ignorancia, la desidia lleva a muchos a seguir utilizándola. Llama la atención, por decir lo menos, la poca rigurosidad que tiene mucha gente que se dice especializada en la obra del poeta peruano. Lamentable, realmente.


Falso retrato de Oquendo.


   ¿Cuáles serían, entonces, las fotos comprobadas del poeta? Lo repito, son pocas. Muchas de ellas se deben, en una lucha indesmayable contra el implacable tiempo, a Omar Aramayo quien las ha rescatado y conservado. Allá a mediados de los sesenta  e inicios de los setenta, Omar fue recuperando este material fotográfico entre los familiares del poeta que vivían en Puno. Otras fotos son producto del empeño de Rodolfo Milla y, si mal no recuerdo, a Alberto Tauro, amigo del poeta.








   Estas son, pues, las fotos que conozco. La primera es de cuando muy niño (el poeta debe tener unos tres años).







   En la siguiente foto se le ve acompañado de sus padres: el doctor Carlos Belisario Oquendo Álvarez y doña Zoraida Amat Machicao.





   Una foto de adolescente, elegantemente vestido, primero con un familiar (un primo) y luego solo.







   Hay un par de fotos donde se ve a Oquendo, como de costumbre, elegantemente vestido (a pesar de sus penurias económicas), junto a automóviles. En la primera imagen se le ve que acompaña a unas damas y a un varón, Ernesto More (Oquendo es el de sombrero). En la otra toma se le ve en el Parque Matamula, quien está dentro del auto es Oquendo, el del bastón es su gran amigo (fallecido prematuramente) el escritor y poeta Adalberto Varallanos.











   Hay una foto pequeña, recortada de una toma más amplia, donde se ve al poeta con sombrero y abrigo y rodeado de gente, la toma está medio borrosa, pero es indudablemente el poeta vanguardista.





   La siguiente foto lo presenta a Oquendo frente a la iglesia de Juli (Puno), siempre elegante (terno oscuro) y con sombrero blanco (por el atuendo del poeta pareciera que la toma es de la misma época de la primera foto del automóvil).








   La siguiente foto se ve a Oquendo de Amat rodeado de mucha gente, el poeta Omar Aramayo me escribió sobre esta foto lo siguiente: "Tengo la original, en pésimo estado de conservación. Me ayudó a conseguirla Gloria Mendoza, en Conima al comenzar los setenta. Este es el mejor retrato de Carlos".


Contraportada de la revista QLISGEN.








   Bien, estas son las fotos que conozco y las que están fehacientemente comprobadas como auténticas del autor de uno de los poemarios trascendentales de la tradición poética del Perú. Como se puede comprobar, estas últimas imágenes del poeta no coinciden con las facciones del personaje que lo han hecho aparecer como Oquendo. Creo que es el momento de ir eliminando dicha imagen que lo único que provoca son equivocaciones.




   





   Continuará…



                                        Morada de Barranco, 17 de noviembre de 2014.




DE TEMBLORES Y TERREMOTOS

$
0
0




                El suelo se estremeció bajo sus pies…
                          Heinrich Von Kleist


 
   "Sentí por primera vez en mi vida un temblor. Fue aquel tan famoso por sus desastres que destruyó por completo Tacna y Arica. La primera sacudida tuvo lugar a las seis de la mañana: duró dos minutos. Me desperté sobresaltada y casi fuera de mi lecho. Creía estar todavía a bordo, mecida por las olas y no tuve miedo. Pero enseguida la negra se levantó gritando: "Señora, ¡temblor, temblor!". Abrió la puerta y salió al patio en donde me precipité tras de ella... Los movimientos eran tan violentos que nos vimos obligadas a echarnos al suelo para no caer. Todos los esclavos estaban en el patio de rodillas, rezando, petrificados y como resignados a morir". Aún asustada escribió la famosa Flora Tristán luego de experimentar por vez primera un movimiento sísmico, esto fue en Arequipa, en el ya lejano 18 de setiembre de 1833. Agregó después: "Hay que haber habitado los países en donde son frecuentes esos temblores para tener una idea justa del terror que inspiran y de las desgracias que ocasionan, cuando estas espantosas convulsiones remueven la tierra en todo sentido, la hacen ondular como las olas o la entreabren como los abismos". 




   Los temblores, los terremotos, tan presentes en nuestras vidas, la de los peruanos, digo. Tanto así que incluso hubo una deidad en el antiguo Perú cuyo nombre fue Pachacámac, el dios creador de la tierra, el señor de los temblores, cuyo gigantesco santuario al sur de Lima fue el más importante de la costa del Perú.




   Allá por 1655, un 13 de noviembre ocurrió un terremoto en Lima, la destrucción de la capital del virreinato fue casi total, una de las pocas paredes que resistió el sismo fue un muro de adobe (ubicado en el barrio de Pachacamilla) donde un esclavo angoleño pintó un Cristo crucificado cuatro años antes. Este hecho fue tomado como un milagro. Se le empezaron a atribuir milagros, cosa que no era muy del agrado de las autoridades de entonces, fue así como por órdenes del virrey Conde de Lemos se intentó borrar la imagen, cosa que no se pudo y también se tomó el suceso como hecho milagroso. La fama y el prestigio del muro fue creciendo.




   El 20 octubre de 1687 ocurrió otro terremoto en Lima, inmediatamente se ordenó hacer una copia al óleo de la imagen del muro, una vez terminado se sacó en procesión, desde entonces cada mes de octubre sale en multitudinaria procesión, por las calles de Lima, la imagen del Señor de los Milagros, también conocido como Cristo de Pachacamilla: Pachacamilla, Pachacámac, no son simples coincidencias. Ambos tienen que ver con los temblores, con los terremotos, sincretismo le llaman.




   ¿A qué vienen estas líneas sobre temblores y terremotos?, se preguntará el lector. Bueno la explicación viene a continuación. En octubre de 2011 colgué una entrada donde expresaba mi pasión por el cine y cómo un terremoto me arruinó la sana costumbre de ir en matiné al glorioso y desaparecido cine Raimondi. He aquí las líneas: “Mis citas con el cine eran impostergables. Recuerdo dos anécdotas. La primera ocurrió en mayo de 1970. Ese día me había atrevido a seguir a una procesión, no por un asunto de fe, sino por ver a la banda musical que acompañaba a la procesión de la Cruz. Lo tengo claro, ya se acercaba la primera función de cine de ese domingo 31 de mayo, así que regresé a mi casa, estaba a punto de ingresar a ella cuando mis ojos se clavaron en una pequeña cáscara seca de naranja, no sé por qué pero era como si mis ojos la hubieran buscado. Entré a casa, me acerqué a mi papá y, como de costumbre, le pedí permiso para ir al cine. Cuando mi padre empezó a buscar el dinero para la entrada el suelo empezó a moverse espantosamente, era el terremoto de 1970 que provocaría la destrucción y desaparición de pueblos enteros como Yungay y Ranrairca, en el departamento de Áncash. Recuerdo muy bien que salimos disparados de la casa, mi madre gritaba asustada, aterrorizada (no era la única, por cierto) mientras mis ojos descubrían cómo la cáscara seca de naranja, que unos minutos antes viera, saltaba en el suelo como si fuera una pelota. Ante tamaño desastre nacional todo se suspendió. No hubo funciones de cine, de teatro, de nada. Asustado (muy asustado) y apenado me resigné a que ese domingo no podía ir al cine”. Sí, pues, un terremoto provoca destrucción material y grandes frustraciones, como ese lejano 1970 en que niño aún me quedé sin cine.




   Muchos años después, el 14 de noviembre de este año, día importante pues se presentaba Donde mi calle acaba, mi quinto libro, un temblor casi malogra la presentación. Estaba en el gran patio y jardines de Casa Tupac, esperaba la llegada de los invitados y de los presentadores. Juan Pablo Mejía, el editor, ya había llegado hacía unos minutos, yo conversaba amenamente con mi cuñada y su esposo cuando a eso de las 7:30 p. m. el suelo se empezó a estremecer, los vitrales de la casa, que son muchos, empezaron a sonar de tal manera que el miedo nos invadió, cuando ya todo hacía suponer que regresaba la calma, un segundo movimiento sacudió todo y se llevó de encuentro lo poco de calma que conservábamos. 4.8 de intensidad tuvo ese largo temblor. Días después, algunos de los que no asistieron se disculpaban arguyendo que el temblor les había hecho desistir.




   Pero no pasó a mayores, se quedó en susto y la presentación se realizó con tranquilidad, aunque el poeta Omar Aramayo, uno de los presentadores, tuvo que pedir prestado un libro mío, pues el suyo, el que le obsequié y se lo dediqué, por efectos del sismo, lo dejó olvidado en el taxi en el que vino a Barranco. 




   Por estas tierras milenarias signadas por los temblores y terremotos, ocurren cosas como a mí me ocurrieron. No soy el único. Recordemos que los sismos y su presencia acechante incluso determinaron los materiales de nuestra arquitectura: materiales livianos, extremadamente perecibles como el barro, la caña, el yeso, la madera, sobre todo en la colonia y en los primeros tiempos de la república (pienso en las majestuosas iglesias coloniales, en las mansiones republicanas). Así ha sido y así será. Habitamos un territorio donde Pachacámac gobierna y nuestras vidas (y nuestras muertes) muchas veces están determinadas por los sismos. Como alguna vez escuché a un viejo barranquino: “Son cosas de temblores y terremotos”.






   Continuará…


                                         Morada de Barranco, 30 de noviembre de 2014.





8 DE DICIEMBRE DE 1980: DOS POEMAS A LENNON (EN REALIDAD TRES)

$
0
0






                                                                      Que has muerto es verdad...
                                                                                   Luis Hernández
                                                       





   Es un día feriado, muy temprano me levanté y me fui a la mesa con un libro que hace unos días me regalara el poeta Omar Aramayo: Catálogo de las naves / Antología Personal (1978-2012), del peruano Eduardo Chirinos. Abrí el libro de casi 350 páginas al azar y empecé a leer un poema titulado Un círculo lleno de flores. Un poema dedicado a John Lennon, el asesinado líder de la banda The Beatles, que dice así:


Un día como hoy mataron a John Lennon. 
Fue hace veintisiete años. Extraño número,
impar y terminado en siete. No es redondo, no
invita a celebrar aniversarios. A los veintisiete
estaba en el esplendor de su carrera (era la 
morsa) y se daba el lujo de cantar algunas calles
que ahora nos pertenecen a todos. Juré visitar
algún día esas calles. Pero el destino, que no
sabe de juramentos, me llevó primero al Central
Park. Allí lo recuerda un círculo (siempre lleno
de flores) y en él una palabra: IMAGINE.
Comencé por el final. Siempre comencé por
el final. Escuché a los Beatles cuando se habían 
disuelto, y por cobrarme diez años los vengo 
escuchando casi treinta. Lo demás es historia. 
George sobrevivió a las puñaladas de un loco 
y dijo adiós. A Paul se le murió Linda y sobrevivió 
a un divorcio. Ringo ha perdido algo de pelo, 
no esa sonrisa bonachona de quien finge no 
tomarse en serio. Hace veintisiete años mataron 
a John Lennon. Yo tenía veinte, mi hermano 
diecinueve. Los dos nos encerramos a escuchar 
sus canciones y lloramos en silencio. Nunca 
habíamos llorado juntos. Tal vez ni se acuerde. 
Cuando lo vea voy a preguntarle. 










   Me gustó mucho eso de: “Comencé por el final. Siempre comencé por / el final. Escuché a los Beatles cuando se habían / disuelto, y por cobrarme diez años los vengo / escuchando casi treinta. Lo demás es historia”. Unas horas después me puse a ver televisión y un noticiario me hizo recordar que el día de hoy, 8 de diciembre, se cumplía un año más de la caída del avión donde pereció el equipo completo de Alianza Lima allá por 1987 y, sorprendido, que en esta misma fecha, hace ya treinta y cuatro años ocurrió el asesinato del músico inglés. ¿Coincidencia? No sabría decirlo. Solo sé que el azar me llevó al poema de Chirinos, texto que por lo demás nunca había leído.








   8 de diciembre de 1980, seis de la mañana, acompaño a mi padre por la avenida principal de Barranco, en el trayecto pasamos por donde antes se entregaban los diarios a los canillitas (así se llaman en el Perú a los expendedores de diarios). De pronto, entre la multitud, veo un paquete de periódicos en el suelo y una noticia que me dejó sorprendido, consternado, incrédulo, anonadado, toda una confusión de sentimientos (como el título de la novela de Stefan Zweig): el diario Expreso anunciaba en primera plana con sus letras azules sobre el asesinato de John Lennon. La noticia golpeó duramente mi corazón de adolescente de dieciséis años.







   Si bien yo no era de la época de The Beatles (pues apenas si era un adolescente), hacía unos años, muy niño, los había descubierto, y como dice el poema de Eduardo Chirinos: “Escuché a los Beatles cuando se habían / disuelto, y por cobrarme diez años los vengo / escuchando casi treinta”.En realidad, ubicado ya en la actualidad, los vengo escuchando cuarenta y cinco años. Los descubrí a inicios de los setenta (en un 45 rpm de una tía), pero empecé a escucharlos casi religiosamente, canción por canción, disco por disco, completamente perplejo por la perfección, el equilibrio, la arquitectura de su música desde 1978. De tanto escucharlos, se me habían vuelto familiares, casi de mi entorno, de ahí la razón del por qué la noticia del asesinato de Lennon me golpeó y creo que fue la primera experiencia cercana que tuve de la presencia acechante de la muerte. Hasta entonces a esta la veía como una posibilidad lejana, apartada de mis predios. Estaba equivocado.










   Hace unos días, lo recuerdo, tres o cuatro, no más, mi hija me preguntó a boca de jarro: “Papá, ¿tú lloraste cuando se murió John Lennon”. Mi respuesta fue sincera: “Sí, hija, lloré todo el día”. Apenas lo dije, inmediatamente vino a mi memoria la tarde aquella (ya casi noche) del 9 de diciembre de 1980, en que mi madre había recibido la visita de una hermana suya, recuerdo que cuando mi madre me vio que no paraba de llorar, mientras escuchaba algunas canciones de The Beatles, se me acercó y me dijo algo que detuvo mis lágrimas: “No llores ya, guarda lágrimas para cuando me muera”. Me paralizó y un miedo más grande me invadió y dejé de llorar, aunque la tristeza no me abandonó.









   Un tiempo después, y cuando la tristeza todavía no me había abandonado, salió publicado en el diario La República un poema de Enrique Sánchez Hernani. En él, una voz juvenil habla con sus padres sobre la fatal noticia. Cuando lo leí, quedé sorprendido por cómo Sánchez Hernani había logrado con palabras cotidianas (ese "Oye papi Oye mami", por ejemplo)  un magnífico poema que expresaba la desazón de los jóvenes ante la muerte del ídolo. El texto es el siguiente:


DESPEDIDA A JOHN LENNON EN RITMO BEAT 


Oye papi Oye mami 
mataron a John Lennon 
vengan a ver esto 
le abrieron el pecho con un abrelatas 
Smith Wesson 
tenía un gramófono en el corazón 
les juro que lo he visto 
quedó regado en el piso como un reloj descompuesto 
no lo creo 
es cierto viejo 
los pushers entraron en huelga 
subí a un bus y nadie fumaba yerba 
estaban todos tranquilos 
oyendo Strawberry Fields Forever 
por el tocacintas 
dicen que la sangre le detonó en las venas 
vino el Sargento Pepper y tomó nota de los hechos 
saldrá en los periódicos 
llamen a George 
llamen a Paul y Ringo 
la música me duele 
  







   Bello poema de Sánchez Hernani que confirmaba lo que alguna vez escribiera Octavio Paz en la Advertencia a la primera edición de su libro Las peras del olmo: “Todos o casi todos, nos enamoramos; solo Garcilaso convierte su amor en églogas y sonetos. (…) El artista trasmuta su fatalidad (personal o histórica) en un acto libre. Esta operación se llama creación; y su fruto: cuadro, poema, tragedia”. Efectivamente, el poeta peruano había dado en el clavo, sus veintiún versos expresaban todos esos sentimientos que el común de los mortales no lo podía expresar con palabras, pero ahí estaba el poema de Enrique, y lo tomé como si fuera mío, como si esas palabras fueran mis palabras, como si el sentimiento que originó el poema fuera el mío, y lo era.








   Treinta y cuatro años después, mirando todo a la distancia, ya con la partida de George Harrison ("George sobrevivió a las puñaladas de un loco / y dijo adiós."y con Paul y Ringo ancianos (pero activos en la música), debo decir que la música de The Beatles me sigue acompañando, que nunca dejaré de escucharlos, que aunque no pertenezco generacionalmente a la década prodigiosa de los sesenta, estoy muy identificado con los Fab Four, con su espíritu creativo e innovador, con esa mirada esperanzadora de que las cosas pueden cambiar..., en fin, que ahorita mismo estoy escuchando, mientras escribo, el Abbey Road, ese maravilloso disco de despedidadonde los cuatro (olvidando las rencillas que habían vuelto insoportable su convivencia) alcanzaron esas cumbres adonde muy pocos llegan.



JOHN LENNON


Hay cosas que a algunos nunca les sucede.
Un hermano mayor, por ejemplo,
y necesitarlo y saber que el padre gritará
y eso será definitivo, demasiado grande
para entenderlo.

Cántale a tu hermano mayor. Él sabe
algo que tú nunca sabrás. Es sencillo.
Hay cosas demasiado grandes.
Él también necesita un hermano mayor.


                                  Luis La Hoz












   Continuará…





                                              Morada de Barranco, 08 de diciembre de 2014.





LOS BEATLES Y LOS ROLLING STONES

$
0
0
                                                                     




                                                             ¡A ellos qué sencillo les fue ser música!
                                                                                                              Anónimo





   La Navidad llegó y con ella, entre los regalos, un libro (en realidad dos, pero del primer tomo de los Cuentos Completos de Antón Chéjov hablaré en otro momento). Me refiero a Los Beatles vs. Los Rolling Stones, del historiador John McMillian. En tres días di cuenta de él: informativo, imparcial y entretenido sobre un asunto del que muchos han opinado: la rivalidad entre estos dos grupos ingleses (lo que fastidia un poco sí son los muchos modismos españoles empleados en la traducción). Si bien es un tema bastante manoseado, McMillian logra engancharnos con su libro que se nota que es producto no de la improvisación y de las leyendas sino de una exhaustiva investigación y de una amplia documentación.








   ¿The Beatles o The Rolling Stones? Hasta el día de hoy la pregunta se mantiene. Yo no me hago problema, los dos son grandes bandas y a los dos escucho y los disfruto como un condenado, aunque si a mí me hicieran tal pregunta, sin dudar daría mi respuesta: amo apasionadamente la música de los de Liverpool. Siempre fue así; es decir, siempre fue así desde que los redescubrí a los dieciséis años, desde entonces siempre me atrajo el abanico de posibilidades musicales de The Beatles, en cambio siempre me pareció, a pesar de su contundencia, que el espectro musical  The Rolling Stones era restringido,  creo que fue Lennon que alguna vez dijo algo así como: “Los Rolling Stones hacen rock, los Beatles hacemos música”. Puede sonar soberbio, pero grafica bien la amplitud de registros de los Fab Four. En otras palabras, The Beatles, forever.








   Esta rivalidad, entre otras cosas, estaba sustentada en la idea de que los Beatles eran los educaditos, los chicos buenos, los que estaban conformes con el sistema; en cambio los Rolling Stones eran los salvajes, los chicos malos, los disconformes. Hoy todos sabemos que no fue tanto así, que incluso se frecuentaban (en la presentación para la televisión de la canción “All You Need Is Love”, se le ve a Mick Jagger cantando o en "She's A Rainbow", canción de los Stones, Lennon y McCartney hacen los coros), es más, ellos mismos se ponían de acuerdo en las fechas de las salidas de sus discos para no perjudicar las ventas de la otra banda. 










   En el fondo todos sabemos o sospechamos, por lo menos, que esa supuesta rivalidad, de la que los mismos Beatles y Stones decían que era falsa, no era sino producto de periodistas sensacionalistas que lo alimentaban con titulares e información amarillista o de convenientes intereses económicos que a la larga solo favorecían a los dos grupos, sobre todo a las disqueras, pues eso aseguraba ventas exitosas de discos (y otros productos, merchandising, que le llaman). 








     Pero en todo hay de todo. Y hay que recordar que ellos no fueron los únicos grupos de la “década prodigiosa”, si bien los Beatles permitieron la tan famosa “invasión británica” a los Estados Unidos (The Dave Clark Five, The Animals, The Hollies, The Herman's Hermits, The Who, The Rolling Stones). Ante la pregunta de marras, algunos solían responder con un guiño, que en otras palabras quería decir: “Ni con tirios ni con troyanos”, o sea: “Ni Beatles ni Rolling Stones, The Kinks”, la tercera ruta, cuestión de gustos.









   Sin embargo… algo debió haber, sino leamos: “Los Beatles no se movían como Elvis y eso era algo deliberado, era nuestra política, porque lo considerábamos estúpido. Y después apareció Mick Jagger y resucitó la banalidad, el movimiento, hamacar el trasero y esas cosas. Y la gente nos empezó a criticar porque no nos movíamos, pero nosotros lo hacíamos como una postura intelectual. Cuando éramos más jóvenes nos movíamos y esas cosas que se hacen ahora como romper los instrumentos, es algo que Pete Townshed (guitarrista de The Who, banda famosa por romper sus instrumentos) se ha dado cuenta. Es algo que haces después de tocar seis o siete horas, rompes todo, insultas a todo el mundo. Nosotros nos pulimos y dejamos todo eso. (…) Mick es un chiste, con todos esos bailes amanerados. Siempre he respetado mucho a Mick y a los Stones, pero él ha dicho un montón de porquerías sobre los Beatles, y eso me duele, porque yo puedo despotricar de los Beatles, pero no dejo que Mick Jagger despotrique de ellos (…) Me gustaría hacer una lista de lo que hicimos y lo que los Stones hicieron dos meses después, en cada puto álbum y cada puta cosa que hacíamos, Mick hace exactamente lo mismo. Nos imita. Y me gustaría que ustedes o alguien del underground lo reconociera, ¿sabes? Satanic Majesties es Pepper, “We love you” (que es la mierda más grande de todas) es “All You Need Is Love” (…) Me duele la implicación de que los Stones eran revolucionarios y los Beatles no lo eran –continúa Lennon-. No están en la misma clase, ni a nivel musical ni de poder. Nunca lo estuvieron. Y Mick siempre sintió rencor por ello. Yo nunca dije nada. Siempre los admiré porque me gusta su música y me gusta su estilo. Me gusta el rock and roll y la dirección que tomaron cuando dejaron de imitarnos. (…) Es evidente que Mick está muy decepcionado por los grandes que son los Beatles comparados con él; nunca lo ha superado. Ahora que ya es un viejo (tenía veintisiete años) va y empieza a criticarnos, sabes. Y no para de criticar. Me molesta, porque incluso su segundo puto disco, (“I Wanna Be Your Man”) se lo escribimos nosotros”. Así respondió John Lennon a Jann Wenner, fundador y editor de la mítica revista “Rolling Stone”, allá por diciembre de 1970, en Nueva York.







   Harto de las críticas de Mick Jagger, por ejemplo, al famoso Álbum Blanco al cual el líder y  cantante de los Stones tildó de vulgar o de la forma cómo se habían separado The Beatles, Lennon contraatacó de manera airada, tal como acabamos de leer en los extractos. Según Yoko Ono, quien estuvo presente (cuando no) en la entrevista: “Jann era un periodista sabio e inteligente, en el sentido de que sabía escuchar y creo que por eso John habló y habló sin parar”.








   Lo cierto es que el libro de McMillian pone en claro algunas cosas, por ejemplo cuál de los dos grupos era el que iba a la cabeza y cuál, de alguna o de varias maneras, seguía al otro. En la entrevista de Jann Wenner a Lennon, este dice: “Me gustaría hacer una lista de lo que hicimos y lo que los Stones hicieron dos meses después”. Una lista. Claro, y ¿por qué no? No para dejar mal a nadie sino para comprobar que efectivamente durante un tiempo hubo un grupo que hacía lo que el otro.








1. El corte de cabello beatle de la primera época de la banda de Liverpool, que algunos atribuyen a la artista alemana Astrid Kircherr cuando John, Paul y George estaban en Hamburgo todavía, se impuso en el mundo entero, incluidos los Rolling Stones como pueden verse en las imágenes, aunque luego los Stones arguyeron que ese corte no era de los Beatles porque ya otros personajes lo venían usando desde más antes.







2. En noviembre de 1963 salió el segundo LP de The Beatles: With The Beatles cuya carátula es una foto en blanco y negro realizada por el fotógrafo Robert Freeman, la influencia de la carátula se ve notoriamente en el segundo disco de los Rolling Stones que salió a la luz en octubre de 1964 (caras serias, sombras…).








3. En agosto de 1965, The Beatles publican el disco “Yesterday”, balada donde solo se escuchan la voz de McCartney, una guitarra acústica y un cuarteto de cuerdas. A principios de 1966, los Rolling Stones sacan la balada “As Tear Go By”, donde curiosamente solo se escuchan la voz de Jagger, una guitarra acústica  y un arreglo de cuerdas que hace recordar muchísimo a “Yesterday”.








4. RubberSoul es el sexto LP de The Beatles, un disco innovador, alabado por la crítica por la madurez musical que mostraba, en comparación a sus discos anteriores. Inmediatamente los Rolling Stones viajaron a Hollywood a grabar “a la manera beatle” (largas jornadas y completamente aislados en los estudios de grabación) las canciones de su siguiente disco que por primera vez tendría todo el material original producto de la creatividad del dúo Jagger-Richard (no hace esto recordar al tándem Lennon-McCartney), hablamos del disco Aftermath. Disco saludado como expresión de la madurez musical de los músicos de Londres (según el Rolling Stones Book, el Aftermathera “un RubberSoul”). Si se observan ambas carátulas, incluso se podrá notar un parecido en el ángulo desde donde se tomaron las fotos y que ambos discos solo tienen el nombre del álbum mas no el de los grupos, ¿coincidencia?








5. La leyenda dice que la primera vez que se usó en el rock el instrumento músical indio conocido como sitar fue en la canción de Lennon: "Norwegian Wood (This Bird Has Flown)", (aunque en honor a la verdad unos meses antes, en junio de 1965, lo usaron los Yarbirds en su canción “Heart Full of Soul” y en julio de ese mismo año The Kinks lo emplearon en su tema “See My Friends”). El más entusiasmado en experimentar con instrumentos de la India fue George Harrison, quien guiado por sus afanes se compró un sitar y lo empleó en la canción antes mencionada. Dentro de los Rolling Stones, el más experimental, algunos decían que era el mejor músico del grupo, era el fenecido Brian Jones, este empleó allá por 1966 el sitar en el tema “Paint It Black”, se dice que el instrumento que utilizó Brian fue un préstamo de su amigo George Harrison y que incluso este le enseñó los rudimentos de este instrumento exótico.








6. Para muchos, el disco más grande del rock es el mítico y psicodélico Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, que salió publicado en junio de 1967, un disco innovador, experimental y de amplio espectro musical (rock, pop, baladas, music hall, psicodelia, canciones con influencias orientales, sinfónicas, etc). Incluso la pasta del disco, que es un collage colorido y psicodélico diseñado por Peter Blake, resultó de enorme influencia en el mundo musical. En diciembre de 1967, los Stones sacan un disco que resultó un fracaso pues se alejaron de sus raíces bluseras y en los nuevos territorios musicales que exploraron no les fue nada bien. En ese afán de superar a los Beatles se embarcaron en Their Satanic Majesties Request, que como puede verse, la pasta colorida es producto de la enorme influencia del Sargento Pepper.








7. En el convulsionado mundo político de los sesenta, los grupos musicales como The Beatles no podían estar ajenos. En julio de 1968 sale la canción “Revolution” (lado “B” de un 45 rpm), en ella Lennon expresa su visión personal y política, definitivamente la canción no hace apología de los movimientos revolucionarios violentistas, como su título engañosamente podría sugerir, sino que en ella se apela al pacifismo como la vía para solucionar los problemas sociales, esta posición atrajo muchas críticas de grupos radicales que se enfrentaron por diversos medios al compositor. Curiosamente, un mes después, los Stones sacan un disco titulado “Street Fighting Man”, canción que saldría publicada en el disco “Beggars Banquet” y donde se expresan posiciones políticas como jamás lo habían hecho los Rolling Stones. A diferencia de Lennon, Jagger captó con este tema la simpatía de los grupos radicales.







8. A través de la primera producción de televisión satelital internacional Our Word, se transmitió, en junio de 1967, para veintiséis países (más de 400 millones de telespectadores) el tema “All You Need Is Love”, tema compuesto, a pedido de la BBC, por The Beatles para que represente al Reino Unido. En agosto de 1967, los Rolling Stones publican su tema “We Love You”, canción que hace recordar algo a “All You Need Is Love” y el video de la canción tiene imágenes que remiten a la transmisión del tema de los Beatles.








9. Para diciembre de 1967, The Beatles se embarcan en un proyecto que resultaría un fracaso, hablamos del disco y de la película para televisión titulado Magical Mystery Tour. Un año después, en diciembre de 1968, los Rolling Stones decidieron superar el proyecto de The Beatles y graban lo que sería una película para televisión llamada The Rolling Stones Rock and Roll Circus. Lamentablemente el proyecto quedo en algún lugar bien guardado, nunca se proyectó sino hasta el año 1996.







10. Qué podríamos decir del título del penúltimo disco de los Beatles: Let It Be(Déjalo ser), cuya primera versión estaba lista ya en marzo de 1969 y del disco Let It Bleed (Déjalo sangrar) de los Rolling Stones que salió en diciembre de 1969 y que es casi una ironía del disco de los Fab Four que para entonces estaban en terribles pugnas.







   Son algunas de las cosas que en el libro de McMillian se mencionan. Flotan por ahí algunas cosillas que en otras publicaciones leí y que en el libro no se mencionan, por ejemplo ese sospechoso parecido entre los títulos de un par de canciones como “Baby’s In Black” y “Paint It Black” (el primero de los Beatles, del año 1964, y el segundo de los Stones, del año 1966), esa maravillosa caja de sastre que es el White Album que salió publicado en 1968y la respuesta, pues según muchos, un referente para los Stones siempre fueron los de Liverpool, cuatro años después, del fabuloso  disco Exile on Main St., en fin.








   Nunca habrá un acuerdo y cuando de música se trata, menos aún. Ese es el gusto: discutir, intercambiar ideas. Quiero para terminar, citar las líneas con las que comienza el libro que motivó esta entrada: “En verano de 1968, Mick Jagger asistió a una fiesta de cumpleaños en su honor en el Vesubio Club, un bar recién inaugurado… Bajo las luces negras y los bellísimos tapices, algunas de las modelos, artistas y cantantes pop más de moda de Londres languidecían sobre enormes cojines… Como sorpresa, Mick llevaba consigo una copia del avance del inminente álbum de los Stones, Beggars Banquet, y cuando empezó a sonar por los altavoces de la sala la gente inundó la pista de baile. Con todo el personal “saltando como locos” y disfrutando del disco (que pronto recibiría el calificativo de mejor álbum de los Stones hasta la fecha), Paul McCartney entró en el local y le pasó a Sánchez una copia del siguiente sencillo de los Beatles, “Hey Jude” / “Revolution”, que nadie fuera del círculo más íntimo del grupo había escuchado todavía. Según rememora Sánchez, “el lento y atronador crescendo de ‘Hey Jude’ sacudió los cimientos del club”, y los asistentes reclamaron al disc jockey que pinchara la canción de siete minutos una y otra vez. Entonces el disc jockeypuso la siguiente canción, y todo el mundo escuchó “la voz nazal de John Lennon” vomitando la letra de “Revolution”. “Cuando terminó la canción –recuerda Sánchez-, vi que Mick parecía molesto. Los Beatles le habían robado el protagonismo”. Hasta el próximo año.










   Continuará…






                              Morada de Barranco, 30 de diciembre de 2014.





DOS VIEJAS HISTORIAS: EL PAUCAR Y EL CHIHUACO

$
0
0
   




                                                                        animal hecho de versos amarillos
                                                                                     Jorge Eduardo Eielson





   Iniciamos el año con esta entrada. Difícil se hace, en ocasiones, encontrar temas para los textos que irán en esta bitácora, uno busca y no se presentan en el horizonte las luces que se requieren para llegar a buen puerto. Sin embargo, de manera inesperada aparece el tema y pronto uno se lanza a escribirlo con la esperanza de haber acertado.





   En estos días, por ejemplo, he estado revisando material de lo que es el "avistamiento de aves" y que de manera mundial es conocido como birding o birdwatching: me informo que hay muchos países que ofrecen a los turistas este servicio y que deja buena cantidad de divisas, que el Perú en este campo está todavía en pañales.





   Increíble, si tomamos en cuenta que el Perú alberga a 1 835 especies de aves, que posee 131 aves endémicas (es decir, que solo existen en nuestro territorio) lo que convierte al Perú entre los dos primeros países del mundo que tiene la mayor cantidad de especies en el mundo, y no lo aprovechamos, por lo menos no de la manera que debería ser.





   Las aves. Un asunto milenario en nuestro país. Pienso en los tejidos con plumas, en la escultura y en la representación de aves en la cerámicadel periodo prehispánico, en el picaflor (colibrí) de las líneas de Nazca, en las plumas rojas del coraquenque(ave exótica que aparecía a la muerte de un inca para brindar sus plumas al sucesor, según la leyenda) que iban como distintivo en el llauto del sapa inca, en las alas de los arcángeles arcabuceros de la Escuela Cusqueña del periodo virreinal, en fin.   


















   En la narrativa oral de nuestro país, su presencia es apabullante por la cantidad de relatos, he leído, escuchado y contado múltiples historias (mitos, leyendas, fábulas, etc.) donde los personajes son las aves: el cóndor, el huaychao, el gallinazo, el picaflor (colibrí), el tuhuayo, la paloma, la huachua, el guácharo, el loro, el paucar, el chihuaco y muchas aves más. Hay que reconocer que muchas de estas historias son ocurrentes y emplean, en ciertos casos, un humor muy cruel, sobre todo en aquellas relatos donde los protagonistas son algunas de las aves mencionadas y el entrañable "atoq", o sea, el zorro, quien siempre (o casi) termina lastimado o muerto.









   De este abánico de historias donde participan las aves como protagonistas, escojo dos: uno sobre el paucar y el otro sobre el chihuaco. Curioso, pero en ambas historias está presente la mentira y el castigo ejemplar; es decir, estas leyendas no solo cuentan el origen de algo sino que poseen una intención moral, algo así como una advertencia de cómo podría terminarse si somos, como en ambas historias, mentirosos. Estas son, pues, las dos leyendas escogidas para esta oportunidad.







EL PAUCAR




   En un pueblecito de la selva vivía un niño muy particular: aparte de ser un gran imitador era curioso, parlanchín, chismoso, mentiroso y exagerado, razones por las cuales se había vuelto antipático para los pobladores de la aldea. Vestía siempre con un pantalón negro y una camisa amarilla, no se le conocía otro atuendo.
   Cada vez que se enteraba de algo, inmediatamente se subía a los árboles y en voz alta propagaba la noticia o simplemente se ponía a imitar ruidos, voces, mortificando a los aldeanos con su voz chillona.
   En esa misma aldea, desde hacía un tiempo, vivía una anciana que conocía muy bien las propiedades de las plantas y su conocimiento lo empleaba para curar enfermedades, razón por la que era muy apreciada. Pero el niño parlanchín, que nada respetaba, se atrevió a difundir una falsa noticia sobre ella. Contó que un día la anciana se había tropezado y había caído a un silo embarrándose totalmente con excremento. Cuando la anciana se enteró lo que este niño había hablado, decidió castigarlo.
   Al día siguiente lo buscó y lo encontró en el río.  Ahí lo vio nadar incansablemente y al rato observó que trepaba alegremente a los árboles, uno tras otro, hasta que decidió descansar y casi inmediatamente se quedó profundamente dormido. La anciana que había preparado, la noche anterior, un brebaje para transformarlo en ave, dejó un vaso de chicha mezclada con la poción. Y se escondió entre la vegetación.
   Luego de un buen rato, el niño despertó con sed y al ver el vaso con chicha, con total confianza lo bebió. Casi inmediatamente vio cómo se reducía notablemente su estatura; su boca, de pronto, se transformaba en un pico mientras su ropa se le adhería a la piel y empezaba a salirle plumas amarillas y negras.
   Ya convertido en pájaro extraño, pues nunca se había visto uno parecido en la zona, voló hacia los árboles y desde entonces ahí vive, pero no ha perdido la costumbre de imitar las voces y los ruidos y confunde siempre a los hombres. A este pajarillo, el mejor imitador de la naturaleza, se le conoce con el nombre de “paucar” que significa “el que imita”.
   Hasta el día de hoy se dice que el “paucar” es un pájaro muy inteligente porque hace sus nidos en las partes más altas de los árboles y junto a avisperos para que nadie se atreva a acercarse. En algunas zonas de la selva peruana se da a comer a los niños el cerebro del “paucar”, dicen que es  para que aprendan a hablar más pronto.











EL CHIHUACO




   Cuentan en la sierra del Perú que Nuestro Señor decidió darle dentadura al hombre, entonces llamó a su mensajero el “chihuaco” y le dio el encargo de la siguiente manera:

     -Le pondrás esto en la boca del hombre. Ve pronto.

   El “chihuaco” rápidamente bajo a la Tierra, pero en el camino sintió mucho hambre que al ver en una chacra el maíz detuvo su vuelo, puso en el suelo el diente y comió los granos sueltos de maíz que estaban desperdigados por la tierra.
   Una vez calmado su hambre buscó el diente, pero no lo encontró. Se había confundido con los granos blancos del maíz. Al no encontrar el diente que Nuestro Señor le había encargado, tomo con el pico un grano de maíz y voló en busca del hombre y se lo puso.
   Al poco tiempo ocurrió algo malo: al diente le entró la caries y empezó a dolerle las muelas al hombre. Eso no hubiera ocurrido si el “chihuaco” hubiera colocado en la boca del hombre el diente que le había enviado; es decir, no se hubiera podrido, no se le hubiera cariado.
   Cuando el “chihuaco” se presentó ante Dios, Este le reprendió muy molesto y terminó diciéndole:

     -Eres un animal muy mentiroso y la confianza se perdió.

   Inmediatamente lo agarro y con cólera le dio varios palmazos en el trasero al “chihuaco”. Por esa razón, desde entonces, el trasero del “chihuaco” es rojo.






   Continuará…




                                       Morada de Barranco, 19 de enero de 2015.




____________
Salvo la primera foto que es mía, las demás son de Internet.





TRES MAESTROS: ONETTI, ARGUEDAS Y RULFO

$
0
0



                                                                                  Escribir es una provocación.
                                                                                                         Emil Cioran





   “¡Cuántos libros, Dios mío, y qué poco tiempo y a veces qué pocas ganas de leerlos! Mi propia biblioteca donde antes cada libro que ingresaba era previamente leído y digerido, se va plagando de libros parásitos, que llegan allí muchas veces no se sabe cómo y que por un fenómeno de imantación y aglutinación contribuyen a cimentar la montaña de lo ilegible (…) No digo en cien años, en diez, en veinte ¡qué quedará de todo esto! Quizás solo los autores que vienen de muy atrás, la docena de clásicos que atraviesan los siglos a menudo sin ser leídos, pero airosos y robustos, por una especie de impulso elemental o de derecho adquirido…”. Escribió el pesimista Julio Ramón Ribeyro en su libro Prosas Apátridas. Y tiene razón en mucho, si es que no en todo. ¿Cuántos de los libros que hoy se publican y que “fueron escritos con tanto amor y tanta pena” no tienen ya, anticipadamente, el olvido asegurado? Ribeyro escribió que “la gloria literaria es una lotería y la perduración artística un enigma”, sin embargo, con todo, el hombre, empecinado, “sigue escribiendo, publicando, leyendo, glosando”.








   Pero si de algo estoy seguro es que del enorme océano de novelistas que por estas tierras americanas han nacido y seguirán naciendo, algunos de ellos muy buenos, tres no solo tienen asegurado su triunfo sobre la muerte y el olvido, sino que son para mí las cumbres inalcanzables de la novela que se escribe por estas tierras: el uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994), el peruano José María Arguedas (1911-1969) y el mexicano Juan Rulfo (1917-1986), maestros los tres no solo de la forma moderna de la novelística sino de las profundidades del espíritu humano.











   Algo común es la influencia de la narrativa de William Faulkner en la obra de los tres, es innegable, aunque quizá sea menos evidente en la de Arguedas. El peruano Vargas Llosa escribióhace un tiempo atrás en El viaje a la ficción que: "Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina." Es más, Vargas Llosa se atrevió a decir que la novela realmente moderna de Latinoamérica se inicia con la primera novela de Onetti titulada El Pozo del año 1939 (en cuya primera edición hay un dibujo falso de Picasso en la pasta).











   En cuanto a Arguedas es sabida la enorme admiración que sintió cuando llegó a sus manos la novela Las palmeras salvajes del norteamericano, la versión que conoció fue la de Jorge Luis Borges que salió en Editorial Sudamericana el año 1940. Decía García Márquez que la diferencia entre los narradores regionalistas y los narradores modernos es que los primeros no había leído a Faulkner, cosa que sí hizo Arguedas, tanto así que, por ejemplo, el primer capítulo de Los ríos profundos lleva por título El viejo, nombre de uno de las historias de Las palmeras salvajes, por mencionar algo.














   En Rulfo es más complicado el asunto, no porque no haya evidencias saltantes, sino porque él mismo repetía cada que le preguntaban sobre Faulkner, que cuando escribió Pedro Páramo no conocía la obra del escritor sureño, aunque es más que evidente algunos elementos comunes a ambas obras: una aparente estructura caótica, una visión fatalista del pasado, por nombrar algunas "coincidencias" entre el norteamericano y Juan Rulfo, que también incursionó en la fotografía, y como dicen los mexicanos: Juan en la fotografía "no cantaba mal las rancheras".




















   Y en el plano personal, ¿se conocieron, tuvieron contacto, aunque sea epistolar? Pues sí se conocieron, al menos Arguedas con Rulfo y este con Onetti. Por ahí hay un par de fotos donde se les ve a Juan Rulfo y a Juan Carlos Onetti, ambos enternados y en una mesa, lo que no sé es si alguna de ellas corresponde a una anécdota que se cuenta de ambos cuando se encontraron en Europa. 





   La anécdota de ese encuentro cuenta lo siguiente:


   Tanto Rulfo como Onetti eran personas silenciosas, discretas, ensimismadas. En una oportunidad se encontraron en París, decidieron, entonces, ir a un café. Sentados frente a frente en la mesa de la cafetería elegida, dejaron pasar como tres horas sin decir una palabra, sumidos ambos en un  completo silencio que debió ser algo incómodo. Cuando decidieron marcharse, los dos se pusieron de pie y Juan Rulfo a manera de despedida soltó esta frase sencilla y sincera: “Otra vez será”.






   En cuanto a Arguedas y su relación con Rulfo, debemos mencionar que el primero escribió en el diario que aparecería en su novela inconclusa El zorro de arriba y el zorro de abajo las siguientes líneas donde habla de su afecto por el mexicano y por Onetti, también menciona a otros como lo pueden leer a continuación.












11 de mayo



Ayer escribí cuatro páginas. Lo hago por terapéutica, pero sin dejar de pensar en que podrán ser leídas. ¡Qué débil es la palabra cuando el ánimo anda mal! Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de todos nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y cómo vibra! Yo me convertí en ignorante desde 1944. He leído muy poco desde entonces. Me acuerdo de Melville, de Carpentier, de Brecht, de Onetti, de Rulfo. ¿Quién ha cargado a la palabra como tú, Juan, de todo el peso de padeceres, de conciencias, de santa lujuria, de hombría, de todo lo que en la criatura humana hay de ceniza, de piedra, de agua, de pudridez violenta por parir y cantar, como tú? En ese hotel, más muerto que vivo, el Guadalajara Milton, nos alojaron juntos ¿de pura casualidad? Me contaste algo de cómo fue tu vida. Te despidieron y volvieron a nombrar algo así como veinte veces en los Ministerios de la Revolución Mexicana. Trabajaste en una fábrica de llantas. Dejaste el puesto porque te quisieron enviar a las oficinas de otro país. Mientras hablabas en tu cama, fumabas mucho. Me hablaste muy mal de Juárez. No debí sorprenderme de la heterodoxia con que ordenabas las causas y efectos de la historia mexicana, de cómo parecía que conocías a fondo, tanto o mejor que tu propia vida, esa historia. Y me hiciste reír describiendo al viejo Juárez como a un sujeto algo nefasto y con facha de mamarracho. Me acordé de la primera vez que te conocí en Berlín, de cómo te llevé del brazo al ómnibus, con cuánta felicidad, como cuando, ya profesional, volví a encontrar a don Felipe Maywa, en San Juan de Lucanas y ¡de repente! me sentí igual a ese gran indio al que había mirado en la infancia como a un sabio, como a una montaña condescendiente. ¡Igual a él! Y mientras los otros poblanos me doctoreaban estropeándome hasta la luz del pueblo, él, don Felipe, me permitió que lo tomara del brazo. Y sentí su olor de indio, ese hálito amado de la bayeta sucia de sudor. Y abracé a don Felipe de igual a igual. Don Felipe tiene pequeña estatura –aún vive—. Yo, que soy mediano, le llevo bastante en tamaño. Pero nos miramos de hombre a hombre. Y no era mayor mi asombro justificado, bien contenido y por eso mismo tenso. Nos miramos abrazados, ante el otro tipo de asombro de los poblanos, indios y wiraqochas vecinos notables que estaban respetándome, desconociéndome. ¡Si yo era el mismo, el mismo pequeño que quiso morir en un maizal del otro lado del río Huallpamayo, porque don Pablo me arrojó a la cara el plato de comida que me había servido la Facundacha! Pero, también allí, en el maizal, sólo me quedé dormido hasta la noche. No me quiso la muerte, como no me aceptó en la oficina de la Dirección del Museo Nacional de Historia, de Lima. Y desperté en el Hospital del Empleado. Y vi una luz melosa, luego el rostro muy borroso de gentes. (Una boticaria no me quiso vender tres píldoras de seconal, dijo que con tres podría quedarme dormido para no despertar; y yo me tomé treinta y siete. Fueron tan ineficaces como la imploración que le dirigí a la Virgen, llorando, en el maizal de Huallpamayo.) Decía que era el mismo niño a quien don Pablo, el amo del pueblo, gamonalcito de entonces, le arrojó la comida a la cara, pero sin duda al mismo tiempo era bien otro. Ese bien otro y el chico del maizal, sin embargo, eran una sola cosa y don Felipe, bajo de estatura, macizo, antiguo y nuevo como yo, lo aceptó, lo encontró natural que así fuera. Por eso me trató de igual a igual, como tú, Juan, en Berlín y en Guadalajara y en Lima, también en ese pueblo de Guanajuato, fregado hasta nomás, como el Cuzco. Tú fumabas y hablabas, yo te oía. Y me sentí pleno, contentísimo, de que habláramos los dos como iguales. En cambio a don Alejo Carpentier lo veía como a muy “superior”, algo así como esos poblanos a mí, que me doctoreaban. Sólo había leído El reino de este mundo y un cuento; después he leído Los pasos perdidos. ¡Es bien distinto a nosotros! Su inteligencia penetra las cosas de afuera adentro, como un rayo; es un cerebro que recibe, lúcido y regocijado, la materia de las cosas, y él las domina. Tú también, Juan, pero tú de adentro, muy de adentro, desde el germen mismo; la inteligencia está; trabajó antes y después.
Bueno, voy a releer lo que he escrito; estoy bastante confundido, pero, aunque muy agobiado por el dolor a la nuca, algo más confiado que ayer en el hablar. ¿Qué habré dicho, Juan? A Onetti lo vi en México. Andaba con bastón, atendido por algunos que le conocían. Yo no había leído nada de él. Lástima. Le hubiera saludado; a don Alejo no me atrevía a acercarme, me lo presentaron dos veces. Dicen que es tímido, pero sentía o lo sentía como a un europeo muy ilustre que hablaba castellano. Muy ilustre, de esos ilustres que aprecian lo indígena americano, medidamente. Dispénseme, don Alejo; no es que me caiga usted muy pesado. Olí en usted a quien considera nuestras cosas indígenas como excelente elemento o material de trabajo. Y usted trabaja como un poeta y un erudito. Difícil hazaña. ¿Cómo maravilla le iluminan a usted y le instrumentan tantas memorizaciones de todos los tiempos? Onetti tiembla en cada palabra, armoniosamente; yo quería llegar a Montevideo –estoy en Santiago— entre otras cosas para saludarlo, para tomarle la mano con que escribe. Así es. Carlos Fuentes es mucho artificio, como sus ademanes. De Cortázar sólo he leído cuentos. Me asustaron las instrucciones que pone para leer Rayuela. Quedé, pues, merecidamente eliminado, por el momento, de entrar en ese palacio. Lezama Lima se regodea con la esencia de las palabras. Lo vi comer en La Habana como a un injerto de picaflor con hipopótamo. Abría la boca; se rociaba líquido antiasmático en la laringe y seguía comiendo. ¡Gordo fabuloso, Cuba que ha devorado y transfigurado la miel y hiel de Europa!






   El escritor uruguayo Eduardo Galeano incluyó este conmovedor texto en su obra titulada El libro de los abrazos, que es casi como un complemento del diario del peruano:












ONETTI

Yo estaba regresando a Montevideo, al cabo de un viaje. De dónde venía, no recuerdo, pero sí recuerdo que en el avión había leído “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, la novela final de José María Arguedas. Arguedas había empezado a escribir ese adiós a la vida el día que decidió matarse, y la novela era su largo y desesperado testamento. Yo la leí y le creí, desde la primera página le creí: aunque no conocía a ese hombre, le creí como si fuera mi siempre amigo.

En “El zorro”, Arguedas había dedicado a Onetti el más alto elogio que un escritor pueda brindar a otro escritor: había escrito que estaba en Santiago de Chile, pero en realidad quería estar en Montevideo, “para encontrarse con Onetti y apretarle la mano con que escribe”. En casa de Onetti, se lo comenté. Él no sabía. La novela recién publicada, no había llegado todavía a Montevideo. Se lo comenté, y Onetti quedó callado. Hacía bien poco que Arguedas se había partido la cabeza de un balazo.                                                            
Los dos estuvimos mucho tiempo, minutos o años, en silencio. Después yo dije algo, pregunté algo y Onetti no contestó. Entonces alcé los ojos y le vi aquel tajo de humedad que le partía la cara. 





   He aquí lo que puedo referir sobre las conexiones entre estos tres maestros, estos tres grandes de la novela de este continente de alegrías y sufrimientos. Sirvan estas líneas, ojalá fuera así, para despertar el interés en las obras de estos escritores, si es que no han sido leídos todavía, o para atrevernos a la relectura, uno de los grandes placeres de que dispone el hombre, tanto así que tuve que, con gusto, releer algunas de sus obras, pues como decía Emil Cioran en alguna oportunidad: "No deberíamos escribir sobre lo que no hubiéramos releído". Y así ha sido. Hasta pronto.













   Continuará…





                                               Morada de Barranco, 27 de enero de 2015.







UN CUESTIONARIO

$
0
0






                              Los libros son como semillas. Pueden estar siglos aletargados y luego
                              florecer en el suelo menos prometedor.  
                                                                                                           Carl Sagan




   Al visitar algunos blogs, me doy con la sorpresa que los administradores de varios de ellos utilizaron un mismo cuestionario relacionado con la lectura, con los libros a fines del año pasado. El cuestionario me parece entretenido así que decidí aplicármelo a mí, aunque claro, con algunos cambios, un asunto de forma más que de fondo. Este es el cuestionario en mención








¿Cuál es el autor del que has leído más libros?

Nunca olvidaré cuando a los dieciséis años me propuse leer todo el teatro de Shakespeare. Iba comprando obra tras obra, libro tras libro. Es cierto, nunca llegué a leer la obra teatral completa del "Cisne de Avon", pero compré como doce o quince libros (que todavía conservo) y cuando la vista se topa con algunos de ellos, dejo pasar mis dedos por el lomo del libro con mucho cariño y cual si fuera una película me remonto a esos tiempos de lecturas enfebrecidas de ese adolescente que fui: apasionado por la lectura, por los libros y que iba descubriendo sorprendido en las tragedias de Shakespeare (sobre todo ellas) las profundidades de la psicología del ser humano. Sí, creo que del autor de quien más libros he leído es Shakespeare, muy cerca están los libros del austriaco Stefan Zweig, el ensayista (no el poeta) Alfonso Reyes y creo que el gran Antón Chéjov y Honoré de Balzac.








¿Cuál es tu lectura actual?

El año empezó bien a nivel de lecturas, por ejemplo, en el mes de enero leí tres novelas: Confusión de sentimientos de Stefan Zweig, Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y Los adioses de Juan Carlos Onetti (aparte de otros libros, generalmente de poesía). Ahora ando enfrascado en una novela corta de Heinrich Böll, me refiero a El pan de los años mozos. Una lectura paralela a la novela mencionada es un libro que recoge los artículos y ensayos del gran prosista peruano Víctor Hurtado Oviedo escritos desde el año 1996, el libro se titula Otras disquisiciones y es altamente recomendable, se disfruta mucho con este libro de textos breves y muy ocurrentes. Junto a estos dos libros circulan como lo decía, la infaltable y necesaria poesía (Eielson, Guevara, Darío, Victoria Guerrero).








¿Qué bebida prefieres para leer?

El café, sin lugar a dudas: recién pasado, aromático y humeante, oscuro, muy oscuro, algo amargo y con esa acidez leve que tanto me gusta. No hay nada, o mejor dicho, son muy pocos los placeres que se pueden comparar con el acto de pasar los ojos por las líneas mientras se va degustando lenta, pausadamente el líquido oscuro del siempre bienvenido café. Debo reconocer que no me atraen el té ni otras bebidas aromáticas como el anís, la manzanilla, la hierba luisa, por mencionar algunas, menos como compañía placentera de un libro. 








¿Cuál es el personaje de ficción con el que probablemente hubieras salido?

Difícil la respuesta. Me pongo en el plano de la ficción, ojo ahí, y trato de ubicar un personaje, solo sé que tendría que ser femenino. En un primer momento iba a decir Naná, pero el peligro que se corre con ella es altísimo, aparte que no sé yo si estaría a la altura de sus expectativas monetarias. Luego pensé en Natasha Rostov de Guerra y Paz, hasta en Madame Renal de Rojo y Negro, pero, pero… Creo que pensándolo bien, sería divertido salir con Anna Serguéyevna, la famosa dama del perrito, personaje del cuento del maese Antón Chéjov. 









¿Consideras a alguna obra como joya literaria escondida?

Bueno, sin tanto escarbar, me atrevería a decir que la obra de Stefan Zweig, sobre todo sus ensayos, sus novelas, son joyas escondidas, libros por descubrir, mejor dicho, por redescubrir. Pienso en sus novelas cortas como Carta de una desconocida, en Confusión de sentimientos o en Mendel, el de los libros. Al recuerdo también vienen los tres ensayos de un libro apasionado y apasionante como es La lucha contra el demonio o esas astillas históticas deslumbrantes que conforman Momentos estelares de la humanidad o quizá El mundo de ayer, las memorias de Zweig, libro con el que se podría discrepar de algunas o muchas cosas, pero que es endemoniadamente entretenido y muy informativo. Creo, estoy seguro que se viene la nueva hora del gran e injustamente olvidado Stefan Zweig.








¿Algún momento importante en tu vida lectora?

Muchas. De todas ellas, la que a continuación refiero. Una vez me aconteció algo extraño, extrañísimo al comprar un libro. Estaba por el jirón Lampa cuando en una acera, un ambulante ofrecía a precios módicos una buena cantidad de libros, me llamó la atención que muchos de ellos  estuvieran empastados con cuero y que llevaran letras doradas en los lomos, algunos en buen estado, otros picados, pero todos ellos, según pude constatar, pertenecieron a una misma biblioteca (el sello en cada uno de ellos indicaba que el dueño fue un tal Manuel Cubillus). Cogí de entre ellos un libro pequeño, empastado en cuero y en regular condición: Últimas confidencias de Alfonso de Lamartine, publicado en Madrid en el año 1866.








 El libro me costó casi nada. Ya en el carro y de regreso a casa empecé a hojearlo y para mi sorpresa encontré "escondido" en su interior un trébol de cuatro hojas (señal, dicen, de buena suerte), y unas páginas más adelante, una pequeña hojita cuadrada con el mes, el día, la fecha, el tipo de luna y el santo: 14 de enero, esa era la fecha de la hojita de ese viejo calendario. Lo extraño del asunto es que esa fecha es el día de mi cumpleaños. ¿Coincidencia? Tal vez. Decidí tomar estos hallazgos como el anuncio de tiempos mejores. Quiero y lo pienso así (todavía). Ahí donde encontré el trébol y la hojita del calendario, ahí se quedaron. Y el librito está en mi biblioteca como una de mis joyas más preciadas acompañándome ya casi treinta años.








¿Un libro recién terminado?

Como lo dije antes, Los adioses de Juan Carlos Onetti, novela breve donde entre chismes y malas interpretaciones se desarrollan los últimos días de un basquebolista tuberculoso quien mantiene, por lo demás, una doble relación con dos misteriosas mujeres que despiertan las murmuraciones nada santas de un almacenero y de un enfermero, entre otros. Otro libro que terminé recientemente es Retorno de la creatura, poemario del poeta peruano Pablo Guevara. Este libro fue editado en 1957 en Madrid y ganó el Premio Nacional de Poesía, pero nunca circuló por el Perú, por primera vez ha sido editado en el país gracias a la iniciativa editorial de Vivir sin enterarse. Un gran libro de un gran poeta.








¿Qué tipo de libros no leerías?

Creo que los llamados libros de autoayuda. No me interesan en lo más absoluto. Me parece que son libros preparados a propósito para lograr grandes ventas a costa de gente incauta que necesita leer contenidos supuestamente sabios, profundos, que le enderecen la vida. En lo más mínimo despiertan mi atención aquellos libros que tienen respuestas para todo. Esa sabiduría epidérmica me repele, la quiero lejos de mí. Sé que hay gente que adora esos libros de supuesto crecimiento personal, conmigo no van. Si de algo estoy seguro es que nunca habrá en mi biblioteca un libro de Paulo Coelho, por ejemplo, jamás El alquimista, El Zahir, Verónika decide morir o El peregrino de Compostela se han de codear atrevidamente con Pedro Páramo, La Cartuja de Parma, 5 Metros de Poemas o los Ensayos de Montaigne, nunca, por lo menos no en mi biblioteca.








¿Cuál consideras al libro más largo que has leído?

Creo que el libro más largo que he leído hasta el momento (aunque todavía no lo he terminado, ¿habrá alguien que lo haya terminado? Sí, mi hermano Arturo), si podemos considerar sus siete tomos como una sola obra, ese es En busca del tiempo perdido(voy por el cuarto tomo) del fino y observador Marcel Proust. Luego podría mencionar a Los Miserables de Victor Hugo, Guerra y Paz de León Tolstoy, El conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Estos tres últimos son libros monumentales que exceden con facilidad las mil quinientas páginas, cada uno.








¿Número de estanterías que posees?

Son dos bastante grandes donde ya no entran más libros, en realidad los libros están por todo lado en casa (menos en la sala, cocina y baño), forman torres, muchas torres, pero no se vaya a pensar que en desorden, sería incapaz de maltratar los libros, por ejemplo, una de las torres más cercanas y recientes es la que tiene los diez tomos de la obra de J. R. R. Tolkien (El señor de los anillos, el hobbit,  El Silmarillion, Roverandom…), el primer tomo de los Cuentos completos de Anton Chéjov, Ensayos de Luis Loyza, La poesía surrealista (traducciones de César Moro), Personae de Ezra Pound, Poesía completa de Edith Södergran…









¿Qué libro es el que has leído más veces?

Ese libro es uno del escritor francés Henry Beyle, más conocido como Stendhal, me refiero a Rojo y Negro. Hubo un tiempo en que tenía varias versiones y traducciones (siete u ocho) de esta novela. Cada uno de ellos fue leído una o dos veces. Ahora apenas conservo la edición de Alianza en traducción de Consuelo Berges, los otros libros los fui prestando (que es una forma segura de irlos perdiendo) y los fui regalando. Como todo clásico, recuerdo que a cada nueva lectura que hacía de este libro, descubría ciertos ángulos, campos que no había percibido en lecturas anteriores. Estoy seguro que pronto volveré a sus páginas.








¿Cuál es tu lugar favorito para leer?

Jamás diré que la cama. Me es incómodo y ni bien empiezo a leer en ella… me quedo soberanamente dormido. Creo que tampoco lo es un sillón. Un buen lugar, supongo, sería hacerlo bajo la sombra de un árbol, pero si me preguntan por algún lugar de casa, dos serían los lugares preferidos: uno es el baño y el otro es donde haya una mesa y una silla (el comedor, el dormitorio). Claro que ambos deben tener una buena iluminación, ya pasaron esas épocas en las que podía leer casi entre penumbras, hoy requiero de mucha luz. Recuerdo que cuando niño era muy común que me fuera a los parques del malecón de Barranco y me tumbara en el pasto donde me abandonaba a las fascinantes historias de los “chistes” (hoy los llaman cómic o tebeos en España) o como alguna veces sucedía, me iba al Morro Solar de Chorrillos y en un punto que solo yo sé, me ponía a leer libros, libre del ruido de la ciudad, solo acompañado por el sonido de las olas del mar y del viento, pero cuando me enteré que el morro se estaba convirtiendo en refugio de asaltantes, ni mi sombra se volvió a ver por esos lares.








¿Qué frase te inspira o emociona de un libro que hayas leído?

Cuando adolescente descubrí en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, del torrencial Pablo Neruda, unos versos del poema XX, me refiero a este dístico:Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. / Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. Me marcó, tanto es así que Neruda se convirtió, por entonces, en un dios que luego sería desembarcado por otros: César Vallejo, Fernando Pessoa, Luis Cernuda, Paul Celan, Ezra Pound, Rubén Darío, en fin. Esos versos, especialmente el segundo, hoy solo son un recuerdo grato. También podrían ser estos versos de Martín Adán: “Si quieres saber de mi vida, / Vete a mirar al mar” o las primeras líneas del Manifiesto del Partido Comunista: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo…”. En realidad son varias las citas, pero con estas tres son suficientes.









¿Hay alguna lectura de la que te arrepientas?

Creo que ninguna, todo lo que he leído me ha servido, me ha alimentado, si por ahí hubo alguna lectura que no me agradó la he saludablemente olvidado. Cervantes decía: "No hay libro tan malo que no tenga algo bueno.". Perdonen el cliché, pero es pertinente.








¿Cuáles son tus tres libros favoritos de todos los tiempos?

La pregunta parece un disparo a boca de jarro. Es difícil. Tomo mi tiempo y siempre lo siento como que me agarra de sorpresa y me nublo y no atino a elegir, aunque tengo claro al primero, el de siempre, como ya lo dije: Rojo y Negro de Stendhal. Para ser justos, escojo ahora dos libros de otros géneros: Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro y Poesía completa de Paul Celan.








¿Cuál es tu peor hábito de lectura?

Más que del hábito de lectura propiamente dicho, es de algo relacionado con ella. Antes era descontrolado en mis compras de libros. Por estos tiempos me mido en los gastos para comprarlos. En el pasado no sucedía así, no controlaba mis gastos y me ponía en serios aprietos. Ya casado, con una hija, con más responsabilidades, lo pienso bien antes de comprar un libro. Antes no era así, cuando no compraba un libro, me lamentaba, me reprochaba, no estaba tranquilo. Ahora todo eso, en gran medida, lo he ido perdiendo, superando, como se dice.








La X marca el lugar: elige el libro nº 27 de tu estantería empezando por arriba a la izquierda. ¿Cuál es?

En la parte superior tengo los libros de filosofía, política, derecho. Cuento veintisiete, en el orden indicado, y entre los dos tomos de las Obras escogidas de Rosa Luxemburgo y Teoría pura del derecho de Hans Kelsen, se encuentra una versión popular en pasta roja de un libro de ideología detestable, hablo de Mi lucha, del inefable y oscuro Adolfo Hitler.







¿Tu último libro comprado?

Retorno a la creatura, un libro de poemas de Pablo Guevara. Todo un acierto su edición.









¿El último libro que te regalaron?

En Navidad me regalaron dos libros: Los Beatles vs los Rolling Stones de John McMilliam (que fue literalmente devorado) y el primer tomo de los Cuentos completos de Antón Chéjov. Pero el último libro que me regalaron fue por mi cumpleaños, hace menos de un mes: Otras disquisiciones de Víctor Hurtado Oviedo, obsequio de mi hermana Gloria.








¿Último libro que te mantuvo despierto hasta tarde?

En varias oportunidades me quedé hasta tarde y me despertaba muy temprano para seguir leyendo El mundo de ayer, las memorias de Stefan Zweig, libro que voy literalmente paladeando, que leo tomándome mi tiempo, disfrutándolo casi gota a gota. Bello y doloroso libro en el que el autor deja constancia de la existencia de una Europa para entonces en escombros. 










   Continuará…






                                                   Morada de Barranco, 10 de febrero de 2015.





UN SEGUNDO CUESTIONARIO

$
0
0



                                                              En el Paraíso hay amigos, música, algunos libros.
                                                                                                        Augusto Monterroso





   El verano, caluroso como nunca, está en su apogeo: las temperaturas pasan con facilidad de los treinta grados, es algo que jamás había ocurrido, no hay duda que deben ser los efectos del calentamiento global que afectan, sobre todo, al Perú. Aún me restan unos días más de vacaciones, pocos días en los que quiero salir a caminar y descubrir algunos ángulos de un Barranco que cada vez va desapareciendo para convertirse en un espacio del recuerdo, lamentablemente producto del descuido y del puro interés por el dinero de ciertos grupos que se afanan en construir destruyendo. Con todo, continúo, a pesar de este calor aplastante, con la lectura y con la visión de películas (tardes en que visiono algo de cine alemán, francés, cine independiente norteamericano). Pero también me doy tiempo para navegar entre varios blogs. En muchos de ellos me he seguido topando con cuestionarios, algunos muy entretenidos, así que por segunda vez he decidido aplicarme uno, el siguiente.   






¿Qué te llevarías de tu casa en caso de incendio?

Recuerdo que una vez le hicieron esa pregunta a Jean Cocteau, él respondió que lo que salvaría sería el fuego. En mi caso, primero pondría a salvo a mi esposa y a mi hija. Luego trataría de salvar la mayor cantidad de libros de mi biblioteca: por ejemplo, los cuatro tomos de Obras completas de Stefan Zweig, los Ensayos completos de Michel de Montaigne, Los anteojos de azufre de César Moro, los ejemplares únicos de Tocapus, la revista que edité en la primera mitad de los noventa, las obras de Alfonso Reyes y de Augusto Monterroso, los libros de poesía de Fernando Pessoa, Martín Adán, Xavier Abril, Paul Celan, las cinco o seis ediciones (que poseo) de 5 Metros de Poemas de Carlos Oquendo de Amat, en fin, desesperadamente trataría de rescatar la mayor cantidad de libros, sobre todo los de poesía. Pero no me gusta pensar en la posibilidad de un incendio, creo que perder mis libros sería una de las mayores tragedias de mi vida, con mis libros sí soy tremendista.






¿Qué libro de otro autor produjo en ti el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?

No voy a nombrar a uno solo, voy a mencionar a tres libros (en realidad podrían ser más). Una de esas obras es el único libro de poemas del misterioso Carlos Oquendo de Amat, quien logró la excelencia con 5 Metros de Poemas, libro desplegable publicado en 1927 y que fue recibido por la crítica casi con el más absoluto silencio, hoy es un libro fundamental en la tradición poética del Perú (y no solo del Perú). Otra obra que voy a mencionar es una novela que admiro sobremanera y cada que puedo la releo, me refiero a Pedro Páramo, esa novela breve de Juan Rulfo, donde los vivos y los muertos conviven en la polvorienta y calurosa Comala, territorio y espacio de lo fantástico como asunto cotidiano. La tercera obra que quiero mencionar es La lucha contra el demonio, un libro apasionado de Stefan Zweig donde el autor se zambulle en las procelosas aguas de las mentes de Hölderlin, Von Kleist y Nietzstche, un libro apasionado y apasionante, cargado de fiebre.






¿Qué canción deberían poner en tu velorio?

Alguna vez pensé en eso, barajaba posibilidades, pero caí en la cuenta de mi ingobernable timidez: soy tan tímido, me dije, que dudo mucho que esté presente en mi velorio. Suena irónico y medio ingenuo, sin embargo algo de cierto hay en lo que digo: soy tímido. Pero si se trata de mencionar alguna canción, creo que más que canción, preferiría un disco completo: Abbey Road de The Beatles, The queen is death de The Smiths, por ejemplo, o alguna pieza musical del músico que más admiro, me refiero a Johannes Brahms, podría ser el Trío para Clarinete, Violoncelo y Piano en A-Menor, Op. 114, por mencionar una de sus obras. Tal vez escuchándolas me atreva a regresar (a mi velorio, digo), confiado y tranquilo, ya que la música siempre ha sido mi casa.










¿Cuál es tu mejor defecto?

¿Mejor defecto? Voy a hablar solo de defectos (ni mejor ni peor). Otros debo tener, y de hecho los tengo, pero quiero mencionar ahora a mi ironía que a veces puede resultar filuda hasta la exageración, tan exagerada que sin desearlo (o deseándolo) puedo herir. En mi defensa he de decir que esa ironía también me la aplico sin compasión. Pero eso no me exime de las consecuencias de mis excesos irónicos, de mis "comentarios irónicos", como suelo llamarlos.







¿Cuántas horas al día lees?

Cuando no trabajo, como ahora que estoy de vacaciones (aunque con cursos vacacionales), todo el día paro leyendo y si no leo, estoy viendo películas (el cine es una de mis pasiones) o escuchando música. No hay día (con trabajo o sin él) donde no lea, siempre lo hago, no concibo mi vida sin la lectura, sean libros, revistas, periódicos o a través de la pantalla de una computadora, siempre estoy leyendo. Ahora estoy embarcado en tres libros: Los ríos profundos de José María Arguedas, La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso y El mundo de ayer de Stefan Zweig. Por otro lado, debo decir que jamás ha de faltar un libro en mi maletín de trabajo, así siempre ha sido, así será siempre.






¿Qué disco escucharías manejando solo por una carretera?

Hace un rato vi Boyhood con Rita, a unos siete minutos para que termine la película, se ve a Mason (el joven protagonista) manejar su camioneta en medio de la carretera mientras escucha una bella canción, me pareció fabulosa esa escena. Lamentablemente no puedo experimentar la sensación de manejar mientras escucho una canción, no sé manejar. Lo que sí he hecho ha sido caminar en Canta, mi arcadia, con audífonos conectados a mi MP3, abandonado completamente a la música. Cuando estoy en este bello pueblo de la sierra de Lima, suelo levantarme muy temprano y con las primeras luces del día me dirijo al manantial de Huaytara. El trayecto lo he hecho alguna vez escuchando el fantástico All Things Must Pass, ese must have de George Harrison o también he caminado escuchando ese disco innovador del pop que es Pet Sounds, álbum de los The Beach Boys del año 1966. Una vez en Huaytara, sentado en alguna piedra, solo y en completa comunión con la naturaleza terminaba de escuchar estos discos, entonces me sentía piedra, viento, agua, en fin. Debo decir que una vez hice ese trayecto con una sola canción, repetida infinidad de veces: Morning has broken, de Cat Stevens hoy llamado Yusuf Islam. Me resultó impagable transitar en medio de cerros empinados, chacras, árboles y un cielo limpio como ninguno, mientras oía esa bellísima canción, tan apropiada para esos lares. Caminar con audífonos. Solo lo he hecho en Canta, no lo haría en la ciudad, detesto hacerlo, me parece que es irresponsable.







¿A qué persona real, nacida en cualquier momento de la historia, le desearías una vida eterna? ¿Se lo darías como castigo o como premio?

Creo que fue Borges quien dijo que la vida se torna más valiosa si sabemos que es finita. La inmortalidad podría tornarse, entonces, en un castigo. Creo que hay derecho al descanso y atrevernos a pensar como los franceses, quienes sostienen que el orgasmo es una pequeña muerte. Si eso fuera cierto, por qué no pensar que la muerte, entonces, podría resultar siendo un gran orgasmo. Como alguna vez lo escribí en una pared y con crayola, a la manera de los graffitis: “Si un orgasmo es una pequeña muerte, entonces la muerte es un gran orgasmo”.







¿De qué personaje de ficción te gustaría ser amigo en Facebook?

Creo que de Pierre Bezújov, el protagonista de Guerra y Paz. Sería interesante leer sus estados.







¿Qué película basada en un libro recomiendas?

Carta de una desconocida, novela breve de Stefan Zweig, llevada a la pantalla por Max Ophüls y estrenada en 1948, film protagonizado por Joan Fontaine (quien falleció el año pasado) y por Louis Jourdan (fallecido el 14 de febrero de este año). Ambas obras son maravillosas, joyas de la literatura y del cine. Imperdibles.







¿Qué libro robaste?

No me gusta esa palabra, prefiero usar un eufemismo: me prestaron y no los devolví, pero creo que aún estoy a tiempo de devolverlos, espero. Aunque no fueron muchos, en realidad. Esta experiencia de prestar libros y no devolverlos enseña. En el camino se aprende, decían los más antiguos. He aprendido: será por eso que no me gusta prestar mis libros porque se pone en peligro incluso la amistad si es que no logro recuperar lo que buenamente he prestado.







¿Qué crees que hay después de la muerte?

Supongo que una gran aventura. Aunque me gustaría irme al cielo, pero como bien lo dice Augusto Monterroso: “Lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve”.




   




  Continuará…





                                  Morada de Barranco, 23 de febrero de 2015.






Viewing all 234 articles
Browse latest View live