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UNAS LÍNEAS PARA JUAN RAMÍREZ RUIZ




   


                                                                               Me ha brotado mucha luz en estos días…
                                                                                                        Juan Ramírez Ruiz




   Creo que no fueron más de dos veces que vi y conversé con Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo, 1946 - Trujillo, 2007). Fue a mediados de 1994 que me contacté con él gracias a Willy Gómez Migliaro. Con Willy y con Pablo Landeo, entonces, editábamos una revista de poesía llamada Tocapus. En todos los afanes de preparar el tercer número (que saldría en setiembre de ese año), acordamos en publicar a Juan Ramírez Ruiz entre los nueve poetas (digamos que era una formalidad de la revista publicar siempre nueve poetas, de los cuales tres tenían que ser jóvenes) y para formalizar la invitación quedé en encontrarme con Juan en el ya mítico Queirolode Lima, a eso de las 7:00 de la noche.








   Yo sabía de él, de su poesía, gracias a dos libros: Estos 13 (selección preparada por José Miguel Oviedo y que salió a la luz en 1973) y por la Antología de la Poesía Peruana (cuya selección se debía a Alberto Escobar y que también salió publicada en 1973). En estos dos libros entré en contacto por primera vez con la poesía de Juan. Me llamó la atención la frescura de sus poemas impregnados de calle, de lenguaje urbano, con una intensidad que muy pocos de su generación mostraban. Ya después llegarían sus libros: Un par de vueltas por la realidad (1971), Vida perpetua (1978).








   Muchos de sus versos, desde entonces, me han seguido y perseguido y los repito cual oraciones, yo que tengo mala memoria para aprenderme poemas, cargo con estos versos como si estuvieran tatuados en mi cerebro: “Y te voy a encontrar para que nadie diga / que es imposible / la amistad en este mundo Irma Gutiérrez”, o “Atención. Este es el júbilo, este es el júbilo / huyendo del silencio, viene, viene, se queda…” o “Conozco a Julio Polar. / De la mañana a la noche de Lima, en una calle sorpresivamente, hablamos de pintura / y de su hermana Juana la única, la soltera, la que nació dos años después que él…” o “Yo quiero que seas amado, tú, traicionado por la fidelidad, / quiero que tengas bellas conversaciones, que comas, / tu plato favorito, fumes tu cigarro y que tarde mucho en caerte la enfermedad…”.








   Puntual llegué a la cita. Efectivamente, Juan Ramírez Ruiz me esperaba sentado en una mesa del Queirolo, estaba acompañado. Me estrechó la mano y me senté frente a él, el ya legendario poeta de los 70, el fundador e ideólogo de Hora Zero. Por terceros sabía que muchas veces era quisquilloso y reservado con los desconocidos, que muchas veces trataba mal a los impertinentes, aquellos que se atrevían a invadir su silencio, su soledad, me lo habían referido. Conmigo siempre fue cordial y su generosidad me conmovió sobremanera, como alguna vez lo comenté con Willy, quien conoció más y mejor a Juan Ramírez Ruiz.








   Recuerdo que Juan Ramírez pidió una botella de cerveza del cual bebí algunos vasos. Conversamos sobre poesía indigenista, hablamos sobre el Boletín Titikaka, sobre los Orkopatas y recuerdo bien que sus muchas y atentas lecturas le hacían infalible en los datos. En algún momento mencioné Un chullo de poemas, poemario de 1928, del poeta arequipeño Guillermo Mercado, Juan habló del libro como si recién lo hubiera leído el día anterior. Luego de una larga conversación, quedamos en que iría a buscarlo unos días después, en la mañana, a su casa ubicada en la calle Ancash N° 444 (es curioso, pero José Cerna, en el libro Estos 13, puso como domicilio la misma dirección, probablemente porque en esos años los poetas compartían todo o casi todo) para darme los poemas que saldrían en la revista.








   Unos días después, muy de mañana, llegué al Centro. Yo bien sabía cuál era la casa que buscaba pues desde pequeño había transitado con mis padres las zonas aledañas a la iglesia y convento de San Francisco. Sin saberlo, desde pequeño le había “echado el ojo” a esa casa que siempre me pareció abandonada. No sabía que ese era el domicilio del poeta. Cuando llegué y toqué la puerta nadie contestó, insistí, nadie respondía. De pronto escuché que me llamaban desde la vereda del frente. Era el poeta de Vida perpetua que desde la puerta de una casona lo hacía. Ya frente a él me dijo que me iba a invitar un desayuno. En el angosto zaguán de la casona, una humilde señora tenía su mesa con mantel de plástico y una banca larga. Con confianza, Juan Ramírez le pidió dos tazas de café con leche y dos panes con huevo, creo, para cada uno. No he podido olvidar jamás ese desayuno, la leche tibia en esas tazas despostilladas de metal blanco con asa y bordes azules, como tampoco cuando el poeta, con total confianza, le hizo apuntar la cuenta a la señora en un cuaderno.








   Al llegar a la puerta de su casa y en tanto la abría, me pidió que tuviera cuidado pues estaba oscuro. Efectivamente, emocionado entré tras él a su casa, los ambientes estaban oscuros, el suelo con cartones y periódicos, un laberinto aparentemente interminable hasta que llegamos a su cuarto, el cuarto del poeta, pequeño, recuerdo su lecho angosto, humilde, entre los muchos papeles que había en el ambiente sacó, creo, un fólder que reventaba de las muchas hojas que tenía. Hojeó con tranquilidad y fue seleccionando los poemas de un libro que entonces no estaba publicado: Las armas molidas. Con los poemas escogidos salimos y los hice fotocopiar. Fotocopias que hasta el día de hoy conservo. He aquí los poemas:









EL DÍA ENTERRADO


¡El día enterrado vuelve por mis pies a mis ojos!
¡Los postes saltan como pelotas de jebe!
¡Y las mujeres abrumadas tiemblan en la oscuridad redonda!
¡El apagón pasa!
¡El apagón pasa con todas las montañas empujadas!
¡el viento corre como patíbulo nómade!
¡bailan los edificios como corderos desolados!
¡Se buscan los rostros- se busca el suelo
porque el miedo estruja las fachadas
y un tropel de animales negros desata cada esquina!

¡Dentro- en la luz de una vela toda la oscuridad brama!
¡Las sirenas aúllan contra un faro. –y desde el faro
como cuchillo- la luz        
corta la noche negra y salta por los aires
un arbusto- una pista- una marca de tránsito…!
¡El viento corre como patíbulo nómade!
¡El viento se detiene entero en las ventanas!
¡Y el tableteo de pasos descolocados
rompe la paciencia de los rostros
y los llena con ojos y narices desechables!

“¡Una linterna!”.- pero el patíbulo nómade
ya ejecutó a una muchedumbre!
“¡Una linterna!”.- pero las pistas
ya resbalaron y los cuerpos ya cayeron
fuera del suelo!

¡Y se llama Dios! ¡Y se vuelve a llamar a Dios!
¡Se ha llamado a Dios!: los cuerpos se vacían como vasos!
¡Se erigen con ojos monumentos crispados!
¡Y se vuelve a llamar a Dios!:
¡Los hombres pequeños de verde
o jaulas de gatos electrocutados- corren!          
¡Las mujeres o jaulas de lagartijas frenéticas- tiemblan!:
¡el apagón los busca y los halla con una cautela feroz!

¡Los vehículos llenos de oscuridad arañan las pistas-
¡se detienen- arrojan muchachas de terror- y parten!
¡Sobre puertas y ventanas embutidas con gente raspada.-
agua negra- tumba el apagón.-
hincha las esquinas tibias
troca en celdas cada traje y sigue-
sale de la ciudad- toca las raíces del mar.-
y desde allí empuja al día enterrado
que así por desde mis pies
vuelve a mis ojos!











EL RETRATO

Llevando a casa todos mis paraderos
encontré un retrato- y vi (¡increíble!)
que ese era yo hace muchos años…
Increíble- ese era yo en años pasados…
igualito al flanco húmedo del espacio-
igualito a un parque atado
por un aerolito.

…y el mismo paisaje vestido
con una casa… el mismo calor de cara…
Los pies de versos –igual.
Las manos de prosa- también,- increíble…
Parecido a una estampida de jaguares…
parecido a un extenso lingote de mamíferos…
…y la misma campanada verde- el mismo ojo
De duna recitando un cataclismo (¡increíble!)
(¡increíble!).- igualito a la calle-
igualito a cuando salgo ahora fuera
de mi cráneo- y el cielo es una pared
y la tierra otra pared…
…igualito el apoyar del hombro en el norte
como si el norte fuera un poste…

(…increíble) así iba donde yo me tenía…
así cumplía- parte por parte- mi tarea…
…(no lo puedo creer)…: todavía un cutis cantor-
Todavía una celda química…ojo del ojo…
…todavía fuera de cualquier lado…
No tú vienes- yo soy.- murmuré
y de inmediato (¡increíble!)
mi nombre completo hallé en ese retrato.












HACIA LA FAMILIA HANAN


Después de aniquilar pensamientos fríos
sin como cuchillos
publicar en la respiración
el saber que el hombre acoge
                     cuando avaricia el suelo
caminando…

Publicar
el saber que el hombre atrapa
                     cuando acaricia con el cabello
al viento detenido…A.
la galaxia
                     que en la garganta residía
y la sangre que moja
todavía
la memoria- los ojos y los retratos…B.

Publicar los tropiezos  con lo sublime-C.
el único vientecillo
                      que raja las canciones feroces
y el acto de sembrar un radar
y cosechar una pampa.

Publicar el encuentro con la maldad
                       y el asesinato de la bondad-CH.
publicar la cadena
hecha con mentes que se elevan
                       a los cielos
y al subsuelo bajan luego eslabón por eslabón.

Publicar parte por parte una biocronografía-
                       Aunque sea una sola biocronografía D.


______________
A. Una poesía en tiempo de guerra-
    camina por- con la ruta del sismo
    reubicando las huellas digitales…
______________________
B. Un poeta en tiempo de guerra-
    ve en- con el suelo
    a los rojos y rosados elegidos
    llevando en una mano goznes
    y en la oscuridad buscando eslabones…
_______________________
C. Un poeta en tiempo de guerra-
     oye a los rojos  lingotear el arco iris
     y talco del acero derivar…
________________________
CH. Un poeta en tiempo de guerra-
       ve al planeta
       mudando a pedestal de estatua solitaria…
________________________
D. Un poeta en tiempo de guerra-
     toca la piedra por donde van los resultados yendo…











   Antes de salir a fotocopiar sus poemas, Juan tuvo un gesto que lo pintó. Sacó ya no recuerdo de dónde unas postales antiguas de una exposición de pintura. Me las obsequió. Al entregármelas no puso un énfasis especial, simplemente me las entregó. En un primer momento no comprendí el gesto. Ya después percibí que en esa aparente acción ingenua había una muestra de agradecimiento, era su forma de agradecer, creo yo. Esas postales todavía las conservo, no las tengo a la mano, sé que están en alguna caja con varios papeles y archivos que conservo, producto de mi última mudanza. Ya las buscaré.









   Algo que ha llamado mi atención es que he buscado y no he hallado el original de su presentación en la revista. Me explico. Como parte de la formalidad de Tocapus, nosotros solicitábamos a los poetas unas líneas donde podían comentar brevemente los poemas publicados o cómo escribían o su visión sobre la poesía, en fin, total libertad. Conservo los originales de esas presentaciones de todos los números de la revista, menos los del tercer número, ¿qué pudo haber pasado? No lo recuerdo. Pero su texto impreso en Tocapus N° 3 dice:









Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo, 1946)


Por un extraño designio que no logro descifrar plenamente toda mi actividad mental y vital, desde los 12 años, siempre completa su círculo (dentro y fuera de mí) con y en poesía. Desde entonces todo lo quemo y lo he quemado en esa hoguera.
A mi libro no publicado, Las Armas Molidas, pertenecen los escritos que aquí se reproducen. Me considero un poeta casi inédito: he escrito mucho y sólo dos libros he publicado. Este es un tormento cotidiano. Para mí, poesía es respirar.









   Luego de esta experiencia de conocer al poeta de Un par de vueltas por la realidad no volví a verlo más. Cuando salió el tercer número de Tocapus, supongo que los ejemplares que le correspondían se los entregó Willy Gómez Migliaro, este detalle no lo tengo claro. Años después, en el año 2002, caminando por las calles nocturnas de San Isidro, junto con Willy, me comentó que no veía bien ya al poeta. Me afectó mucho su muerte, más como le llegó esta: atropellado por un ómnibus en una carretera de Trujillo, enterrado luego como un NN hasta que un año después fueron reconocidos sus restos. La muerte trágica del poeta Juan Ramírez Ruiz golpeó a todos los que lo conocieron. Me incluyo.










   Sirvan estas líneas para recordar al gran poeta Juan Ramírez Ruiz, uno de los más grandes en la tradición poética de nuestro país, un poeta al que hay que leer, necesariamente habría que leer.










   Continuará…





                                                Morada de Barranco, 22 de marzo de 2015.







AUGUSTO MONTERROSO Y UN ESCRITOR MEXICANO







                        Al principio la Fe movía montañas solo cuando era absolutamente necesario…
                                                                                                         Augusto Monterroso







   Por estos días, un calor insoportable nos aplasta. Nunca, que yo recuerde, Lima había soportado temperaturas tan altas como 31°, 33°… Hace unos años, que en verano la temperatura llegara a 28° ya era algo terrible, la gente indignada (y sofocada y las “damas” barranquinas, abanico en mano) hablaba sobre el calor insoportable (los más antiguos hablaban de castigos divinos), sobre el bochorno que te produce esa sensación pegajosa de sentir cómo la ropa se te pega en el cuerpo a pesar de haberte bañado hace pocos minutos, una sofocación, que en mí deriva en terribles dolores de cabeza, que no abandona ni siquiera en la noche, porque estas también son calurosas y faltos de aire. En otras palabras, no solo son las altas temperaturas sino también la alta humedad de nuestra capital que nos conduce hacia los bochornos que vuelven casi una tortura vivir los días de este verano calcinante.








   Supongo que debemos estar pagando los tremendos desarreglos que los humanos le hemos prodigado a nuestro querido tercer planeta, son las consecuencias del calentamiento global que nos conducirá irremediablemente a la destrucción, a la desaparición. Suena terrible y hasta tremedista, pero no hay exageración en lo que digo: en estos instantes ya estamos pagando lo que la estupidez humana ha sido capaz de hacer con el único lugar que tenemos para vivir.








   Pero a pesar de las altas temperaturas, a pesar de los dolores de cabeza, del bochorno y los sudores, uno debe aprovechar de sus vacaciones y se debe lanzar confiado a la refrescante piscina que resulta el mundo de la lectura, mejor dicho, de la relectura. Ocho libros en dos meses no ha sido poca cosa. Ocho libros que me hacían olvidar momentáneamente los calores de este verano insoportable La mayoría de estos libros han sido relecturas, como lo dije: Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; Los ríos profundos, de José María Arguedas; Los adioses, de Juan Carlos Onetti; Visión de Anáhuac y otros textos, de Alfonso Reyes, son algunas de esas obras.





   Uno de los libros deliciosos que he releído y disfrutado a rabiar ha sido La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso (Editorial Santillana, 1992). Breve libro de breves textos. Fábulas modernas cargadas de un humor sutil, punzante y filudo. Me aventuro a decir que todos sus libros (que no llegan ni a diez) son disfrutables, pero de todos ellos, este libro de fábulas va a la cabeza. Juguetón como pocos, juguetón pero crítico: entre ironía e ironía siempre se desliza un garrotazo  a la cabeza de la estupidez humana reinante. Uno se siente a gusto con este libro de Augusto. Es lo que se dice, un libro impagable.








   Monterroso: digno heredero de algunos caballeros ingleses y de algunas obras inglesas como Los viajes de Gulliver, del maese en ironías Jonathan Swift (aunque él no era inglés, como bien sabemos) y de esos diálogos chispeantes entre el Quijote y Sancho Panza, por mencionar un par de obras que le dejaron profundas huellas. Siempre he creído que a Monterroso todavía no se le da el sitial que se merece. Fue un escritor de pocos libros, pocos pero qué libros, todos ellos de una inteligencia en el empleo del humor, que es una muestra palpable de inteligencia, más si esta se la aplica a uno mismo, reírse de uno, no tomarse tan en serio y abandonar solemnidades y almidones que nos hacen parecer esculturas de palo. Especialidad de Monterroso esto del humor, sino recordemos, estas líneas de un texto titulado Estatura y Poesía de su libro Movimiento perpetuo:








   Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta. Desde pequeño fui pequeño. Ni mi padre ni mi madre fueron altos. Cuando a los quince años me di cuenta de que iba para bajito me puse a hacer cuantos ejercicios me recomendaron, los que no me convirtieron ni en más alto ni en más fuerte, pero me abrieron el apetito. Esto sí fue problema, porque en ese tiempo estábamos muy pobres. Aunque no recuerdo haber pasado nunca hambre, lo más seguro es que durante mi adolescencia pasé buenas temporadas de desnutrición. Algunas fotografías (que no siempre tienen que ser borrosas) lo demuestran. Digo todo esto porque quizá si en aquel tiempo hubiera comido no más sino mejor, mi estatura sería más presentable. Cuando cumplí veintiún años, ni un día menos, me di por vencido, dejé los ejercicios y fui a votar.
   De todos es sabido que los centroamericanos, salvo molestas excepciones, no han sido generalmente favorecidos por una estatura extremadamente alta. Dígase lo que se diga, no se trata de un problema racial. En América hay indios que aventajan en ese sentido a muchos europeos. La verdad es que la miseria y la consiguiente desnutrición, unidas a otros factores menos espectaculares, son la causa de que mis paisanos y yo estemos todo el tiempo invocando los nombres de Napoleón, Madero, Lenin y Chaplin cuando por cualquier razón necesitamos demostrar que se puede ser bajito sin dejar por eso de ser valiente.
   Con regularidad suelo ser víctima de chanzas sobre mi exigua estatura, cosa que casi me divierte y conforta, porque me da la sensación de que sin ningún esfuerzo estoy contribuyendo, por deficiencia, a la pasajera felicidad de mis desolados amigos. Yo mismo, cuando se me ocurre, compongo chistes a mi costa que después llegan a mis oídos como productos de creación ajena. Qué le vamos a hacer. Esto se ha vuelto ya una práctica tan común, que incluso personas de menor estatura que la mía logran sentirse un poco más altas cuando dicen bromas a mi costa. Entre lo mejorcito está llamarme representante de los Países Bajos y, en fin, cosas por el estilo. ¡Cómo veo brillar los ojos de los que creen estarme diciendo eso por primera vez! Después se irán a sus casas y enfrentarán los problemas económicos, artísticos o conyugales que los agobian, sintiéndose como con más ánimo para resolverlos…






   Un maestro en la auto ironía, sin lugar a dudas. Pero quiero regresar a La oveja negra y demás fábulas. El último texto del libro, probablemente uno de los que más me gusta, es uno al que ni bien termine de leerlo por vez primera, ya hace una buena punta de años, lo relacioné con un callado y legendario escritor mexicano. “Tiene que ser él, no puede ser otro que él”, me decía una y otra vez, “el zorro tiene que ser él”.Nunca he dejado de pensar que este breve texto es un grandioso homenaje al autor de esos dos libros que siempre me acompañan, que siempre nos acompañarán: la novela Pedro Páramo y el libro de cuentos El llano en llamas. ¿Equivocado? No, bastará con leer esa fábula para caer en la cuenta que todos los referentes están ligados al gran Juan Rulfo.





EL ZORRO ES MÁS SABIO


   Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dicen voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen.
   Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas.
   El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro.
   Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa.
   Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted que publicar más.
—Pero si ya he publicado dos libros —respondía él con cansancio.
—Y muy buenos—le contestaban—; por eso mismo tiene usted que publicar otro.
   El Zorro no lo decía, pero pensaba: "En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer".
   Y no lo hizo.










   Continuará…



                                                  Morada de Barranco, 30 de marzo de 2015.







 

UN BEATLE EN CONCIERTO EN LIMA


                                                                   




                                                                      Salí con ella e intenté conquistarla…
                                                                                                   Paul McCartney







   El frío llega de a pocos. La temporada calurosa va despidiéndose, se aleja para dar paso a días cubiertos de bruma que nos sorprenden y tornan fantasmales las calles de mi morada de Barranco. Fascinante. Las calles dejan de mostrarse con desparpajo para ocultarse en la suave tela marina que la neblina brinda en su misterio. Barranco, más que territorio solar es hijo del invierno. Siempre lo supe. Siempre lo celebré.







   Hoy que escribo estas líneas, viene a mi memoria que justamente hoy, 25 de abril, se cumple un año del concierto de uno de los dos sobrevivientes del mejor grupo de música rock de todos los tiempos, me refiero, obviamente, a The Beatles. Hace un año, en el Estadio Nacional de Lima, el prolífico y multiinstrumentista Paul McCartney, compositor de temas como I Saw Her Standing There, And I Love Her, Eleanor Rigby, Penny Lane, Helter Skelter, Back in the USSR y la archifamosa Yesterday, entre otros temas, se presentó ante un público enfervorizado y que no paró de cantar en todo el concierto.











   El concierto fue motivo para ir en mancha, como se dice. Emocionados hasta nomás, salimos de casa Rita, Kathia, mis hermanos Gloria y Arturo. Los cinco partimos hacia la gran aventura de oír a un beatle, ¿quién lo dijera? Un beatlefrente a uno que siempre amó su música y que veía hasta hace poco como un imposible el ver en persona a Paul, aunque sea de lejos. Un sueño se cumplía.










   Desde la adolescencia llevo conmigo la pasión por la música de The Beatles, nunca la abandoné ni fui abandonado. Pero soy, aunque parezca contradictorio, un fan racional; es decir, acepto la importancia y reconozco el valor de otros grupos y otros cantantes (eso de que odie a los Rolling Stones, por ejemplo, no va conmigo), y estoy más que seguro que esta actitud abierta me enriquece y me hace percibir no solo las virtudes del cuarteto de Liverpool, también sus limitaciones que engrandece al grupo: individualmente eran y fueron superados por otros ejecutantes, ha habido y hay mejores guitarristas, bajistas y bateros que John, Paul, George y Ringo, pero los cuatro juntos eran insuperables, mágicos, geniales. 














   Esto me hace recordar la película Boyhood, a la hora y media de película, aproximadamente, el padre del protagonista (Mason) obsequia a su hijo, que ha cumplido los quince años, un disco recopilatario de The Beatles, pero después de The Beatles; es decir, un disco (The Black Album, algo así como El Disco Oscuro) con las mejores canciones de los cuatro ya separados, el mensaje es: "Separados se pierden, están incompletos, pero juntos (nuevamente) se vuelven magia".













   ¿Cómo fue que descubrí la música del cuarteto inglés? Bueno, la respuesta está en un texto que escribí hace tres años, allí recordaba la vez primera en que escuché un tema de ellos: “Una de las mejores cosas que me ha podido ocurrir en la vida fue conocer la música de The Beatles. El primer recuerdo que tengo de ellos se remonta al año 70 o 71. Una tía llegó a casa con un tocadiscos portátil de color plomo que acababa de comprar en una casa de remates. Junto con el tocadiscos le dieron de regalo varios discos de 45 rpm. Uno de esos discos era de The Beatles, un disco cuyo sello he olvidado y la etiqueta era bicolor (amarillo con rojo o con naranja). La canción que se quedó grabada en la memoria fue I saw her standing there (La vi parada allí), primera canción del primer álbum del grupo, me refiero al mítico Please Please Me. Esta fue probablemente la primera canción de los Fab Four que escuché en mi vida. Me pareció que nada de lo escuchado hasta ese momento (baladas, ritmos tropicales, boleros, etc.) se podía comparar al ritmo frenético de estos cuatro mágicos muchachos de Liverpool: las guitarras, la batería elemental y contundente, los coros y los gritos agudos de Paul y John… todo era mágico, sencillamente mágico: desde el inicio de la canción con ese “One, two, three, four…” en voz de Paul Mc Cartney”. Paul McCartney, el cantante, compositor y bajista de este cuarteto insuperable: una leyenda.











   El concierto de Paul reunió más de 35 000 personas en el estadio. Inició con la canción Magical Mistery Tour, desfilaron muchos temas que nos trasladaron a los territorios del recuerdo, la sucesión de grandes temas fue excepcional que se me hace inevitable mencionar algunos de ellos como All my loving, Let me roll it, Paperback writer, The long and winding road,Maybe i'm amazed, I've just seen a face, We can work it out, Another day, And i love her,Lady Madonna, All together now, Eleanor Rigby, Being for the benefit or Mr. Kite!, Ob-la-di, ob-la-da, Back in the USSR, Let it be, Hey Jude,  Day Tripper, Hi, hi, hi, I saw her standing there, Helter Skelter, Golden slumbers, Carry that weight, The end, entre otras muchas canciones que he olvidado, porque fue un concierto extenso e intenso: treintainueve canciones en casi tres horas que pasaron sin ser sentidas.











   La presentación de Paul, le permitió a Rita escuchar un tema que lleva su nombre y que fue motivo de nuestra primera salida antes de casarnos y también de unas líneas en Facebook: “Corría el año 1998 (yo intentaba por todos los medios, ja, conquistar a Rita y el Sol me parecía que ese año alumbraba más puro que nunca). La bella profesora de Matemáticas no conocía Lovely Rita, esa canción de The Beatles que pareciera fue hecha para ella. Le regalé, entonces, un casete (qué antiguo se escucha esto) con la canción y le gustó. Ayer, ¡oh, maravilla!, en el concierto, Paul la cantó y Rita se señalaba como que la canción era para ella: su tema, definitivamente. Mis hermanos, mi hija y yo nos reíamos. Casi a media canción todo el estadio gritó (como parte de la letra): "¡Ritaaaaaaaa!" (¿se escuchará mi voz en el videíto? Sí, sí se escucha en el segundo 53). Sí, grabé la canción entrañable. Una pequeña ofrenda para mi "adorable Rita", como dice la letra de la canción".










   Ha pasado un año ya de esta emoción grandísima, la de participar en este rito de la música ante un genio musical reconocido, cuya música (y la de sus otros compañeros) cambió al mundo y abrió territorios sonoros inexplorados, como alguna vez escribiera el poeta inglés Philip Larkin:





ANNUS MIRABILIS


Las relaciones sexuales comenzaron
en mil novecientos sesenta y tres
(un poco tarde para mí),
cuando le levantaron la censura al Chatterley
y los Beatles grabaron su primer long play.

Hasta ese año sólo había existido
algo así como un regateo,
disputas por un anillo,
una vergüenza que comenzaba a los dieciséis
y se extendía luego sobre todo.

Hasta que un día se acabó la pelea:
todos sintieron lo mismo
y vivir se volvió
un brillante hacer saltar la banca,
un juego difícil de perder.

De modo que la vida nunca fue mejor
que en mil novecientos sesenta y tres
(un poco tarde para mí),
cuando le levantaron la censura al Chatterley
y los Beatles grabaron su primer long play.









   Así, entre el público que no dejaba de corear y cobijado por tantas canciones que acompañaron la vida de uno, que fueron el abrigo y casi diría el escudo protector ante una realidad dura que se abría para los que terminábamos el colegio, tiempos aquellos cuando muchas cosas no eran seguras y el futuro era un horizonte, sí, pero incierto, cargado de muchas oscuridades, entonces la música de The Beatles era piso seguro, una de las formas de la felicidad.







   



   A un año del concierto, lleno de emoción y de gratitud, he querido recordar este magnífico espectáculo porque, como dice mi hermano Arturo, “fue realmente inolvidable”. Para mí, y sin temor a exagerar y sin ninguna duda, uno de los momentos más grandes e intensos que he tenido en mi vida. Thanks, a quien corresponda.











   Continuará…





                                        Morada de Barranco, 25 de abril de 2015.





INTERINOS BARRANCOS






                                                                     La bruma empantalla / los faroles del mar…
                                                                                               José María Eguren








   Vivo en Barranco desde hace más de cincuenta años. Como alguna vez lo dije, me sé de memoria su paisaje, cada calle, cada parque, cada esquina, cada ángulo aparentemente oculto es parte de mi vida, de mi experiencia. Mi niñez y mi adolescencia fueron alimentadas por su atmósfera misteriosa cubierta por la neblina (incluso más que sus días de sol). No hay, prácticamente, un rincón que no lo haya transitado con mis entonces hambrientos pies o mis ojos de fisgón incansable.








   Pienso en Barranco y vienen a mi recuerdo esos días cuando sus parques estaban cercados por unos arbustos, de los cuales crecían, como pequeños soles de rayos blancos, unas diminutas y perfectas margaritas. Es que podría olvidar cuando arrancaba esas flores rojas que aquí llamamos farolitos chinos para luego quitarle su receptáculo y absorber el inolvidable néctar, dulce como las tardes en que corría pleno de alegría y abandono hacia el malecón y perder mi vista y mis sueños en la inmensa llanura del mar.








   Pienso en su mar, las más de las veces de un tono plomizo, como su cielo “panza de burro”… Inmediatamente se dibuja ante mí los acantilados, los verdes acantilados (hoy áridos) donde el agua dulce que brotaba del subsuelo caía en pequeños chorros formando un largo charco a lo largo de los barrancos de Barranco: peces y cangrejos lo habitaban. Pero sus aguas también servían para enjuagar los cuerpos de los bañistas y quitarle el agua salina del mar y la arena. Hoy nada de esto queda sino los recuerdos. Sin embargo, sigo amando su mar: soy y seré su eterno invitado para navegarlo y navegarlo.








   Pienso en la gente amiga que ha partido, “en esa ida que al final es un regreso” (como decía ese solitario portugués de las muchas máscaras llamado Fernando Pessoa). Me lleno de nostalgia. Extraño a José Alvarado Sánchez, el gran Vicente Azar (el duende menor), quien un tiempo viviera en los “interinos Barrancos”, su conversación incansable cargada de recuerdos, de fantasmas que son realidades; José María Eguren (el duende mayor), Emilio Adolfo Westphalen, Xavier Abril, Martín Adán, José María Arguedas, Carlos Oquendo de Amat (quien tuviera la delicadeza de obsequiar su 5 Metros de poemas a la madre de Vicente, en agradecimiento por albergarlo algunas temporadas en su casa de Barranco). Hombre culto, fino, memorioso y memorable. Ya en sus últimos días, cuando postrado en su cama y rodeado de su biblioteca, que adoraba, me hablaba y hablaba y su espíritu inquieto, infantil solo ansiaba recuperarse para salir a pasear caminando o en su carro. Su enfermera, Gladys Torres, que fue también enfermera de Emilio Adolfo Westphalen, al oírle hablar, una noche dijo sonriendo y en voz alta: “A dónde he venido a parar,  de un paciente que no hablaba nada (se refería a Westphalen) a uno que habla hasta por los codos”. Así era Vicente Azar, y así lo recuerdo siempre.














   Pienso en Rosa Cerna, “Rosita”, como la llamaba yo. Profesora y gran escritora cuyas obras visito para zambullirme en su espíritu puro y entregado a los demás, los desposeídos. “Ven a visitarme para tomar un lonche”, solía decirme cuando la llamaba por teléfono, luego de hacerme la broma de siempre: “¿Aló, con quién hablo?”, decía. “Rosita”, soy yo, Orlando. “¿Orlando, Orlando…?, no conozco a ningún Orlando”.  Luego reía. Y comenzábamos a hablar, la verdad, de cualquier cosa, el asunto era hablar, a veces llegábamos incluso a “rajar”, una característica muy limeña, lo raro es que tanto ella como yo proveníamos de los Andes, desde las grandes y misteriosas alturas: ella de Áncash, yo del Cuzco. Los años de residencia en Lima, más propiamente en Barranco, nos marcaron, dejaron su huella. Algunas veces caminábamos por Grau, ella ponía su brazo izquierdo entre mi cuerpo y mi brazo derecho, entonces se convertía en una magnífica guía, se sabía miles de historias sobre Barranco, cada caminata era una permanente sorpresa, no solo por lo que contaba sino por la manera de contar, esa gracia tan suya para contar con humor hasta lo más serio. Conservo de ella no solo su recuerdo, también sus libros con sus dedicatorias. Supongo que en algún momento escribiré una entrada dedicada a mi amiga Rosa Cerna, la querida y pícara “Rosita”.














   Cuando me enteré, hace unos meses, de la muerte de Gonzalo Bulnes Mallea, una gran tristeza me invadió. La muerte prematura de este gran amigo, amante de Barranco, editor de una revista de leyenda: Barranco, la Ciudad de los Molinos. Coleccionista de primeras ediciones: aún recuerdo ese ejemplar de Los Heraldos Negros que me mostró y que yo toqué y hojeé con mucho respeto cual si de un objeto sagrado se tratara. Fue gracias al primer número de esta revista (del año 1974) que siendo muy niño me enteré de muchas cosas desconocidas de Barranco. Gonzalo, incansable indagador de artículos periodísticos, de fotos aparentemente desaparecidas, de datos anecdóticos que alimentaban la leyenda de este pequeño territorio junto al mar, el Historiador de Barranco, como se le solía llamar. Su generoso corazón me abrió las puertas para publicar un pequeño comentario sobre el verso del poema LXX (del poemarioTrilce) de César Vallejo (Que interinos Barrancos no hay en los esenciales cementerios”) en esta revista suya, muchos después de ese primer número. Entusiasta activista cultural, permanente testigo de actividades como presentaciones de libros, recitales: estuvo en la presentación de la revista Tocapus en el desaparecido teatro  Manuel Beltroy; presenció algunas fechas de un ciclo de recitales que llamamos Jueves será… y que organizamos con Felipe Rivas Mendo, gran maestro titiritero, en la Biblioteca de Barranco; lo vi sentado, acompañándome, en un recital en la misma biblioteca en el año 2002, luego nos estrechamos en un abrazo en alguna premiación de alguna Bienal de Poesía Infantil organizado por el ICPNA… En fin, un hombre multiplicado en diversas actividades y que lamentablemente partió y que extraño cruzármelo por Grau y darnos un abrazo fraternal y hablar a la volada de algún libro, de alguna revista o de este predio marino que se convirtió en nuestra amada morada: Barranco la Ciudad de los Molinos.

















   Continuará…



                                              Morada de Barranco, 30 de abril de 2015.





   

CARLOS OQUENDO DE AMAT: RETRATOS





                                                                            Y un ángel rodará los ríos como aros
                                                                                           Carlos Oquendo de Amat








   En 1974, Ernesto Sábato publica su novela Abaddón, el Exterminador. En ella hay una larga carta donde se puede leer este par de líneas: “Tené el orgullo de pertenecer a un continente que en países tan pequeños y desvalidos, como Nicaragua y Perú, ha dado poetas tan gigantescos como Darío y Vallejo”. Rubén Darío y César Vallejo: Nicaragua y el Perú. Dos de los principales “centros poéticos” de América Latina. Pienso en mi país (ya hablaré en algún momento del país centroamericano), en su poesía, pero no solo en Vallejo, también en el silencioso y tímido José María Eguren, en la maravillosa tradición poética peruana que se inicia precisamente con él, en la época del fulgor de José Santos Chocano, el Cantor de América, y de su poesía sonora, contundente.














   Eguren publicó en 1911 su libro Simbólicas, cinco años después salió su segundo libro titulado La canción de las figuras, el silencio y la incomprensión recibieron a esta poesía sugerente y misteriosa, cuya música distaba años luz de la de Chocano: una nueva sensibilidad se inauguraba y nadie (o casi nadie la percibió). En 1918 salió publicado Los Heraldos Negros de César Vallejo (un año antes, un equivocado Clemente Palma llamó “adefesio” y “tontería poética” a uno de los poemas que saldría en este libro) y cuatro años después se publicó, entre la incomprensión y la indiferencia (como con los libros de Eguren), una obra cuyo título hasta el día de hoy es motivo de muchas interpretaciones: Trilce, libro en el que Vallejo fuerza el lenguaje hasta límites jamás alcanzados. Las obras de Eguren y Vallejo constituyen, entonces, el inicio de la poesía moderna peruana (un inicio alto, por cierto, altísimo), pero no son los únicos, pienso en Martín Adán, César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, Alberto Hidalgo, Xavier Abril, Enrique Peña y en Carlos Oquendo de Amat.



























   La vida y muerte de Carlos Oquendo de Amat (Puno, 1905-España, 1936) está signada por la leyenda. Hay muchos vacíos en su vida que poco a poco se van llenando (los trabajos de Carlos Meneses, del poeta Omar Aramayo, de José Luis Ayala y de Rodolfo Milla han sido proverbiales). La obra breve de Oquendo, de manera lenta pero segura, va ocupando el sitial que se merece: apenas un libro publicado en 1927 (los diecinueve textos de 5 metros de poemas) y un puñado de versos desperdigados en varias publicaciones de la época (debemos agradecer a la página “Carlos Oquendo de Amat” que ha rescatado algunos de estos poemas y también, por cierto, al ya mencionado José Luis Ayala).






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Revista "Kosmópolis" N° 2 , Lima, junio de
1926, p. s\n.







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Revista Chirapu N° 3, Arequipa, marzo de 1928, p.6.







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Revista "Bohemia azul" N° 1, Lima 16 de
setiembre de 1923, p. s\n.






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Revista Sembrador N° 2, Lima, Junio de 1926, p. 14.


   Sin embargo, hay que insistir en un punto. Desde hace un tiempo anda circulando por los diversos medios, una fotografía de un falso Oquendo. El problema se hace mayor cuando constatamos que gente que se supone es seria en sus trabajos emplea dicha fotografía. Muchas veces no solo es la ignorancia, sino lo que es peor, la desidia la que lleva a usar la equivocada imagen. He aquí la foto que motiva este párrafo, la de un señor que no es Carlos Oquendo de Amat, imagen que aparece en varias páginas y libros, incluso en videos.



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Falso retrato del poeta















   El año pasado publiqué las únicas fotos que se conocen, hasta el momento, de Carlos Oquendo de Amat (pienso, ahora, en esa foto de la que comenta el doctor Raúl Valenzuela y que transcribo líneas más abajo, ¿qué habrá sido de ella?, ¿se habrá perdido?, ¿habrán más fotos del poeta en archivos particulares?). Las vuelvo a publicar *, son pocas en realidad, alguna vez lo comenté, los poetas peruanos (en líneas generales) no han sido muy dados a las fotografías, son muy pocas las que tenemos o se conservan, si comparamos con los inmensos archivos fotográficos de poetas chilenos y mexicanos (pienso en Pablo Neruda y en Octavio Paz). 


















   La foto más antigua del poeta, es esta de 1908, cuando Carlos Oquendo contaba con tres años, lleva el cabello largo y ya se distingue su característica frente amplia.








   La siguiente foto es una imagen familiar, en ella se ve a Oquendo entre sus padres (el doctor Carlos Belisario Oquendo Álvarez y doña Zoraida Amat Machicao) con un traje de marinerito, la foto es de 1915, o sea, cuando el poeta tenía unos diez años.







   Parece ser que en la misma sesión anterior se tomó esta fotografía, Oquendo con el traje de marinerito está acompañado de su abuela Ignacia Álvarez Padilla.









   En una foto de 1924, se ve a un adolescente Carlos Oquendo de Amat de apenas diecinueve años, impecablemente vestido y acompañado de un primo suyo llamado Arturo Oquendo de la Flor.








   Hay un par de fotos del poeta con automóviles. En la primera imagen se le ve con su gran amigo Adalberto Varallanos (de pie), la fotografía es de 1927 y fue tomada en el Parque de la Exposición.








   En la siguiente fotografía se le ve a Oquendo apoyado en el carro, brazo estirado, con sombrero, acompañado de unas damas y de Ernesto More, la foto es de 1928.








    La siguiente foto lo presenta a Oquendo ante el frontis de la iglesia de Pomata (Puno), siempre elegante (terno oscuro) y con sombrero blanco en foto de 1928.










   Una foto curiosa del poeta es esta del año 1930, en Moho (Puno), el rostro de Oquendo está incompleto, apenas si se ven sus ojos y su frente amplia.









   La mejor foto que se conserva de Oquendo, rescate (como otras fotos) del gran poeta Omar Aramayo en la década del sesenta: es una foto grupal, el poeta de 5 metros... lleva abrigo, está con los brazos cruzados y no lleva sombrero. La foto es de 1930.











   Probablemente esta sea la última foto del poeta, es de 1931. Es una foto grupal y deja ver la elegancia de Oquendo, a pesar de sus problemas económicos, es el segundo de los sentados a partir de la izquierda.. 












   Quiero, a continuación, consignar algunos apuntes de personas que fueron cercanas al poeta, amigos de Carlos Oquendo de Amat y que en algún momento hicieron breves descripciones del poeta; es decir retratos (prosopografías y etopeyas, para mayor precisión) que nos den una idea de cuál era apariencia y la personalidad del poeta.














   El primero de ellos es un fragmento de “Carlos Oquendo de Amat en el recuerdo”, texto que escribió Alberto Tauro y que formó parte de la reedición del único libro del poeta puneño, edición facsimilar (aunque más pequeña) auspiciada por la Municipalidad de Lima allá por 1986: “Recuerdo a Carlos Oquendo de Amat como un personaje singular, inconfundible. De mediana estatura, delgado; sus hombros caídos afectaban una compleja actitud, que por igual trasuntaba cansancio o timidez; y siempre lucía pulcramente, aunque su atuendo mostraba las huellas del uso. Pálido, su rostro cetrino. Los ojillos brillantes pero con una expresión neutra, que tanto podía expresar su atónita percepción del mundo como una introversión fecunda. La cabeza extrañamente oblonga, coronada por cabellos cortos y peinados hacia adelante con cierto desgaire, solía llevarla descubierta; pues, si bien portaba un tiempo sombrero, parece que este no se adecuaba al tamaño y la forma del cráneo y, antes de abandonarlo definitivamente, solo le servía para echarse aire con displicencia. Su palabra, pausada, era a veces acompañada por una sonrisa, que implicaba una benévola disposición hacia el interlocutor o una leve ironía”.


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Caricatura de Eduardo Calvo (revista Qlisgen)



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Alberto Tauro









   Manuel Beingolea, narrador peruano, fue más que amigo de Oquendo, una suerte de padre putativo, en varias partes de la vida del poeta supo ser solidario y compartió parte de su sueldo con el indefenso poeta. Beingolea escribió un cuento titulado “Bueno…”, donde el protagonista es curiosamente Carlos Oquendo a quien por su extraña cabeza bautizó con un apelativo más que curioso: “De cuanto tipo estrafalario contribuye con su aspecto a la variedad del Universo nadie como CABEZA DE MANGO. Tiempo ha lo conocí tan larguirucho e impertinente como siempre. Desgobernado en sus ademanes y telegráfico en su elocución, sobre él no presionaban timideces ni apuros, ni esos distingos respetuosos que sirven a otros de trabas. Adherido al movimiento moderno en lo intelectual y en lo físico, como poeta, tenía que ser de vanguardia el libro en que editara sus versos. No era un libro sino más bien un acordeón. ¡Y qué versos!, yo creo que vino este amigo con la exclusiva misión de desprestigiar las charadas y los logogrifos. Este hombre –vaina u hombre tubo-, hizo cierta vez, -creo que para congraciarse una porción de asado-, unos versos a las cocineras sobrevivientes, valiéronle ya el abandono más completo y la negativa absoluta al menor apoyo. Si sus piernas eran dos postes, su cabeza parecía un mango –lo que le valiera el mote-, era amarillo y ovoide, y en cuanto a sus costumbres las tenía muy graciosas. (…) En la pensión, alarmaba a la patrona colocando su catre en medio del cuarto, desprovisto de todo otro mueble, y durmiendo sin cobijas mientras, afuera caía una lluvia formidable de agosto; decía abrigarse con su voluntad. Ocupaba el teléfono para hablar con seres imaginarios, pues la patrona lo tenía desconectado y su equipaje consistía en un cuello postizo envuelto en un trozo de periódico...”.





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Manuel Beingolea








   El doctor Raúl Valenzuela fue compañero de Oquendo en el colegio y en la universidad, así escribió, algunos años atrás, al recordar al poeta: “Conocí a Carlos Oquendo de Amat en el colegio Guadalupe, estudiábamos en calidad de alumnos internos. Él era delgado, encorvado y de rostro triste. Lo recuerdo siempre vestido de negro, era reacio a usar el uniforme color caqui del colegio, tenía como le digo la extraña costumbre de vestir de negro, lo que le traía constantes amonestaciones por parte de los profesores. (…) En aquella visita (de estudios) a El Frontón nos tomaron fotos hasta tres vistas. Entre los alumnos fotografiados me acuerdo perfectamente que se encontraba Carlos Oquendo de Amat, estábamos con unos pantalones que nos llegaban hasta las rodillas. Yo tenía una foto, pero no me acuerdo dónde se encuentra. Tendría que buscarla. (…) La imaginación de Oquendo era sorprendente, paraba inventando cosas insólitas…”.













    Benjamín Caro Saavedra fue otro compañero de colegio de Carlos Oquendo, en un testimonio oral expresó lo siguiente: "Durante el primer año Oquendo se caracterizó por ser un alumno estudioso aunque no brillante, desde un principio notamos su deseo de evadir de las clases de Educación Física, durante los ejercicios que nos obligaban a realizar, podía notarse que Oquendo era realmente flaco, aunque de ninguna manera enclenque, su constitución física más que grasa era de fibra y nervios, con una cabeza francamente ovoide en la cual la cristina entraba con mucha dificultad. (...) El fuerte o mejor dicho los cursos en los que Oquendo se distinguía eran los relacionados con Historia y Gramática, pero muy particularmente en Ciencias Naturales y conocimiento de Fisiología, mientras nosotros jugar libremente durante las horas de recreo, 'El flaco' Oquendo se quedaba en la clase sentado y sin mayor movilidad, los inspectores se dedicaban a cuidar que nadie se quedara en la clase. Entonces Oquendo optó por subir al segundo piso y quedarse parado mirando a todo el colegio y francamente sin participar en nuestros juegos".


















    Un testimonio oral de Emilio Romero Padilla dice sobre el poeta: "Cuando llegué a Lima en 1919, volví a ver a Carlos como alumno interno, becario en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe. La familia Oquendo sobrevivía estrechamente enseñando francés, trabajando o practicando enfermería que una de las tías, Leonor, había practicado en París. Al salir del colegio era un adolescente delgado con ojos grandes y negros, siempre rodeados de ojeras profundas. Un domingo que acompañé a Carlos a su casa, entramos a la habitación donde estaba su mamá, no podía reconocerla por estar ataviada de un estricto luto y velo que prácticamente le tapaba el rostro, se notaba en ella una profunda tristeza y soledad, a Carlos una extraña dulzura y pena al ver tanta tristeza en el corazón de su madre".



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Tom Mix




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Rodolfo Valentino





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Mary Pickford




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George Walsh


    En el año 1976, Ricardo Arbulú Vargas expresó en un testimonio oral: "Carlitos Oquendo era amigo de Martín Adán, Enrique Peña, Xavier y Paco Abril, de todos ellos Carlitos resultaba el más tímido, el más calladito de todos, era muy atildado, siempre hambriento, no tenía socorro económico, siempre necesitaba dinero para comprar una taza de té. Esa es la verdad de Carlos Oquendo que yo conocí, muy fino, con un gran sombrero alón y ternito usado, muy cauto, limpio, cuidado, con ojos grandes, los cercos morados y con una expresión de una profunda tristeza. Muy cordial, incapaz de adoptar una actitud soberbia, ofensiva, era un hombre muy delicado, escribía a veces en las bancas del Parque Universitario que tenía bonitas bancas, sacaba un cuadernito y yo que era muy amigo de él lo saludaba y contestaba levantando el lápiz, siempre junto a Enrique Peña o de Adalberto Varallanos, con quien tuvo hermosas aventuras literarias".


















    A mediados del año 1928, Oquendo estuvo preso por sus ideas políticas en la isla del Frontón, lugar donde enfermó de tuberculosis. En ese lugar conoció a otro preso político llamado Mariano Larico Yujra quien describe al poeta de la siguiente manera: "Un día en que estaba tomando sol en el patio (del Frontón) llegó un preso, joven, muy flaco, un poco jorobado, muy delgado, luego se encontró con otros presos políticos, entre los dos comieron un pan con chicharrón. Al día siguiente, un amigo me dijo: 'Ese preso que está allá es puneño', entonces me acerqué a mirarlo de cerca y yo no lo conocía, al tercer día lo metieron a La lobera, era un calabozo, una cueva cerca al mar. El mar llegaba toda la noche y castigaban duro al preso, allí le pusieron a ese preso. Después salió otra vuelta al sol y allí nos reconocimos, se llamaba Carlos Oquendo, había sido militante, estaba preso porque le habían encontrado unos volantes a él y a otras personas haciendo política...".



















    Blanca del Prado (hermana del dirigente comunista Jorge del Prado), escritora hoy olvidada, recuerda a Carlos Oquendo con estas palabras: "Oquendo era un artista genuino nacido para escribir, su modestia y pobreza eran dos signos fácilmente perceptibles, ligeramente encorvado, vestido siempre elegante con sombrero, terno azul oscuro, un pantalón ancho, era en realidad un poeta totalmente ganado por el vanguardismo, no aceptaba una crítica fácil ni mucho menos se hablara mal delante de él de un intelectual. En cierta ocasión una persona se refirió con palabras desdeñosas a Eguren, Oquendo lo quiso llevar hasta la casa del poeta barranquino para que repitiera delante de él lo que había dicho. La persona a quien me refiero era un tanto corpulenta y de un físico bien dotado, Oquendo trató de empujarlo hacia la calle para llevarlo a empellones a la casa de Eguren. Oquendo no podía hacerle dar un paso, pero persistió en su empeño. Así era Oquendo, lúcido, respetuoso del talento y la inteligencia, pero intransigente contra el arribismo y falta de criterio estético y moral".


















   Otro amigo de Oquendo fue José Varallanos, hermano de Adalberto Varallanos, quien fuera amigo-hermano del poeta puneño y que también muriera joven y de tuberculosis, la misma enfermedad que llevó a la tumba a Carlos Oquendo, José Varallanos escribe: “Oquendo corporalmente era de talla mediana, enjuto en carnes, de cráneo dolicocéfalo, cabellera lacia, alargada cara con amplia frente, de epidermis color cetrino y rostro pálido. (A través de la azulina bruma del tiempo, veo su fina silueta, su talante de hombre y poeta; a instantes alegre o triste; alegría ingenua, pasajera, y tristeza de un niño abandonado en medio de un mundo cruel. Escuchan aún mis oídos su atiplada y suave voz, pausada siempre). Sus apelativos delataban su ascendencia española y su actitud de reserva o cautela decía de la raza colla; ambas sangres conformaban su síntesis humana de mestizo indo-hispano o cholo como él lo era”.





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Adalberto Varallanos



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José Varallanos





   Hace poco se conmemoró los 110 años del nacimiento del poeta, sirva esta entrada para conocerlo un poco más y como estímulo (espero) para leer su maravillosa y breve obra, que es lo que más importa.














   Continuará…





                                                        Morada de Barranco, 09 de mayo de 2015.




_____________________
*En épocas en las que nadie (o casi nadie) se interesaba en la vida y en la obra de Carlos Oquendo de Amat, la labor indesmayable y extraordinaria de personas como el poeta puneño Omar Aramayo, Carlos Meneses, Rodolfo Milla, José Luis Ayala, José Varallanos y Alberto Tauro, permitió que las fotos que hoy conocemos de Oquendo fueran "rescatadas" del olvido.







SI DE NOVELAS SE TRATA...





                                                                                               El mundo me es insuficiente.
                                                                                                                       Martín Adán






   Termina ya el mes de mayo y debo escribir la segunda entrada del mes. Entre este frío que se cuela en mi faro y que me invita a beber una aromática taza de café, la pregunta que se impone, la pregunta de rigor es: “¿De qué escribir?”. Cada vez siento que escasean los temas (perdonen la palabrita de marras que algunos detestan). Desfilan ante mí algunos posibles, pero no me convencen, mejor dicho, no quiero escribir sobre esos asuntos, no me nace, no por lo menos ahora. Me doy cuenta que no solo es hallar el “tema” sino tener ganas de escribir sobre ello. Menudo problema en el que ando en esta tarde en el que me encuentro solo (Rita y Kathia han salido).








   De pronto, en una página de internet encuentro, más bien diría, aparece ante mis ojos una traducción de un poema de Mark Strand, realizada por Eduardo Chirinos. El poema del libro Solo una canción, es providencial. Leamos:


FICCIÓN


Pienso en las vidas inocentes
de las personas que habitan las novelas, de las que saben
que morirán una vez que la novela termine. Cuan diferentes
son de nosotros. Aquí, la luna mira hacia abajo torpemente,
a través de dispersas nubes, sobre el pueblo dormido,
y el viento arremolina hojas secas
y alguien -es decir, yo-, hundido en su silla, hojea
ansiosamente las páginas que quedan, sabiendo que no hay
tiempo para el hombre y la mujer en el cuarto alquilado,
para la luz roja sobre la puerta, para el arco iris
que arroja su sombra contra el muro; no hay tiempo
para los soldados bajo los árboles que bordean el río,
para los heridos arrastrados de muy lejos
a las ciudades del interior donde serán hospedados.
La guerra que dolió tantos años llega a su final,
y todo lo que pasa llegará a su final, excepto una presencia
difícil de definir, una señal, como el olor de la hierba
tras una noche de lluvia o los restos de una voz
que nos deja saber vagamente,
sin desesperanza, que si el final llega, también pasará.









   Como se dice, un “poemón”. Quedo cavilando en los primeros versos (en realidad en todo el poema), pero los primeros versos me jalan, pienso en ellos y los releo, su sencillez me impresiona, quedan grabados en mi memoria que no se cansa de repetirlos una y otra vez, una y otra vez:


Pienso en las vidas inocentes
de las personas que habitan las novelas, de las que saben
que morirán una vez que la novela termine. Cuan diferentes
son de nosotros…










   Por coincidencia, hace unos días, un amigo me envió un mensaje en el que me preguntaba a boca de jarro cuáles eran mis novelas preferidas (¿cuál coincidencia?, se preguntarán, ya lo explicaré). En el momento no tuve la respuesta precisa. Uno cambia de gustos constantemente, un día nos gusta un libro, otro día nos gusta más otro, en fin, hablar sobre nuestras preferencias en libros, mejor dicho, en novelas resulta un asunto peliagudo. Sin embargo, puedo decir que tengo mis preferidos, a pesar de todo.








   Hace unos años había otros libros en estas listas que uno suele hacer y que no necesariamente las escribe, mas en esencia persisten las novelas que sé me acompañarán siempre. Tengo para mí que esas novelas permanecerán, no porque sean clásicos (que todos los son) sino porque me gustan, he disfrutado con ellos leyéndolos, releyéndolos (que es la mejor manera de disfrutarlos): esos libros han sido endemoniadamente entretenidos, y cuando digo “entretenidos” involucro muchas cosas más, no solo el banal disfrute que se puede encontrar en cosas menos sustanciales: he disfrutado y me he conocido más. No es poca cosa.








   No están todas las novelas que amo, hay algunas más (¡oh, Conde de Montecristoy Moby Dick!, ¡ah, El mundo es ancho y ajeno y Crimen y castigo!, están ausentes), pero debo mencionar solo entre diez o doce novelas, ese es el rango de mi lista. Así que menciono a mis doce novelas favoritas (el orden no dice nada, aunque debo reconocer que mi novela favorita es Rojo y Negro).


1. Rojo y Negro, de Stendhal.







2. Los miserables, de Victor Hugo.







3. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift







4. Guerra y Paz, de León Tolstoi.







5. En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust.







6. Los ríos profundos, de José María Arguedas.







7. La cartuja de Parma, de Stendhal.







8. Pedro Páramo, de Juan Rulfo.








9. Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll.







10. El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.







11. El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald.







12. El Gatopardo, de Guiseppe Tomasi di Lampedusa.








    Ya para terminar, debo expresar que en lo personal, la lectura ha sido para mí una forma de conocerme más o de reconocerme (esas múltiples máscaras que nos acompañan), como lo mencioné en párrafo anterior, de saberme un ser que muchas veces ha olvidado, por el tráfago de la vida práctica y material, algunos aspectos aparentemente insustanciales. La lectura, territorio del cual no se sale incólume. Cómo podría quedar uno impasible luego de esas horas eternas de lectura (de conversación, diría yo) donde, abandonando la realidad real, me identificaba con las ambiciones y dudas de Julián Sorel de “Rojo y Negro”, las peripecias de Jean Valjean o de Fabrizio del Dongo, del astuto Ulises que con el nombre de “Nadie” engaña a Polifemo, de Ernesto (el niño de “Los ríos profundos”) y su sensibilidad a flor de piel, de Rastignac desafiando desde una colina al mundo, del niño sensible de "En busca del tiempo perdido" que tanto ansía el beso de la madre, de Juan Preciado que deambula entre muertos para descubrir que él también lo es, de Ismael que es testigo de la obsesión del capitán Ahab, del conde de Montecristo y su esperado regreso para saldar cuentas, de Pierre Bezujov que descubrirá que toda partida en realidad es un regreso... en fin, podría pasarme el tiempo mencionando personajes que me recuerdan cómo fui, títulos que me dicen cómo soy.




   Una vez Oscar Wilde dijo: “La muerte de Lucien de Rubempré es el gran drama de mi vida”. Para alguien que no ha disfrutado de la lectura de, por ejemplo, la novelística francesa, rusa, inglesa, norteamericana del siglo XIX, esta cita de Wilde puede resultar exagerada, pero es que muchos de estos personajes ficticios pueden dejar (y dejan) una huella perdurable en nuestras vidas, incluso mucho más marcada que las que podrían dejar personas de carne y hueso: a mucha gente que conocí las he olvidado, a los personajes que acabo de mencionar (y otros más que quedaron en el tintero), están y estarán siempre presentes en mi vida. Dice el poema de Strand:


Pienso en las vidas inocentes
de las personas que habitan las novelas, de las que saben
que morirán una vez que la novela termine. Cuan diferentes
son de nosotros…


   “Las que saben / que morirán una vez que la novela termine”, sí, pero que nosotros sabemos bien que bastará con volver a abrir el libro para tenerlos nuevamente vivos, eternamente vivos en la fugacidad de esta vida que nos es, muchas veces, insuficiente, como dice sabiamente el verso de Martín Adán.






   Continuará…




                                                        Morada de Barranco, 30 de mayo de 2015.








UNA FOTO Y ¿DOS POETAS PERUANOS DE INCÓGNITOS?





                                                   Tú eres una cosa larga, nervuda, roja, movilísima,
                                                   que lleva una Kodak al costado…
                                                                                                   Martín Adán






   En estos días estoy leyendo y releyendo algunos libros de poetas chilenos, Arte de morir y La muerte es una buena maestra del poeta Óscar Hahn, por ejemplo. Me topo en ambos libros con un poema breve e inquietante cuyo título es Fotografía, el poema tiene un epígrafe del poeta superrealista chileno Braulio Arenas (epígrafe que en la selección del segundo libro mencionado ya no aparece), este es el poema:



FOTOGRAFÍA


                                 alguien desarrollaba
                          el negativo de su existencia.
                                          Braulio Arenas



En la pieza contigua,
alguien revela el negativo de tu muerte.
El ácido penetra por el ojo de la cerradura.
De la pieza contigua, alguien entra en tu pieza.
Ya no estás en el lecho:
desde la foto húmeda miras tu cuerpo inmóvil.
Alguien cierra la puerta.









   Alguien revela el negativo de tu muerte…  Alguien revela el negativo de tu muerte… Se queda uno pensando en el verso, en todo el poema.La fotografía siempre me atrajo, el misterio de las imágenes congeladas, esa suerte de sustracción de un instante al tiempo siempre me ha inquietado, de ahí que cada que me cruzo con alguna foto que llama mi atención inmediatamente entra a formar parte de un pequeño archivo virtual de fotos que me han conmovido y han motivado alguna reflexión, alguna preocupación.







   Una de esas fotos (daguerrotipo, en realidad) es aquella que es considerada como la foto más antigua. En un artículo de Helena Celdrán, ella expresa lo siguiente sobre esta primera foto: “Tras su exposición en Sydenham (Inglaterra) en 1898, la foto más antigua se perdió hasta 1952, cuando Helmut Gernsheim, en un trabajo de años de investigación, la encontró dentro de un baúl en un almacén de Londres. El descubrimiento y posterior estudio permitió al coleccionista datar la foto 13 años antes de lo que se pensaba (de 1839 a 1826) y fijó así una nueva fecha para el nacimiento de la fotografía”. Esta es pues la primera foto y es de 1826, cinco años después de la independencia del Perú, dos años después de las decisivas batallas de Junín y de Ayacucho.






   Otra foto que conservo, más que por su belleza por la curiosidad que implica, es aquella que está considerada como la primera foto a color, es una toma de 1860 (aunque algunas fuentes dicen que es de 1861), obra del escocés James Clerk Maxwell, dicha foto, que en realidad fueron tres fotografías sucesivas, fue posible ya que la misma imagen fue tomada con tres filtros diferentes: azul, rojo y verde. Esta es la fotografía.





   Si se trata de comentar sobre algunas fotos, entre ellas se encuentran unas imágenes que me impactaron porque reformaron la imagen que conservaba de un personaje, de un poeta que es un mito, una leyenda: son cuatro fotos de Arthur Rimbaud, el siempre joven adolescente Rimbaud, esas imágenes muestran ya no al muchachito de ojos azules, cara redonda, saco y corbatín de lazo por todos conocido, sino el de un personaje con atuendos ligeros y en medio de paisajes extraños (probablemente Etiopía), ya no la París de la segunda mitad del siglo XIX ni la compañía de Pauvre Lelian.










   Una de esas fotos que me conmovió mucho fue la del poeta Robert Desnos poco tiempo antes de su muerte terrible en el campo de concentración de Terezin en 1945, la fotografía es dolorosa, muestra al poeta en condiciones infrahumanas, de abandono absoluto y de inhumanidad propia de la escoria nazi con el débil y el desprotegido.











   Hablar de fotografía es un asunto amplio. Aquí en el Perú hubo un poeta llamado José María Eguren, entrañable personaje de nuestras letras, que creó, no solo un universo particular poblado de personajes y paisajes que se difuminan, sino también de una pequeña cámara fotográfica para lo que empleó un carrete de hilo y con ella tomó fotos que él mismo revelaba, las fotos eran pequeñas, generalmente redondas, no mayores al tamaño de una uña. Tuve oportunidad de ver ese álbum fotográfico en la Biblioteca Nacional, una curiosidad de este poeta mago que también fue pintor.











   Un buen tema a desarrollar es el de la fotografía y los poetas peruanos, los poetas peruanos de la vanguardia, especifico. En una entrada que publiqué en esta bitácora, allá por mayo de 2013,  me refería al hecho de las poquísimas fotos de poetas peruanos: Enrique Peña Barrenechea, el gran poeta de Cinema de los sentidos puros, alguna vez escribió refiriéndose a Oquendo de Amat: “Me es imposible ubicar la calle donde vivía, lejos del centro de la antigua Lima. En cambio tengo nítidos los detalles de mi primer encuentro con él en una casa espaciosa y vetusta cuyo propietario alquilaba una pequeña habitación al fondo de un segundo patio. Para llegar a ella había que atravesar muchas otras, bastante amplias, unas en penumbra otras a oscuras, superpobladas todas de inquilinos de distintas edades que dormían un sueño de piedra. Xavier Abril, guía hipersensible y precoz me conducía como de la mano por ese, para mí azoramiento juvenil, dédalo kafkiano. Se trataba no de una casa de huéspedes sino de uno de esos refugios para la noche que aparece en los relatos de los rusos. (…) Y esto sucedió ya avanzada la noche, cuando Xavier me dijo: ‘Vamos a ver a Oquendo’. Poco después, tras ese recorrido, nos encontrábamos ya al lado del lecho humilde en que semivestido y descalzo dormía Oquendo. ¿Qué soñaría? Xavier le tomó un brazo y le dijo: ‘Aquí estoy con Enrique Peña’. A su retorno súbito a la vigilia, se incorporó ágil, abrió desmesuradamente los ojos y sin decir nada calzó en los pies desnudos sus zapatos. No tenía sobretodo. Para afrontar la frígida noche que nos aguardaba afuera, tomó, como sola defensa una bufanda. Ya los tres en la calle, encaminamos nuestros pasos hacia un café del barrio que permanecía abierto hasta el amanecer”. Tres de los más altos poetas peruanos deambulando por la noche como fantasmas, como sonámbulos. Un deseo baladí me aborda. Una cámara, me digo, una cámara para perennizar en una foto ese instante eterno del encuentro de esas tres aves mayores de la poesía peruana y continental…














   En efecto, una cámara para perennizar algunos momentos claves de nuestros poetas. Siempre me llamó la atención el perfil bajo de los poetas peruanos, ese afán por pasar desapercibidos. Siempre fueron muy poco dados a la figuración y al protagonismo. Salvo excepciones, como en todo, pienso en el ego desmesurado de poetas como José Santos Chocano, Abraham Valdelomar o Alberto Hidalgo. Pero en líneas generales los poetas peruanos han rehuido siempre a la figuración, a las cámaras y flashes. Incluso sobre los tres mencionados, si hablamos de fotos, hay muy pocas y casi podríamos decir que sus egos vivieron de espaldas a las cámaras fotográficas. Hallar una foto inédita de algún poeta peruano, reconocerlos medio perdidos en alguna fotografía es casi fiesta nacional, como en este caso en que creo haber reconocido (¿será realmente reconocimiento?), entre muchas personas, a un par de poetas peruanos en una foto que indudablemente pertenece a los locos años veinte, en el apogeo del vanguardismo.










   Sucede que, por estos días, estuve viendo algunas fotos colgadas en la red. Fotos del Amauta José Carlos Mariátegui, intrigado, pues algunos biógrafos han comentado y escrito sobre la gran amistad que lo unió a Carlos Oquendo de Amat, el poeta de 5 metros de poemas, se dice que inclusive el poeta puneño en ciertos momentos guiaba la silla de ruedas del gran pensador peruano, a pedido del mismo Mariátegui, pero no hay una foto, una siquiera donde estén juntos. Es extraño, si se toma en cuenta que el archivo fotográfico de Mariátegui es amplio y el Amauta aparece con casi toda la intelectualidad de entonces en sendas fotografías. Revisé detenidamente muchas fotos para ver si por un golpe de suerte ubicaba una donde Oquendo apareciera escondido, nada. Pero hallé una foto (un descuido mío me hace no poder mencionar la fuente) que no está en el Archivo José Carlos Mariátegui.




   En la foto se ve al Amauta en su silla de ruedas rodeado de mucha gente, pero entre la mucha gente distingo a dos personajes jóvenes cuyos nombres no aparecen en la leyenda de la foto, me refiero a los poetas, entonces vanguardistas, Martín Adán (autor de La casa de cartón) y Enrique Peña Barrenechea (autor de Cinema de los sentidos puros).




   El primero de los mencionados (1), según mi parecer, es el primero de la izquierda, medio comido por el borde de la foto, aparece al lado derecho de Mariátegui, lleva terno oscuro y sostiene su sombrero con los brazos cruzados; el segundo es el penúltimo de los que están en primer plano, lleva el terno oscuro y sostiene con la mano izquierda su sombrero también oscuro (2), para mayor precisión está delante de la única persona que lleva su sombrero puesto. Para comprobar lo que afirmo, incluyo algunas fotos que son de la misma época para constatar el parecido físico y que demostrarían que los dos personajes de la foto son los dos poetas mencionados.



  


  






   Decía Susan Sontag en un conocido ensayo sobre la fotografía: "La manera de mirar moderna es ver fragmentos". Fragmentos=fotografías. Entre otras cosas, en eso estoy por estos días, leyendo mucha poesía y embarcado en ese mundo de instantes, sumergido en horizontes a través de fragmentos, de esos "detalles" necesarios que "se parecen a la vida".












   Continuará…





                                                        Morada de Barranco, 21 de junio de 2015.






DE MURALES Y UN LIBRO





                                                Di lo que se te ocurra, juguemos al sicoanálisis, persigamos viejas,
                                                hagamos chistes… Todo, menos morir.
                                                                                                           Martín Adán



                                                                                                                       



   En tiempos en que han ido desapareciendo los murales del centro de Lima, gracias al empeño digno de mejor causa del alcalde de Lima, Barranco ve el surgimiento del color y la alegría en algunas de sus calles, calles cuyas paredes contrastan, de paso, con el cielo sin cielo de mi ciudad, ese cielo panza de burro, como dijera acertadamente Sebastián Salazar Bondy.









   Fue en una de mis caminatas por Barranco que descubrí, gratamente, una pintura mural en una de las paredes externas de un tradicional colegio barranquino, por cierto, un doble homenaje a dos de los poetas mayores del Perú: el primero, al etéreo José María Eguren (cuyo nombre lleva el colegio) y el segundo, Martín Adán, quien en el mural se le ve ya maduro, de terno, corbata y acompañando a la imagen del poeta, algunas líneas de su obra La casa de cartón: "Ya ha principiado el invierno en Barranco, raro invierno, lelo y frágil...".







   El poeta Martín Adán ha estado signado por la leyenda, su fama de poeta maldito lo acompañó desde siempre: arisco, solitario, dipsómano morador de hotelitos y de manicomio, vivió siempre de espaldas a la conveniencia social y a la tajada oportuna. Por y para la poesía transitó por el tercer planeta y lo perdió todo en la apuesta. Sin embargo, a pesar de su vida autodestructiva seguiremos hablando de él y sobre todo de su poesía, la que está siempre escuchando su propia voz que como un eco llega a nosotros para recordarnos lo que olvidamos por el tráfago de la vida: la eterna fugacidad de la vida que a él, extremadamente sensible, golpeó como a nadie.

















   Cuando el periodista Mario Campos le preguntó en 1983 a Martín Adán qué significado tenía para él, sesenta años después, el éxito de crítica que había tenido su primer libro, el poeta le respondió: “No sé, la verdad… y pensar que yo escribí La casa de cartón como un ejercicio de gramática. Mi profesor de gramática fue un español, Emilio Huidobro, el más grande gramático que ha venido jamás al Perú. Me enseñó en el Colegio Alemán. En mi clase los aficionados a la literatura éramos, yo, Estuardo Núñez, Emilio Adolfo Westphalen, y uno, que después fue pintor, pero que entonces no lo era: Ricardo Grau, nieto de Miguel Grau. En una clase anterior a la nuestra está Jorge Basadre, y en la posterior Luis Felipe Alarco, Carlos Cueto Fernandini, Alberto Wagner de Reyna. Ellos eran los más interesados en lo literario y en lo filosófico en el Colegio Alemán.”











   La casa de cartón, ese librito extraño, alejado de los géneros literarios, fragmentario y luminoso (novela de aprendizaje o "bildungsroman" la han llamado algunos; prosa poética, otros), se publicó en 1928, en plena efervescencia vanguardista en el Perú, recordemos que en 1922 se había publicado Trilce, ese libro mítico de César Vallejo cuyo título hasta ahora resulta misterioso;cinco años después, Carlos Oquendo de Amat sacaría a la luz sus 5 metros de poemas; en 1931, Enrique Peña Barrenechea publicaría Cinema de los sentidos puros. Entre estos magníficos libros refulge la obra primera de Martín Adán (seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides).











   Con prólogo de Luis Alberto Sánchez (quien fuera su profesor en el Colegio Alemán) y colofón de José Carlos Mariátegui, el libro salió "al ruedo" y causó impacto, tuvo éxito de crítica: sorprendió la madurez de su escritura, si tomamos en cuenta que fue escrito por un adolescente escolar de dieciséis años que ya mostraba su genialidad en líneas donde se percibe su lucha con el lenguaje, su empeño por sacudir la prosa y la poesía de todo lastre modernista, su afán reflexivo cargado de ironía. El breve libro de este poeta precoz se volvería pronto en un clásico de las letras del Perú: una magnífica muestra de una aventura verbal que se hace cada vez más sólida con el tiempo.











   Hoy que voy releyendo esta obra, me he topado por enésima vez con ese magnífico texto cargado de ironía e irreverencia, de sabiduría traviesa, hablo de los poemas underwood, texto que une cual bisagra las dos partes de este encantador libro. Pienso en sus versos y me quedo pensando y me pregunto: ¿Cuándo empezó la poesía conversacional en el Perú?, ¿en los sesenta?, ¿fue con la poesía de Heraud, Hernández, Cisneros? Yo mismo me respondo: No, fue con este puñado de versos de este mozalbete que se atrevió a publicar cobijado bajo un seudónimo para no chocar con la familia, con la tía autoritaria.












   No puedo evitar el citar los versos y compartirlos para que el lector, si acaso no lo ha leído, perciba el espíritu reflexivo y juguetón de un adolescente que se enfrentaba al mundo con la única arma que poseía: su lenguaje renovador y aventurero.



                                                                                                        




poemas underwood



“Prosa dura y magnífica de las calles de la ciudad sin inquietudes estéticas.
Por ellas se va con la policía a la felicidad.
La poesía gafa de las ventanas es un secreto de costureras.
No hay más alegría que la de ser un hombre bien vestido.
Tu corazón es una bocina prohibida por las ordenanzas de tráfico.
Las casas rumian sus paces de buey.
Si dejaras saber que eres un poeta, irías a la comisaría.
Límpiate de entusiasmos los ojos.
Los automóviles te soban las caderas, volviendo la cabeza. Cree tú que son mujeres viciosas. Así tendrás tu aventura y tu sonrisa para después de la cena.
Los hombres que tropiezas tienen la carne encallecida de oficina.
El amor está en cualquier parte, pero en ninguna está de otro modo.
Pasan obreros con los ojos resentidos con la tarde, con la ciudad y con los hombres.
¿Por qué había de fusilarte la Checa? Tú no has acaparado sino tu alma.
La ciudad lame la noche como una gata famélica.
Y tú eres un hombre feliz, quizá el único hombre feliz.
Tienes camisa y no tienes grandes pensamientos de ninguna clase.
Ahora siento cólera contra los acusadores y los consoladores.
Spengler es un tío asmático, y Pirandello es un viejo estúpido, casi un personaje suyo.
Pero no he de enfurecerme por pequeñeces.
Mil cosas han hecho los hombres peores que sus culturas: Las novelas de Víctor Hugo, la democracia, la instrucción primaria, etcétera, etcétera, etcétera, etcétera.
Pero los hombres se empeñan en amarse los unos a los otros.
Y, como no lo consiguen, acaban por odiarse.
Porque no quieren creer que todo es irremediable.
La polis griega sospecho que fue un lupanar al que había que ir con revólver.
Y los griegos, a pesar de su cultura, fueron hombres felices.
Yo no he pecado mucho, pero ya sé de estas cosas.
Bertoldo diría estas cosas mejor, pero Bertoldo no las diría nunca. Él no se mete en honduras -y está viejo, quiere paz y hasta apoya a los moderados.
El mundo no está precisamente loco, pero sí demasiado decente. No hay manera de hacerle hablar cuando está borracho. Cuando no lo está abomina de la borrachera o ama a su prójimo.
Pero yo no sé sinceramente qué es el mundo ni qué son los hombres.
Sólo sé que debo ser justo y honrado y amar a mi prójimo.
Y amo a los mil hombres que hay en mí, que nacen y mueren a cada instante y no viven nada.
He aquí mis prójimos.
La justicia es unas estatuas feas en las plazas de las ciudades.
Ninguna de ellas me gusta ni poco ni mucho -no son diosas ni mujeres.
Yo amo la justicia de las mujeres sin túnica y sin divinidad.
En punto a honradez, no soy de los peores.
Como mi pan a solas, sin dar envidia a mi prójimo.
Nací en una ciudad, y no sé ver el campo.
Me he ahorrado el pecado de desear que fuera mío.
En cambio deseo el cielo.
Casi soy un hombre virtuoso, casi un místico.
Me gustan los colores del cielo porque es seguro que no son tintes alemanes.
Me gusta andar por las calles algo perro, algo máquina, casi nada hombre.
No estoy muy convencido de mi humanidad; no quiero ser como los otros. No quiero ser feliz con permiso de la policía.
Ahora en las calles hay un poco de sol.
No sé quién se lo ha llevado, qué mal hombre, dejando manchas en el suelo como un animal degollado.
Pasa un perrito cojo -he aquí la única compasión, la única caridad, el único amor de que soy capaz.
Los perros no tienen Lenin, y esto les garantiza una vida humana pero verdadera.
Andar por las calles como los hombres de Pío Baroja -(todos un poco perros)-.
Mascar huesos como los poetas de Murger, pero con serenidad.
Pero los hombres tienen posvida.
Por eso dedican su vida al amor del prójimo.
El dinero lo hacen para matar el tiempo inútil, el tiempo vacío…
Diógenes es un mito -la humanización del perro.
El anhelo que tienen los grandes hombres de ser completamente perros. Los pequeños hombres quieren ser completamente grandes hombres, millonarios, a veces dioses.
Pero estas cosas deben decirse en voz baja -siento miedo de oírme a mí mismo.
Yo no soy un gran hombre -yo soy un hombre cualquiera que ensaya las grandes felicidades.
Pero la felicidad no basta a ser feliz.
El mundo está demasiado feo, y no hay manera de embellecerlo.
Sólo puedo imaginarlo como una ciudad de burdeles y fábricas bajo un aletazo de banderas rojas.
Yo me siento las manos delicadas.
¿Qué soy, qué quiero? Soy un hombre y no quiero nada.
O, tal vez, ser un hombre como los toros o como los otros.
Tú no tienes las orejas demasiadas grandes.
Yo quiero ser feliz de una manera pequeña. Con dulzura, con esperanza, con insatisfacción, con limitación, con tiempo, con perfección.
Ahora puedo embarcarme en un trasatlántico. E ir pescando durante la travesía aventuras como peces.
Pero ¿a dónde iría yo?.
El mundo me es insuficiente.
Es demasiado grande, y no pudo desmenuzarlo en pequeñas satisfacciones como yo quiero.
La muerte es sólo un pensamiento, nada más, nada más…
Y yo quiero que sea un largo deleite con su fin, con su calidad.
El puerto, lleno de niebla, está demasiado romántico.
Citeres es un balneario norteamericano.
Las yanquis tienen la carne demasiado fresca, casi fría, casi muerta.
El panorama cambia como una película desde todas las esquinas.
El beso final ya suena en la sombra de la sala llena de candelas de cigarrillos. Pero está no es la escena final. Pero ello es por lo que el beso suena.
Nada me basta, ni siquiera la muerte; quiero medida, perfección, satisfacción, deleite.
¿Cómo he venido a parar en este cinema perdido y humoso?
La tarde ya se habrá acabado en la ciudad. Y yo todavía me siento la tarde.
Ahora recuerdo perfectamente mis años inocentes. Y todos los malos pensamientos se me borran del alma. Me siento un hombre que no ha pecado nunca.
Estoy sin pasado, con un futuro excesivo.
A casa…”













   Continuará…







                                                Morada de Barranco, 28 de junio de 2014.







GREGUERÍAS, VANGUARDIA Y ANIMALES







                                                                            La leche es el agua vestida de novia.
                                                                                        Ramón Gómez de la Serna






   Un texto breve como breve son las greguerías. ¿Greguerías? En efecto, esos pequeños pensamientos, reflexiones diminutas, aforismos cargados de humor (humor deliberado, por cierto) que tan famosos hiciera el “más grande de los grandes ramones de españa” (transcribo como como está en la carátula de Química del espíritu, libro de Alberto Hidalgo): Ramón Gómez de la Serna. Decía él de las greguerías: “Humorismo más metáfora igual greguería”, no sé cuán precisa pudiera ser esta particular definición, ocurrencia, en realidad.











   Ramón Gómez de la Serna, español, prolífico escritor (¡qué no escribió!), pergeñó incansablemente sus greguerías con que llenó el mundo de ese humor que no ha perdido (a pesar de los años) su encanto. Apeló a lo que los vanguardistas pusieron en práctica en las primeras décadas del siglo XX para “epatar a los burgueses”: crear una nueva realidad con el perturbador encuentro de dos realidades distintas y fusionadas de manera exprofesa, deliberada, llámese metáfora o en este caso greguería. He aquí algunos ejemplos:






¡Qué tragedia! Envejecían sus manos y no envejecían sus sortijas.



El fotógrafo nos coloca en la postura más difícil con la intención de que salgamos más naturales.



Los tornillos son clavos peinados con la raya al medio.



En cuanto se abre la rosa comienza a dictar testamento.



Las flores que no huelen son flores mudas.



Lo malo de los nudistas es que cuando se sientan se pegan a las sillas.



El tenedor es el peine de los tallarines.



Lo que más le duele al árbol de los hachazos es que el hacha tenga mango de palo.







   Hablo de greguerías y viene a mi mente algunos de los más grandes poetas peruanos, algunos de sus libros cobijados bajo la impronta del vanguardismo. Pienso, por ejemplo, en Alberto Hidalgo y en un libro suyo que fue prologado por el gran Ramón, el mencionado Química del espíritudel año 1923 o de su Antología personal del año 1967 donde entre sus poemas puede encontrarse algunas greguerías, muestra de la influencia del escritor español:





Todos los ascensores saben que están en la cárcel.



El sol es mi moneda cotidiana
antes de caer en esa otra alcancía voraz del horizonte.



El horizonte es insaciable:
se traga las miradas…



Lo que no deja al hombre crecer es la cabeza
pesa sobre él como si fuese un mundo...










   En 1931, Xavier Abril publica en España su libro Hollywood con un grabado de su amiga, la pintora superrealista Maruja Mallo (colaboradora de Un perro andaluz, corto de Buñuel y Dalí). La última sección del libro titulada Pequeña estética, recoge las greguerías que el autor escribiera entre los años de 1923 a 1926. Abril admiró la obra de Ramón Gómez de la Serna y fue su amigo. El autor de las greguerías debió escribir el prólogo de este libro, pero a raíz de un viaje, al escritor español le fue imposible hacerlo. Abril recordaría siempre esta anécdota: muchos años después se encontrarían en una librería de Buenos Aires, el escritor español lo miró desde lejos y repitió una greguería del peruano: "El gato es gótico", señal de la buena memoria del gran Ramón y una aprobación a la incursión del poeta limeño en los territorios de la greguería. He aquí algunas de ellas:







Las orejas son interrogaciones. ¿Contestarán?



La curva es la embriaguez de la recta.



La B se ha comido la estética.



Al pensador de Rodin le falta escribir lo que piensa.



Hay espectadores que hasta se creen el deber de hacerse los que piensan oyendo música. 







   Martín Adán, seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides, escribió siendo escolar unas prosas poéticas que tenían como referente a Barranco y a dos adolescentes: Ramón (¿coincidencia?) y al observador y sensible narrador. A los veinte años, Martín Adán seleccionó estas prosas y lo publicó como libro, estamos hablando del año 1928, el libro se tituló La casa de cartón. Entre las páginas de esta obra sin género podemos encontrar muchos ejemplos de su admiración por la obra de Ramón Gómez de la Serna, en especial por la greguería, por ejemplo:





Las yanquis tienen la carne demasiado fresca, casi fría, casi muerta.



Las gallinas son buenas madres de familia que se empeñan en gustar al marido todavía.



Los cuyes, todos, hembras y machos, son hembras.



(El chivo) es cornudo, pero no casado.







   En las constantes relecturas de 5 metros de poemas, del poeta Carlos Oquendo de Amat, se me quedó grabada esta greguería, me parece que la única del libro, pero que respeta el espíritu juguetón, irreverente, presente en todo el poemario, ejemplo alto de la vanguardia no solo en el Perú:





Las nubes  
son el escape de gas de automóviles invisibles 






   Entre las miles de greguerías creadas por el genial Ramón (algunos dicen que son más de diez mil; otros, más de cien mil, lo cierto es que ni el mismo autor lo sabía), siempre llamaron mi atención los dedicados a los animales. Digamos que son los que me gustan más, una cuestión puramente personal ya que no desdeño las greguerías con otra temática (pues las disfruto sobre todo cuando descubro una nueva). Circula por ahí una bella edición con greguerías sobre animales que asegura buenos momentos de lectura y sorpresa.









   Tres experiencias de mi niñez están relacionadas con los animales. La primera de ellas tiene que ver con los zoológicos. Hace mucho, muy niño aún, un tío me llevó al Zoológico de Barranco, que entonces ya se jugaba los descuentos, fue allí que con cinco años vi por primera vez a animales de los que solo había oído. Dos animales captaron mi atención y no los he podido olvidar: el elefante y el lince. Uno me sorprendió por su tamaño y porque era muy sociable; el otro era silencioso y, agazapado, miraba con desconfianza y hasta me atrevería a decir, con miedo.





   Unos años después, me ocurrió una ingrata experiencia en el colegio. Desde muy niño fui muy dado a ver imágenes (quizá por eso ame el cine): constantemente veía revistas, periódicos (antes de aprender a leer) y un diccionario Rancés que mi padre nos había comprado uno para mi hermana Gloria y otro para mí. El diccionario tenía hermosos dibujos en blanco y negro, allí descubrí muchas cosas, entre ellas a un molusco cefalópodo cuyo nombre es argonauta. Tenía nueve años de edad cuando un profesor de Ciencias Naturales (que así se llamaba el curso) pidió en una evaluación escrita mencionar a varios moluscos. Escribí “argonauta” y cuando por lo menos esperaba que el profesor me felicitara por el "animalito extraño", anuló mi respuesta. El profesor no conocía ese animal y todo hacía suponer que no tenía intención de conocerlo. La sensación de injusticia no se borró, la manera como me respondió cuando le reclamé dejó si no la herida, por lo menos una cicatriz. Curioso, nunca olvidé el nombre del molusco, en cambio el nombre del profesor, y no miento, ya ni me acuerdo.











   Tendría unos doce años cuando mi hermano menor, Arturo, le pidió a mis padres que le compraran unos fascículos coleccionables sobre animales. Los dibujos eran impresionantes y por la perfección de ellos y los detalles, te transportaban a esas regiones extrañas del mundo, sobre todo África. Allí conocí a cuatro animales cuyos nombres no he podido olvidar: el jerbo (una suerte de roedor canguro), el serpentario (ave cuyo nombre viene del hecho de comer ofidios), el okapi (extraño animal mezcla de jirafa con cebra) y el ornitorrinco (extraño como pocos: con algo de pato, de nutria y de castor). Lamentablemente la colección nunca se completó, pero lo que allí aprendí jamás lo olvidé (mi hermano tampoco).














   Este texto tenía que ser breve. Era la idea. Se deja uno ganar por los recuerdos. Aquí termina, entonces, esta entrada con una selección de greguerías de animales producto de la mente creativa del gran Ramón Gómez de la Serna y que a mí me sorprenden con su humor y particular encanto cada que las leo.




El camello tiene cara de cordero jorobado.






El camello lleva a cuestas el horizonte y su montaña.






El más pequeño ferrocarril del mundo es la oruga.






Lo que pierde al ratón es arrastrar tan largo rabo.






El gato tiene el pelo de presidiario.    




    

La mariposa lleva a su gusano de viaje.






La cebra es el animal que luce por fuera su radiografía interior.






Los elefantes parece que tienen en las patas las muelas que no tienen en la boca.






El dolor más grande del mundo es el dolor de colmillo de elefante.






Ningún pájaro ha logrado sacar las manos de las mangas de las alas, salvo el murciélago.






Lo más terrible del perro con bozal es que no puede bostezar.







La pulga hace guitarrista al perro.        






El pez está siempre de perfil.






El jabalí es el cerdo que defiende sus jamones.     




     

Las gaviotas nacieron de los pañuelos que dicen ¡adiós! en los puertos.






Hay tanta gente alrededor de la jaula de los monos que parece que dan conferencias.






No se sabe cuál es peor, si la mosca del sueño o la mosca que no tiene sueño.






Pingüino es una palabra atacada por las moscas.






La jirafa tiene abrigo de piel de leopardo.





La leona es un león que hubiese ido a la peluquería.






Eso de creer que el loro no sabe lo que dice es no querer ofender, pero el loro nos mira cuando nos insulta.






El cocodrilo es una maleta que viaja por su cuenta.






Cuando escarba el toro en la arena parece estar cavando la fosa del torero.






El ciervo es el hijo del rayo y del árbol.






Las hormigas llevan el paso apresurado como si les fuesen a cerrar la tienda.






Búho: gato emplumado.






   Continuará…






                                           Morada de Barranco, 21 de julio de 2015.





EL TRISTE CASO DE ERNEST LISSAUER





                                                                           Tan sólo el ruido obsceno de las armas…
                                                                                                                  Wilfred Owen






   Hay personajes que aparecen de manera oportuna y alcanzan la cima: la admiración y el aprecio les llega a raudales, como una marea incontenible. Pero de pronto se ven invadidos por la oscuridad del rechazo, entonces el desprecio y el olvido se ceban en ellos y desaparecen, como es natural, de manera triste, lamentable. Es el caso de Ernest Lissauer.







   Ernest Lissauer, poeta, dramaturgo, músico alemán de raíces judías, nació en la capital alemana el 16 de diciembre de 1882. Hijo de familia adinerada, fue educado en el Gimnasio Federico Guillermo de Berlín. Cuentan de él que era un hombre entrado en carnes, pesado de movimientos, amante de su país con una intensidad que lo llevó a “cometer” la creación de un poema tristemente célebre: su Canto de odio a Inglaterra. Poema que se convirtió en una suerte de himno bélico en su país antes y durante la Primera Guerra Mundial.











   Stefan Zweig lo llegó a conocer y escribió sobre él lo siguiente: “El caso más típico, más conmovedor de éxtasis sincero y a la vez insensato fue, a mi juicio, el de Ernest Lissauer. Lo conocía bien. Componía poesías breves, escuetas, duras, y era, sin embargo, el hombre más bonachón que es dable imaginar. Aún hoy recuerdo que hube de apretar los labios para disimular una sonrisa cuando me visitó por primera vez. Me lo había imaginado un hombre joven, delgado, huesudo, de acuerdo con sus versos germanos, medulares, que se caracterizaban en todo por su concisión extrema. En cambio, vi entrar en mi habitación a un hombrecito de carnes abundantes, grueso como un barril, con doble papada, algo tartamudo, desbordante de celo y amor propio, poseído por la poesía y a quien ninguna defensa ni medida lograba hacer desistir de su afán de recitar una y otra vez sus versos. Pese a todas sus ridiculeces, uno terminaba, sin embargo, por quererlo, porque era sumamente cordial, buen camarada, sincero y de una pasión casi demoniaca por su arte…”, por su arte y por Alemania, agregaría.











   Rechazado para servir a Alemania como soldado por su sobrepeso y algunos males que arrastraba, la desesperación lo invadió. Deseoso de servir a su patria, entonces hizo lo que mejor sabía: escribir un poema, el mencionado  Habgesang gegen England o Canto de odio a Inglaterra. Tan popular se hizo el mencionado poema que, en los colegios alemanes, los profesores hacían memorizar sus versos a los alumnos, no había ciudadano alemán de a pie (y de los otros) que no se supiera de memoria y recitara el poema, incluso se le puso música y se cantaba en los teatros, en los colegios, en las calles, en toda actividad pública y privada. Los diarios de la época estaban obligados a publicar el poema y lo hicieron… Ernest Lissauer se convirtió en una celebridad, fue el poeta de la nación alemana, el que encarnaba a través de sus versos al espíritu alemán anhelante de justicia: castigar con la derrota a Inglaterra, causante, según muchos alemanes (incluido Lissauer), de esta guerra.












   Poeta de la nación alemana. Increíble. Incluso fue condecorado con la Orden del Águila Roja por el mismísimo Kaiser Guillermo II. No contento con pergeñar esos oscuros y ahora, con justicia, olvidados versos de odio y venganza, Ernest Lissauer creo algunos lemas, el de más éxito fue: “Gott Strafen England”, o sea: “Dios castigue a Inglaterra”. La frasecita tuvo tanta acogida que los soldados y el pueblo alemán lo llevaban impresa en los gemelos y en diversos pines en señal de adhesión a la causa alemana. Incluso salieron estampillas con el lema mencionado. La fiebre bélica estaba en su apogeo.   























   Sin embargo, la gloria le duró muy poco tiempo: cuatro o cinco años. Apenas terminada la guerra, con la consiguiente derrota alemana, Ernest Lissauer cayó en desgracia y fue expulsado del olimpo. Se volvió o lo volvieron un apestado, un ser indeseable a quien, entre otras cosas, le achacaban ser el origen de ese odio a Inglaterra que ahora, acabada la guerra, por conveniencias comerciales y políticas, buscaban los alemanes olvidar o, en todo caso, hallar una "cabeza de turco", culpar a uno solo: “el Lissauer del odio”, como dice Stefan Zweig que lo llamaron, cargó con la culpa, incluso sus antiguos amigos le dieron la espalda. El poeta en desgracia abandonó Alemania y se afincó en Viena desde 1923.














   Pero aún le faltaba mayores desgracias al pobre y olvidado Lissauer, a quien ya nadie leía ni querían publicar desde 1919: los diarios, por ejemplo, lo boicotearon. Por ahí tuvo algún éxito teatral pero nada comparable con su momento de gloria ardiente, apenas si un pálido reflejo. Unos años después, con la ascensión de los nazis al poder, Ernest Lissauer fue condenado formalmente al destierro y a no ser publicado por su condición de judío: él, que durante un tiempo fue el poeta de la nación alemana, ahora era un paria despreciado por sus orígenes.












   Ernesnest Lissauer murió de neumonía, olvidado y en el más absoluto silencio, el 10 de diciembre de 1937. Fue enterrado en el cementerio judío de Viena. Sus ojos no verían la Segunda Guerra Mundial ni las mayores desgracias que sufriría Alemania, el país que amó ardientemente y por cuyo amor equivocado ocasionaría su propia desgracia al optar por la senda del odio y la venganza.












CANTO DE ODIO A INGLATERRA


¿Qué nos importan los rusos y los franceses?
¡Disparo por disparo y golpe por golpe!
No los amamos,
No los odiamos,
Defendemos el Vístula y el Wasgaupass,-
Tenemos un solo y único odio,
Amamos todos a una,
Odiamos todos a una,
Tenemos un solo y único enemigo:
Pues todos lo sabéis,
Pues todos lo sabéis,
Se agazapa tras la marea gris,
Lleno de envidia, lleno de rabia,
Lleno de astucia, lleno de ingenio,
Separado por las aguas,
Más espesas que la sangre.
Queremos entrar en un tribunal,
Pronunciar un juramento, cara a cara,
Un juramento mineral, que ningún viento se lleve,
Un juramento para hijos y nietos,
Oíd la palabra, repetid la palabra,
Resuena por toda Alemania:
No queremos cejar en nuestro odio,
Todos tenemos un único odio,
Amamos todos a una,
Odiamos todos a una,
Todos tenemos un único enemigo:
¡Inglaterra!

En el camarote de a bordo, en el salón de gala,
Los oficiales del barco se sentaron al banquete,
Como un golpe de sable, como un impulso de las velas,
Alguien, saludando, elevó su vaso,
Como un golpe de remo, lanzó tan solo
Tres sonoras palabras: “¡Por el día!”
¿Por quién iba ese brindis?
Todos tienen un único odio
¿A quién se refería?
Todos tienen un único enemigo:
¡Inglaterra!

Toma los pueblos de la Tierra en prenda,
Construye murallas con lingotes de oro,
Cubre las aguas del océano, con proa sobre proa,
Calculas con astucia, pero no la suficiente.
¿Qué nos importan los rusos y los franceses?
¡Disparo por disparo y golpe por golpe!
Afrontamos la lucha con bronce y acero,
Y quizá algún día firmemos la paz,-
Te odiaremos con odio duradero,
No cejaremos en nuestro odio,
Odio por tierra y por mar, odio de la cabeza
Y odio de la mano, odio del martillo
Y odio de la corona, odio sordo
De setenta millones,
Aman todos a una, odian todos a una,
Todos tienen un único enemigo:
¡Inglaterra!

(Traducción de Javier Granda y Begoña Belloch)








   Continuará…






                                                Morada de Barranco, 26 de julio de 2015.






ALGUNAS SEMEJANZAS ENTRE EL PERÚ Y MÉXICO





                                                                            La América del gran Moctezuma, del Inca…
                                                                                                                      Rubén Darío





   El año va transcurriendo con una velocidad que a veces me sorprende. En esta última semana, el invierno se ve interrumpido por algunos días de sol, anuncio, supongo, de la primavera que se acerca. Es el penúltimo día del mes de agosto y recién escribo la segunda entrada del mes. La verdad que he venido, desde hace varios días, cavilando sobre qué escribir: a veces los temas escasean y el ánimo para hacerlo está ausente.




   De pronto, en medio de la “oscuridad”, una luz surge y me ayuda: cada que pienso en mis alumnos, por lo general, ocurre que se me viene inmediatamente al recuerdo la grata insistencia para que, antes de las clases (yo lo llamo motivación), les cuente “historias”. Una de las últimas que les he contado es una leyenda mexicana, relato que los alumnos celebraron y algunos se conmovieron con esta historia de desobediencia y de amor, hablo de la leyenda de Iztaccíhuatl y Popocatépetetl.




   Pero antes de continuar con esa leyenda, me gustaría comentar que desde hace mucho me sorprenden las semejanzas que hay entre el Perú y México. Claro, hay también mucho que nos separa, pero siempre he pensado en los parecidos, en las semejanzas, obviamente que me refiero a semejanzas (¿o coincidencias?) muy generales, no voy a repetir lo que por ahí alguna vez escuché o leí al referirse a los dos países: que de tan parecidos que son, podemos hablar de dos países gemelos. Creo que es una exageración.




   Pero el temita da para comentarlo someramente (no voy a entrar en profundidades). Si hablamos de semejanzas, empecemos por decir que ambos países han sido desde tiempos inmemoriales cuna de grandes culturas, lo que los ha llevado a ser considerados como dos de los seis puntos en el mundo donde se desarrollaron culturas autónomas, pienso en las pirámides de Caral (al norte de Lima), por ejemplo, con sus aproximadamente 5 000 años de antigüedad, cultura madre del Perú; pienso en las cabezas gigantescas y pétreas de los olmecas, cultura madre mesoamericana, con sus aproximadamente 3 500 años de antigüedad.






   Un comentario aparte. He mencionado seis puntos donde se desarrollaron culturas autónomas: Mesopotamia, Egipto, India, China, México y el Perú. El nombre de culturas autónomas o "cunas de la civilización" se le aplica a estas culturas pues no recibieron influencias de otros pueblos, lo que crearon fue producto de su capacidad para encontrarle solución a sus problemas: pienso en los maravillosos acueductos de Choquequirao y del Palacio de Nezahualcóyotl, veo las imágenes y quedo deslumbrado por la maestría de su trabajo y de ese afán que los llevó  a respetar y comulgar con la naturaleza, una muestra más de su profunda espiritualidad y refinamiento.





   Continuando con las semejanzas, debemos mencionar que en nuestros territorios ocurrieron dos catástrofes históricas (disculpen la hipérbole y la solemnidad) que influyeron notablemente en la formación actual de nuestros países, me refiero a la conquista de los aztecas y a la conquista de los incas, dos aventuras épicas teñidas de muchas leyendas y frases para la posteridad, como estos dos sucesos que a continuación menciono: El primero cuenta que cuando los españoles quemaban los pies a un señor principal azteca y a Cuauhtémoc, el primero, para evitar el martirio, le pidió permiso al tlatoani azteca para hablar de los lugares donde estaban escondidos los tesoros, entonces Cuauhtémoc, con desprecio le dijo esta frase, que intuyo alguien metió mano para hermosearla: "¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?". El segundo hecho refiere al ofrecimiento que Atahualpa hizo a los españoles para lograr su libertad: llenar un cuarto con oro y dos con plata hasta donde llegue la punta de sus dedos. Atahualpa cumplió y este rescate se convirtió en el mayor que se ha pagado en el mundo en todos los tiempos, como se dice, "un récord". Hoy en Cajamarca incluso se puede visitar el mentado "cuarto del rescate".





   Posteriormente ambos territorios se convirtieron en sedes de los dos más importantes virreinatos en América: el de la Nueva España y el de la Nueva Castilla. Y con ellos, el surgimiento en nuestro imaginario de muchas historias que nos pintan (o han tratado al menos) cómo fue ese largo periodo de trescientos años. Pienso en la obra más importante de Ricardo Palma: las Tradiciones Peruanas y cómo estos breves relatos han creado la imagen de una Lima colonial que más que probablemente no fue como Palma contó (no tendría por qué serlo tampoco): todo cabe en el mundo de la ficción.





   ¿Algunas semejanzas más? Sí, se dice que las cocinas de ambos países son de las más variadas y exquisitas en el mundo, que nos gusta la comida picante (el chile mexicano y el ají peruano), que tanto mexicanos como peruanos somos muy gentiles y amigables, que poseemos un folclor rico y diverso donde abundan los trajes y las danzas muy coloridos, que así como en el Perú tenemos nuestra Ciudad Blanca que es Arequipa, los mexicanos tienen su Ciudad Blanca que es Mérida, en fin.













   Párrafos arriba, mencioné una leyenda mexicana. Esta narración cuenta el origen de una montaña con apariencia de mujer dormida, es el Iztaccíhuatl que en días despejados se puede columbrar desde el Distrito Federal. Curioso, pero aquí en el Perú también tenemos una montaña con apariencia de mujer dormida, es la Bella Durmiente, en Tingo María, departamento de Huánuco y esta montaña también posee su leyenda. Dos leyendas, dos países. He aquí otro aspecto curioso que nos asemeja, y no lo digo solo por las leyendas sino también por el respeto que tanto peruanos y mexicanos sentimos por las montañas (aquí en el Perú, por ejemplo, se les llama apus y todavía se les hace ofrendas y peregrinaciones).



   Pongo a consideración de los amigos lectores estas dos bellas leyendas que tanta emoción despertaron en mis alumnos.


IZTACCÍHUATL Y POPOCATÉPETL


   Tonatiuh, el dios sol, vive con su familia en el cielo 13 en el que no se conoce la oscuridad ni la angustia. El hijo de Tonatiuh era el príncipe Izcozauhqui a quien le encantaban los jardines. Un día el príncipe oyó hablar de los vergeles del señor Tonacatecuhtli. Curioso fue a conocerlos. Las plantas parecían más verdes y los prados frescos y cubiertos de rocío. Al descubrir una laguna resplandeciente se acercó con presteza y al hacerlo, se encontró con una mujer que salía de las aguas ataviada con vestidos de plata. Se enamoraron de inmediato ante el beneplácito de los dioses. Pasaban el tiempo juntos, recorrían un cielo y otro. Pero los dioses les prohibieron ir más allá de los 13 cielos.
   Los enamorados conocían el firmamento. La curiosidad por saber qué había bajo de él hizo que descendieran a conocer la tierra. Allí la vida es diferente. El sol no brilla todo el tiempo, descansa por las noches. Hay más colores, texturas, sonidos y animales que en todos los cielos recorridos.
   Los príncipes, al descubrir que la tierra es más hermosa que los paraísos celestiales decidieron quedarse a vivir en ella para siempre. El lugar escogido para su morada estaba cerca de un lago, al lado de valles y montañas.
   Los dioses, furiosos por la desobediencia de la pareja, decidieron un castigo. La princesa enfermó repentinamente, fueron vanos los esfuerzos de Izcozauhqui por aliviarla. La mujer supo que esa era la sanción de los dioses, Tonatiuh se lo hizo saber con sus abrasadores rayos. A ella no le permitirían vivir.
   Separándolos, con su muerte, para siempre. Se lo dijo al príncipe, le pidió que la llevara a una montaña con el fin de estar junto a las nubes, para que, cuando él regresara con su padre, pudiera verla más cerca desde el cielo. Fueron sus últimas palabras, después se quedó quieta y blanca como la nieve.
   El príncipe con su preciosa carga a cuestas caminó días y noches hasta llegar a la cima de la montaña. Encendió una antorcha cerca de ella, la veló, como si la princesa durmiera.
   Izcozauhqui se quedó junto a ella, sin moverse, hasta morir. Ella se convirtió en la mujer dormida (Iztaccíhuatl) y él en el cerro que humea (Popocatépetl). Símbolo del amor que desafió a los dioses por cariño a la tierra, cuidan para siempre el valle de México. (*)











LA BELLA DURMIENTE


   Desde tiempos antiguos  cuentan la historia del joven hechicero  llamado Cuynac, este iba a través de la selva del actual departamento de Huánuco y allí se encontró con una bella jovencita, era la princesa Nunash. 

   Los dos al verse mutuamente se enamoraron, y construyeron una mansión cercana a Pachas, mansión a la que Cuynac le puso el nombre de Cuynash en homenaje a su amada y a su amor.

   La pareja vivió feliz por un tiempo, ellos eran atendidos por servidores y vasallos muy leales, pero esa felicidad no duraría por mucho tiempo, pues el padre de Nunash, enfurecido por estos amores de su hija, fue a buscarlos y llevó a Amaru, la gigantesca y mítica serpiente que posee cabeza de camélido, cola de pez y gigantescas alas para que ataque al hechicero.

   Con la finalidad de no ser encontrados por el Amaru, Cuynac, con su hechicería, logró convertir a la princesa en mariposa y él se transformó en piedra con la seguridad de que después recobrarían su apariencia real.

   Convertida en mariposa, Nunash se internó en la selva en busca de ayuda y regresó con varios hombres, los que le ayudaron a vencer al monstruo. Luego la princesa logró retornar a su estado normal, pero Cuynac no pudo hacerlo. Nunash, la bella princesa, buscó a su amado y no lo halló.  Cansada de buscarlo, se tendió a descansar junto a una piedra sin darse cuenta que esa piedra era su amado Cuynac.

   Al quedarse dormida, la princesa soñó que la voz del hechicero Cuynac le decía: “Pedí a los dioses que me convirtieran en piedra y me escucharon, pero ahora no puedo recobrar mi apariencia humana y permaneceré así para siempre. Si tú de verdad me amas, deja que te transforme en una montaña con figura de mujer dormida y permanece a mi lado para toda la vida”.

   La princesa atendió el ruego de su amado y desde entonces quedó convertida en una montaña que se le conoce como la bella durmiente.








   Continuará…



                                         Morada de Barranco, 30 de agosto de 2014.



_____________________________

(*) Versión de Marko Castillo




DE LECTURAS Y POEMAS EN SETIEMBRE

  




                                                            Cuento los días. Llega setiembre. Escribo con ansias.
                                                                                                                 Marco Martos





   A un día del inicio formal de la primavera, va esta primera entrada del mes de setiembre. Setiembre de 2014: mes de lluvias (cuando todo haría suponer que el invierno se va alejando), de días inolvidables en que la garúa nos visita para ir despidiéndose hasta el próximo año. Mes que ha sido (y es) propicio para las lecturas, para los libros. ¿Una explicación por esta aseveración? Bueno, comienzo diciendo que son cosas mías y no leyes universales.




   Sobre las lecturas diré que por estos días voy leyendo algunos libros, de manera desordenada, aprovechando los tiempos libres. Por ejemplo, la relectura de un libro que me transporta al pasado de mi país: Historia del Tahuantinsuyu de María Rostworowski. Un libro que rompe el mito ese de pensar la sucesión de los incas a la manera europea: muerto el sapa inca, el heredero del trono era el príncipe, el primogénito. Falso. Conceptos occidentales muy alejados, por ejemplo, de las panaca, de las rivalidades de estas para designar al nuevo gobernante: de no llegar a un acuerdo “diplomático” se iban a la guerra y el más “capaz”, o sea el triunfador, ese era el sucesor, y este podía ser cualquiera de los hijos del inca fallecido que tuvo con cualquiera de sus muchas mujeres (cada una de ellas representaba a una panaca).




   No era, pues, como muchos nos hicieron creer, que el Tahuantinsuyu estaba en decadencia cuando Pizarro y sus huestes llegaron por estas tierras y se enteraron de la rivalidad de Huáscar y Atahualpa (con la consecuente victoria de este último), era algo, digamos, que podía suceder, que ya había sucedido: lucha de las panaca por el poder. Libro recomendable si es que queremos pensar a una parte de nuestro pasado de una manera diferente, más cercana a la realidad.




   Hace unos tres meses compré un libro que salió a la luz en 1996, editado por PEISA. Leve reino (que es el libro del que hablo)  recoge los poemarios  publicados hasta entonces por Marco Martos. Entre ellos uno especial que había leído (gracias a la generosidad de un amigo) hace una buena punta de años: Cuaderno de quejas y contentamientos, del año 1969. Libro breve que por estos días disfruto lápiz en mano. Y no es para menos, el poemario de Martos conforma esa cima poética lograda con otros libros de compañeros de la llamada Generación del 60, pienso en Las constelaciones de Luis Hernández, Canto ceremonial contra un oso hormiguero de Antonio Cisneros, Contra Natura de Rodolfo Hinostroza, Estación reunida de Javier Heraud, Arte de navegar de Juan Ojeda…




   He aquí una muestra poética, precisamente el primer poema del libro, en ella (como en los otros poemas) se percibe esos aires frescos de la poesía de habla inglesa (Eliot, Pound) que llega a nuestras letras fertilizándola, también es notorio el gusto y fidelidad de sus lecturas de los clásicos españoles, esto último hace muy particular su poesía, si pensamos por ejemplo en la poesía de Rodolfo Hinostroza o Mirko Lauer.


MUESTRA DE ARTE RUPESTRE


Io sono stanco.
¿Para esto matrimonio?
Mis hijos viven en una jaula de locos,
rodeados de extraños agrupados
vagamente con el nombre de parientes.
En el pequeño jardín
nadie sabe de quién son los pañales,
de quién las camisas, de quién el aire.
Si me descuido
me cambian un hijo por otro.
¿A quién echarle la culpa?
¿A la matrona en esencia bondadosa?
¿A mi mujer, plena de amor y desde hace años
embrujada por un verso que me costó noches en vela?
¿A mí mismo, de tristes oficios?
Mi sueldo (y el tuyo lector)
no alcanza.
Muchos miran con envidia estos ingresos.
Y hay en el Perú varios millones peor que nosotros.
¡Quiero una casa! Sueño.
Engels, de profeta, opinaba que aquí,
con este sistema, no hay solución al asunto.
Con rabia y sin vergüenza
sobre las páginas de Engels,
salen con duelo mis lágrimas corriendo.
Quiero una casa. Sueño. Io sono stanco.
Maldigo. Yo soy el muerto en vida.
El que hace reglamentos.


   Desde hace un buen tiempo atrás venía persiguiendo un libro de Victoria Guerrero, poeta peruana. El poemario al que aludo es Berlín, que fue publicado el año 2011. Apenas si había leído un puñado de poemas (que me gustaron mucho) de este libro cuyo título me pareció sugestivo, aparte del hecho de que la capital de Alemania ha ejercido un atractivo sobre mí que no sé explicar: no París, Roma, Londres, Viena o Praga, sino Berlín, tanto así que incluso en el cine, tres de las películas que más amo tienen que ver con esta ciudad: Berlín:Sinfonía de una ciudad (film mudo de Walter Ruttmann, del año 1927); Alemania, año cero (dirigida por Roberto Rossellini y estrenada en 1948) y Cielo sobre Berlín (estrenada en 1987 y dirigida por Win Wenders). Las tres grandes maravillas del cine. No tuve la suerte de conseguir el libro de Victoria, pero no cejé en su búsqueda. Terco siempre he sido (mejor dicho, constante).













   Hasta que hace unos seis días realicé una compra que me resultó doblemente agradable en una librería que recién abrirá sus puertas el día de mañana. Me refiero a la librería La Libre, ubicada en Barranco (avenida San Martín N° 144). Esa compra, según Ana, dueña junto con Carlos (ambos ciudadanos españoles), me tornó en una "persona inolvidable": resulté con mi compra ser el primer cliente de la librería. Esa condición, para alguien como yo que ama los libros, es un honor y espero que la compra de Documentos de barbarie / (Poesía 2002 – 2012) de Victoria Guerrero (tres bellos libros del sello de Paracaídas editores, entre los cuales se encuentra Berlín) sea el anuncio de una larga vida en un medio donde hay pocas librerías o ninguna (por Dios, Barranco se anuncia como distrito cultural y no poseía ninguna librería, una vergüenza, por cierto). En otras palabras, espero haberles dado suerte.




   Así que henchido de orgullo muestro los libros (por cierto, Ana y Carlos tuvieron a bien hacerme un descuento especial) que empecé a leer a varios kilómetros de Barranco, me refiero a la soleada Chaclacayo donde he estado este fin de semana, ya en mi morada he iniciado la lectura del segundo libro y mis expectativas no han sido defraudadas, Victoria Guerrero es una gran poeta, una poeta con muchos recursos. Por si hubiera dudas sobre mi honorable condición de primer cliente de La Libre muestro la boleta de venta con el número 000001. Comprenderán que no es de todos los días.







   Una curiosidad, junto al local de la librería La Libre, se ubica la antigua casa, con ventana redonda (como el de los barcos), de un personaje de leyenda de la poesía peruana: la bella Nelly Fonseca Recavarren (1922 - 1963) quien, a raíz de un accidente, quedaría postrada en una silla de ruedas desde niña. Poco tiempo después recortó su cabello y vistió como un joven desafiando a la pacata sociedad. Este nuevo personaje tendría su propio nombre: Carlos Alberto Fonseca, que era así como firmaba muchos de sus poemas y libros. 




   Recuerdo que hace unos años atrás, allá por el 94 o 95, visité la casa de la poeta y conversé con sus hermanos que conservaban amorosamente las pertenencias de la hermana ya fallecida: sus libros, su correspondencia, sus cuadros, sus muñecas que ella misma vestía, sus trofeos y diplomas, sus poemas inéditos. Entusiasmada con la idea de publicar algunos poemas de Nelly, la hermana tuvo la confianza y la generosidad de entregarme tres o cuatro sonetos que lamentablemente no llegaron a publicarse en Tocapus, la revista que entonces editaba, por algunos asuntos propios de las revistas que no es el caso recordar.




   Setiembre, mes de libros, espero que así sea con uno mío, pues hace cuatro días inicié conversaciones para publicar mi quinto libro, espero que ello ocurra en el mes de noviembre y que este poemario trabajado durante tantos años salga a la luz: Dondemi calle acaba es un libro al que ya le llegó la hora, creo, de transitar y hacer camino. Esperanzado y alegre ando por estos días y no veo las horas en que mi libro esté ya en mis manos: hojearlo, acariciarlo cual si fuera un hijo que luego de mucho llega a casa y es recibido con alborozo y, lo repito, con mucha esperanza.






   Continuará…





                                            Morada de Barranco, 22 de setiembre de 2014.



EL PROVERBIAL ZAPATERO DEL POETA PABLO GUEVARA





                                                         … ¡cómo no salir corriendo
                                                         a comprar pasajes para esa travesía famosa!
                                                                                                Pablo Guevara




   Cuando Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y yo decidimos, el año 1993, editar una revista de poesía, ya teníamos claro que se llamaría Tocapus. En honor a la verdad, debo decir que el nombre se me ocurrió a mí, ya que por esos días había leído una separata del Boletín de Lima que recogía una investigación de William Burns Glynn sobre una probable escritura inca a través de los tocapus y de los quipus.




   El nombre, entonces, no fue un gran problema, estaba definido. Como definida estaba que la revista debía estar impresa en un buen material como soporte, sin publicidad alguna, sin auspiciadores. Algo difícil si se toma en cuenta que entonces, salvo Pablo que tenía un pequeño estudio fotográfico, no teníamos empleo seguro ni Willy ni yo. Pero la revista salió cuando todo hacía suponer como un imposible.




   En cuanto al contenido de la revista, es curioso, pero se fue definiendo solo, fue como si la revista trazara y ejecutara su personalidad y nosotros fuéramos los intermediarios. Nueve poetas peruanos, tres de ellos debían ser jóvenes. Y así fue en los cuatro números que salieron a la luz. Tocapus fue como casi toda revista de poesía en el Perú, efímera, pero intensa.




   Recordar cómo teníamos que bregar para lograr las colaboraciones de los poetas nos resulta ahora hasta épico. Con el desarrollo tecnológico muchas cosas se han superado y hacen aparecer a los recursos que empleamos entonces como anacrónicos. Hace veinte años el teléfono, que no todos tenían, era vital (las llamadas a Rossella Di Paolo y Vicente Azar fueron de las primeras); las cartas (viene a mi memoria mi breve correspondencia con Montserrat Álvarez, que vivía en Paraguay o con Ana Varela Tafur, que entonces residía por Iquitos) o muchas veces la casualidad y casi siempre el atrevimiento. Hoy, por ejemplo, las redes sociales lo facilitan casi todo (hace unos días, por ejemplo, intercambié mensajes con la poeta Andrea Cabel, que reside en Estados Unidos), algo imposible por esos años. 




  Entre 1993 a 1995 (años en que salió la revista), los tres editores nos reuníamos en Barranco, lugar en el que vivo desde siempre. Discutíamos en la plazoleta Caraz, en la playa o en un barcito en el límite entre Barranco y Surco, quiénes serían los poetas a publicar, eran conversaciones largas acompañadas con algunas botellas de vino (a veces ron y muy, pero muy pocas veces pisco) y muchísimo entusiasmo.




   Escribir cómo fuimos logrando los poemas de gente con obra reconocida sería extenso y no es el momento. Viene a mi memoria algunas “odiseas” para lograr la colaboración de gente hoy desaparecida: mi amigo Vicente Azar, Juan Ramírez Ruiz, Wáshington Delgado, Pablo Guevara, por ejemplo. Pero también los poemas de gente que está en plena labor como Rodolfo Hinostroza, Carlos Germán Belli, Jorge Pimentel, Mirko Lauer, Marco Martos, Rossella Di Paolo, Tulio Mora, Carmen Ollé, Rocío Silva Santisteban, Ana Varela Tafur, Carlos López Degregori… Los intentos fallidos por publicar a Blanca Varela, Antonio Cisneros, Javier Sologuren, Alejandro Romualdo, Francisco Bendezú, Omar Aramayo, José Watanabe, Raúl Deustua, Guillermo Chirinos Cúneo, entre otros.




   Pero si se tratara de recordar alguna de esas “odiseas” para conseguir el material para la revista, hoy quisiera hacerlo con Pablo Guevara. Gran poeta y por eso mismo eternamente joven, generoso como pocos, gran poeta y gran maestro. Me había propuesto publicarlo en el primer número. Sabía que vivía en Pachacamac, lugar por el que solo había estado de pasada allá por 1974, cuando todavía estaba en el colegio y en primaria. Nada más sabía de ese lugar, aparte del hecho de saber que allí estaba uno de los más importantes santuarios del Perú prehispánico. Poco como se verá.




   Salí de Barranco hasta el puente Alipio, allí tomé un carro que me dejó en Pachacamac. Tuve el atrevimiento, como se habrán dado cuenta, de ir a ese lugar sin saber exactamente dónde vivía el poeta. Cuál si fuera un loco, empecé a preguntar a la poca gente que se cruzaba conmigo por si sabían cuál era la casa de Pablo Guevara. Nadie me daba razón, más bien me miraban como bicho extraño. Luego de una hora de intensa búsqueda, intensa e infructuosa, todo me hacía suponer que mi intento había fracasado.




   Antes de continuar con el relato, quiero mencionar algo. Cuando uno piensa en algunos poetas, inmediatamente se les relaciona con un poema, por ejemplo, pienso en Alejandro Romualdo y se hace inevitable recordar su Canto coral a Túpac Amaru; pienso en Arturo Corcuera y viene a la memoria su poema dedicado a Tarzán; pienso en Pablo Guevara y el que menos recuerda su poema Mi padre un zapatero (poema que forma parte de su libro Regreso a la creatura, publicado el año 1957). ¿Por qué hablo de esto? El lector entenderá, en el siguiente párrafo, que no es en vano este comentario.




   Retomando lo que contaba. Cuando ya todo me hacía suponer el fracaso de mi intento, cuando ya me alistaba a tomar el carro de regreso, desemboqué en una calle angosta donde vi, ¡oh, coincidencia!, a un humilde y laborioso zapatero remendón (que creo que también vendía y compraba dólares, no lo tengo claro) quien al escuchar mi pregunta me dijo: “Ah, el profesor Pablo Guevara, el que trabaja en San Marcos!”. Luego me indicó que tenía que ir fuera del pueblo, transitar en diagonal por una pampa y continuar por un sendero rodeado por chacras. Así fue que llegué a la casa del poeta.




   Quien me atendió fue su gentil esposa, pero el poeta no estaba, tuve que regresar otro día, y lo hice, pero esta vez con la seguridad de saber adónde iba y por dónde tenía que ir, todo gracias a un zapatero remendón, como el personaje del famoso poema de Pablo Guevara, quien tuvo la generosidad de proporcionarme dos poemas suyos y un apunte de puño y letra que salieron publicados en el primer número de Tocapus, la revista que con tanto esfuerzo editamos Willy, Pablo y yo.





MI PADRE UN ZAPATERO
                                  

Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos y zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.
Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.

Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar.  Fue pobre como muchos,
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
fueron botas.  Gran monarca su oficio, todo creció
con él: la casa y mi alcancía y esta humanidad.

Pero algo fue muriendo, lentamente al principio:
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión;
algo se fue muriendo con esa gran constancia
del que mucho ha deseado.

Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.

Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué sé yo, lo estrujaban.
Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.










   Continuará…




                           Morada de Barranco, 28 de setiembre de 2014.



RESEÑAS, DEDICATORIAS Y OTROS ASUNTOS AFINES





                                                       La dedicatoria se suprime a petición de parte.
                                                                   Juan José Arreola, Palindroma




   Disfruto de unos días de vacaciones que me sirven para ponerme al día en mis lecturas, para ver todo lo relacionado con la edición de mi próximo poemario que saldrá en una semana y media, una edición muy bella y pulcra, minimalista (como los antiguos libros). Por fin veré este libro en mis manos, será como la llegada de un nuevo hijo, luego de una larga, largísima espera. Por cierto, Donde mi calle acaba está dedicado a Rita, my love, mi musa. Comentaré que justo hace un par de días llegó a mi correo la portada del libro: sencillamente encantado, contento (el collage es mío).








   Michael Ende es un escritor alemán a cuyo nombre inmediatamente se le relacionan dos títulos, en sus más de veinticinco obras publicadas, me refiero a Momo(1973) y La historia interminable(1979). Ambas obras pertenecen a lo que podría denominarse el género fantástico y están dirigidas a un público juvenil (aunque en realidad son obras para cualquiera que desee abandonarse a la lectura). El día de hoy, hojeaba un librito suyo, menos conocido que los anteriormente mencionados, pero muy bueno: El secreto de Lena(1971). No voy a comentar sobre la historia que se cuenta, quiero referirme al texto que se encuentra en las solapas del libro, es una reseña simpática, cargada de humor y con mucha espontaneidad, lo cito:


   Le gusta la pintura: Goya, Brueghel, Klee, El Bosco, y los surrealistas, como su padre, Edgar Ende, como De Chirico, como Magritte. Ama el Japón y las tortugas. Le preocupan los que se sienten prisioneros del tiempo –y del reloj-, el exceso de racionalismo, la necesidad imperiosa de consumir. Fuma en pipa, se considera un perezoso empedernido, cree fervientemente en la fantasía y afirma que ningún libro –ni siquiera los realistas- refleja la realidad, porque todos dan la visión subjetiva del autor, son frutos espléndidos de su imaginación. Admira a Shakespeare, Goldoni, Dostoievski, Stevenson, Kafka, Borges, Tolkien… Cuando se pone a escribir, solo le interesa contar una historia. Trabaja como un pintor: a partir de una idea, de la que surgen las demás, hasta llegar a la obra final, un espejo donde se reflejará el lector. Para él, escribir es toda una aventura. Su nombre es Michael Ende.















   Fantástico, en pocas líneas toda, o casi toda, la personalidad del autor alemán fallecido en 1995. Luego de la lectura de esta fresca reseña, recordé algunos textos curiosos (llámense reseñas, dedicatorias, advertencias…) de ciertos libros de autores peruanos. El primero que se me viene al recuerdo es uno de José Santos Chocano, El Cantor de América, quien en su libro Alma América, de 1906, colocó esta advertencia: 




Téngase por no escritos cuantos libros de poesía aparecieron antes con mi nombre.



De un plumazo se deshacía de los ocho libros ya publicados… aunque después no tendría inconveniente alguno para escoger algunos de esos poemas desestimados y ya corregidos volverlos a publicar en su siguiente libro que tituló con arrogancia: Fiat Lux (1908).










   Como no se trata de citar de manera exhaustiva, supongo que olvidaré algunos casos, pero uno que se viene a la memoria es Carlos Oquendo de Amat, autor de un solo libro: el mítico 5 Metros de Poemas(1927). Como se sabe, este libro vanguardista expresa de manera sutil e irónica una gran crítica al sistema capitalista desde el mismo título (esa necesidad imperiosa de consumir, como decía Ende). Si analizamos el sugestivo título del poemario, caeremos en la cuenta que Oquendo alude con humor a que la misma poesía podría venderse por metros como cualquier otro artículo mensurable.  En este maravilloso “libro objeto”, cuya dimensión aproximada a los cinco metros aludiría también a la cinta de proyección de una película, se encuentra esta dedicatoria delicada, amorosa, tierna:



Estos poemas inseguros como mi
                                        primer hablar dedico a mi madre




y luego en la siguiente ¿página? (recuérdese que el cuerpo del libro es una cinta plegada) encontramos esta recomendación fresca y juguetona:



abra el libro como quien pela una fruta (respeto la ortografía)



 Grande, Oquendo, como dicen los futboleros.













   Un compañero generacional, gran amigo de Oquendo, Xavier Abril, publicó en 1931 un libro con prosas poéticas titulado Hollywood (todavía falta estudiar los vasos comunicantes entre La Casa de Cartón y el libro de Abril), este libro vanguardista, impregnado con las influencias del cine, tiene en la portada un grabado de la gran pintora surrealista Maruja Mallo (nada menos que colaboradora de Dalí y Buñuel en Un perro andaluz). El libro tiene bajo el título de ACLARACIÓN Y ESPERANZA el siguiente texto que en algo hace recordar la advertencia de Chocano:


Doy por no escrito este libro. Mejor
dicho: acaba de morir.
En cierto modo, el público es
su autor responsable.











   Damos un gran salto en el tiempo y nos ubicamos en la década del 70. Año 1974, Vladimir Herrera, poeta puneño afincado en el Cuzco, publica su libro Mate de Cedrón. En la contraportada del libro, junto a una foto del poeta en la plaza San Francisco de Lima, se encuentra un texto muy ocurrente a manera de reseña. Texto que, según me enteré hace muy poco, fue creado por el poeta chileno Jorge Teillier, grandísimo honor:



   Vladimir Herrera nació en Lampa en 1950 bajo el signo de Sagitario. Paseó por las universidades de Cuzco, San Marcos, La Católica y el Pedagógico de Santiago de Chile escuchando hablar de Derecho y Antropología. Su flor preferida es el Crisantemo, su número de suerte el 13, el libro que le recomienda leer a los poetas mayores: “La Condición Humana. “Haraui”, “El Comercio”, “Eros”, han publicado sus poemas. Espera que para 1990 este libro se haya agotado.


   Es curioso, pero hacia el año 92 o 93, en una feria de libro en Barranco, Willy Gómez Migliaro y yo encontramos dos ejemplares de Mate de Cedrón, los compramos para luego asistir a la presentación de un libro en la ya desaparecida librería El Portal de Barranco. Entonces todavía se podía encontrar ejemplares de ese libro plomo plata, hoy es casi imposible. Se cumplió el deseo del autor, aunque con una diferencia de años.










   Según contó Róger Santibáñez a una mancha de poetas del 90, Luis Alberto Castillo era llamado Geniecillo Dominical de la Poesía. Gracioso apelativo que celebramos con sonrisas una noche en la Plaza Municipal de Barranco, luego de que culminara una fecha del ciclo de recitales que con Willy y Pablo llamamos Jueves será... El poeta piurano publicó en 1977 su breve poemario titulado Melibea & otros poemas(donde justamente está ese bello poema Melibea negada por las palomas…). Aún me llama la atención las dimensiones del libro: 11,5 X 17 centímetros, de pasta amarilla. En la contraportada se encuentran estas líneas que en su momento celebré e hice mías:


   En el poema la única realidad es el lenguaje: la idea al servicio de la poesía y no la poesía al servicio de la idea.
   Escribo no en función de libros sino del poema como una totalidad independiente de otros textos. Pero no soy culpable si después pienso lo contrario: sucede que ahora lo más importante es escribir, escribir, escribir… todo lo demás es accesorio.
   Vivir es también accesorio.










   Comienzo de los 80, para mayor precisión: 1981. Carmen Ollé publica su primer libro: Noches de Adrenalina, libro que hasta el día de hoy consagra a Ollé como una de las grandes poetas de nuestra poesía. En la contratapa ella escribe estas líneas confesionales con las que muchas mujeres se identificaron:


   No escribo sino para extirpar algunas obsesiones, para hurgar en la desolación de la infancia y pulverizar o comprender el pasado. A través de la línea confesional  de Leiris y Bataille quiero llegar a mirarme y abolir complejos y vergüenzas, en la creencia permanente en el valor de las mujeres.





  






   Ese mismo año 81, un joven sanmarquino publica su primer libro, ganador de los Juegos Florales – San Marcos 1980. Hablo de José Antonio Mazzotti y de su libro Poemas no recogidos en libro. El libro tiene la particularidad de tener en la contratapa no una foto sino cuatro fotos del autor, curiosidad que no he vuelto a ver en otro libro. En la carátula del libro hay una recomendación entre paréntesis, recomendación que no sé por qué me recuerda un poco (salvando distancias y extensiones) a ese TABLERO DE DIRECCIÓN de Rayuela: “A su manera este libro es muchos libros…”, cito:



(léase este libro de todas las formas que el título sugiera)













   Hacia 1982, Pedro Escribano publicó su libro Manuscrito del viento, desde entonces, según sé, lo ha reeditado varias veces. Este breve libro tiene una dedicatoria contundente dirigida al padre que dice:


                                                       A mi padre,
 hermoso y rotundo como una patada.












   Mariela Dreyfus publicó su primer libro en 1984: Memorias de Electra. Es un poemario delgado, en realidad una plaquette, de apenas doce poemas donde indaga sobre su cuerpo, su sexualidad, temas muy en boga por esos años entre muchas poetas peruanas. El libro concluye con un par de líneas que me llevaron a pensar en una cierta jactancia juvenil del acto creativo, o tal vez solo fuera un dato informativo, en todo caso, solo la poeta lo sabe:


Estos poemas fueron escritos entre
los 20 y los 22 años, en la ciudad de Lima.











   Año 1991, una joven e irreverente Montserrat Álvarez publica su libro negro titulado Zona Dark. Bajo una foto en contrapicada, donde se ve a Montsserrat que echa el humo de un cigarrillo, hay un breve texto escrito de puño y letra como si fuera con tiza blanca sobre una pizarra negra que dice lo siguiente:


                                           En el año de 1991,
           fecha de tantas muertes y nacimientos,
         yo, la bien o mal llamada Montsserrat,
por todos conocida y deplorada,
                      decidí escribir, para las humanidades venideras,
                      unas líneas que no significan nada en absoluto.













   Debo suponer que deben haber más casos curiosos, solo he consignado los de autores peruanos, los que recordé y los que estaban a la mano. Mientras tanto, ya para concluir esta entrada, debo confesar que ya escribí mi reseña, la que saldrá en mi libro en unos días, no fue sencillo, luego de larga brega lo pude terminar y obviamente no diré qué escribí, esa será una pequeña sorpresa. Espero.







   Continuará…




                                            Morada de Barranco, 15 de octubre de 2014.




   

DOCE CUENTOS CHINOS





              En los últimos años me gusta la calma…
                                          Wang Wei





   Cuando en el Perú alguien sale con algo increíble o con una mentira, se suele decir con contundencia: “Eso son cuentos chinos”. ¿De dónde viene esta expresión que deja tan mal a los chinos?, con sinceridad no sabría decirlo.






   El término “chino”, apartándonos un poco de la frase, es muy común en el Perú, así se les llama a todas las personas de ojos rasgados, sean estos descendientes de asiáticos o no. A un nisei (descendiente de japonés) se le llama “chino”, igual que a un tailandés o a un vietnamita, a un iquiteño o a un cuzqueño si tiene los ojos jalados (o como dicen aquí: “Si es del ojo”). Particularidades de los peruanos.





   Haciendo memoria, por ahí anda un librito del Conde de Lemos, Abraham Valdelomar, titulado Cuentos Chinos. Probablemente sea, de su narrativa, lo menos apreciado, pero ahí está el libro con sus cinco cuentos de carácter satírico para hacer crítica de la situación política de entonces, por ejemplo, Siké es el Perú, los personajes que aparecen con nombres “chinos” inventados son personajes políticos del Perú de esos años: Billinghurst, Benavides, Piérola son Chin-Kau, Rat-Hon, Kon-Sin-Sak, respectivamente.





   Incluso, en el centro de Lima está el famoso Barrio Chino, lugar en el que se ha concentrado parte de la colonia china. Allí se encuentran muchos de sus negocios: bodegas, jugueterías, los famosos chifas (restoranes de comida peruana con influencia china), bares. Se habla incluso de una temible mafia conocida como el Dragón Rojo, encargada de cobrar cupos a los ciudadanos chinos o sus descendientes.





   Pero lo que me motiva a esta entrada no es tanto comentar estas anécdotas. Lo que deseo con esta entrada es compartir un puñado de cuentos chinos, pero cuentos, algunos de ellos muy antiguos. Narraciones breves que, en muchos casos, han hecho las delicias de mis alumnos, quienes han disfrutado de su sencillez, de su sabiduría, de su humor. Yo recuerdo mucho las risas de mis alumnos con un par de cuentos que figuran en esta pequeña selección: “La virtud de la paciencia” y “El zorro que se aprovechó del poder del tigre”. Cuentos breves, sencillos, cargados de humor, pero sabios, con una sutil intención pedagógica, moralizante.




   Dejo de pergeñar más líneas y pongo a disposición del hipócrita lector, un grupo de doce cuentos chinos, todos ellos breves y en algunos casos brevísimos.

   
LA SENTENCIA


   Aquella noche, en la hora de la rata, el emperador soñó que había salido de su palacio y que en la oscuridad caminaba por el jardín, bajo los árboles en flor. Algo se arrodilló a sus pies y le pidió amparo. El emperador accedió; el suplicante dijo que era un dragón y que los astros le habían revelado que al día siguiente, antes de la caída de la noche, Wei Cheng, ministro del emperador, le cortaría la cabeza. En el sueño el emperador le juró protegerlo.
   Al despertar, el emperador preguntó por Wei Cheng. Le dijeron que no estaba en el palacio; el emperador lo mando buscar y lo tuvo atareado el día entero, para que no matara al dragón y hacia el atardecer le propuso que jugaran al ajedrez. La partida era larga, el ministro estaba cansado y se quedó dormido.
   Un estruendo conmovió la Tierra. Poco después interrumpieron dos capitanes, que traían una inmensa cabeza de dragón empapada en sangre. La arrojaron a los pies del emperador y gritaron: “Cayó del cielo”.
   Wei Cheng, que había despertado, la miró con perplejidad y observó: “Qué raro, yo soñé que mataba a un dragón así”.

                                                                       Wu Ch’eng-En (Siglo XVI)




LIBROS Y BRONCES


   Cierto letrado necesitaba dinero. Juntó todos los libros que tenía en su casa –varios centenares de volúmenes- y partió para venderlos en la capital. En el camino se encontró con otro letrado, quien, después de mirar la lista de los libros, deseó vivamente poseerlos. Pero él era pobre y no tenía con qué pagarlos; entonces llevó al otro a su casa para mostrarle los bronces antiguos y la colección le gustó enormemente.
   -No los venda –le dijo a su nuevo amigo-, vamos a hacer un cambio.
   Y trocó todos sus libros por varias decenas de bronces.
   La mujer del primero se extrañó al verlo regresar tan pronto. Echó una mirada a lo que traía: eran dos o tres sacos llenos hasta el borde, en los cuales se entrechocaban los objetos con ruido metálico. Al saber toda la historia, empezó a gritar:
   -¡Qué estupidez! ¿Cómo podremos comer con estos bronces?
   Él contestó:
   -¡Bueno!, ¿y crees que mis libros le darán arroz a él?
                              
                                  Dao Shan Qing Hua (Libro de autor anónimo del siglo X)




LANZAS Y ESCUDOS


   En el reino de Chu vivía un hombre que vendía lanzas y escudos.
   -Mis escudos son tan sólidos –se jactaba-, que nadapuede traspasarlos. Mis lanzas son tan agudas que nada hay que no puedan penetrar.
   -¿Qué pasa si una de las lanzas choca con uno de sus escudos?-preguntó alguien.
   El hombre no replicó.

                                       Han Fei Zi (Libro atribuido a Han Fei, siglo III a. C.)




EL ARTE DE MATAR DRAGONES


   Zhu Pingman fue a Zhili para aprender a matar dragones. Estudió tres años y gastó casi toda su fortuna hasta conocer a fondo la materia.
   Pero había tan pocos dragones que Zhu no encontró dónde practicar su arte.

                                              Zhuang Zi (Vivió entre los siglos IV y III a. C.)




PINTAR FANTASMAS


   Había un artista que pintaba para el príncipe de Qi.
   -Dígame –dijo el príncipe-, ¿cuáles son las cosas más difíciles de pintar?
   -Perros, caballos y cosas semejantes –replicó el artista.
   -¿Cuáles son las más fáciles? –indagó el príncipe.
   -Fantasmas y montruos –aseguró el artista-. Todos conocemos a los perros y a los caballos y los vemos todos los días; pero es difícil pintarlos como son. Por eso son temas compluicados. Pero los fantasmas y los monstruos no tienen forma precisa y nadie los ha visto nunca; por eso es fácil pintarlos.

                                               Han Fei Zi (Libro atribuido a Han Fei, siglo III a. C.)




EL CURA JOROBAS


   Había una vez un médico que se vanagloriaba de ser capaz de mejorar a los jorobados.
   -Si un hombre es curvo como un arco, como una tenaza o como un aro, basta con que se dirija a mí, para que yo, en un día lo enderece –decía.
   Cierto jorobado fue lo suficientemente ingenuo para creer en esas seductoras palabras, y se dirigió a él para que lo desembarazara de su joroba.
   El charlatán cogió dos tablones, colocó uno en el suelo, hizo acostarse encima al jorobado, colocó el segundo tablón encima, en seguida, subiéndose encima pisoteó con fuerzas a su paciente. El jorobado quedó derecho, pero murió.
   Como el hijo del muerto quiso llevarlo a la justicia, el Charlatán exclamó:
   -Mi oficio es el de curar a los jorobados de sus jorobas; yo lo enderezo; que mueran o no, ¡eso a mí no me concierne!

                                                 Relatos de Xue Tao (por Jiang Yingke, siglo XV)




                                                            DIFÍCIL DE CONTENTAR       
 

   Un pobre hombre se encontró con un antiguo amigo en su camino. Este tenía un poder sobrenatural que le permitía hacer milagros. Como el hombre pobre se quejara de las dificultades de su vida, su amigo tocó con el dedo un ladrillo que de inmediato quedó transformado en oro. Se lo ofreció al pobre, pero este encontró que eso era muy poco. El amigo tocó un león de piedra que se convirtió en un león de oro macizo y lo agregó al ladrillo de oro. El pobre encontró que el regalo era aún insuficiente.
   -¿Qué más deseas, pues? –le preguntó el hacedor de prodigios.
   -¡Quisiera tu dedo! –le contestó el otro.

                                                           Feng Meng Long (de la dinastía Ming)




YUAN TE-YU


   Un día, cuando se dirigía al excusado, Yuan Te-Yu fue testigo de un hecho singular. A su lado surgió un fantasma gigantesco de más de diez pies de altura, de tez negra y ojos inmensos, vestido de casaca plana y cubierto con un bonete plano. Sin turbarse de modo alguno, Yuan Te-Yu conservó toda su sangre fría.
   -La gente suele decir que los fantasmas son feos –dijo con la mayor indiferencia, dirigiendo una sonrisa a la aparición_. ¡Y tienen toda la razón!
   El fantasma avergonzado se eclipsó.

                                                            Liu Yu-Ching (dinastía del Sur y del Norte)




EN BUSCA DEL PEDERNAL


   Una noche Ai Zi pidió la luz, y como el tiempo pasaba sin que le llevasen la lámpara, le gritó a su discípulo que se apurara.
   _Está tan oscuro –contestó el alumno– que no puedo encontrar el pedernal.
   Después añadió:
   -Maestro, ¿no podría usted encender la vela para ayudarme a buscarlo?

                                                                Su Shi (1036 – 1101)




EL POZO


   Un pozo fue horadado a orillas de un camino. Los viajeros se sentían felices de poder sacar agua para apagar su sed. Un día se ahogó un hombre en él, y desde entonces todo el mundo empezó a censurar a quien había cavado el pozo en ese lugar.

                                                              Sheng Meng Zi (por Lin Shensi, siglo VIII)




LA VIRTUD DE LA PACIENCIA


     Un mandarín, a punto de asumir su primer puesto oficial, recibió la visita de un gran amigo que iba a despedirse de él.
   -Sobre todo, sé paciente –le recomendó su amigo- y de esa manera no tendrás dificultades en tus funciones.
   El mandarín dijo que no lo olvidaría.
   Su amigo le repitió tres veces la misma recomendación, y cada vez, el futuro magistrado le prometió seguir sus consejos. Pero cuando por cuarta vez, le hizo la misma advertencia, estalló.
   -¿Crees que soy un imbécil? ¡Ya van cuatro veces que me repites lo mismo!
   -Ya ves que no es fácil ser paciente: lo único que he hecho ha sido repetir mi consejo dos veces más de lo conveniente y ya has montado en cólera –suspiró el amigo.

                                                               Jiang Yingke (siglo XV)




EL ZORRO QUE SE APROVECHÓ DEL PODER DEL TIGRE


   Andando de cacería, el tigre cazó un zorro.
   -A mí no puedes comerme –dijo el zorro-. El Emperador del Cielo me ha designado rey de todas las bestias. Si me comes desobedecerás sus órdenes. Si no me crees, ven conmigo. Pronto verás cómo los otros animales huyen en cuanto me ven.
   El tigre accedió a acompañarle; y en cuanto los otros animales los veían llegar, escapaban. El tigre creyó que temían al zorro, y no se daba cuenta de que a quien temían era a él.

                                                               Anécdotas de los reinos Combatientes








   Continuará…





                                                    Morada de Barranco, 29 de octubre de 2014.






OQUENDO DE AMAT: IMÁGENES DE UN POETA PERUANO

   




                                                                             El paisaje salía de tu voz...
                                                                               Carlos Oquendo de Amat






   El viernes 14 de noviembre se presentó mi reciente poemario: Donde mi calle acaba en Casa Tupac. Los presentadores fueron los poetas Willy Gómez Migliaro y Omar Aramayo. Omar, gran poeta peruano, dijo algo que provocó la sonrisa de los asistentes en esa noche, para mí, inolvidable: “Estoy seguro que en la casa de Orlando podría faltar una Biblia, pero si algo siempre habrá son las diversas ediciones de 5 Metros de Poemas de Carlos Oquendo de Amat”. Digamos que en líneas generales acertó.








   Pero necesito precisar la afirmación de Omar: hay más de una Biblia en casa y tengo varias ediciones (no todas) del mítico libro de Carlos Oquendo de Amat. Pero si en casa no hubiera una Biblia, estoy más que seguro que siempre habría aunque sea un ejemplar de 5 Metros de Poemas, libro imprescindible para mí, vital, necesario. 



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Omar Aramayo.






   En cierta manera, con esa mirada de quien educó los ojos en los andes donde en medio de una atmósfera transparente y pura lo lejano parece cercano, Omar Aramayo dio en el blanco yéndose no por la ruta más cercana que une a dos puntos. Pero acertó.





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Partida de Nacimiento del Oquendo (revista QLISGEN).


   Quiero comentar que un punto en común entre Omar Aramayo y yo, aparte del hecho de que los dos somos hombres de los andes (él es de Puno; yo, del Cuzco), está en el hecho de que los dos admiramos y amamos la obra de Oquendo, ese príncipe de la vanguardia. Él fue, sino el primero, uno de los primeros que inició el rescate de la obra de su coterráneo. Hay que recordar que luego de la primera edición de 1927, recién fue en el año 1969 que se volvió a publicar 5 Metros de Poemas, una edición pequeña (y lamentablemente con erratas). Aunque no lo he conversado con él, no dudo que su esfuerzo de rescate tuvo que ver mucho con el hecho de que se vuelva a imprimir esta obra.







   Uno de los temas más recurrentes en nuestras charlas ha sido el de las fotografías del poeta Oquendo. No son muchas en realidad, parece que el misterio siempre acompañó al poeta puneño (creo que en realidad a la mayoría de los poetas peruanos). Recuerdo que hace varios meses escribí en una entrada estas líneas: “Siempre me llamó la atención el perfil bajo de los poetas peruanos. Siempre fueron muy poco dados a la figuración y al protagonismo. Salvo excepciones, como en todo, pienso en el ego desmesurado de poetas como José Santos Chocano, Abraham Valdelomar o Alberto Hidalgo. Pero en líneas generales los poetas peruanos han rehuido siempre a la figuración, a las cámaras y flashes. Incluso sobre los tres mencionados, si hablamos de fotos, hay muy pocas y casi podríamos decir que sus egos vivieron de espaldas a las cámaras fotográficas.” Lo reafirmo, es poco el material fotográfico que se conserva y menos, aún, el de Carlos Oquendo de Amat.


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Casa del poeta Oquendo en Puno.


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Página interior de la revista QLISGEN.


   Sin embargo, anda por ahí una foto muy usada y que es falsa; es decir, quien ahí aparece es cualquier persona, pero no es el poeta Carlos Oquendo de Amat. El desconocimiento, la ignorancia, la desidia lleva a muchos a seguir utilizándola. Llama la atención, por decir lo menos, la poca rigurosidad que tiene mucha gente que se dice especializada en la obra del poeta peruano. Lamentable, realmente.


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Falso retrato de Oquendo.


   ¿Cuáles serían, entonces, las fotos comprobadas del poeta? Lo repito, son pocas. Muchas de ellas se deben, en una lucha indesmayable contra el implacable tiempo, a Omar Aramayo quien las ha rescatado y conservado. Allá a mediados de los sesenta  e inicios de los setenta, Omar fue recuperando este material fotográfico entre los familiares del poeta que vivían en Puno. Otras fotos son producto del empeño de Rodolfo Milla y, si mal no recuerdo, de Alberto Tauro, amigo del poeta.








   Estas son, pues, las fotos que conozco. La primera es de cuando muy niño (el poeta debe tener unos tres años).







   En la siguiente foto se le ve acompañado de sus padres: el doctor Carlos Belisario Oquendo Álvarez y doña Zoraida Amat Machicao.





   Una foto de adolescente, elegantemente vestido, primero con un familiar (un primo) y luego solo (aunque esta es producto, más que seguro, de la intervención de la computadora).







   Hay un par de fotos donde se ve a Oquendo, como de costumbre, elegantemente vestido (a pesar de sus penurias económicas), junto a automóviles. En la primera imagen se le ve que acompaña a unas damas y a un varón, Ernesto More (Oquendo es el de sombrero). En la otra toma se le ve en el Parque Matamula, quien está dentro del auto es Oquendo, el del bastón es su gran amigo (fallecido prematuramente) el escritor y poeta Adalberto Varallanos.











   Hay una foto pequeña, recortada de una toma más amplia, donde se ve al poeta con sombrero y abrigo y rodeado de gente, la toma está medio borrosa, pero es indudablemente el poeta vanguardista.





   La siguiente foto lo presenta a Oquendo ante el frontis de la iglesia de Pomata (Puno), siempre elegante (terno oscuro) y con sombrero blanco (por el atuendo del poeta pareciera que la toma es de la misma época de la primera foto del automóvil).








   La siguiente foto se ve a Oquendo de Amat rodeado de mucha gente, el poeta Omar Aramayo me escribió sobre esta foto lo siguiente: "Tengo la original, en pésimo estado de conservación. Me ayudó a conseguirla Gloria Mendoza, en Conima al comenzar los setenta. Este es el mejor retrato de Carlos".


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Contraportada de la revista QLISGEN.








   Bien, estas son las fotos que conozco y las que están fehacientemente comprobadas como auténticas del autor de uno de los poemarios trascendentales de la tradición poética del Perú. Como se puede comprobar, estas últimas imágenes del poeta no coinciden con las facciones del personaje que lo han hecho aparecer como Oquendo. Creo que es el momento de ir eliminando dicha imagen que lo único que provoca son equivocaciones.




   





   Continuará…



                                        Morada de Barranco, 17 de noviembre de 2014.




DE TEMBLORES Y TERREMOTOS





                El suelo se estremeció bajo sus pies…
                          Heinrich Von Kleist


 
   "Sentí por primera vez en mi vida un temblor. Fue aquel tan famoso por sus desastres que destruyó por completo Tacna y Arica. La primera sacudida tuvo lugar a las seis de la mañana: duró dos minutos. Me desperté sobresaltada y casi fuera de mi lecho. Creía estar todavía a bordo, mecida por las olas y no tuve miedo. Pero enseguida la negra se levantó gritando: "Señora, ¡temblor, temblor!". Abrió la puerta y salió al patio en donde me precipité tras de ella... Los movimientos eran tan violentos que nos vimos obligadas a echarnos al suelo para no caer. Todos los esclavos estaban en el patio de rodillas, rezando, petrificados y como resignados a morir". Aún asustada escribió la famosa Flora Tristán luego de experimentar por vez primera un movimiento sísmico, esto fue en Arequipa, en el ya lejano 18 de setiembre de 1833. Agregó después: "Hay que haber habitado los países en donde son frecuentes esos temblores para tener una idea justa del terror que inspiran y de las desgracias que ocasionan, cuando estas espantosas convulsiones remueven la tierra en todo sentido, la hacen ondular como las olas o la entreabren como los abismos". 




   Los temblores, los terremotos, tan presentes en nuestras vidas, la de los peruanos, digo. Tanto así que incluso hubo una deidad en el antiguo Perú cuyo nombre fue Pachacámac, el dios creador de la tierra, el señor de los temblores, cuyo gigantesco santuario al sur de Lima fue el más importante de la costa del Perú.




   Allá por 1655, un 13 de noviembre ocurrió un terremoto en Lima, la destrucción de la capital del virreinato fue casi total, una de las pocas paredes que resistió el sismo fue un muro de adobe (ubicado en el barrio de Pachacamilla) donde un esclavo angoleño pintó un Cristo crucificado cuatro años antes. Este hecho fue tomado como un milagro. Se le empezaron a atribuir milagros, cosa que no era muy del agrado de las autoridades de entonces, fue así como por órdenes del virrey Conde de Lemos se intentó borrar la imagen, cosa que no se pudo y también se tomó el suceso como hecho milagroso. La fama y el prestigio del muro fue creciendo.




   El 20 octubre de 1687 ocurrió otro terremoto en Lima, inmediatamente se ordenó hacer una copia al óleo de la imagen del muro, una vez terminado se sacó en procesión, desde entonces cada mes de octubre sale en multitudinaria procesión, por las calles de Lima, la imagen del Señor de los Milagros, también conocido como Cristo de Pachacamilla: Pachacamilla, Pachacámac, no son simples coincidencias. Ambos tienen que ver con los temblores, con los terremotos, sincretismo le llaman.




   ¿A qué vienen estas líneas sobre temblores y terremotos?, se preguntará el lector. Bueno la explicación viene a continuación. En octubre de 2011 colgué una entrada donde expresaba mi pasión por el cine y cómo un terremoto me arruinó la sana costumbre de ir en matiné al glorioso y desaparecido cine Raimondi. He aquí las líneas: “Mis citas con el cine eran impostergables. Recuerdo dos anécdotas. La primera ocurrió en mayo de 1970. Ese día me había atrevido a seguir a una procesión, no por un asunto de fe, sino por ver a la banda musical que acompañaba a la procesión de la Cruz. Lo tengo claro, ya se acercaba la primera función de cine de ese domingo 31 de mayo, así que regresé a mi casa, estaba a punto de ingresar a ella cuando mis ojos se clavaron en una pequeña cáscara seca de naranja, no sé por qué pero era como si mis ojos la hubieran buscado. Entré a casa, me acerqué a mi papá y, como de costumbre, le pedí permiso para ir al cine. Cuando mi padre empezó a buscar el dinero para la entrada el suelo empezó a moverse espantosamente, era el terremoto de 1970 que provocaría la destrucción y desaparición de pueblos enteros como Yungay y Ranrairca, en el departamento de Áncash. Recuerdo muy bien que salimos disparados de la casa, mi madre gritaba asustada, aterrorizada (no era la única, por cierto) mientras mis ojos descubrían cómo la cáscara seca de naranja, que unos minutos antes viera, saltaba en el suelo como si fuera una pelota. Ante tamaño desastre nacional todo se suspendió. No hubo funciones de cine, de teatro, de nada. Asustado (muy asustado) y apenado me resigné a que ese domingo no podía ir al cine”. Sí, pues, un terremoto provoca destrucción material y grandes frustraciones, como ese lejano 1970 en que niño aún me quedé sin cine.




   Muchos años después, el 14 de noviembre de este año, día importante pues se presentaba Donde mi calle acaba, mi quinto libro, un temblor casi malogra la presentación. Estaba en el gran patio y jardines de Casa Tupac, esperaba la llegada de los invitados y de los presentadores. Juan Pablo Mejía, el editor, ya había llegado hacía unos minutos, yo conversaba amenamente con mi cuñada y su esposo cuando a eso de las 7:30 p. m. el suelo se empezó a estremecer, los vitrales de la casa, que son muchos, empezaron a sonar de tal manera que el miedo nos invadió, cuando ya todo hacía suponer que regresaba la calma, un segundo movimiento sacudió todo y se llevó de encuentro lo poco de calma que conservábamos. 4.8 de intensidad tuvo ese largo temblor. Días después, algunos de los que no asistieron se disculpaban arguyendo que el temblor les había hecho desistir.




   Pero no pasó a mayores, se quedó en susto y la presentación se realizó con tranquilidad, aunque el poeta Omar Aramayo, uno de los presentadores, tuvo que pedir prestado un libro mío, pues el suyo, el que le obsequié y se lo dediqué, por efectos del sismo, lo dejó olvidado en el taxi en el que vino a Barranco. 




   Por estas tierras milenarias signadas por los temblores y terremotos, ocurren cosas como a mí me ocurrieron. No soy el único. Recordemos que los sismos y su presencia acechante incluso determinaron los materiales de nuestra arquitectura: materiales livianos, extremadamente perecibles como el barro, la caña, el yeso, la madera, sobre todo en la colonia y en los primeros tiempos de la república (pienso en las majestuosas iglesias coloniales, en las mansiones republicanas). Así ha sido y así será. Habitamos un territorio donde Pachacámac gobierna y nuestras vidas (y nuestras muertes) muchas veces están determinadas por los sismos. Como alguna vez escuché a un viejo barranquino: “Son cosas de temblores y terremotos”.






   Continuará…


                                         Morada de Barranco, 30 de noviembre de 2014.





8 DE DICIEMBRE DE 1980: DOS POEMAS A LENNON (EN REALIDAD TRES)







                                                                      Que has muerto es verdad...
                                                                                   Luis Hernández
                                                       





   Es un día feriado, muy temprano me levanté y me fui a la mesa con un libro que hace unos días me regalara el poeta Omar Aramayo: Catálogo de las naves / Antología Personal (1978-2012), del peruano Eduardo Chirinos. Abrí el libro de casi 350 páginas al azar y empecé a leer un poema titulado Un círculo lleno de flores. Un poema dedicado a John Lennon, el asesinado líder de la banda The Beatles, que dice así:


Un día como hoy mataron a John Lennon. 
Fue hace veintisiete años. Extraño número,
impar y terminado en siete. No es redondo, no
invita a celebrar aniversarios. A los veintisiete
estaba en el esplendor de su carrera (era la 
morsa) y se daba el lujo de cantar algunas calles
que ahora nos pertenecen a todos. Juré visitar
algún día esas calles. Pero el destino, que no
sabe de juramentos, me llevó primero al Central
Park. Allí lo recuerda un círculo (siempre lleno
de flores) y en él una palabra: IMAGINE.
Comencé por el final. Siempre comencé por
el final. Escuché a los Beatles cuando se habían 
disuelto, y por cobrarme diez años los vengo 
escuchando casi treinta. Lo demás es historia. 
George sobrevivió a las puñaladas de un loco 
y dijo adiós. A Paul se le murió Linda y sobrevivió 
a un divorcio. Ringo ha perdido algo de pelo, 
no esa sonrisa bonachona de quien finge no 
tomarse en serio. Hace veintisiete años mataron 
a John Lennon. Yo tenía veinte, mi hermano 
diecinueve. Los dos nos encerramos a escuchar 
sus canciones y lloramos en silencio. Nunca 
habíamos llorado juntos. Tal vez ni se acuerde. 
Cuando lo vea voy a preguntarle. 










   Me gustó mucho eso de: “Comencé por el final. Siempre comencé por / el final. Escuché a los Beatles cuando se habían / disuelto, y por cobrarme diez años los vengo / escuchando casi treinta. Lo demás es historia”. Unas horas después me puse a ver televisión y un noticiario me hizo recordar que el día de hoy, 8 de diciembre, se cumplía un año más de la caída del avión donde pereció el equipo completo de Alianza Lima allá por 1987 y, sorprendido, que en esta misma fecha, hace ya treinta y cuatro años ocurrió el asesinato del músico inglés. ¿Coincidencia? No sabría decirlo. Solo sé que el azar me llevó al poema de Chirinos, texto que por lo demás nunca había leído.



   8 de diciembre de 1980, seis de la mañana, acompaño a mi padre por la avenida principal de Barranco, en el trayecto pasamos por donde antes se entregaban los diarios a los canillitas (así se llaman en el Perú a los expendedores de diarios). De pronto, entre la multitud, veo un paquete de periódicos en el suelo y una noticia que me dejó sorprendido, consternado, incrédulo, anonadado, toda una confusión de sentimientos (como el título de la novela de Stefan Zweig): el diario Expreso anunciaba en primera plana con sus letras azules sobre el asesinato de John Lennon. La noticia golpeó duramente mi corazón de adolescente de dieciséis años.



   Si bien yo no era de la época de The Beatles (pues apenas si era un adolescente), hacía unos años, muy niño, los había descubierto, y como dice el poema de Eduardo Chirinos: “Escuché a los Beatles cuando se habían / disuelto, y por cobrarme diez años los vengo / escuchando casi treinta”.En realidad, ubicado ya en la actualidad, los vengo escuchando cuarenta y cinco años. Los descubrí a inicios de los setenta (en un 45 rpm de una tía), pero empecé a escucharlos casi religiosamente, canción por canción, disco por disco, completamente perplejo por la perfección, el equilibrio, la arquitectura de su música desde 1978. De tanto escucharlos, se me habían vuelto familiares, casi de mi entorno, de ahí la razón del por qué la noticia del asesinato de Lennon me golpeó y creo que fue la primera experiencia cercana que tuve de la presencia acechante de la muerte. Hasta entonces a esta la veía como una posibilidad lejana, apartada de mis predios. Estaba equivocado.



   Hace unos días, lo recuerdo, tres o cuatro, no más, mi hija me preguntó a boca de jarro: “Papá, ¿tú lloraste cuando se murió John Lennon”. Mi respuesta fue sincera: “Sí, hija, lloré todo el día”. Apenas lo dije, inmediatamente vino a mi memoria la tarde aquella (ya casi noche) del 9 de diciembre de 1980, en que mi madre había recibido la visita de una hermana suya, recuerdo que cuando mi madre me vio que no paraba de llorar, mientras escuchaba algunas canciones de The Beatles, se me acercó y me dijo algo que detuvo mis lágrimas: “No llores ya, guarda lágrimas para cuando me muera”. Me paralizó y un miedo más grande me invadió y dejé de llorar, aunque la tristeza no me abandonó.




   Un tiempo después, y cuando la tristeza todavía no me había abandonado, salió publicado en el diario La República un poema de Enrique Sánchez Hernani. En él, una voz juvenil habla con sus padres sobre la fatal noticia. Cuando lo leí, quedé sorprendido por cómo Sánchez Hernani había logrado con palabras cotidianas (ese "Oye papi Oye mami", por ejemplo)  un magnífico poema que expresaba la desazón de los jóvenes ante la muerte del ídolo. El texto es el siguiente:


DESPEDIDA A JOHN LENNON EN RITMO BEAT 


Oye papi Oye mami 
mataron a John Lennon 
vengan a ver esto 
le abrieron el pecho con un abrelatas 
Smith Wesson 
tenía un gramófono en el corazón 
les juro que lo he visto 
quedó regado en el piso como un reloj descompuesto 
no lo creo 
es cierto viejo 
los pushers entraron en huelga 
subí a un bus y nadie fumaba yerba 
estaban todos tranquilos 
oyendo Strawberry Fields Forever 
por el tocacintas 
dicen que la sangre le detonó en las venas 
vino el Sargento Pepper y tomó nota de los hechos 
saldrá en los periódicos 
llamen a George 
llamen a Paul y Ringo 
la música me duele 
  







   Bello poema de Sánchez Hernani que confirmaba lo que alguna vez escribiera Octavio Paz en la Advertencia a la primera edición de su libro Las peras del olmo: “Todos o casi todos, nos enamoramos; solo Garcilaso convierte su amor en églogas y sonetos. (…) El artista trasmuta su fatalidad (personal o histórica) en un acto libre. Esta operación se llama creación; y su fruto: cuadro, poema, tragedia”. Efectivamente, el poeta peruano había dado en el clavo, sus veintiún versos expresaban todos esos sentimientos que el común de los mortales no lo podía expresar con palabras, pero ahí estaba el poema de Enrique, y lo tomé como si fuera mío, como si esas palabras fueran mis palabras, como si el sentimiento que originó el poema fuera el mío, y lo era.



   Treinta y cuatro años después, mirando todo a la distancia, ya con la partida de George Harrison ("George sobrevivió a las puñaladas de un loco / y dijo adiós."y con Paul y Ringo ancianos (pero activos en la música), debo decir que la música de The Beatles me sigue acompañando, que nunca dejaré de escucharlos, que aunque no pertenezco generacionalmente a la década prodigiosa de los sesenta, estoy muy identificado con los Fab Four, con su espíritu creativo e innovador, con esa mirada esperanzadora de que las cosas pueden cambiar..., en fin, que ahorita mismo estoy escuchando, mientras escribo, el Abbey Road, ese maravilloso disco de despedidadonde los cuatro (olvidando las rencillas que habían vuelto insoportable su convivencia) alcanzaron esas cumbres adonde muy pocos llegan.



JOHN LENNON


Hay cosas que a algunos nunca les sucede.
Un hermano mayor, por ejemplo,
y necesitarlo y saber que el padre gritará
y eso será definitivo, demasiado grande
para entenderlo.

Cántale a tu hermano mayor. Él sabe
algo que tú nunca sabrás. Es sencillo.
Hay cosas demasiado grandes.
Él también necesita un hermano mayor.


                                  Luis La Hoz










   Continuará…





                                              Morada de Barranco, 08 de diciembre de 2014.




LOS BEATLES Y LOS ROLLING STONES

                                                                     




                                                             ¡A ellos qué sencillo les fue ser música!
                                                                                                              Anónimo





   La Navidad llegó y con ella, entre los regalos, un libro (en realidad dos, pero del primer tomo de los Cuentos Completos de Antón Chéjov hablaré en otro momento). Me refiero a Los Beatles vs. Los Rolling Stones, del historiador John McMillian. En tres días di cuenta de él: informativo, imparcial y entretenido sobre un asunto del que muchos han opinado: la rivalidad entre estos dos grupos ingleses (lo que fastidia un poco sí son los muchos modismos españoles empleados en la traducción). Si bien es un tema bastante manoseado, McMillian logra engancharnos con su libro que se nota que es producto no de la improvisación y de las leyendas sino de una exhaustiva investigación y de una amplia documentación.








   ¿The Beatles o The Rolling Stones? Hasta el día de hoy la pregunta se mantiene. Yo no me hago problema, los dos son grandes bandas y a los dos escucho y los disfruto como un condenado, aunque si a mí me hicieran tal pregunta, sin dudar daría mi respuesta: amo apasionadamente la música de los de Liverpool. Siempre fue así; es decir, siempre fue así desde que los redescubrí a los dieciséis años, desde entonces siempre me atrajo el abanico de posibilidades musicales de The Beatles, en cambio siempre me pareció, a pesar de su contundencia, que el espectro musical  The Rolling Stones era restringido,  creo que fue Lennon que alguna vez dijo algo así como: “Los Rolling Stones hacen rock, los Beatles hacemos música”. Puede sonar soberbio, pero grafica bien la amplitud de registros de los Fab Four. En otras palabras, The Beatles, forever.








   Esta rivalidad, entre otras cosas, estaba sustentada en la idea de que los Beatles eran los educaditos, los chicos buenos, los que estaban conformes con el sistema; en cambio los Rolling Stones eran los salvajes, los chicos malos, los disconformes. Hoy todos sabemos que no fue tanto así, que incluso se frecuentaban (en la presentación para la televisión de la canción “All You Need Is Love”, se le ve a Mick Jagger cantando o en "She's A Rainbow", canción de los Stones, Lennon y McCartney hacen los coros), es más, ellos mismos se ponían de acuerdo en las fechas de las salidas de sus discos para no perjudicar las ventas de la otra banda. 










   En el fondo todos sabemos o sospechamos, por lo menos, que esa supuesta rivalidad, de la que los mismos Beatles y Stones decían que era falsa, no era sino producto de periodistas sensacionalistas que lo alimentaban con titulares e información amarillista o de convenientes intereses económicos que a la larga solo favorecían a los dos grupos, sobre todo a las disqueras, pues eso aseguraba ventas exitosas de discos (y otros productos, merchandising, que le llaman). 








     Pero en todo hay de todo. Y hay que recordar que ellos no fueron los únicos grupos de la “década prodigiosa”, si bien los Beatles permitieron la tan famosa “invasión británica” a los Estados Unidos (The Dave Clark Five, The Animals, The Hollies, The Herman's Hermits, The Who, The Rolling Stones). Ante la pregunta de marras, algunos solían responder con un guiño, que en otras palabras quería decir: “Ni con tirios ni con troyanos”, o sea: “Ni Beatles ni Rolling Stones, The Kinks”, la tercera ruta, cuestión de gustos.








   Sin embargo… algo debió haber, sino leamos: “Los Beatles no se movían como Elvis y eso era algo deliberado, era nuestra política, porque lo considerábamos estúpido. Y después apareció Mick Jagger y resucitó la banalidad, el movimiento, hamacar el trasero y esas cosas. Y la gente nos empezó a criticar porque no nos movíamos, pero nosotros lo hacíamos como una postura intelectual. Cuando éramos más jóvenes nos movíamos y esas cosas que se hacen ahora como romper los instrumentos, es algo que Pete Townshed (guitarrista de The Who, banda famosa por romper sus instrumentos) se ha dado cuenta. Es algo que haces después de tocar seis o siete horas, rompes todo, insultas a todo el mundo. Nosotros nos pulimos y dejamos todo eso. (…) Mick es un chiste, con todos esos bailes amanerados. Siempre he respetado mucho a Mick y a los Stones, pero él ha dicho un montón de porquerías sobre los Beatles, y eso me duele, porque yo puedo despotricar de los Beatles, pero no dejo que Mick Jagger despotrique de ellos (…) Me gustaría hacer una lista de lo que hicimos y lo que los Stones hicieron dos meses después, en cada puto álbum y cada puta cosa que hacíamos, Mick hace exactamente lo mismo. Nos imita. Y me gustaría que ustedes o alguien del underground lo reconociera, ¿sabes? Satanic Majesties es Pepper, “We love you” (que es la mierda más grande de todas) es “All You Need Is Love” (…) Me duele la implicación de que los Stones eran revolucionarios y los Beatles no lo eran –continúa Lennon-. No están en la misma clase, ni a nivel musical ni de poder. Nunca lo estuvieron. Y Mick siempre sintió rencor por ello. Yo nunca dije nada. Siempre los admiré porque me gusta su música y me gusta su estilo. Me gusta el rock and roll y la dirección que tomaron cuando dejaron de imitarnos. (…) Es evidente que Mick está muy decepcionado por los grandes que son los Beatles comparados con él; nunca lo ha superado. Ahora que ya es un viejo (tenía veintisiete años) va y empieza a criticarnos, sabes. Y no para de criticar. Me molesta, porque incluso su segundo puto disco, (“I Wanna Be Your Man”) se lo escribimos nosotros”. Así respondió John Lennon a Jann Wenner, fundador y editor de la mítica revista “Rolling Stone”, allá por diciembre de 1970, en Nueva York.


   Harto de las críticas de Mick Jagger, por ejemplo, al famoso Álbum Blanco al cual el líder y  cantante de los Stones tildó de vulgar o de la forma cómo se habían separado The Beatles, Lennon contraatacó de manera airada, tal como acabamos de leer en los extractos. Según Yoko Ono, quien estuvo presente (cuando no) en la entrevista: “Jann era un periodista sabio e inteligente, en el sentido de que sabía escuchar y creo que por eso John habló y habló sin parar”.



   Lo cierto es que el libro de McMillian pone en claro algunas cosas, por ejemplo cuál de los dos grupos era el que iba a la cabeza y cuál, de alguna o de varias maneras, seguía al otro. En la entrevista de Jann Wenner a Lennon, este dice: “Me gustaría hacer una lista de lo que hicimos y lo que los Stones hicieron dos meses después”. Una lista. Claro, y ¿por qué no? No para dejar mal a nadie sino para comprobar que efectivamente durante un tiempo hubo un grupo que hacía lo que el otro. ¿Empezamos? Empezamos.








1. El corte de cabello beatle de la primera época de la banda de Liverpool, que algunos atribuyen a la artista alemana Astrid Kircherr cuando John, Paul y George estaban en Hamburgo todavía, se impuso en el mundo entero, incluidos los Rolling Stones como pueden verse en las imágenes, aunque luego los Stones arguyeron que ese corte no era de los Beatles porque ya otros personajes lo venían usando desde más antes.







2. En noviembre de 1963 salió el segundo LP de The Beatles: With The Beatles cuya carátula es una foto en blanco y negro realizada por el fotógrafo Robert Freeman, la influencia de la carátula se ve notoriamente en el segundo disco de los Rolling Stones que salió a la luz en octubre de 1964 (caras serias, sombras…).








3. En agosto de 1965, The Beatles publica el disco “Yesterday”, balada donde solo se escuchan la voz de McCartney, una guitarra acústica y un cuarteto de cuerdas. A principios de 1966, los Rolling Stones saca la balada “As Tear Go By”, donde curiosamente solo se escuchan la voz de Jagger, una guitarra acústica  y un arreglo de cuerdas que hace recordar muchísimo a “Yesterday”.








4. RubberSoul es el sexto LP de The Beatles, un disco innovador, alabado por la crítica por la madurez musical que mostraba, en comparación a sus discos anteriores. Inmediatamente los Rolling Stones viajaron a Hollywood a grabar “a la manera beatle” (largas jornadas y completamente aislados en los estudios de grabación) las canciones de su siguiente disco que por primera vez tendría todo el material original producto de la creatividad del dúo Jagger-Richard (no hace esto recordar al tándem Lennon-McCartney), hablamos del disco Aftermath. Disco saludado como expresión de la madurez musical de los músicos de Londres (según el Rolling Stones Book, el Aftermathera “un RubberSoul”). Si se observan ambas carátulas, incluso se podrá notar un parecido en el ángulo desde donde se tomaron las fotos y que ambos discos solo tienen el nombre del álbum mas no el de los grupos, ¿coincidencia?








5. La leyenda dice que la primera vez que se usó en el rock el instrumento músical indio conocido como sitar fue en la canción de Lennon: "Norwegian Wood (This Bird Has Flown)", (aunque en honor a la verdad unos meses antes, en junio de 1965, lo usaron los Yarbirds en su canción “Heart Full of Soul” y en julio de ese mismo año The Kinks lo emplearon en su tema “See My Friends”). El más entusiasmado en experimentar con instrumentos de la India fue George Harrison, quien guiado por sus afanes se compró un sitar y lo empleó en la canción antes mencionada. Dentro de los Rolling Stones, el más experimental, algunos decían que era el mejor músico del grupo, era el fenecido Brian Jones, este empleó allá por 1966 el sitar en el tema “Paint It Black”, se dice que el instrumento que utilizó Brian fue un préstamo de su amigo George Harrison y que incluso este le enseñó los rudimentos de este instrumento exótico.








6. Para muchos, el disco más grande del rock es el mítico y psicodélico Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, que salió publicado en junio de 1967, un disco innovador, experimental y de amplio espectro musical (rock, pop, baladas, music hall, psicodelia, canciones con influencias orientales, sinfónicas, etc). Incluso la pasta del disco, que es un collage colorido y psicodélico diseñado por Peter Blake, resultó de enorme influencia en el mundo musical. En diciembre de 1967, los Stones sacan un disco que resultó un fracaso pues se alejaron de sus raíces bluseras y en los nuevos territorios musicales que exploraron no les fue nada bien. En ese afán de superar a los Beatles se embarcaron en Their Satanic Majesties Request, que como puede verse, la pasta colorida es producto de la enorme influencia del Sargento Pepper.








7. En el convulsionado mundo político de los sesenta, los grupos musicales como The Beatles no podían estar ajenos. En julio de 1968 sale la canción “Revolution” (lado “B” de un 45 rpm), en ella Lennon expresa su visión personal y política, definitivamente la canción no hace apología de los movimientos revolucionarios violentistas, como su título engañosamente podría sugerir, sino que en ella se apela al pacifismo como la vía para solucionar los problemas sociales, esta posición atrajo muchas críticas de grupos radicales que se enfrentaron por diversos medios al compositor. Curiosamente, un mes después, los Stones sacan un disco titulado “Street Fighting Man”, canción que saldría publicada en el disco “Beggars Banquet” y donde se expresan posiciones políticas como jamás lo habían hecho los Rolling Stones. A diferencia de Lennon, Jagger captó con este tema la simpatía de los grupos radicales.







8. A través de la primera producción de televisión satelital internacional Our Word, se transmitió, en junio de 1967, para veintiséis países (más de 400 millones de telespectadores) el tema “All You Need Is Love”, tema compuesto, a pedido de la BBC, por The Beatles para que represente al Reino Unido. En agosto de 1967, los Rolling Stones publican su tema “We Love You”, canción que hace recordar algo a “All You Need Is Love” y el video de la canción tiene imágenes que remiten a la transmisión del tema de los Beatles.








9. Para diciembre de 1967, The Beatles se embarcan en un proyecto que resultaría un fracaso, hablamos del disco y de la película para televisión titulado Magical Mystery Tour. Un año después, en diciembre de 1968, los Rolling Stones decidieron superar el proyecto de The Beatles y graban lo que sería una película para televisión llamada The Rolling Stones Rock and Roll Circus. Lamentablemente el proyecto quedo en algún lugar bien guardado, nunca se proyectó sino hasta el año 1996.







10. Qué podríamos decir del título del penúltimo disco de los Beatles: Let It Be(Déjalo ser), cuya primera versión estaba lista ya en marzo de 1969 y del disco Let It Bleed (Déjalo sangrar) de los Rolling Stones que salió en diciembre de 1969 y que es casi una ironía del disco de los Fab Four que para entonces estaban en terribles pugnas.







   Son algunas de las cosas que en el libro de McMillian se mencionan. Flotan por ahí algunas cosillas que en otras publicaciones leí y que en el libro no se mencionan, por ejemplo ese sospechoso parecido entre los títulos de un par de canciones como “Baby’s In Black” y “Paint It Black” (el primero de los Beatles, del año 1964, y el segundo de los Stones, del año 1966), esa maravillosa caja de sastre que es el White Album que salió publicado en 1968y la respuesta, pues según muchos, un referente para los Stones siempre fueron los de Liverpool, cuatro años después, del fabuloso  disco Exile on Main St., en fin.








   Nunca habrá un acuerdo y cuando de música se trata, menos aún. Ese es el gusto: discutir, intercambiar ideas. Quiero para terminar, citar las líneas con las que comienza el libro que motivó esta entrada: “En verano de 1968, Mick Jagger asistió a una fiesta de cumpleaños en su honor en el Vesubio Club, un bar recién inaugurado… Bajo las luces negras y los bellísimos tapices, algunas de las modelos, artistas y cantantes pop más de moda de Londres languidecían sobre enormes cojines… Como sorpresa, Mick llevaba consigo una copia del avance del inminente álbum de los Stones, Beggars Banquet, y cuando empezó a sonar por los altavoces de la sala la gente inundó la pista de baile. Con todo el personal 'saltando como locos' y disfrutando del disco (que pronto recibiría el calificativo de mejor álbum de los Stones hasta la fecha), Paul McCartney entró en el local y le pasó a Sánchez una copia del siguiente sencillo de los Beatles, Hey Jude / Revolution, que nadie fuera del círculo más íntimo del grupo había escuchado todavía. Según rememora Sánchez, 'el lento y atronador crescendo de Hey Jude sacudió los cimientos del club', y los asistentes reclamaron al disc jockey que pinchara la canción de siete minutos una y otra vez. Entonces el disc jockeypuso la siguiente canción, y todo el mundo escuchó 'la voz nazal de John Lennon' vomitando la letra de Revolution. “Cuando terminó la canción –recuerda Sánchez-, vi que Mick parecía molesto. Los Beatles le habían robado el protagonismo”. Hasta el próximo año.



   Continuará…






                              Morada de Barranco, 30 de diciembre de 2014.





DOS VIEJAS HISTORIAS: EL PAUCAR Y EL CHIHUACO

   




                                                                        animal hecho de versos amarillos
                                                                                     Jorge Eduardo Eielson





   Iniciamos el año con esta entrada. Difícil se hace, en ocasiones, encontrar temas para los textos que irán en esta bitácora, uno busca y no se presentan en el horizonte las luces que se requieren para llegar a buen puerto. Sin embargo, de manera inesperada aparece el tema y pronto uno se lanza a escribirlo con la esperanza de haber acertado.





   En estos días, por ejemplo, he estado revisando material de lo que es el "avistamiento de aves" y que de manera mundial es conocido como birding o birdwatching: me informo que hay muchos países que ofrecen a los turistas este servicio y que deja buena cantidad de divisas, que el Perú en este campo está todavía en pañales.





   Increíble, si tomamos en cuenta que el Perú alberga a 1 835 especies de aves, que posee 131 aves endémicas (es decir, que solo existen en nuestro territorio) lo que convierte al Perú entre los dos primeros países del mundo que tiene la mayor cantidad de especies en el mundo, y no lo aprovechamos, por lo menos no de la manera que debería ser.





   Las aves. Un asunto milenario en nuestro país. Pienso en los tejidos con plumas, en la escultura y en la representación de aves en la cerámicadel periodo prehispánico, en el picaflor (colibrí) de las líneas de Nazca, en las plumas rojas del coraquenque(ave exótica que aparecía a la muerte de un inca para brindar sus plumas al sucesor, según la leyenda) que iban como distintivo en el llauto del sapa inca, en las alas de los arcángeles arcabuceros de la Escuela Cusqueña del periodo virreinal, en fin.   


















   En la narrativa oral de nuestro país, su presencia es apabullante por la cantidad de relatos, he leído, escuchado y contado múltiples historias (mitos, leyendas, fábulas, etc.) donde los personajes son las aves: el cóndor, el huaychao, el gallinazo, el picaflor (colibrí), el tuhuayo, la paloma, la huachua, el guácharo, el loro, el paucar, el chihuaco y muchas aves más. Hay que reconocer que muchas de estas historias son ocurrentes y emplean, en ciertos casos, un humor muy cruel, sobre todo en aquellas relatos donde los protagonistas son algunas de las aves mencionadas y el entrañable "atoq", o sea, el zorro, quien siempre (o casi) termina lastimado o muerto.







   De este abánico de historias donde participan las aves como protagonistas, escojo dos: uno sobre el paucar y el otro sobre el chihuaco. Curioso, pero en ambas historias está presente la mentira y el castigo ejemplar; es decir, estas leyendas no solo cuentan el origen de algo sino que poseen una intención moral, algo así como una advertencia de cómo podría terminarse si somos, como en ambas historias, mentirosos. Estas son, pues, las dos leyendas escogidas para esta oportunidad.







EL PAUCAR




   En un pueblecito de la selva vivía un niño muy particular: aparte de ser un gran imitador era curioso, parlanchín, chismoso, mentiroso y exagerado, razones por las cuales se había vuelto antipático para los pobladores de la aldea. Vestía siempre con un pantalón negro y una camisa amarilla, no se le conocía otro atuendo.
   Cada vez que se enteraba de algo, inmediatamente se subía a los árboles y en voz alta propagaba la noticia o simplemente se ponía a imitar ruidos, voces, mortificando a los aldeanos con su voz chillona.
   En esa misma aldea, desde hacía un tiempo, vivía una anciana que conocía muy bien las propiedades de las plantas y su conocimiento lo empleaba para curar enfermedades, razón por la que era muy apreciada. Pero el niño parlanchín, que nada respetaba, se atrevió a difundir una falsa noticia sobre ella. Contó que un día la anciana se había tropezado y había caído a un silo embarrándose totalmente con excremento. Cuando la anciana se enteró lo que este niño había hablado, decidió castigarlo.
   Al día siguiente lo buscó y lo encontró en el río.  Ahí lo vio nadar incansablemente y al rato observó que trepaba alegremente a los árboles, uno tras otro, hasta que decidió descansar y casi inmediatamente se quedó profundamente dormido. La anciana que había preparado, la noche anterior, un brebaje para transformarlo en ave, dejó un vaso de chicha mezclada con la poción. Y se escondió entre la vegetación.
   Luego de un buen rato, el niño despertó con sed y al ver el vaso con chicha, con total confianza lo bebió. Casi inmediatamente vio cómo se reducía notablemente su estatura; su boca, de pronto, se transformaba en un pico mientras su ropa se le adhería a la piel y empezaba a salirle plumas amarillas y negras.
   Ya convertido en pájaro extraño, pues nunca se había visto uno parecido en la zona, voló hacia los árboles y desde entonces ahí vive, pero no ha perdido la costumbre de imitar las voces y los ruidos y confunde siempre a los hombres. A este pajarillo, el mejor imitador de la naturaleza, se le conoce con el nombre de “paucar” que significa “el que imita”.
   Hasta el día de hoy se dice que el “paucar” es un pájaro muy inteligente porque hace sus nidos en las partes más altas de los árboles y junto a avisperos para que nadie se atreva a acercarse. En algunas zonas de la selva peruana se da a comer a los niños el cerebro del “paucar”, dicen que es  para que aprendan a hablar más pronto.











EL CHIHUACO




   Cuentan en la sierra del Perú que Nuestro Señor decidió darle dentadura al hombre, entonces llamó a su mensajero el “chihuaco” y le dio el encargo de la siguiente manera:

     -Le pondrás esto en la boca del hombre. Ve pronto.

   El “chihuaco” rápidamente bajo a la Tierra, pero en el camino sintió mucho hambre que al ver en una chacra el maíz detuvo su vuelo, puso en el suelo el diente y comió los granos sueltos de maíz que estaban desperdigados por la tierra.
   Una vez calmado su hambre buscó el diente, pero no lo encontró. Se había confundido con los granos blancos del maíz. Al no encontrar el diente que Nuestro Señor le había encargado, tomo con el pico un grano de maíz y voló en busca del hombre y se lo puso.
   Al poco tiempo ocurrió algo malo: al diente le entró la caries y empezó a dolerle las muelas al hombre. Eso no hubiera ocurrido si el “chihuaco” hubiera colocado en la boca del hombre el diente que le había enviado; es decir, no se hubiera podrido, no se le hubiera cariado.
   Cuando el “chihuaco” se presentó ante Dios, Este le reprendió muy molesto y terminó diciéndole:

     -Eres un animal muy mentiroso y la confianza se perdió.

   Inmediatamente lo agarro y con cólera le dio varios palmazos en el trasero al “chihuaco”. Por esa razón, desde entonces, el trasero del “chihuaco” es rojo.






   Continuará…




                                       Morada de Barranco, 19 de enero de 2015.




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Salvo la primera foto que es mía, las demás son de Internet.





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