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TRES MAESTROS: ONETTI, ARGUEDAS Y RULFO

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                                                                                  Escribir es una provocación.
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   “¡Cuántos libros, Dios mío, y qué poco tiempo y a veces qué pocas ganas de leerlos! Mi propia biblioteca donde antes cada libro que ingresaba era previamente leído y digerido, se va plagando de libros parásitos, que llegan allí muchas veces no se sabe cómo y que por un fenómeno de imantación y aglutinación contribuyen a cimentar la montaña de lo ilegible (…) No digo en cien años, en diez, en veinte ¡qué quedará de todo esto! Quizás solo los autores que vienen de muy atrás, la docena de clásicos que atraviesan los siglos a menudo sin ser leídos, pero airosos y robustos, por una especie de impulso elemental o de derecho adquirido…”. Escribió el pesimista Julio Ramón Ribeyro en su libro Prosas Apátridas. Y tiene razón en mucho, si es que no en todo. ¿Cuántos de los libros que hoy se publican y que “fueron escritos con tanto amor y tanta pena” no tienen ya, anticipadamente, el olvido asegurado? Ribeyro escribió que “la gloria literaria es una lotería y la perduración artística un enigma”, sin embargo, con todo, el hombre, empecinado, “sigue escribiendo, publicando, leyendo, glosando”.








   Pero si de algo estoy seguro es que del enorme océano de novelistas que por estas tierras americanas han nacido y seguirán naciendo, algunos de ellos muy buenos, a tres de ellos se les seguirá leyendo y estarán, si es que ya no lo están, en la categoría de clásicos, para mí tres cimas de la novela que se escribe por estas tierras: el uruguayo Juan Carlos Onetti (1909-1994), el peruano José María Arguedas (1911-1969) y el mexicano Juan Rulfo (1917-1986), maestros los tres no solo de la forma moderna de la novelística sino de las profundidades del espíritu humano.











   Pienso en la obra de Onetti, Arguedas y Rulfo y se me hace inevitable recordar la obra narrativa de William Faulkner y su influencia en la obra de los tres: es innegable. Aunque quizá sea menos evidente en la de Arguedas. El peruano Vargas Llosa escribióhace un tiempo atrás en El viaje a la ficción que: "Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina." 














   En otro momento, el mismo Vargas Llosa se atrevió a decir que la novela realmente moderna de Latinoamérica se inicia con la primera novela de Onetti titulada El Pozo del año 1939 (en cuya primera edición hay un dibujo falso de Picasso en la pasta). A pocas semanas de la muerte de Onetti, un periodista le preguntó de quién se sentía más heredero, el uruguayo respondió: "En un tiempo, en principio, indudablemente William Faulkner". Pienso en Yoknapatawpha y en Santa María, esos territorios ficticios, personales, intransferibles de la ironía, dolor y frustración de sus personajes trágicos.











   En cuanto a Arguedas es conocida la enorme admiración que sintió cuando llegó a sus manos la novela Las palmeras salvajes del norteamericano, la versión que conoció fue la de Jorge Luis Borges que salió en Editorial Sudamericana el año 1940. Decía García Márquez que la diferencia entre los narradores regionalistas y los narradores modernos es que los primeros no habían leído a Faulkner, cosa que sí hizo Arguedas y con provecho (Ricardo González Vigil señalaba que el primer capítulo de Los ríos profundos lleva por título El viejo, nombre de una de las historias de Las palmeras salvajes, lectura que definitivamente lo marcó). Tengo para mí que Arguedas no es narrador indigenista, ubica muchas de sus historias en los Andes, que es diferente. 














   En Rulfo es más complicado el asunto, no porque no haya evidencias saltantes, sino porque él mismo repetía cada que le preguntaban sobre Faulkner, que cuando escribió Pedro Páramo no conocía la obra del escritor sureño, aunque es más que evidente algunos elementos comunes a ambas obras: una aparente estructura caótica, una visión fatalista del pasado, por nombrar algunas "coincidencias" entre el norteamericano y Juan Rulfo, que también incursionó en la fotografía: Juan en la fotografía, como dicen los mexicanos, "no cantaba mal las rancheras". Ernesto Parra, periodista español, le pidió a Rulfo, allá por 1979, que mencionara a los escritores hispanoamericanos de su preferencia, este respondió: "En primer lugar, a Juan Carlos Onetti. Para mí es un autor fundamental. Después, José María Arguedas, de Perú, que desgraciadamente se suicidó". 




















   Aparte del conocimiento de sus obras entre ellos, ¿se conocieron personalmente, tuvieron contacto, aunque sea epistolar? Pues sí se conocieron, al menos Arguedas con Rulfo y este con Onetti. Por ahí hay un par de fotos donde se les ve a Juan Rulfo y a Juan Carlos Onetti, ambos enternados y en una mesa, lo que no sé es si alguna de ellas corresponde a una anécdota que se cuenta de ambos cuando se encontraron en Europa. 





   La anécdota de ese encuentro cuenta lo siguiente:


   Tanto Rulfo como Onetti eran personas silenciosas, discretas, ensimismadas. En una oportunidad se encontraron en París, decidieron, entonces, ir a un café. Sentados frente a frente en la mesa de la cafetería elegida, dejaron pasar como tres horas sin decir una palabra, sumidos ambos en un  completo silencio que debió ser algo incómodo. Cuando decidieron marcharse, los dos se pusieron de pie y Juan Rulfo a manera de despedida soltó esta frase sencilla y sincera: “Otra vez será”.






   En cuanto a Arguedas y su relación con Rulfo, debemos mencionar que el primero escribió en el diario que aparecería en su novela inconclusa El zorro de arriba y el zorro de abajo las siguientes líneas donde habla de su afecto por el mexicano y por Onetti, también menciona a otros como lo pueden leer a continuación.












11 de mayo



Ayer escribí cuatro páginas. Lo hago por terapéutica, pero sin dejar de pensar en que podrán ser leídas. ¡Qué débil es la palabra cuando el ánimo anda mal! Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de todos nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y cómo vibra! Yo me convertí en ignorante desde 1944. He leído muy poco desde entonces. Me acuerdo de Melville, de Carpentier, de Brecht, de Onetti, de Rulfo. ¿Quién ha cargado a la palabra como tú, Juan, de todo el peso de padeceres, de conciencias, de santa lujuria, de hombría, de todo lo que en la criatura humana hay de ceniza, de piedra, de agua, de pudridez violenta por parir y cantar, como tú? En ese hotel, más muerto que vivo, el Guadalajara Milton, nos alojaron juntos ¿de pura casualidad? Me contaste algo de cómo fue tu vida. Te despidieron y volvieron a nombrar algo así como veinte veces en los Ministerios de la Revolución Mexicana. Trabajaste en una fábrica de llantas. Dejaste el puesto porque te quisieron enviar a las oficinas de otro país. Mientras hablabas en tu cama, fumabas mucho. Me hablaste muy mal de Juárez. No debí sorprenderme de la heterodoxia con que ordenabas las causas y efectos de la historia mexicana, de cómo parecía que conocías a fondo, tanto o mejor que tu propia vida, esa historia. Y me hiciste reír describiendo al viejo Juárez como a un sujeto algo nefasto y con facha de mamarracho. Me acordé de la primera vez que te conocí en Berlín, de cómo te llevé del brazo al ómnibus, con cuánta felicidad, como cuando, ya profesional, volví a encontrar a don Felipe Maywa, en San Juan de Lucanas y ¡de repente! me sentí igual a ese gran indio al que había mirado en la infancia como a un sabio, como a una montaña condescendiente. ¡Igual a él! Y mientras los otros poblanos me doctoreaban estropeándome hasta la luz del pueblo, él, don Felipe, me permitió que lo tomara del brazo. Y sentí su olor de indio, ese hálito amado de la bayeta sucia de sudor. Y abracé a don Felipe de igual a igual. Don Felipe tiene pequeña estatura –aún vive—. Yo, que soy mediano, le llevo bastante en tamaño. Pero nos miramos de hombre a hombre. Y no era mayor mi asombro justificado, bien contenido y por eso mismo tenso. Nos miramos abrazados, ante el otro tipo de asombro de los poblanos, indios y wiraqochas vecinos notables que estaban respetándome, desconociéndome. ¡Si yo era el mismo, el mismo pequeño que quiso morir en un maizal del otro lado del río Huallpamayo, porque don Pablo me arrojó a la cara el plato de comida que me había servido la Facundacha! Pero, también allí, en el maizal, sólo me quedé dormido hasta la noche. No me quiso la muerte, como no me aceptó en la oficina de la Dirección del Museo Nacional de Historia, de Lima. Y desperté en el Hospital del Empleado. Y vi una luz melosa, luego el rostro muy borroso de gentes. (Una boticaria no me quiso vender tres píldoras de seconal, dijo que con tres podría quedarme dormido para no despertar; y yo me tomé treinta y siete. Fueron tan ineficaces como la imploración que le dirigí a la Virgen, llorando, en el maizal de Huallpamayo.) Decía que era el mismo niño a quien don Pablo, el amo del pueblo, gamonalcito de entonces, le arrojó la comida a la cara, pero sin duda al mismo tiempo era bien otro. Ese bien otro y el chico del maizal, sin embargo, eran una sola cosa y don Felipe, bajo de estatura, macizo, antiguo y nuevo como yo, lo aceptó, lo encontró natural que así fuera. Por eso me trató de igual a igual, como tú, Juan, en Berlín y en Guadalajara y en Lima, también en ese pueblo de Guanajuato, fregado hasta nomás, como el Cuzco. Tú fumabas y hablabas, yo te oía. Y me sentí pleno, contentísimo, de que habláramos los dos como iguales. En cambio a don Alejo Carpentier lo veía como a muy “superior”, algo así como esos poblanos a mí, que me doctoreaban. Sólo había leído El reino de este mundo y un cuento; después he leído Los pasos perdidos. ¡Es bien distinto a nosotros! Su inteligencia penetra las cosas de afuera adentro, como un rayo; es un cerebro que recibe, lúcido y regocijado, la materia de las cosas, y él las domina. Tú también, Juan, pero tú de adentro, muy de adentro, desde el germen mismo; la inteligencia está; trabajó antes y después.
Bueno, voy a releer lo que he escrito; estoy bastante confundido, pero, aunque muy agobiado por el dolor a la nuca, algo más confiado que ayer en el hablar. ¿Qué habré dicho, Juan? A Onetti lo vi en México. Andaba con bastón, atendido por algunos que le conocían. Yo no había leído nada de él. Lástima. Le hubiera saludado; a don Alejo no me atrevía a acercarme, me lo presentaron dos veces. Dicen que es tímido, pero sentía o lo sentía como a un europeo muy ilustre que hablaba castellano. Muy ilustre, de esos ilustres que aprecian lo indígena americano, medidamente. Dispénseme, don Alejo; no es que me caiga usted muy pesado. Olí en usted a quien considera nuestras cosas indígenas como excelente elemento o material de trabajo. Y usted trabaja como un poeta y un erudito. Difícil hazaña. ¿Cómo maravilla le iluminan a usted y le instrumentan tantas memorizaciones de todos los tiempos? Onetti tiembla en cada palabra, armoniosamente; yo quería llegar a Montevideo –estoy en Santiago— entre otras cosas para saludarlo, para tomarle la mano con que escribe. Así es. Carlos Fuentes es mucho artificio, como sus ademanes. De Cortázar sólo he leído cuentos. Me asustaron las instrucciones que pone para leer Rayuela. Quedé, pues, merecidamente eliminado, por el momento, de entrar en ese palacio. Lezama Lima se regodea con la esencia de las palabras. Lo vi comer en La Habana como a un injerto de picaflor con hipopótamo. Abría la boca; se rociaba líquido antiasmático en la laringe y seguía comiendo. ¡Gordo fabuloso, Cuba que ha devorado y transfigurado la miel y hiel de Europa!






   El escritor uruguayo Eduardo Galeano incluyó este conmovedor texto en su obra titulada El libro de los abrazos, que es casi como un complemento del diario del peruano:












ONETTI

Yo estaba regresando a Montevideo, al cabo de un viaje. De dónde venía, no recuerdo, pero sí recuerdo que en el avión había leído “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, la novela final de José María Arguedas. Arguedas había empezado a escribir ese adiós a la vida el día que decidió matarse, y la novela era su largo y desesperado testamento. Yo la leí y le creí, desde la primera página le creí: aunque no conocía a ese hombre, le creí como si fuera mi siempre amigo.

En “El zorro”, Arguedas había dedicado a Onetti el más alto elogio que un escritor pueda brindar a otro escritor: había escrito que estaba en Santiago de Chile, pero en realidad quería estar en Montevideo, “para encontrarse con Onetti y apretarle la mano con que escribe”. En casa de Onetti, se lo comenté. Él no sabía. La novela recién publicada, no había llegado todavía a Montevideo. Se lo comenté, y Onetti quedó callado. Hacía bien poco que Arguedas se había partido la cabeza de un balazo.                                                            
Los dos estuvimos mucho tiempo, minutos o años, en silencio. Después yo dije algo, pregunté algo y Onetti no contestó. Entonces alcé los ojos y le vi aquel tajo de humedad que le partía la cara. 





   He aquí lo que puedo referir sobre las conexiones entre estos tres maestros, estos tres grandes de la novela de este continente de alegrías y sufrimientos. Sirvan estas líneas, ojalá fuera así, para despertar el interés en las obras de estos escritores, si es que no han sido leídos todavía, o para atrevernos a la relectura, uno de los grandes placeres de que dispone el hombre cuando de libros se trata. Justo por estos días, antes de escribir esta entrada, releí algunos cuentos de Arguedas y Rulfo y en estos momentos estoy enfrascado en releer la novela breve de Onetti titulada Los adioses. Emil Cioran declaró en alguna oportunidad: "No deberíamos escribir sobre lo que no hubiéramos releído". Y así ha sido. Hasta pronto.













   Continuará…





                                               Morada de Barranco, 27 de enero de 2015.








UN CUESTIONARIO

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                              Los libros son como semillas. Pueden estar siglos aletargados y luego
                              florecer en el suelo menos prometedor.  
                                                                                                           Carl Sagan




   Al visitar algunos blogs, me doy con la sorpresa que los administradores de varios de ellos utilizaron un mismo cuestionario relacionado con la lectura, con los libros a fines del año pasado. El cuestionario me parece entretenido así que decidí aplicármelo a mí, aunque claro, con algunos cambios, un asunto de forma más que de fondo. Este es el cuestionario en mención








¿Cuál es el autor del que has leído más libros?

Nunca olvidaré cuando a los dieciséis años me propuse leer todo el teatro de Shakespeare. Iba comprando obra tras obra, libro tras libro. Es cierto, nunca llegué a leer la obra teatral completa del "Cisne de Avon", pero compré como doce o quince libros (que todavía conservo) y cuando la vista se topa con algunos de ellos, dejo pasar mis dedos por el lomo del libro con mucho cariño y cual si fuera una película me remonto a esos tiempos de lecturas enfebrecidas de ese adolescente que fui: apasionado por la lectura, por los libros y que iba descubriendo sorprendido en las tragedias de Shakespeare (sobre todo ellas) las profundidades de la psicología del ser humano. Sí, creo que del autor de quien más libros he leído es Shakespeare, muy cerca están los libros del austriaco Stefan Zweig, el ensayista (no el poeta) Alfonso Reyes y creo que el gran Antón Chéjov y Honoré de Balzac.








¿Cuál es tu lectura actual?

El año empezó bien a nivel de lecturas, por ejemplo, en el mes de enero leí tres novelas: Confusión de sentimientos de Stefan Zweig, Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll y Los adioses de Juan Carlos Onetti (aparte de otros libros, generalmente de poesía). Ahora ando enfrascado en una novela corta de Heinrich Böll, me refiero a El pan de los años mozos. Una lectura paralela a la novela mencionada es un libro que recoge los artículos y ensayos del gran prosista peruano Víctor Hurtado Oviedo escritos desde el año 1996, el libro se titula Otras disquisiciones y es altamente recomendable, se disfruta mucho con este libro de textos breves y muy ocurrentes. Junto a estos dos libros circulan como lo decía, la infaltable y necesaria poesía (Jorge Eduardo Eielson, Pablo Guevara, Rubén Darío, Victoria Guerrero, Martín Adán).








¿Qué bebida prefieres para leer?

El café, sin lugar a dudas: recién pasado, aromático y humeante, oscuro, muy oscuro, algo amargo y con esa acidez leve que tanto me gusta. No hay nada, o mejor dicho, son muy pocos los placeres que se pueden comparar con el acto de pasar los ojos por las líneas mientras se va degustando lenta, pausadamente el líquido oscuro del siempre bienvenido café. Debo reconocer que no me atraen el té ni otras bebidas aromáticas como el anís, la manzanilla, la hierba luisa, por mencionar algunas, menos como compañía placentera de un libro. 








¿Cuál es el personaje de ficción con el que probablemente hubieras salido?

Difícil la respuesta. Me pongo en el plano de la ficción, ojo ahí, y trato de ubicar un personaje, solo sé que tendría que ser femenino. En un primer momento iba a decir Naná, pero el peligro que se corre con ella es altísimo, aparte que no sé yo si estaría a la altura de sus expectativas monetarias. Luego pensé en Natasha Rostov de Guerra y Paz, hasta en Madame Renal de Rojo y Negro, pero, pero… Creo que pensándolo bien, sería divertido salir con Anna Serguéyevna, la famosa dama del perrito, personaje del cuento del maese Antón Chéjov. 









¿Consideras a alguna obra como joya literaria escondida?

Bueno, sin tanto escarbar, me atrevería a decir que la obra de Stefan Zweig, sobre todo sus ensayos, sus novelas, son joyas escondidas, libros por descubrir, mejor dicho, por redescubrir. Pienso en sus novelas cortas como Carta de una desconocida, en Confusión de sentimientos o en Mendel, el de los libros. Al recuerdo también vienen los tres ensayos de un libro apasionado y apasionante como es La lucha contra el demonio o esas astillas históticas deslumbrantes que conforman Momentos estelares de la humanidad o quizá El mundo de ayer, las memorias de Zweig, libro con el que se podría discrepar de algunas o muchas cosas, pero que es endemoniadamente entretenido y muy informativo. Creo, estoy seguro que se viene la nueva hora del gran e injustamente olvidado Stefan Zweig.








¿Algún momento importante en tu vida lectora?

Muchas. De todas ellas, la que a continuación refiero. Una vez me aconteció algo extraño, extrañísimo al comprar un libro. Estaba por el jirón Lampa cuando en una acera, un ambulante ofrecía a precios módicos una buena cantidad de libros, me llamó la atención que muchos de ellos  estuvieran empastados con cuero y que llevaran letras doradas en los lomos, algunos en buen estado, otros picados, pero todos ellos, según pude constatar, pertenecieron a una misma biblioteca (el sello en cada uno de ellos indicaba que el dueño fue un tal Manuel Cubillus). Cogí de entre ellos un libro pequeño, empastado en cuero y en regular condición: Últimas confidencias de Alfonso de Lamartine, publicado en Madrid en el año 1866.








 El libro me costó casi nada. Ya en el carro y de regreso a casa empecé a hojearlo y para mi sorpresa encontré "escondido" en su interior un trébol de cuatro hojas (señal, dicen, de buena suerte), y unas páginas más adelante, una pequeña hojita cuadrada con el mes, el día, la fecha, el tipo de luna y el santo: 14 de enero, esa era la fecha de la hojita de ese viejo calendario. Lo extraño del asunto es que esa fecha es el día de mi cumpleaños. ¿Coincidencia? Tal vez. Decidí tomar estos hallazgos como el anuncio de tiempos mejores. Quiero y lo pienso así (todavía). Ahí donde encontré el trébol y la hojita del calendario, ahí se quedaron. Y el librito está en mi biblioteca como una de mis joyas más preciadas acompañándome ya casi treinta años.








¿Un libro recién terminado?

Como lo dije antes, Los adioses de Juan Carlos Onetti, novela breve donde entre chismes y malas interpretaciones se desarrollan los últimos días de un basquebolista tuberculoso quien mantiene, por lo demás, una doble relación con dos misteriosas mujeres que despiertan las murmuraciones nada santas de un almacenero y de un enfermero, entre otros. Otro libro que terminé recientemente es Retorno de la creatura, poemario del poeta peruano Pablo Guevara. Este libro fue editado en 1957 en Madrid y ganó el Premio Nacional de Poesía, pero nunca circuló por el Perú, por primera vez ha sido editado en el país gracias a la iniciativa editorial de Vivir sin enterarse. Un gran libro de un gran poeta.








¿Qué tipo de libros no leerías?

Creo que los llamados libros de autoayuda. No me interesan en lo más absoluto. Me parece que son libros preparados a propósito para lograr grandes ventas a costa de gente incauta que necesita leer contenidos supuestamente sabios, profundos, que le enderecen la vida. En lo más mínimo despiertan mi atención aquellos libros que tienen respuestas para todo. Esa sabiduría epidérmica me repele, la quiero lejos de mí. Sé que hay gente que adora esos libros de supuesto crecimiento personal, conmigo no van. Si de algo estoy seguro es que nunca habrá en mi biblioteca un libro de Paulo Coelho, por ejemplo, jamás El alquimista, El Zahir, Verónika decide morir o El peregrino de Compostela se han de codear atrevidamente con Pedro Páramo, La Cartuja de Parma, 5 Metros de Poemas o los Ensayos de Montaigne, nunca, por lo menos no en mi biblioteca.








¿Cuál consideras al libro más largo que has leído?

Creo que el libro más largo que he leído hasta el momento (aunque todavía no lo he terminado, ¿habrá alguien que lo haya terminado? Sí, mi hermano Arturo), si podemos considerar sus siete tomos como una sola obra, ese es En busca del tiempo perdido(voy por el cuarto tomo) del fino y observador Marcel Proust. Luego podría mencionar a Los Miserables de Victor Hugo, Guerra y Paz de León Tolstoy, El conde de Montecristo de Alejandro Dumas. Estos tres últimos son libros monumentales que exceden con facilidad las mil quinientas páginas, cada uno.








¿Número de estanterías que posees?

Son dos bastante grandes donde ya no entran más libros, en realidad los libros están por todo lado en casa (menos en la sala, cocina y baño), forman torres, muchas torres, pero no se vaya a pensar que en desorden, sería incapaz de maltratar los libros. Por ejemplo, una de esas torres, la más cercana y reciente es la que tiene los diez tomos de la obra de J. R. R. Tolkien (El señor de los anillos, el hobbit, El Silmarillion, Roverandom…), el primer tomo de los Cuentos completos de Anton Chéjov, Ensayos de Luis Loyza, La poesía surrealista (traducciones de César Moro), Personae de Ezra Pound, La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso, Mi último suspiro de Luis Buñuel, Poesía completa de Edith Södergran…









¿Qué libro es el que has leído más veces?

Ese libro es uno del escritor francés Henry Beyle, más conocido como Stendhal, me refiero a Rojo y Negro. Hubo un tiempo en que tenía varias versiones y traducciones (siete u ocho) de esta novela. Cada uno de ellos fue leído una o dos veces. Ahora apenas conservo la edición de Alianza en traducción de Consuelo Berges, los otros libros los fui prestando (que es una forma segura de irlos perdiendo) y los fui regalando. Como todo clásico, recuerdo que a cada nueva lectura que hacía de este libro, descubría ciertos ángulos, campos que no había percibido en lecturas anteriores. Estoy seguro que pronto volveré a sus páginas.








¿Cuál es tu lugar favorito para leer?

Jamás diré que la cama. Me es incómodo y ni bien empiezo a leer en ella… me quedo soberanamente dormido. Creo que tampoco lo es un sillón. Un buen lugar, supongo, sería hacerlo bajo la sombra de un árbol, pero si me preguntan por algún lugar de casa, dos serían los lugares preferidos: uno es el baño y el otro es donde haya una mesa y una silla (el comedor, el dormitorio). Claro que ambos deben tener una buena iluminación, ya pasaron esas épocas en las que podía leer casi entre penumbras, hoy requiero de mucha luz. Recuerdo que cuando niño era muy común que me fuera a los parques del malecón de Barranco y me tumbara en el pasto donde me abandonaba a las fascinantes historias de los “chistes” (hoy los llaman cómic o tebeos en España) o como alguna veces sucedía, me iba al Morro Solar de Chorrillos y en un punto que solo yo sé, me ponía a leer libros, libre del ruido de la ciudad, solo acompañado por el sonido de las olas del mar y del viento, pero cuando me enteré que el morro se estaba convirtiendo en refugio de asaltantes, ni mi sombra se volvió a ver por esos lares.








¿Qué frase te inspira o emociona de un libro que hayas leído?

Cuando adolescente descubrí en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, del torrencial Pablo Neruda, unos versos del poema XX, me refiero a este dístico:Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. / Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. Me marcó, tanto es así que Neruda se convirtió, por entonces, en un dios que luego sería desembarcado por otros: César Vallejo, Fernando Pessoa, Luis Cernuda, Paul Celan, Ezra Pound, Rubén Darío, en fin. Esos versos, especialmente el segundo, hoy solo son un recuerdo grato. También podrían ser estos versos de Martín Adán: “Si quieres saber de mi vida, / Vete a mirar al mar” o las primeras líneas del Manifiesto del Partido Comunista: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo…”. En realidad son varias las citas, pero con estas tres son suficientes.









¿Hay alguna lectura de la que te arrepientas?

Creo que ninguna, todo lo que he leído me ha servido, me ha alimentado, si por ahí hubo alguna lectura que no me agradó la he saludablemente olvidado. Cervantes decía: "No hay libro tan malo que no tenga algo bueno.". Perdonen el cliché, pero es pertinente.








¿Cuáles son tus tres libros favoritos de todos los tiempos?

La pregunta parece un disparo a boca de jarro. Es difícil. Tomo mi tiempo y siempre lo siento como que me agarra de sorpresa y me nublo y no atino a elegir, aunque tengo claro al primero, el de siempre, como ya lo dije: Rojo y Negro de Stendhal. Para ser justos, escojo ahora dos libros de otros géneros: Prosas apátridas de Julio Ramón Ribeyro y Poesía completa de Paul Celan.








¿Cuál es tu peor hábito de lectura?

Más que del hábito de lectura propiamente dicho, es de algo relacionado con ella. Antes era descontrolado en mis compras de libros. Por estos tiempos me mido en los gastos para comprarlos. En el pasado no sucedía así, no controlaba mis gastos y me ponía en serios aprietos. Ya casado, con una hija, con más responsabilidades, lo pienso bien antes de comprar un libro. Antes no era así, cuando no compraba un libro, me lamentaba, me reprochaba, no estaba tranquilo. Ahora todo eso, en gran medida, lo he ido perdiendo, superando, como se dice.








La X marca el lugar: elige el libro nº 27 de tu estantería empezando por arriba a la izquierda. ¿Cuál es?

En la parte superior tengo los libros de filosofía, política, derecho. Cuento veintisiete, en el orden indicado, y entre los dos tomos de las Obras escogidas de Rosa Luxemburgo y Teoría pura del derecho de Hans Kelsen, se encuentra una versión popular en pasta roja de un libro de ideología detestable, hablo de Mi lucha, del inefable y oscuro Adolfo Hitler.







¿Tu último libro comprado?

Retorno a la creatura, un libro de poemas de Pablo Guevara. Todo un acierto su edición.









¿El último libro que te regalaron?

En Navidad me regalaron dos libros: Los Beatles vs los Rolling Stones de John McMilliam (que fue literalmente devorado) y el primer tomo de los Cuentos completos de Antón Chéjov. Pero el último libro que me regalaron fue por mi cumpleaños, hace menos de un mes: Otras disquisiciones de Víctor Hurtado Oviedo, obsequio de mi hermana Gloria.








¿Último libro que te mantuvo despierto hasta tarde?

En varias oportunidades me quedé hasta tarde y me despertaba muy temprano para seguir leyendo El mundo de ayer, las memorias de Stefan Zweig, libro que voy literalmente paladeando, que leo tomándome mi tiempo, disfrutándolo casi gota a gota. Bello y doloroso libro en el que el autor deja constancia de la existencia de una Europa para entonces en escombros. 










   Continuará…






                                                   Morada de Barranco, 10 de febrero de 2015.





UN SEGUNDO CUESTIONARIO

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                                                              En el Paraíso hay amigos, música, algunos libros.
                                                                                                        Augusto Monterroso





   El verano, caluroso como nunca, está en su apogeo: las temperaturas pasan con facilidad de los treinta grados, es algo que jamás había ocurrido, no hay duda que deben ser los efectos del calentamiento global que afectan, sobre todo, al Perú. Aún me restan unos días más de vacaciones, pocos días en los que quiero salir a caminar y descubrir algunos ángulos de un Barranco que cada vez va desapareciendo para convertirse en un espacio del recuerdo, lamentablemente producto del descuido y del puro interés por el dinero de ciertos grupos que se afanan en construir destruyendo. Con todo, continúo, a pesar de este calor aplastante, con la lectura y con la visión de películas (algo de cine alemán, francés, cine independiente norteamericano, westerns). Pero también me doy tiempo para navegar entre varios blogs. En muchos de ellos me he seguido topando con cuestionarios, algunos muy entretenidos, así que por segunda vez he decidido aplicarme uno, el siguiente.   






¿Qué te llevarías de tu casa en caso de incendio?

Recuerdo que una vez le hicieron esa pregunta a Jean Cocteau, él respondió que lo que salvaría sería el fuego. En mi caso, primero pondría a salvo a mi esposa y a mi hija. Luego trataría de salvar la mayor cantidad de libros de mi biblioteca: por ejemplo, los cuatro tomos de Obras completas de Stefan Zweig, los Ensayos completos de Michel de Montaigne, Los anteojos de azufre de César Moro, los ejemplares únicos de Tocapus, la revista que edité en la primera mitad de los noventa, las obras de Alfonso Reyes y de Augusto Monterroso, los libros de poesía de Fernando Pessoa, Martín Adán, Xavier Abril, Paul Celan, las cinco o seis ediciones (que poseo) de 5 Metros de Poemas de Carlos Oquendo de Amat, en fin, desesperadamente trataría de rescatar la mayor cantidad de libros, sobre todo los de poesía. Pero no me gusta pensar en la posibilidad de un incendio, creo que perder mis libros sería una de las mayores tragedias de mi vida, con mis libros sí soy tremendista.






¿Qué libro de otro autor produjo en ti el efecto que te gustaría producir en quienes te leen?

No voy a nombrar a uno solo, voy a mencionar a tres libros (en realidad podrían ser más). Una de esas obras es el único libro de poemas del misterioso Carlos Oquendo de Amat, quien logró la excelencia con 5 Metros de Poemas, libro desplegable publicado en 1927 y que fue recibido por la crítica casi con el más absoluto silencio, hoy es un libro fundamental en la tradición poética del Perú (y no solo del Perú). Otra obra que voy a mencionar es una novela que admiro sobremanera y cada que puedo la releo, me refiero a Pedro Páramo, esa novela breve de Juan Rulfo, donde los vivos y los muertos conviven en la polvorienta y calurosa Comala, territorio y espacio de lo fantástico como asunto cotidiano. La tercera obra que quiero mencionar es La lucha contra el demonio, un libro apasionado de Stefan Zweig donde el autor se zambulle en las procelosas aguas de las mentes de Hölderlin, Von Kleist y Nietzstche, un libro apasionado y apasionante, cargado de fiebre.






¿Qué canción deberían poner en tu velorio?

Alguna vez pensé en eso, barajaba posibilidades, pero caí en la cuenta de mi ingobernable timidez: soy tan tímido, me dije, que dudo mucho que esté presente en mi velorio. Suena irónico y medio ingenuo, sin embargo algo de cierto hay en lo que digo: soy tímido. Pero si se trata de mencionar alguna canción, creo que más que canción, preferiría un disco completo: Abbey Road de The Beatles, The queen is death de The Smiths, por ejemplo, o alguna pieza musical del músico que más admiro, me refiero a Johannes Brahms, podría ser el Trío para Clarinete, Violoncelo y Piano en A-Menor, Op. 114, por mencionar una de sus obras. Tal vez escuchándolas me atreva a regresar (a mi velorio, digo), confiado y tranquilo, ya que la música siempre ha sido mi casa.










¿Cuál es tu mejor defecto?

¿Mejor defecto? Voy a hablar solo de defectos (ni mejor ni peor). Otros debo tener, y de hecho los tengo, pero quiero mencionar ahora a mi ironía que a veces puede resultar filuda hasta la exageración, tan exagerada que sin desearlo (o deseándolo) puedo herir. En mi defensa he de decir que esa ironía también me la aplico sin compasión. Pero eso no me exime de las consecuencias de mis excesos irónicos, de mis "comentarios irónicos", como suelo llamarlos.







¿Cuántas horas al día lees?

Cuando no trabajo, como ahora que estoy de vacaciones (aunque con cursos vacacionales), todo el día paro leyendo y si no leo, estoy viendo películas (el cine es una de mis pasiones) o escuchando música. No hay día (con trabajo o sin él) donde no lea, siempre lo hago, no concibo mi vida sin la lectura, sean libros, revistas, periódicos o a través de la pantalla de una computadora, siempre estoy leyendo. Ahora estoy embarcado en tres libros: Los ríos profundos de José María Arguedas, La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso y El mundo de ayer de Stefan Zweig. Por otro lado, debo decir que jamás ha de faltar un libro en mi maletín de trabajo, así siempre ha sido, así será siempre.






¿Qué disco escucharías manejando solo por una carretera?

Hace un rato vi Boyhood con Rita, a unos siete minutos para que termine la película, se ve a Mason (el joven protagonista) manejar su camioneta en medio de la carretera mientras escucha una bella canción, me pareció fabulosa esa escena. Lamentablemente no puedo experimentar la sensación de manejar mientras escucho una canción, no sé manejar. Lo que sí he hecho ha sido caminar en Canta, mi arcadia, con audífonos conectados a mi MP3, abandonado completamente a la música. Cuando estoy en este bello pueblo de la sierra de Lima, suelo levantarme muy temprano y con las primeras luces del día me dirijo al manantial de Huaytara. El trayecto lo he hecho alguna vez escuchando el fantástico All Things Must Pass, ese must have de George Harrison o también he caminado escuchando ese disco innovador del pop que es Pet Sounds, álbum de los The Beach Boys del año 1966. Una vez en Huaytara, sentado en alguna piedra, solo y en completa comunión con la naturaleza terminaba de escuchar estos discos, entonces me sentía piedra, viento, agua, en fin. Debo decir que una vez hice ese trayecto con una sola canción, repetida infinidad de veces: Morning has broken, de Cat Stevens hoy llamado Yusuf Islam. Me resultó impagable transitar en medio de cerros empinados, chacras, árboles y un cielo limpio como ninguno, mientras oía esa bellísima canción, tan apropiada para esos lares. Caminar con audífonos. Solo lo he hecho en Canta, no lo haría en la ciudad, detesto hacerlo, me parece que es irresponsable.







¿A qué persona real, nacida en cualquier momento de la historia, le desearías una vida eterna? ¿Se lo darías como castigo o como premio?

Creo que fue Borges quien dijo que la vida se torna más valiosa si sabemos que es finita. La inmortalidad podría tornarse, entonces, en un castigo. Creo que hay derecho al descanso y atrevernos a pensar como los franceses, quienes sostienen que el orgasmo es una pequeña muerte. Si eso fuera cierto, por qué no pensar que la muerte, entonces, podría resultar siendo un gran orgasmo. Como alguna vez lo escribí en una pared y con crayola, a la manera de los graffitis: “Si un orgasmo es una pequeña muerte, entonces la muerte es un gran orgasmo”.







¿De qué personaje de ficción te gustaría ser amigo en Facebook?

Creo que de Pierre Bezújov, el protagonista de Guerra y Paz. Sería interesante leer sus estados.







¿Qué película basada en un libro recomiendas?

Carta de una desconocida, novela breve de Stefan Zweig, llevada a la pantalla por Max Ophüls y estrenada en 1948, film protagonizado por Joan Fontaine (quien falleció el año pasado) y por Louis Jourdan (fallecido el 14 de febrero de este año). Ambas obras son maravillosas, joyas de la literatura y del cine. Imperdibles.







¿Qué libro robaste?

No me gusta esa palabra, prefiero usar un eufemismo: me prestaron y no los devolví, pero creo que aún estoy a tiempo de devolverlos, espero. Aunque no fueron muchos, en realidad. Esta experiencia de prestar libros y no devolverlos enseña. En el camino se aprende, decían los más antiguos. He aprendido: será por eso que no me gusta prestar mis libros porque se pone en peligro incluso la amistad si es que no logro recuperar lo que buenamente he prestado.







¿Qué crees que hay después de la muerte?

Supongo que una gran aventura. Aunque me gustaría irme al cielo, pero como bien lo dice Augusto Monterroso: “Lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve”.




   




  Continuará…





                                  Morada de Barranco, 23 de febrero de 2015.






UNAS LÍNEAS PARA JUAN RAMÍREZ RUIZ

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                                                                               Me ha brotado mucha luz en estos días…
                                                                                                        Juan Ramírez Ruiz




   Creo que no fueron más de dos veces que vi y conversé con Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo, 1946 - Trujillo, 2007). Fue a mediados de 1994 que me contacté con él gracias a Willy Gómez Migliaro. Con Willy y con Pablo Landeo, entonces, editábamos una revista de poesía llamada Tocapus. En todos los afanes de preparar el tercer número (que saldría en setiembre de ese año), acordamos en publicar a Juan Ramírez Ruiz entre los nueve poetas (digamos que era una formalidad de la revista publicar siempre nueve poetas, de los cuales tres tenían que ser jóvenes) y para formalizar la invitación quedé en encontrarme con Juan en el ya mítico Queirolode Lima, a eso de las 7:00 de la noche.








   Yo sabía de él, de su poesía, gracias a dos libros: Estos 13 (selección preparada por José Miguel Oviedo y que salió a la luz en 1973) y por la Antología de la Poesía Peruana (cuya selección se debía a Alberto Escobar y que también salió publicada en 1973). En estos dos libros entré en contacto por primera vez con la poesía de Juan. Me llamó la atención la frescura de sus poemas impregnados de calle, de lenguaje urbano, con una intensidad que muy pocos de su generación mostraban. Ya después llegarían sus libros: Un par de vueltas por la realidad (1971), Vida perpetua (1978).








   Muchos de sus versos, desde entonces, me han seguido y perseguido y los repito cual oraciones, yo que tengo mala memoria para aprenderme poemas, cargo con estos versos como si estuvieran tatuados en mi cerebro: “Y te voy a encontrar para que nadie diga / que es imposible / la amistad en este mundo Irma Gutiérrez”, o “Atención. Este es el júbilo, este es el júbilo / huyendo del silencio, viene, viene, se queda…” o “Conozco a Julio Polar. / De la mañana a la noche de Lima, en una calle sorpresivamente, hablamos de pintura / y de su hermana Juana la única, la soltera, la que nació dos años después que él…” o “Yo quiero que seas amado, tú, traicionado por la fidelidad, / quiero que tengas bellas conversaciones, que comas, / tu plato favorito, fumes tu cigarro y que tarde mucho en caerte la enfermedad…”.








   Puntual llegué a la cita. Efectivamente, Juan Ramírez Ruiz me esperaba sentado en una mesa del Queirolo, estaba acompañado. Me estrechó la mano y me senté frente a él, el ya legendario poeta de los 70, el fundador e ideólogo de Hora Zero. Por terceros sabía que muchas veces era quisquilloso y reservado con los desconocidos, que muchas veces trataba mal a los impertinentes, aquellos que se atrevían a invadir su silencio, su soledad, me lo habían referido. Conmigo siempre fue cordial y su generosidad me conmovió sobremanera, como alguna vez lo comenté con Willy, quien conoció más y mejor a Juan Ramírez Ruiz.








   Recuerdo que Juan Ramírez pidió una botella de cerveza del cual bebí algunos vasos. Conversamos sobre poesía indigenista, hablamos sobre el Boletín Titikaka, sobre los Orkopatas y recuerdo bien que sus muchas y atentas lecturas le hacían infalible en los datos. En algún momento mencioné Un chullo de poemas, poemario de 1928, del poeta arequipeño Guillermo Mercado, Juan habló del libro como si recién lo hubiera leído el día anterior. Luego de una larga conversación, quedamos en que iría a buscarlo unos días después, en la mañana, a su casa ubicada en la calle Ancash N° 444 (es curioso, pero José Cerna, en el libro Estos 13, puso como domicilio la misma dirección, probablemente porque en esos años los poetas compartían todo o casi todo) para darme los poemas que saldrían en la revista.








   Unos días después, muy de mañana, llegué al Centro. Yo bien sabía cuál era la casa que buscaba pues desde pequeño había transitado con mis padres las zonas aledañas a la iglesia y convento de San Francisco. Sin saberlo, desde pequeño le había “echado el ojo” a esa casa que siempre me pareció abandonada. No sabía que ese era el domicilio del poeta. Cuando llegué y toqué la puerta nadie contestó, insistí, nadie respondía. De pronto escuché que me llamaban desde la vereda del frente. Era el poeta de Vida perpetua que desde la puerta de una casona lo hacía. Ya frente a él me dijo que me iba a invitar un desayuno. En el angosto zaguán de la casona, una humilde señora tenía su mesa con mantel de plástico y una banca larga. Con confianza, Juan Ramírez le pidió dos tazas de café con leche y dos panes con huevo, creo, para cada uno. No he podido olvidar jamás ese desayuno, la leche tibia en esas tazas despostilladas de metal blanco con asa y bordes azules, como tampoco cuando el poeta, con total confianza, le hizo apuntar la cuenta a la señora en un cuaderno.








   Al llegar a la puerta de su casa y en tanto la abría, me pidió que tuviera cuidado pues estaba oscuro. Efectivamente, emocionado entré tras él a su casa, los ambientes estaban oscuros, el suelo con cartones y periódicos, un laberinto aparentemente interminable hasta que llegamos a su cuarto, el cuarto del poeta, pequeño, recuerdo su lecho angosto, humilde, entre los muchos papeles que había en el ambiente sacó, creo, un fólder que reventaba de las muchas hojas que tenía. Hojeó con tranquilidad y fue seleccionando los poemas de un libro que entonces no estaba publicado: Las armas molidas. Con los poemas escogidos salimos y los hice fotocopiar. Fotocopias que hasta el día de hoy conservo. He aquí los poemas:









EL DÍA ENTERRADO


¡El día enterrado vuelve por mis pies a mis ojos!
¡Los postes saltan como pelotas de jebe!
¡Y las mujeres abrumadas tiemblan en la oscuridad redonda!
¡El apagón pasa!
¡El apagón pasa con todas las montañas empujadas!
¡el viento corre como patíbulo nómade!
¡bailan los edificios como corderos desolados!
¡Se buscan los rostros- se busca el suelo
porque el miedo estruja las fachadas
y un tropel de animales negros desata cada esquina!

¡Dentro- en la luz de una vela toda la oscuridad brama!
¡Las sirenas aúllan contra un faro. –y desde el faro
como cuchillo- la luz        
corta la noche negra y salta por los aires
un arbusto- una pista- una marca de tránsito…!
¡El viento corre como patíbulo nómade!
¡El viento se detiene entero en las ventanas!
¡Y el tableteo de pasos descolocados
rompe la paciencia de los rostros
y los llena con ojos y narices desechables!

“¡Una linterna!”.- pero el patíbulo nómade
ya ejecutó a una muchedumbre!
“¡Una linterna!”.- pero las pistas
ya resbalaron y los cuerpos ya cayeron
fuera del suelo!

¡Y se llama Dios! ¡Y se vuelve a llamar a Dios!
¡Se ha llamado a Dios!: los cuerpos se vacían como vasos!
¡Se erigen con ojos monumentos crispados!
¡Y se vuelve a llamar a Dios!:
¡Los hombres pequeños de verde
o jaulas de gatos electrocutados- corren!          
¡Las mujeres o jaulas de lagartijas frenéticas- tiemblan!:
¡el apagón los busca y los halla con una cautela feroz!

¡Los vehículos llenos de oscuridad arañan las pistas-
¡se detienen- arrojan muchachas de terror- y parten!
¡Sobre puertas y ventanas embutidas con gente raspada.-
agua negra- tumba el apagón.-
hincha las esquinas tibias
troca en celdas cada traje y sigue-
sale de la ciudad- toca las raíces del mar.-
y desde allí empuja al día enterrado
que así por desde mis pies
vuelve a mis ojos!











EL RETRATO

Llevando a casa todos mis paraderos
encontré un retrato- y vi (¡increíble!)
que ese era yo hace muchos años…
Increíble- ese era yo en años pasados…
igualito al flanco húmedo del espacio-
igualito a un parque atado
por un aerolito.

…y el mismo paisaje vestido
con una casa… el mismo calor de cara…
Los pies de versos –igual.
Las manos de prosa- también,- increíble…
Parecido a una estampida de jaguares…
parecido a un extenso lingote de mamíferos…
…y la misma campanada verde- el mismo ojo
De duna recitando un cataclismo (¡increíble!)
(¡increíble!).- igualito a la calle-
igualito a cuando salgo ahora fuera
de mi cráneo- y el cielo es una pared
y la tierra otra pared…
…igualito el apoyar del hombro en el norte
como si el norte fuera un poste…

(…increíble) así iba donde yo me tenía…
así cumplía- parte por parte- mi tarea…
…(no lo puedo creer)…: todavía un cutis cantor-
Todavía una celda química…ojo del ojo…
…todavía fuera de cualquier lado…
No tú vienes- yo soy.- murmuré
y de inmediato (¡increíble!)
mi nombre completo hallé en ese retrato.












HACIA LA FAMILIA HANAN


Después de aniquilar pensamientos fríos
sin como cuchillos
publicar en la respiración
el saber que el hombre acoge
                     cuando avaricia el suelo
caminando…

Publicar
el saber que el hombre atrapa
                     cuando acaricia con el cabello
al viento detenido…A.
la galaxia
                     que en la garganta residía
y la sangre que moja
todavía
la memoria- los ojos y los retratos…B.

Publicar los tropiezos  con lo sublime-C.
el único vientecillo
                      que raja las canciones feroces
y el acto de sembrar un radar
y cosechar una pampa.

Publicar el encuentro con la maldad
                       y el asesinato de la bondad-CH.
publicar la cadena
hecha con mentes que se elevan
                       a los cielos
y al subsuelo bajan luego eslabón por eslabón.

Publicar parte por parte una biocronografía-
                       Aunque sea una sola biocronografía D.


______________
A. Una poesía en tiempo de guerra-
    camina por- con la ruta del sismo
    reubicando las huellas digitales…
______________________
B. Un poeta en tiempo de guerra-
    ve en- con el suelo
    a los rojos y rosados elegidos
    llevando en una mano goznes
    y en la oscuridad buscando eslabones…
_______________________
C. Un poeta en tiempo de guerra-
     oye a los rojos  lingotear el arco iris
     y talco del acero derivar…
________________________
CH. Un poeta en tiempo de guerra-
       ve al planeta
       mudando a pedestal de estatua solitaria…
________________________
D. Un poeta en tiempo de guerra-
     toca la piedra por donde van los resultados yendo…











   Antes de salir a fotocopiar sus poemas, Juan tuvo un gesto que lo pintó. Sacó ya no recuerdo de dónde unas postales antiguas de una exposición de pintura. Me las obsequió. Al entregármelas no puso un énfasis especial, simplemente me las entregó. En un primer momento no comprendí el gesto. Ya después percibí que en esa aparente acción ingenua había una muestra de agradecimiento, era su forma de agradecer, creo yo. Esas postales todavía las conservo, no las tengo a la mano, sé que están en alguna caja con varios papeles y archivos que conservo, producto de mi última mudanza. Ya las buscaré.









   Algo que ha llamado mi atención es que he buscado y no he hallado el original de su presentación en la revista. Me explico. Como parte de la formalidad de Tocapus, nosotros solicitábamos a los poetas unas líneas donde podían comentar brevemente los poemas publicados o cómo escribían o su visión sobre la poesía, en fin, total libertad. Conservo los originales de esas presentaciones de todos los números de la revista, menos los del tercer número, ¿qué pudo haber pasado? No lo recuerdo. Pero su texto impreso en Tocapus N° 3 dice:









Juan Ramírez Ruiz (Chiclayo, 1946)


Por un extraño designio que no logro descifrar plenamente toda mi actividad mental y vital, desde los 12 años, siempre completa su círculo (dentro y fuera de mí) con y en poesía. Desde entonces todo lo quemo y lo he quemado en esa hoguera.
A mi libro no publicado, Las Armas Molidas, pertenecen los escritos que aquí se reproducen. Me considero un poeta casi inédito: he escrito mucho y sólo dos libros he publicado. Este es un tormento cotidiano. Para mí, poesía es respirar.









   Luego de esta experiencia de conocer al poeta de Un par de vueltas por la realidad no volví a verlo más. Cuando salió el tercer número de Tocapus, supongo que los ejemplares que le correspondían se los entregó Willy Gómez Migliaro, este detalle no lo tengo claro. Años después, en el año 2002, caminando por las calles nocturnas de San Isidro, junto con Willy, me comentó que no veía bien ya al poeta. Me afectó mucho su muerte, más como le llegó esta: atropellado por un ómnibus en una carretera de Trujillo, enterrado luego como un NN hasta que un año después fueron reconocidos sus restos. La muerte trágica del poeta Juan Ramírez Ruiz golpeó a todos los que lo conocieron. Me incluyo.










   Sirvan estas líneas para recordar al gran poeta Juan Ramírez Ruiz, uno de los más grandes en la tradición poética de nuestro país, un poeta al que hay que leer, necesariamente habría que leer.










   Continuará…





                                                Morada de Barranco, 22 de marzo de 2015.






AUGUSTO MONTERROSO Y UN ESCRITOR MEXICANO

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                        Al principio la Fe movía montañas solo cuando era absolutamente necesario…
                                                                                                         Augusto Monterroso







   Por estos días, un calor insoportable nos aplasta. Nunca, que yo recuerde, Lima había soportado temperaturas tan altas como 31°, 33°… Hace unos años, que en verano la temperatura llegara a 28° ya era algo terrible, la gente indignada (y sofocada y las “damas” barranquinas, abanico en mano) hablaba sobre el calor insoportable (los más antiguos hablaban de castigos divinos), sobre el bochorno que te produce esa sensación pegajosa de sentir cómo la ropa se te pega en el cuerpo a pesar de haberte bañado hace pocos minutos, una sofocación, que en mí deriva en terribles dolores de cabeza, que no abandona ni siquiera en la noche, porque estas también son calurosas y faltos de aire. En otras palabras, no solo son las altas temperaturas sino también la alta humedad de nuestra capital que nos conduce hacia los bochornos que vuelven casi una tortura vivir los días de este verano calcinante.








   Supongo que debemos estar pagando los tremendos desarreglos que los humanos le hemos prodigado a nuestro querido tercer planeta, son las consecuencias del calentamiento global que nos conducirá irremediablemente a la destrucción, a la desaparición. Suena terrible y hasta tremedista, pero no hay exageración en lo que digo: en estos instantes ya estamos pagando lo que la estupidez humana ha sido capaz de hacer con el único lugar que tenemos para vivir.








   Pero a pesar de las altas temperaturas, a pesar de los dolores de cabeza, del bochorno y los sudores, uno debe aprovechar de sus vacaciones y se debe lanzar confiado a la refrescante piscina que resulta el mundo de la lectura, mejor dicho, de la relectura. Ocho libros en dos meses no ha sido poca cosa. Ocho libros que me hacían olvidar momentáneamente los calores de este verano insoportable La mayoría de estos libros han sido relecturas, como lo dije: Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; Los ríos profundos, de José María Arguedas; Los adioses, de Juan Carlos Onetti; Visión de Anáhuac y otros textos, de Alfonso Reyes, son algunas de esas obras.





   Uno de los libros deliciosos que he releído y disfrutado a rabiar ha sido La oveja negra y demás fábulas de Augusto Monterroso (Editorial Santillana, 1992). Breve libro de breves textos. Fábulas modernas cargadas de un humor sutil, punzante y filudo. Me aventuro a decir que todos sus libros (que no llegan ni a diez) son disfrutables, pero de todos ellos, este libro de fábulas va a la cabeza. Juguetón como pocos, juguetón pero crítico: entre ironía e ironía siempre se desliza un garrotazo  a la cabeza de la estupidez humana reinante. Uno se siente a gusto con este libro de Augusto. Es lo que se dice, un libro impagable.








   Monterroso: digno heredero de algunos caballeros ingleses y de algunas obras inglesas como Los viajes de Gulliver, del maese en ironías Jonathan Swift (aunque él no era inglés, como bien sabemos) y de esos diálogos chispeantes entre el Quijote y Sancho Panza, por mencionar un par de obras que le dejaron profundas huellas. Siempre he creído que a Monterroso todavía no se le da el sitial que se merece. Fue un escritor de pocos libros, pocos pero qué libros, todos ellos de una inteligencia en el empleo del humor, que es una muestra palpable de inteligencia, más si esta se la aplica a uno mismo, reírse de uno, no tomarse tan en serio y abandonar solemnidades y almidones que nos hacen parecer esculturas de palo. Especialidad de Monterroso esto del humor, sino recordemos, estas líneas de un texto titulado Estatura y Poesía de su libro Movimiento perpetuo:








   Sin empinarme, mido fácilmente un metro sesenta. Desde pequeño fui pequeño. Ni mi padre ni mi madre fueron altos. Cuando a los quince años me di cuenta de que iba para bajito me puse a hacer cuantos ejercicios me recomendaron, los que no me convirtieron ni en más alto ni en más fuerte, pero me abrieron el apetito. Esto sí fue problema, porque en ese tiempo estábamos muy pobres. Aunque no recuerdo haber pasado nunca hambre, lo más seguro es que durante mi adolescencia pasé buenas temporadas de desnutrición. Algunas fotografías (que no siempre tienen que ser borrosas) lo demuestran. Digo todo esto porque quizá si en aquel tiempo hubiera comido no más sino mejor, mi estatura sería más presentable. Cuando cumplí veintiún años, ni un día menos, me di por vencido, dejé los ejercicios y fui a votar.
   De todos es sabido que los centroamericanos, salvo molestas excepciones, no han sido generalmente favorecidos por una estatura extremadamente alta. Dígase lo que se diga, no se trata de un problema racial. En América hay indios que aventajan en ese sentido a muchos europeos. La verdad es que la miseria y la consiguiente desnutrición, unidas a otros factores menos espectaculares, son la causa de que mis paisanos y yo estemos todo el tiempo invocando los nombres de Napoleón, Madero, Lenin y Chaplin cuando por cualquier razón necesitamos demostrar que se puede ser bajito sin dejar por eso de ser valiente.
   Con regularidad suelo ser víctima de chanzas sobre mi exigua estatura, cosa que casi me divierte y conforta, porque me da la sensación de que sin ningún esfuerzo estoy contribuyendo, por deficiencia, a la pasajera felicidad de mis desolados amigos. Yo mismo, cuando se me ocurre, compongo chistes a mi costa que después llegan a mis oídos como productos de creación ajena. Qué le vamos a hacer. Esto se ha vuelto ya una práctica tan común, que incluso personas de menor estatura que la mía logran sentirse un poco más altas cuando dicen bromas a mi costa. Entre lo mejorcito está llamarme representante de los Países Bajos y, en fin, cosas por el estilo. ¡Cómo veo brillar los ojos de los que creen estarme diciendo eso por primera vez! Después se irán a sus casas y enfrentarán los problemas económicos, artísticos o conyugales que los agobian, sintiéndose como con más ánimo para resolverlos…






   Un maestro en la auto ironía, sin lugar a dudas. Pero quiero regresar a La oveja negra y demás fábulas. El último texto del libro, probablemente uno de los que más me gusta, es uno al que ni bien termine de leerlo por vez primera, ya hace una buena punta de años, lo relacioné con un callado y legendario escritor mexicano. “Tiene que ser él, no puede ser otro que él”, me decía una y otra vez, “el zorro tiene que ser él”.Nunca he dejado de pensar que este breve texto es un grandioso homenaje al autor de esos dos libros que siempre me acompañan, que siempre nos acompañarán: la novela Pedro Páramo y el libro de cuentos El llano en llamas. ¿Equivocado? No, bastará con leer esa fábula para caer en la cuenta que todos los referentes están ligados al gran Juan Rulfo.





EL ZORRO ES MÁS SABIO


   Un día que el Zorro estaba muy aburrido y hasta cierto punto melancólico y sin dinero, decidió convertirse en escritor, cosa a la cual se dedicó inmediatamente, pues odiaba ese tipo de personas que dicen voy a hacer esto o lo otro y nunca lo hacen.
   Su primer libro resultó muy bueno, un éxito; todo el mundo lo aplaudió, y pronto fue traducido (a veces no muy bien) a los más diversos idiomas.
   El segundo fue todavía mejor que el primero, y varios profesores norteamericanos de lo más granado del mundo académico de aquellos remotos días lo comentaron con entusiasmo y aun escribieron libros sobre los libros que hablaban de los libros del Zorro.
   Desde ese momento el Zorro se dio con razón por satisfecho, y pasaron los años y no publicaba otra cosa.
   Pero los demás empezaron a murmurar y a repetir “¿Qué pasa con el Zorro?”, y cuando lo encontraban en los cocteles puntualmente se le acercaban a decirle tiene usted que publicar más.
—Pero si ya he publicado dos libros —respondía él con cansancio.
—Y muy buenos—le contestaban—; por eso mismo tiene usted que publicar otro.
   El Zorro no lo decía, pero pensaba: "En realidad lo que éstos quieren es que yo publique un libro malo; pero como soy el Zorro, no lo voy a hacer".
   Y no lo hizo.









   Continuará…




                                                  Morada de Barranco, 30 de marzo de 2015.







 

UN BEATLE EN CONCIERTO EN LIMA

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                                                                      Salí con ella e intenté conquistarla…
                                                                                                   Paul McCartney







   El frío llega de a pocos. La temporada calurosa va despidiéndose, se aleja para dar paso a días cubiertos de bruma que nos sorprenden y tornan fantasmales las calles de mi morada de Barranco. Fascinante. Las calles dejan de mostrarse con desparpajo para ocultarse en la suave tela marina que la neblina brinda en su misterio. Barranco, más que territorio solar es hijo del invierno. Siempre lo supe. Siempre lo celebré.











   Hoy que escribo estas líneas, viene a mi memoria que justamente hoy, 25 de abril, se cumple un año del concierto de uno de los dos sobrevivientes del mejor grupo de música rock de todos los tiempos, me refiero, obviamente, a The Beatles. Hace un año, en el Estadio Nacional de Lima, el prolífico y multiinstrumentista Paul McCartney, compositor de temas como I Saw Her Standing There, And I Love Her, Eleanor Rigby, Penny Lane, Helter Skelter, Back in the USSR y la archifamosa Yesterday, entre otros temas, se presentó ante un público enfervorizado y que no paró de cantar en todo el concierto.











   El concierto fue motivo para ir en mancha, como se dice. Emocionados hasta nomás, salimos de casa Rita, Kathia, mis hermanos Gloria y Arturo. Los cinco partimos hacia la gran aventura de oír a un beatle, ¿quién lo dijera? Un beatlefrente a uno que siempre amó su música y que veía hasta hace poco como un imposible el ver en persona a Paul, aunque sea de lejos. Un sueño se cumplía.










   Desde la adolescencia llevo conmigo la pasión por la música de The Beatles, nunca la abandoné ni fui abandonado. Pero soy, aunque parezca contradictorio, un fan racional; es decir, acepto la importancia y reconozco el valor de otros grupos y otros cantantes (eso de que odie a los Rolling Stones, por ejemplo, no va conmigo), y estoy más que seguro que esta actitud abierta me enriquece y me hace percibir no solo las virtudes del cuarteto de Liverpool, también sus limitaciones que engrandece al grupo: individualmente eran y fueron superados por otros ejecutantes, ha habido y hay mejores guitarristas, bajistas y bateros que John, Paul, George y Ringo, pero los cuatro juntos eran insuperables, mágicos, geniales. 














   Esto me hace recordar la película Boyhood, a la hora y media de película, aproximadamente, el padre del protagonista (Mason) obsequia a su hijo, que ha cumplido los quince años, un disco recopilatario de The Beatles, pero después de The Beatles; es decir, un disco (The Black Album, algo así como El Disco Oscuro) con las mejores canciones de los cuatro ya separados, el mensaje es: "Separados se pierden, están incompletos, pero juntos (nuevamente) se vuelven magia".













   ¿Cómo fue que descubrí la música del cuarteto inglés? Bueno, la respuesta está en un texto que escribí hace tres años, allí recordaba la vez primera en que escuché un tema de ellos: “Una de las mejores cosas que me ha podido ocurrir en la vida fue conocer la música de The Beatles. El primer recuerdo que tengo de ellos se remonta al año 70 o 71. Una tía llegó a casa con un tocadiscos portátil de color plomo que acababa de comprar en una casa de remates. Junto con el tocadiscos le dieron de regalo varios discos de 45 rpm. Uno de esos discos era de The Beatles, un disco cuyo sello he olvidado y la etiqueta era bicolor (amarillo con rojo o con naranja). La canción que se quedó grabada en la memoria fue I saw her standing there (La vi parada allí), primera canción del primer álbum del grupo, me refiero al mítico Please Please Me. Esta fue probablemente la primera canción de los Fab Four que escuché en mi vida. Me pareció que nada de lo escuchado hasta ese momento (baladas, ritmos tropicales, boleros, etc.) se podía comparar al ritmo frenético de estos cuatro mágicos muchachos de Liverpool: las guitarras, la batería elemental y contundente, los coros y los gritos agudos de Paul y John… todo era mágico, sencillamente mágico: desde el inicio de la canción con ese “One, two, three, four…” en voz de Paul Mc Cartney”. Paul McCartney, el cantante, compositor y bajista de este cuarteto insuperable: una leyenda.











   El concierto de Paul reunió más de 35 000 personas en el estadio. Inició con la canción Magical Mistery Tour, desfilaron muchos temas que nos trasladaron a los territorios del recuerdo, la sucesión de grandes temas fue excepcional que se me hace inevitable mencionar algunos de ellos como All my loving, Let me roll it, Paperback writer, The long and winding road,Maybe i'm amazed, I've just seen a face, We can work it out, Another day, And i love her,Lady Madonna, All together now, Eleanor Rigby, Being for the benefit or Mr. Kite!, Ob-la-di, ob-la-da, Back in the USSR, Let it be, Hey Jude,  Day Tripper, Hi, hi, hi, I saw her standing there, Helter Skelter, Golden slumbers, Carry that weight, The end, entre otras muchas canciones que he olvidado, porque fue un concierto extenso e intenso: treintainueve canciones en casi tres horas que pasaron sin ser sentidas.











   La presentación de Paul, le permitió a Rita escuchar un tema que lleva su nombre y que fue motivo de nuestra primera salida antes de casarnos y también de unas líneas en Facebook: “Corría el año 1998 (yo intentaba por todos los medios, ja, conquistar a Rita y el Sol me parecía que ese año alumbraba más puro que nunca). La bella profesora de Matemáticas no conocía Lovely Rita, esa canción de The Beatles que pareciera fue hecha para ella. Le regalé, entonces, un casete (qué antiguo se escucha esto) con la canción y le gustó. Ayer, ¡oh, maravilla!, en el concierto, Paul la cantó y Rita se señalaba como que la canción era para ella: su tema, definitivamente. Mis hermanos, mi hija y yo nos reíamos. Casi a media canción todo el estadio gritó (como parte de la letra): "¡Ritaaaaaaaa!" (¿se escuchará mi voz en el videíto? Sí, sí se escucha en el segundo 53). Sí, grabé la canción entrañable. Una pequeña ofrenda para mi "adorable Rita", como dice la letra de la canción".











   Ha pasado un año ya de esta emoción grandísima, la de participar en este rito de la música ante un genio musical reconocido, cuya música (y la de sus otros compañeros) cambió al mundo y abrió territorios sonoros inexplorados, como alguna vez escribiera el poeta inglés Philip Larkin:





ANNUS MIRABILIS


Las relaciones sexuales comenzaron
en mil novecientos sesenta y tres
(un poco tarde para mí),
cuando le levantaron la censura al Chatterley
y los Beatles grabaron su primer long play.

Hasta ese año sólo había existido
algo así como un regateo,
disputas por un anillo,
una vergüenza que comenzaba a los dieciséis
y se extendía luego sobre todo.

Hasta que un día se acabó la pelea:
todos sintieron lo mismo
y vivir se volvió
un brillante hacer saltar la banca,
un juego difícil de perder.

De modo que la vida nunca fue mejor
que en mil novecientos sesenta y tres
(un poco tarde para mí),
cuando le levantaron la censura al Chatterley
y los Beatles grabaron su primer long play.









   Así, entre el público que no dejaba de corear y cobijado por tantas canciones que acompañaron la vida de uno, que fueron el abrigo y casi diría el escudo protector ante una realidad dura que se abría para los que terminábamos el colegio, tiempos aquellos cuando muchas cosas no eran seguras y el futuro era un horizonte, sí, pero incierto, cargado de muchas oscuridades, entonces la música de The Beatles era piso seguro, una de las formas de la felicidad.







   



   A un año del concierto, lleno de emoción y de gratitud, he querido recordar este magnífico espectáculo porque, como dice mi hermano Arturo, “fue realmente inolvidable”. Para mí, y sin temor a exagerar y sin ninguna duda, uno de los momentos más grandes e intensos que he tenido en mi vida. Thanks, a quien corresponda.











   Continuará…





                                        Morada de Barranco, 25 de abril de 2015.





INTERINOS BARRANCOS

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                                                                     La bruma empantalla / los faroles del mar…
                                                                                               José María Eguren






I.

   Vivo en Barranco desde hace más de cincuenta años. Como alguna vez lo dije, me sé de memoria su paisaje, cada calle, cada parque, cada esquina, cada ángulo aparentemente oculto es parte de mi vida, de mi experiencia. Mi niñez y mi adolescencia fueron alimentadas por su atmósfera misteriosa cubierta por la neblina (incluso más que sus días de sol). No hay, prácticamente, un rincón que no lo haya transitado con mis entonces hambrientos pies o mis ojos de fisgón incansable.








   Pienso en Barranco y vienen a mi recuerdo esos días cuando sus parques estaban cercados por unos arbustos, de los cuales crecían, como pequeños soles de rayos blancos, unas diminutas y perfectas margaritas. ¿Es que podría olvidar las aromáticas rosas del parque Villarreal que en ciertas noches cortaba con mis hermanos para alegrar nuestra pequeña casa? O cuando arrancaba esas flores rojas que aquí llamamos farolitos chinos para luego quitarle su receptáculo y absorber el inolvidable néctar, dulce como las tardes en que corría pleno de alegría y abandono hacia el malecón y perdía mi vista y mis sueños en la inmensa llanura del mar.








   Pienso en su mar, las más de las veces de un tono plomizo, como su cielo “panza de burro”, en los botes de los pescadores que cual lunares salpican su superficie, ese mar milenario, madre de viejas culturas hoy desaparecidas… El mar inunda mis recuerdos e inmediatamente se dibujan ante mí los acantilados, los verdes acantilados (hoy áridos) donde el agua dulce que brotaba del subsuelo caía en pequeños chorros formando un largo charco a lo largo de los barrancos de Barranco: peces y cangrejos lo habitaban. Pero sus aguas también servían para enjuagar los cuerpos de los bañistas y quitarle el agua salina del mar y la arena. Hoy nada de esto queda, apenas si los espacios de los recuerdos. Sin embargo, sigo amando su mar, su atmósfera mágica y engañosamente pacífica.








   Pienso en la gente amiga que ha partido, “en esa ida que al final es un regreso” (como decía ese solitario portugués de las muchas máscaras llamado Fernando Pessoa). Me lleno de nostalgia. Extraño a José Alvarado Sánchez, el gran Vicente Azar (el duende menor), quien un tiempo viviera en los “interinos Barrancos”, su conversación incansable cargada de recuerdos, de "sonidos ajenos" que salpicaban sus palabras y desfilaban desde Garcilaso hasta Breton, o aquellos fantasmas que son realidades y que un día habitaron los espacios que hoy habitamos: José María Eguren (el duende mayor), Emilio Adolfo Westphalen, Xavier Abril, Martín Adán, José María Arguedas, Carlos Oquendo de Amat (quien tuviera la delicadeza de obsequiar su 5 Metros de poemas a la madre de Vicente, en agradecimiento por albergarlo algunas temporadas en su casa de Barranco). Hombre culto, fino, memorioso y memorable. Ya en sus últimos días, cuando postrado en su cama y rodeado de su biblioteca, que adoraba, me hablaba y hablaba y su espíritu inquieto, infantil solo ansiaba recuperarse para salir a pasear, bien caminando o en su carro. Su enfermera, Gladys Torres, que fue también enfermera de Emilio Adolfo Westphalen, al oírle hablar, una noche dijo sonriendo y en voz alta: “A dónde he venido a parar,  de un paciente que no hablaba nada (se refería a Westphalen) a uno que habla hasta por los codos”. Así era Vicente Azar, y así lo recuerdo siempre.














   Pienso en Rosa Cerna, “Rosita”, como la llamaba yo. Profesora y gran escritora cuyas obras visito para zambullirme en su espíritu puro y entregado a los demás, los desposeídos. “Ven a visitarme para tomar un lonche”, solía decirme cuando la llamaba por teléfono, luego de hacerme la broma de siempre: “¿Aló, con quién hablo?”, decía. “Rosita”, soy yo, Orlando. “¿Orlando, Orlando…?, no conozco a ningún Orlando”.  Luego reía. Y comenzábamos a hablar, la verdad, de cualquier cosa, el asunto era hablar, a veces llegábamos incluso a “rajar” (burlarnos de algunos nombres), una característica muy limeña, lo raro es que tanto ella como yo proveníamos de los Andes, desde las grandes y misteriosas alturas: ella de Áncash, yo del Cuzco. Los años de residencia en Lima, más propiamente en Barranco, nos marcaron, dejaron su huella. Algunas veces caminábamos por avenida Grau, ella ponía su brazo izquierdo entre mi cuerpo y mi brazo derecho, entonces se convertía en una magnífica guía, se sabía miles de historias sobre Barranco, cada caminata era una permanente sorpresa, no solo por lo que contaba sino por cómo lo contaba, esa gracia tan suya para contar con humor hasta lo más serio. Conservo de ella no solo su recuerdo, también sus libros con sus dedicatorias. Supongo que en algún momento escribiré una entrada dedicada a mi amiga Rosa Cerna, la querida y pícara “Rosita”.














   Cuando me enteré, hace unos meses, de la muerte de Gonzalo Bulnes Mallea, una gran tristeza me invadió. La muerte prematura de este gran amigo, amante de Barranco, editor de una revista de leyenda: Barranco, la Ciudad de los Molinos. Coleccionista de primeras ediciones: aún recuerdo ese ejemplar de Los Heraldos Negros que me mostró y que yo toqué y hojeé con mucho respeto cual si de un objeto sagrado se tratara. Fue gracias al primer número de esta revista (del año 1974) que siendo muy niño me enteré de muchas cosas desconocidas de Barranco. Gonzalo, incansable indagador de artículos periodísticos, de fotos aparentemente desaparecidas, de datos anecdóticos que alimentaban la leyenda de este pequeño territorio junto al mar, el Historiador de Barranco, como se le solía llamar, y con justicia. Su generoso corazón me abrió las puertas de su revista para publicar un pequeño comentario sobre el verso del poema LXX (del poemarioTrilce) de César Vallejo: Que interinos Barrancos no hay en los esenciales cementerios”Entusiasta activista cultural, permanente testigo de actividades como presentaciones de libros, recitales, exposiciones: estuvo en la presentación de la revista Tocapus en el desaparecido teatro  Manuel Beltroy; presenció algunas fechas de un ciclo de recitales que llamamos Jueves será… y que organizamos con Felipe Rivas Mendo, gran maestro titiritero, en la Biblioteca de Barranco; lo vi sentado, acompañándome, en un recital en la misma biblioteca en el año 2002, luego nos estrechamos en un abrazo en alguna premiación de alguna Bienal de Poesía Infantil organizado por el ICPNA… En fin, un hombre multiplicado en diversas actividades y que lamentablemente partió y que extraño cruzármelo por Grau y darnos un abrazo fraternal y hablar a la volada de algún libro, de alguna revista o de este predio marino que se convirtió en nuestra amada morada.














II.

   Hoy Barranco sufre las consecuencias del progreso y de las grandes inversiones y los grandes negocios, muchos de ellos irresponsables. La otrora avenida Bolognesi, más que avenida es una hendidura que ha partido a Barranco, la divide, es casi una muralla: no negaré las virtudes del Metropolitano, pero ¿por qué haberlo hecho así y no de otra manera? Pienso en una vía subterránea, pero también en los hermosos árboles que murieron para ser reemplazados por el cemento. El tránsito hacia el Sur ahora se concentra por la avenida San Martín que hoy, ante el cierre de la Costanera, se ha vuelto un desesperante "cuello de botella": circular en carro se ha tornado en un martirio y a nadie parece interesar, solo a los que lo sufrimos a diario.


















   Me enorgullece vivir en Barranco, pero también me preocupa que un distrito que se jacta de ser cuna y residencia de grandes escritores, poetas, pintores, músicos, etc, apenas si cuenta con una biblioteca elemental donde lo que más hay son los vacíos bibliográficos, un distrito que hasta hace muy poco no contaba con ninguna librería (hoy está el esfuerzo de los amigos Ana y Carlos y de su bella librería La Libre de Barranco en la avenida San Martín N° 144), un distrito que no tiene un cine (hace mucho dijimos: "Adiós Raimondi, Balta, Zénith, Premier y Barranco"), un distrito cuyos habitantes vemos cómo de manera acelerada va desapareciendo, se va destruyendo su memoria. Debo decir que ya casi no me gusta salir a caminar, las últimas veces he regresado a casa indignado, renegando y muy triste: cada salida es comprobar que algo (una casona, un rancho, una placita, un parque, una calle, algunos árboles...) ha desaparecido para dar lugar a una mole desproporcionada que nos cubre el horizonte y modifica el perfil arquitectónico, así, algún día, ¿podremos invitar a visitar Barranco? ¿Invitarlos para ver qué? Edificios y edificios que en otros lugares se pueden ver mejores y más grandes. Barranco se va perdiendo y cada vez es más pequeño: el puente y sus zonas aledañas. Una lástima.















   Continuará…



                                              Morada de Barranco, 30 de abril de 2015.





   

CARLOS OQUENDO DE AMAT: RETRATOS

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                                                                            Y un ángel rodará los ríos como aros
                                                                                           Carlos Oquendo de Amat








   En 1974, Ernesto Sábato publica su novela Abaddón, el Exterminador. En ella hay una larga carta donde se puede leer este par de líneas: “Tené el orgullo de pertenecer a un continente que en países tan pequeños y desvalidos, como Nicaragua y Perú, ha dado poetas tan gigantescos como Darío y Vallejo”. Rubén Darío y César Vallejo: Nicaragua y el Perú. Dos de los principales “centros poéticos” de América Latina. Pienso en mi país (ya hablaré en algún momento del país centroamericano), en su poesía, pero no solo en Vallejo, también en el silencioso y tímido José María Eguren, en la maravillosa tradición poética peruana que se inicia precisamente con él, en la época del fulgor de José Santos Chocano, el Cantor de América, y de su poesía sonora, contundente.














   Eguren publicó en 1911 su libro Simbólicas, cinco años después salió su segundo libro titulado La canción de las figuras, el silencio y la incomprensión recibieron a esta poesía sugerente y misteriosa, cuya música distaba años luz de la de Chocano: una nueva sensibilidad se inauguraba y nadie (o casi nadie la percibió). En 1918 salió publicado Los Heraldos Negros de César Vallejo (un año antes, un equivocado Clemente Palma llamó “adefesio” y “tontería poética” a uno de los poemas que saldría en este libro) y cuatro años después se publicó, entre la incomprensión y la indiferencia (como con los libros de Eguren), una obra cuyo título hasta el día de hoy es motivo de muchas interpretaciones: Trilce, libro en el que Vallejo fuerza el lenguaje hasta límites jamás alcanzados. Las obras de Eguren y Vallejo constituyen, entonces, el inicio de la poesía moderna peruana (un inicio alto, por cierto, altísimo), pero no son los únicos, pienso en Martín Adán, César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, Alberto Hidalgo, Xavier Abril, Enrique Peña y en Carlos Oquendo de Amat.





































   La vida y muerte de Carlos Oquendo de Amat (Puno, 1905-España, 1936) está signada por la leyenda. Hay muchos vacíos en su vida que poco a poco se van llenando (los trabajos de Carlos Meneses, del poeta Omar Aramayo, de José Luis Ayala y de Rodolfo Milla han sido proverbiales). La obra breve de Oquendo, de manera lenta pero segura, va ocupando el sitial que se merece: apenas un libro publicado en 1927 (los diecinueve textos de 5 metros de poemas) y un puñado de versos desperdigados en varias publicaciones de la época (debemos agradecer a la página “Carlos Oquendo de Amat” que ha rescatado algunos de estos poemas y también, por cierto, al ya mencionado José Luis Ayala).






Revista "Kosmópolis" N° 2 , Lima, junio de
1926, p. s\n.







Revista Chirapu N° 3, Arequipa, marzo de 1928, p.6.







Revista "Bohemia azul" N° 1, Lima 16 de
setiembre de 1923, p. s\n.






Revista Sembrador N° 2, Lima, Junio de 1926, p. 14.


   Sin embargo, hay que insistir en un punto. Desde hace un tiempo anda circulando por los diversos medios, una fotografía de un falso Oquendo. El problema se hace mayor cuando constatamos que gente que se supone es seria en sus trabajos emplea dicha fotografía. Muchas veces no solo es la ignorancia, sino lo que es peor, la desidia la que lleva a usar la equivocada imagen. He aquí la foto que motiva este párrafo, la de un señor que no es Carlos Oquendo de Amat, imagen que aparece en varias páginas y libros, incluso en videos.



Falso retrato del poeta















   El año pasado publiqué las únicas fotos que se conocen, hasta el momento, de Carlos Oquendo de Amat (pienso, ahora, en esa foto de la que comenta el doctor Raúl Valenzuela y que transcribo líneas más abajo, ¿qué habrá sido de ella?, ¿se habrá perdido?, ¿habrán más fotos del poeta en archivos particulares?). Las vuelvo a publicar *, son pocas en realidad, alguna vez lo comenté, los poetas peruanos (en líneas generales) no han sido muy dados a las fotografías, son muy pocas las que tenemos o se conservan, si comparamos con los inmensos archivos fotográficos de poetas chilenos y mexicanos (pienso en Pablo Neruda y en Octavio Paz). 


















   La foto más antigua del poeta, es esta de 1908, cuando Carlos Oquendo contaba con tres años, lleva el cabello largo y ya se distingue su característica frente amplia.








   La siguiente foto es una imagen familiar, en ella se ve a Oquendo entre sus padres (el doctor Carlos Belisario Oquendo Álvarez y doña Zoraida Amat Machicao) con un traje de marinerito, la foto es de 1915, o sea, cuando el poeta tenía unos diez años.







   Parece ser que en la misma sesión anterior se tomó esta fotografía, Oquendo con el traje de marinerito está acompañado de su abuela Ignacia Álvarez Padilla.









   En una foto de 1924, se ve a un adolescente Carlos Oquendo de Amat de apenas diecinueve años, impecablemente vestido y acompañado de un primo suyo llamado Arturo Oquendo de la Flor.








   Hay un par de fotos del poeta con automóviles. En la primera imagen se le ve con su gran amigo Adalberto Varallanos (de pie), la fotografía es de 1927 y fue tomada en el Parque de la Exposición.








   En la siguiente fotografía se le ve a Oquendo apoyado en el carro, brazo estirado, con sombrero, acompañado de unas damas y de Ernesto More, la foto es de 1928.









    La siguiente foto lo presenta a Oquendo ante el frontis de la iglesia de Pomata (Puno), siempre elegante (terno oscuro) y con sombrero blanco en foto de 1928.










   Una foto curiosa del poeta es esta del año 1930, en Moho (Puno), el rostro de Oquendo está incompleto, apenas si se ven sus ojos y su frente amplia.









   La mejor foto que se conserva de Oquendo, rescate (como otras fotos) del gran poeta Omar Aramayo en la década del sesenta: es una foto grupal, el poeta de 5 metros... lleva abrigo, está con los brazos cruzados y no lleva sombrero. La foto es de 1930.











   Probablemente esta sea la última foto del poeta, es de 1931. Es una foto grupal y deja ver la elegancia de Oquendo, a pesar de sus problemas económicos, es el segundo de los sentados a partir de la izquierda.. 












   Quiero, a continuación, consignar algunos apuntes y declaraciones de personas que fueron cercanas al poeta, amigos de Carlos Oquendo de Amat y que en algún momento hicieron breves descripciones del poeta; es decir retratos (prosopografías y etopeyas, para mayor precisión) que nos den una idea de cuál era apariencia y la personalidad del poeta.














   El primero de ellos es un fragmento de “Carlos Oquendo de Amat en el recuerdo”, texto que escribió Alberto Tauro y que formó parte de la reedición del único libro del poeta puneño, edición facsimilar (aunque más pequeña) auspiciada por la Municipalidad de Lima allá por 1986: “Recuerdo a Carlos Oquendo de Amat como un personaje singular, inconfundible. De mediana estatura, delgado; sus hombros caídos afectaban una compleja actitud, que por igual trasuntaba cansancio o timidez; y siempre lucía pulcramente, aunque su atuendo mostraba las huellas del uso. Pálido, su rostro cetrino. Los ojillos brillantes pero con una expresión neutra, que tanto podía expresar su atónita percepción del mundo como una introversión fecunda. La cabeza extrañamente oblonga, coronada por cabellos cortos y peinados hacia adelante con cierto desgaire, solía llevarla descubierta; pues, si bien portaba un tiempo sombrero, parece que este no se adecuaba al tamaño y la forma del cráneo y, antes de abandonarlo definitivamente, solo le servía para echarse aire con displicencia. Su palabra, pausada, era a veces acompañada por una sonrisa, que implicaba una benévola disposición hacia el interlocutor o una leve ironía”.


Caricatura de Eduardo Calvo (revista Qlisgen)



Alberto Tauro









   Manuel Beingolea, narrador peruano, fue más que amigo de Oquendo, una suerte de padre putativo, en varias partes de la vida del poeta supo ser solidario y compartió parte de su sueldo con el indefenso poeta. Beingolea escribió un cuento titulado “Bueno…”, donde el protagonista es curiosamente Carlos Oquendo a quien por su extraña cabeza bautizó con un apelativo más que curioso: “De cuanto tipo estrafalario contribuye con su aspecto a la variedad del Universo nadie como CABEZA DE MANGO. Tiempo ha lo conocí tan larguirucho e impertinente como siempre. Desgobernado en sus ademanes y telegráfico en su elocución, sobre él no presionaban timideces ni apuros, ni esos distingos respetuosos que sirven a otros de trabas. Adherido al movimiento moderno en lo intelectual y en lo físico, como poeta, tenía que ser de vanguardia el libro en que editara sus versos. No era un libro sino más bien un acordeón. ¡Y qué versos!, yo creo que vino este amigo con la exclusiva misión de desprestigiar las charadas y los logogrifos. Este hombre –vaina u hombre tubo-, hizo cierta vez, -creo que para congraciarse una porción de asado-, unos versos a las cocineras sobrevivientes, valiéronle ya el abandono más completo y la negativa absoluta al menor apoyo. Si sus piernas eran dos postes, su cabeza parecía un mango –lo que le valiera el mote-, era amarillo y ovoide, y en cuanto a sus costumbres las tenía muy graciosas. (…) En la pensión, alarmaba a la patrona colocando su catre en medio del cuarto, desprovisto de todo otro mueble, y durmiendo sin cobijas mientras, afuera caía una lluvia formidable de agosto; decía abrigarse con su voluntad. Ocupaba el teléfono para hablar con seres imaginarios, pues la patrona lo tenía desconectado y su equipaje consistía en un cuello postizo envuelto en un trozo de periódico...”.





Manuel Beingolea








   El doctor Raúl Valenzuela fue compañero de Oquendo en el colegio y en la universidad, así escribió, algunos años atrás, al recordar al poeta: “Conocí a Carlos Oquendo de Amat en el colegio Guadalupe, estudiábamos en calidad de alumnos internos. Él era delgado, encorvado y de rostro triste. Lo recuerdo siempre vestido de negro, era reacio a usar el uniforme color caqui del colegio, tenía como le digo la extraña costumbre de vestir de negro, lo que le traía constantes amonestaciones por parte de los profesores. (…) En aquella visita (de estudios) a El Frontón nos tomaron fotos hasta tres vistas. Entre los alumnos fotografiados me acuerdo perfectamente que se encontraba Carlos Oquendo de Amat, estábamos con unos pantalones que nos llegaban hasta las rodillas. Yo tenía una foto, pero no me acuerdo dónde se encuentra. Tendría que buscarla. (…) La imaginación de Oquendo era sorprendente, paraba inventando cosas insólitas…”.














    Benjamín Caro Saavedra fue otro compañero de colegio de Carlos Oquendo, en un testimonio oral expresó lo siguiente: "Durante el primer año Oquendo se caracterizó por ser un alumno estudioso aunque no brillante, desde un principio notamos su deseo de evadir de las clases de Educación Física, durante los ejercicios que nos obligaban a realizar, podía notarse que Oquendo era realmente flaco, aunque de ninguna manera enclenque, su constitución física más que grasa era de fibra y nervios, con una cabeza francamente ovoide en la cual la cristina entraba con mucha dificultad. (...) El fuerte o mejor dicho los cursos en los que Oquendo se distinguía eran los relacionados con Historia y Gramática, pero muy particularmente en Ciencias Naturales y conocimiento de Fisiología, mientras nosotros jugar libremente durante las horas de recreo, 'El flaco' Oquendo se quedaba en la clase sentado y sin mayor movilidad, los inspectores se dedicaban a cuidar que nadie se quedara en la clase. Entonces Oquendo optó por subir al segundo piso y quedarse parado mirando a todo el colegio y francamente sin participar en nuestros juegos".


















    Un testimonio oral de Emilio Romero Padilla dice sobre el poeta: "Cuando llegué a Lima en 1919, volví a ver a Carlos como alumno interno, becario en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe. La familia Oquendo sobrevivía estrechamente enseñando francés, trabajando o practicando enfermería que una de las tías, Leonor, había practicado en París. Al salir del colegio era un adolescente delgado con ojos grandes y negros, siempre rodeados de ojeras profundas. Un domingo que acompañé a Carlos a su casa, entramos a la habitación donde estaba su mamá, no podía reconocerla por estar ataviada de un estricto luto y velo que prácticamente le tapaba el rostro, se notaba en ella una profunda tristeza y soledad, a Carlos una extraña dulzura y pena al ver tanta tristeza en el corazón de su madre".



Tom Mix




Rodolfo Valentino





Mary Pickford




George Walsh


    En el año 1976, Ricardo Arbulú Vargas expresó en un testimonio oral: "Carlitos Oquendo era amigo de Martín Adán, Enrique Peña, Xavier y Paco Abril, de todos ellos Carlitos resultaba el más tímido, el más calladito de todos, era muy atildado, siempre hambriento, no tenía socorro económico, siempre necesitaba dinero para comprar una taza de té. Esa es la verdad de Carlos Oquendo que yo conocí, muy fino, con un gran sombrero alón y ternito usado, muy cauto, limpio, cuidado, con ojos grandes, los cercos morados y con una expresión de una profunda tristeza. Muy cordial, incapaz de adoptar una actitud soberbia, ofensiva, era un hombre muy delicado, escribía a veces en las bancas del Parque Universitario que tenía bonitas bancas, sacaba un cuadernito y yo que era muy amigo de él lo saludaba y contestaba levantando el lápiz, siempre junto a Enrique Peña o de Adalberto Varallanos, con quien tuvo hermosas aventuras literarias".


















    A mediados del año 1928, Oquendo estuvo preso por sus ideas políticas en la isla del Frontón, lugar donde enfermó de tuberculosis. En ese lugar conoció a otro preso político llamado Mariano Larico Yujra quien describe al poeta de la siguiente manera: "Un día en que estaba tomando sol en el patio (del Frontón) llegó un preso, joven, muy flaco, un poco jorobado, muy delgado, luego se encontró con otros presos políticos, entre los dos comieron un pan con chicharrón. Al día siguiente, un amigo me dijo: 'Ese preso que está allá es puneño', entonces me acerqué a mirarlo de cerca y yo no lo conocía, al tercer día lo metieron a La lobera, era un calabozo, una cueva cerca al mar. El mar llegaba toda la noche y castigaban duro al preso, allí le pusieron a ese preso. Después salió otra vuelta al sol y allí nos reconocimos, se llamaba Carlos Oquendo, había sido militante, estaba preso porque le habían encontrado unos volantes a él y a otras personas haciendo política...".



















    Blanca del Prado (hermana del dirigente comunista Jorge del Prado), escritora hoy algo olvidada, recuerda a Carlos Oquendo con estas palabras: "Oquendo era un artista genuino nacido para escribir, su modestia y pobreza eran dos signos fácilmente perceptibles, ligeramente encorvado, vestido siempre elegante con sombrero, terno azul oscuro, un pantalón ancho, era en realidad un poeta totalmente ganado por el vanguardismo, no aceptaba una crítica fácil ni mucho menos se hablara mal delante de él de un intelectual. En cierta ocasión una persona se refirió con palabras desdeñosas a Eguren, Oquendo lo quiso llevar hasta la casa del poeta barranquino para que repitiera delante de él lo que había dicho. La persona a quien me refiero era un tanto corpulenta y de un físico bien dotado, Oquendo trató de empujarlo hacia la calle para llevarlo a empellones a la casa de Eguren. Oquendo no podía hacerle dar un paso, pero persistió en su empeño. Así era Oquendo, lúcido, respetuoso del talento y la inteligencia, pero intransigente contra el arribismo y falta de criterio estético y moral".


















    En 1930, Juan Luis Ayala Loayza, padre de José Luis Ayala quien es autor de una biografía de Oquendo, comentó sobre el poeta: "Era una persona de regular talla, huesudo, de hombros amplios, que por las espaldas formaba un triángulo humano que caminaba sobre los pies protegidos de un par de calzados que no conocían hacía un buen tiempo lo que era betún. Pantalones amplios, saco corto, ajustado hasta la cintura, color canela, pálido como su rostro, cubría su cuerpo ausente de cierta gordura. La cabeza casi metida en un cuello corto, entre sus hombros presentaba un rostro pálido, de pómulos salientes, nariz roma y labios prestos a brindar una sonrisa a quien aceptaba sus bromas y gustara su manera de intercambiar palabras. (...) Fiestero y bailarín, alegraba las reuniones sociales del pueblo, invitado permanentemente, debido a sus nobles modales y atractiva conversación, pero un tanto reservado, limitaba sus intervenciones políticas y solo se identificaba con gente de izquierda. Oquendo practicaba el espiritismo, en Huancané llevó a cabo varias reuniones con ese fin. Su voz era delgada, suave, afinada, pastosa, tenía un gran sentido del humor, amable, cariñoso, tranquilo, cordial y presto a intervenir solo cuando era necesario...".



















   Un amigo muy cercano de Oquendo fue José Varallanos, hermano de Adalberto Varallanos, quien fuera amigo-hermano del poeta puneño y que también muriera joven y de tuberculosis, la misma enfermedad que llevó a la tumba a Carlos Oquendo, José Varallanos escribe: “Oquendo corporalmente era de talla mediana, enjuto en carnes, de cráneo dolicocéfalo, cabellera lacia, alargada cara con amplia frente, de epidermis color cetrino y rostro pálido. (A través de la azulina bruma del tiempo, veo su fina silueta, su talante de hombre y poeta; a instantes alegre o triste; alegría ingenua, pasajera, y tristeza de un niño abandonado en medio de un mundo cruel. Escuchan aún mis oídos su atiplada y suave voz, pausada siempre). Sus apelativos delataban su ascendencia española y su actitud de reserva o cautela decía de la raza colla; ambas sangres conformaban su síntesis humana de mestizo indo-hispano o cholo como él lo era”.





Adalberto Varallanos



José Varallanos





   Hace poco se conmemoró los 110 años del nacimiento del poeta, sirva esta entrada para conocerlo un poco más y como estímulo (espero) para leer su maravillosa y breve obra, que es lo que más importa.














   Continuará…





                                                        Morada de Barranco, 09 de mayo de 2015.




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*En épocas en las que nadie (o casi nadie) se interesaba en la vida y en la obra de Carlos Oquendo de Amat, la labor indesmayable y extraordinaria de personas como el poeta puneño Omar Aramayo, Carlos Meneses, Rodolfo Milla, José Luis Ayala, José Varallanos y Alberto Tauro, permitió que las fotos que hoy conocemos de Oquendo fueran "rescatadas" del olvido.

Las descripciones del poeta Oquendo se obtuvieron de la revista Qlisgen N° 4 (abril de 1984), del libro de Omar Aramayo y Rodolfo Milla: Carlos Oquendo de Amat, cien años de poesía viva (1905 - 2005), de la biografía de José Luis Ayala: Carlos Oquendo de Amat, cien metros de biografía, crítica y poesía de un poeta vanguardista itinerante. De la subversión semántica a la utopía social (enero de 1998), 5 metros de poemas, edición facsimilar de la Municipalidad de Lima (1986).








DOS PELÍCULAS, UN LIBRO Y UNA LEYENDA

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                                                                             No puedo ni quiero olvidar tales días.
                                                                                                                  Stefan Zweig





   Entre las muchas responsabilidades que implican mi labor como profesor, siempre me doy un tiempo para visionar algunas películas, por lo general siempre con Rita. Entre las que he podido ver por estos días y que me han gustado mucho puedo mencionar a Vivir es fácil con los ojos cerrados, film español dirigido por David Trueba y que cuenta la historia de un profesor de inglés que hace un viaje a Almería para conversar con John Lennon, líder de The Beatles, que allá por 1966 estuvo por España para filmar la película Cómo gané la guerra.








   Si bien la película se toma algunas libertades, la historia nos sorprende y conmueve por esa persistencia del humilde profesor por entrevistarse con el compositor de Help!¿La razón? Completar las letras de las canciones de The Beatles que les servían para sus clases de inglés. Gran actuación, por cierto, de alguien a quien admiro mucho: Javier Cámara, a quien recuerdo por su papel del enfermero Benigno Martín en la película Hable con ella de Pedro Almodóvar.








   La otra película que me gustó (en realidad nos gustó) fue La dama de oro, del director Simon Curtis, que cuenta con la participación de la británica Helen Mirren en el papel de una austriaca de raíces judías llamada María Altmann, quien intenta recuperar un cuadro que perteneció a su familia y que les fue robado por los nazis, el cuadro (que luego de la guerra pasó a manos del estado austriaco) es una obra del genial Gustav Klimt y retrata a una tía de María, me refiero a la famosa pintura titulada Retrato de Adele Bloch-Bauer I, a la que los nazis llamaron estúpidamente La dama de oro, para esconder el origen judío de Adele.









   Por coincidencia, por estos días acabo de terminar de leer ese magnífico libro que es El mundo de ayer, las memorias de Stefan Zweig. Entre María Altmann y Zweig hubo mucho en común: ambos fueron austriacos, ambos eran de raíces judías y pertenecieron a la alta y cultivada burguesía vienesa, ambos fueron testigos de la caída de su mundo idílico y parcial de una Europa que vivió una aparente “edad dorada” y que les brindó, como decía Zweig, “la seguridad”. Ambos, en fin,  vivieron arrastrando un inmenso dolor por haberlo perdido todo debido a la guerra: su familia, sus amigos, sus propiedades, su añorada (por lo menos para el escritor, no tanto para María)  patria a manos de gente ruin como fueron los despreciables nazis. Una invitación, entonces, para ver ambas películas y, por qué no, para leer el libro de Stefan Zweig.










   Hablo  de coincidencias. Una más. Aunque el  tema ya es  otro. Hace  unos días  les conté  a   mis alumnos un antiguo relato oral sobre dos antiguos dioses del Perú prehispánico, hablo de la historia de Apu Huillallo Carhuincho y del Apu Pariaqaqa, la versión que manejé fue esta:



Nevado Huaytapallana



Nevado Pariaqaqa



LEYENDA DE HUALLALLU CARHUINCHO Y PARIAQAQA




   Dentro del contexto andino se considera al dios Huiracocha o "El gran señor Sol" como el creador del mundo, quien pobló a la tierra quechua de haris (hombres) y huanblas (mujeres) y distribuyó a los dioses menores por toda su extensión. Estos dioses tutelares fueron llamados “apus”.
   En la tierra de los Huancas, el gran Huiracocha envío a dos dioses, cada uno con características y rasgos diferentes. Estos dioses fueron el Apu Huallallo Carhuincho o Huallullo Carhuancho y el Apu Pariacaca o Pariaqaqa. Ambos dioses se enamoraron de distintas huanblas y tuvieron una familia muy extensa.
   Pero si todo iba bien, ustedes se preguntarán porque estos dioses fueron rivales, pues según cuentan esto habría sucedido por lo siguiente:
   Cuenta la historia que la primogénita de Huallallo Carhuincho, llamada Huaytapallana era muy hermosa, tanto que para ocultarla de los haris este, su padre,  la escondió al abrigo de las montañas y sembró para ella un jardín lleno de flores.
   A su vez el Apu Pariacaca tuvo un hijo varón a quien llamo Amaru este joven amante de los viajes y quien, por ser hijo de un Apu, podía tomar la forma de cualquier animal y de esta manera trasladarse por los valles de su padre, encontró a una bella huanbla con quien se casó y tuvo una hija.
   Un día en el que Amaru sobrevolaba unas montañas, observó a lo lejos un jardín de flores como nunca antes había visto y sin saberlo salió de los terrenos de su padre y tomando forma humana nuevamente se adentró en este paraje escondido.
   Al pie de la laguna Carhuacocha se encontraba una huanbla tan hermosa que Amaru, olvidando todo, quedó al instante perdidamente enamorado de ella y, esta doncella cuyo nombre era Huaytapallana, también se enamoró de él. Ambos tuvieron cinco hijos.
   El Apu Huallallo Carhuincho quiso saber quién era este joven hari que había tomado el corazón de su hija de esta manera y preguntando a los vientos se enteró que ese joven hari no era otro que Amaru, el hijo de su rival Pariacaca, y que además de ello él estaba casado y tenía una hija.
   Herido en lo más profundo por el adulterio cometido, el Apu Huallallo Carhuincho suplicó a los vientos que traigan, a los oídos de Amaru noticias de su esposa y de su hija.
   Al recordar Amaru a su esposa e hija y tomando conciencia de todo lo que había hecho salió a caminar, mientras avanzaba lentamente y meditaba por una quebrada el Apu Huallallo Carhuincho se acercó y de un golpe mortal que terminó con la vida de Amaru, este al momento de caer grito a su padre para que tome venganza de este ataque traicionero.
   El Apu Pariacaca en su dolor ahogó a Huaytapallana en la laguna Carhuacocha y a los cinco hijos en las lagunas aledañas.
   De esta manera ambos Apus iniciaron una terrible batalla arrasando a su paso todas las aldeas, pueblos y cultivos que existían en la zona, dando forma, durante este batallar a la accidentada geografía de la zona.
   Al enterarse de estos destrozos el gran Huiracocha, juzgó tales acciones como maldades muy grandes y decidió apresarlos por un largo tiempo. Tomó a Pariacaca y lo convirtió en nieve sobre las colinas más altas de sus montañas que hoy llevan su nombre, y a Huallallo lo convirtió en nieves perpetuas asentándolo sobre las colinas y picos de la que fue la morada de Huaytapallana.
   Se dice que solo cuando esas nieves se derritan ambos Apus podrán liberarse de esa prisión, y parece que ese tiempo está por llegar. (Versión del Instituto Cultural Pachayachachiq)








   "Parece que ese tiempo está por llegar". Preocupante porque estas palabras se adelantaron a lo que está sucediendo a raíz del calentamiento global. Muchos de estos nevados están en vías de desaparición. Un ejemplo claro de ello es el Pastoruri, nevado de Áncash, cuyas nieves han retrocedido de manera alarmante porque donde hubo nieve hoy hay piedra y barro. En poco tiempo, muchos otros nevados solo serán recuerdo, entre ellos el Huaytapallana y el Pariaqaqa, esos milenarios apus del agua, de cuyos hielos se alimentan las lagunas aledañas que dan origen a muchos ríos cuyas aguas riegan los campos, sacian la sed de animales y hombres. ¿De dónde saldrá el agua cuando ya no estén estos nevados? Un inminente desastre está a punto de ocurrir y pareciera que en el Perú no le están dando mucha importancia al peligro que se cierne sobre nosotros.


Huaytapallana, antes y después.



Pariaqaqa y sus nieves en retroceso.


   Dejando momentáneamente las preocupaciones, diré que algo conozco esas tierras, algunas veces estuve por esos lares. El paisaje es realmente majestuoso, son los predios de antiguos dioses prehispánicos: Cuniraya Huiracocha, Cavillaca, Yanamca Tutañamca, Huallallo Carhuincho, el Apu Pariacaca. Es tierra antigua donde estas deidades milenarias se enfrentaron en luchas cruentas, donde amaron y se multiplicaron y de alguna manera definieron el paisaje, la psicología del hombre de estas tierras: de ahí que la presencia de estos dioses se sospeche entre la cadena montañosa cuyo misterio se recorta en el espacio.









   Cosa curiosa, hasta el día de hoy se le siguen haciendo ofrendas a ambas divinidades, “pagos” le llaman, incluso el camino inca (que todavía se conserva en buen estado) se emplea para llegar al Apu Pariaqaqa no necesariamente con fines turísticos.








   Alguna vez transité por ese camino, confieso que quedé impresionado por esa red vial, que cuelga de los cerros como balcones, de la misma manera como muchos años antes quedara el “Príncipe de los cronistas” que escribió en sus crónicas: "Una de las cosas de que yo más me admiré contemplando y notando las cosas deste reyno fue pensar cómo y de qué manera se pudieron hazer caminos tan grandes y sobervios como por él vemos y qué fuerças de hombres bastaron a lo poder hazer y con qué herramientas y estrumento pudieron allanar los montes y quebrantar las peñas para hazerlos tan anchos y buenos como están".  (Pedro Cieza de León, 1570).









   Coincidencia decía hace un rato, palabrita oportuna y necesaria para esta ocasión, ocurre que un día después de contar esta historia a mis alumnos, la leyenda de los dos apus, me enteré por televisión de una noticia, un turista argentino había fotografiado a una sirena en una de las seis lagunas aledañas al nevado Huaytapallana, no sé si sean ciertas las fotos, hoy se ve de todo y no siempre es verdad, pero queda la duda. Nuestro territorio es espacio no solo de viejas culturas sino de misterios y de hechos sobrenaturales que muchas veces no tienen explicación. He aquí las fotos.








   Ya para concluir, viene a mi memoria una noticia del año pasado, cuando un grupo de turistas colombianos se extravió en… ¿Coincidencia? el nevado Huaytapallana. Fueron ubicados felizmente los turistas y cuando estaban siendo grabados, se puede ver el video en youtube, una imagen diminuta y roja se asoma entre unas rocas y luego se esconde, dicen los que algo saben de estos asuntos, que es ese duendecillo subterráneo llamado Muqui y que suele presentarse a los mineros y algunas veces los premia y otras los castiga, en fin, no es este el momento para explayarme sobre estos asuntos, tampoco cometeré la ligereza de negarlos, tomo una saludable distancia y lo asumo con respeto. Hasta la próxima.










   Continuará…








                                           Morada de Barranco, 22 de agosto de 2015.






UN LIBRO Y UN DISCO: LAS CONSTELACIONES Y RUBBER SOUL

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             Alguna vez existió un hombre marcado por el estigma crudelísimo de la música.
                                                                                                              Luis Hernández






   Cinco de la mañana. Hay tranquilidad y silencio en casa, también en la calle. Duermen Rita y Kathia, desde donde estoy “cuido” su sueño. Sentado en el sofá, oigo  ese disco (álbum, le llaman ahora) del cada vez más lejano año 1965, me refiero al Rubber Soul, de The Beatles, ese impecable y sólido disco que diera origen a algunas reacciones (perdonen si parece que escribiera en clave) que cambiarían el mundo musical, más de lo que ya había cambiado cuando aparecieron como una tromba los Fab Four tres años antes, en definitiva ese disco es un must have, más que recomendable para todo aquel que quiere pasar algunos minutos (casi treintaiséis) acompañado de buena música .









   Una hora después, con el silencio cómplice de estas horas (y más si es domingo), voy hacia la mesa con varios libros elegidos para la ocasión, tras de mí se ubica mi biblioteca (que pareciera protegerme) y sus casi infinitos libros, ese laberinto de labios que asoma y que con unos simples movimientos de mis manos y ojos están a mi disposición. De esos libros que llevo entre las manos, ya sentado, elijo uno: Las islas aladas (edición del sello Pesopluma, Lima, 2015), una publicación que recoge los tres únicos poemarios publicados por el legendario Luis Hernández, poeta peruano perteneciente a la llamada Generación del 60 (entre cuyos integrantes se encuentran Javier Heraud, Rodolfo Hinostroza, Juan Ojeda, Marco Martos, Antonio Cisneros, César Calvo, Guillermo Chirinos Cúneo, Mirko Lauer).










   De los tres poemarios que integran Las islas aladas, el que me interesa releer en esta mañana fría y silenciosa es el titulado Las Constelaciones, curiosamente publicado el año 1965. Un libro incomprendido en esos años, criticado por lo que entonces parecía de mal gusto y que con el paso de los años quedaría como una de sus virtudes: el uso de palabras procaces (lisuras las llamamos aquí por estas tierras antiguas) o provenientes de la jerga, inusual en la poesía peruana. La miopía crítica de entonces casi aplastó al libro y al mismo poeta quien no volvió a publicar libro alguno. Pero Hernández no abandonó la escritura, como bien sabemos, abandonó el mundo editorial y pergeñó “con su bella letra”,  en cuadernos escolares y con plumones, los ¿libros? que conformarían su posterior obra reunida bajo el título de Vox Horrísona. Pero eso es ya harina de otro costal.










   Las Constelaciones obtuvo el año 1965 el segundo premio de un concurso prestigioso que se realizaba cada cinco años en la ciudad de Trujillo: “Premio el Poeta Joven del Perú”, premio hoy desaparecido (hay que recordar que la primera versión de este concurso del año 1960 compartieron el premio Javier Heraud y César Calvo, ambos amigos de Hernández). La decisión del jurado causó escándalo entonces y hasta el día de hoy uno se sigue preguntando cómo es que pudo pasar esto, pues el libro de Hernández era, junto con el libro de Juan Ojeda (Elogio de los navegantes) que también participó del concurso, de lejos el mejor libro. Cosas de los concursos, nada nuevo en realidad.








   Este libro del año 1965 (publicada bajo el sello Cuadernos Trimestrales de Poesía) fue punto crucial para el desarrollo de nuevos discursos (poesía coloquial, conversacional, lúdica, desfachatada) en la poesía del Perú que todavía arrastraba influencias superrealistas, francesas. Con Las Constelaciones se abren las puertas y se ponen de manifiesto la influencia (que no copia) de la poesía de habla inglesa (Thomas Stearn Eliot, Ezra Pound, Dylan Thomas, por ejemplo), ese libro y su ya legendario “che’ su madre” fue el pie de inicio, el arranque de lo que desarrollarían poetas posteriores como los de la Generación del 70 (Juan Ramírez Ruiz, Jorge Pimentel, Enrique Verástegui, por mencionar a algunos). Pero también fue el inicio de su marginalidad, de la confección de sus coloridos cuadernos que iría obsequiando a los amigos (y también a los desconocidos) como una manera especial y extraña de transmitir "el halago de la poesía". 













   Una muestra de esa poesía adelantada y renovadora del lenguaje, que a pesar del tiempo transcurrido, no ha perdido sorpresa y frescura, consigno a continuación.



GÉMINIS



Es extraña nuestra canción. Es demasiado triste y antiguo lo que cantamos. Nuestra canción no nos pertenece. Y si se nos oye en las noches en las ferias, es porque no somos ajenos al cansancio y la gloria, porque la paz que encontramos alcanzará a cubrir por un día el deseo.
Hemos llamado en nuestra ayuda a la fatiga. Hemos subido los muros. Hemos dejado en casa al hermano, al mismo hermano que guarda —quizás sea que volvamos— el gastado cuaderno de sus labios.
Hemos ascendido los mares, uno a uno llegado. Y es que Nave, lo más Sur y vencido, nos aguarda. Y tal vez este juego que inventamos, este juego en que ardemos confundidos, ha venido de sus manos a las nuestras.
Y en nuestro corazón, que jamás fue duro, es poniente ahora. Porque pese a que fuimos simples e inalcanzables, hemos sobrevivido al hermano. Lo hemos dejado, ciego y amargo, en sus viajes no emprendidos: sólo trazos de los dedos silenciosos sobre el mapa.




EL BOSQUE DE LOS HUESOS



Mi país no es Grecia,
Y yo (23) no sé si deba admirar
Un pasado glorioso
Que tampoco es pasado.
Mi país es pequeño y no se extiende
Más allá del andar de un cartero en cuatro días,
Y a buen tren.

Quizá sea que ahora yo aborrezca
Lo que oteo en las tardes: mi país
Que es la plaza de toros, los museos,
Jardineros sumisos y las viejas:
Sibilinas amantes de los pobres,
Muy proclives a hablar de cardenales
(Solteros eternos que hay en Roma),
Y jaurías doradas de marocas.
Mi país es letreros de cine: gladiadores,
Las farmacias de turno y tonsurados,
Un vestirse los Sábados de fiesta
Y familias decentes, con un hijo naval.

Abatido entre Lima y La Herradura
(El rincón de Hawai a diez kilómetros
De la eterna ciudad de los burdeles),
Un crepúsculo de rouge cobra banderas,
Baptisterios barrocos y carcochas.
Como al paso senil del bienamado, ahora llueve
Una fronda de estiércol y confeti:
Solitarios son los actos del poeta
Como aquellos del amor y de la muerte.





EZRA POUND: CENIZAS Y CILICIO



1

Tower of Pisa
Alabaster and not ivory. Y eterno,
Para ferias de fascistas
Quien la canta.

Y ebrio ya de belleza y en demencia
(Puede ser que sus ojos sean nuestros)
Rojo mar y el adriático crepúsculo
Y dos guerras herrumbradas en su frente:

Frente a la lívida amenaza de la historia:
Ezra Pound,
Ezra
Y su ejército perenne en pie
De muerte.
Torre de Pisa
Et cinis et cilicium.


2

Ezra:
Sé que si llegaras a mi barrio
Los muchachos dirían en la esquina:
Qué tal viejo, che' su madre,
Y yo habría de volver a ser el muerto
Que a tu sombra escribiera salmodiando
Unas frases ideales a mi oboe.
El milagro se oculta entre lo oscuro
Donde olvido y memoria son tan sólo
Los reflejos de lo áspero y amado,
La ilusión que ha surgido de enebro

Duramente recuerdo tus poemas,
Viejo fioca,
Mi amigo inconfesable.






DIFÍCIL BAJO LA NOCHE



1

Alguna vez existió un hombre marcado por el estigma crudelísimo de la música. Durante sus primeros años vivió solitario en su espíritu, demasiado difícil bajo la noche.
Una tarde, sin embargo, escuchó que sus manos jamás se habían posado sobre algún mortal. Abandonó entonces su habitación y su flauta, y dijo: Noche ondulante, húmedo viajero. Hace ya tiempo que desde el silencio de mi corazón te acechaba. Sin deseo he vagado de ventana en ventana. Debo ahora ascender en tus brazos incontables, noche gemela de las muchas noches.


2

Una melodía inimitable lo colmó, y no fue más la luna presagio de desdichas. Los altos muros de granados, los densos muros lo acogieron en sus sombras. Dijo su alma a los astros, los jamás solitarios e infinitos: muchas veces soñé con la marea, con el lento reflujo de las rosas en el dulce planeta inconcebible. Sé que de mi corazón y su luz brotarán los días nuevos, sé que la lluvia habrá de negarme para siempre el infortunio. 





FEDERICO CHOPIN



Que has muerto es verdad, así como es posible
Que nazca quien con encanto
Pueda oírte trinar:
Sea quizá que al morir no recordaras
Que tu blanca y abatida,
Tu Polonia,
Harta estaba del pincel
Del romántico y las ninfas
Sabiamente aferradas a esta tierra.

Hoy el lento esparcimiento del estuco te recuerda.
Las personas que un Sábado prefieren
La tristeza que juzgan elevada
Te retratan y admiran tus cabellos,
Sobre el piano los yesos de la fama,
Mascarillas de muerte, tu suspiro
Ultimo, y tu mano cercenada
Por el tajo fugaz del contrapunto.






CANTO PRIMERO



Digamos que eres un muchacho,
Acaso el que tallara
La sortija del durazno,
Pensemos que ella fue creciendo en tu dedo
Hasta hacerse lejana como un astro.

Digamos que eres un muchacho
Que juega en una nave de piedra
Al abordaje.
Pensemos que atrapaste tu vejez
Con unos garfios,
Inútilmente.

Inútilmente dibujaste sobre tu cuerpo
Al vagabundo cruel
De las islas aladas:
Sin deseo, sin prisa, sin belleza,
Eres solo en la noche del espacio.









   Gran año ese 1965, año del Rubber Soul y de Las Constelaciones, añomaravilloso de esa década fascinante donde a cada paso uno se topaba con expresiones mayores del espíritu, sea en música popular o en la poesía (y por qué no en el cine), por mencionar solo algunos aspectos. Jamás olvidaré la anécdota aquella que se cuenta a raíz de la salida de este disco de The Beatles. Cuando el líder de The Beach Boys, Brian Wilson, oyó el disco, reconoció que era el disco más maduro de los cuatro de Liverpool, un disco donde cada canción aportaba con su fuego creativo a hacer aparecer al Rubber Soul no como un disco que solo “recogía” canciones dispersas sino un puñado de canciones maduras y misteriosas que formaban “un conjunto sólido”, preámbulo de lo que serían esos llamados discos conceptuales.








   Luego de oír Rubber Soul, Wilson asumió el reto de crear algo mejor: "Realmente no estaba preparado para algo así. Parecía como si todo el contenido del álbum formara un conjunto. Rubber Soul era una colección de canciones [...] que de alguna manera se fueron conjuntando como en ningún álbum antes hecho, y quedé muy impresionado. Le dije a la banda: Eso es todo, realmente me siento desafiado a hacer un álbum mejor." Y lo intentó, mejor dicho, contra viento y marea (pues ni sus propios compañeros de banda entendían el disco y ni lo querían grabar) compuso y dirigió la grabación de ese fabuloso disco llamado Pet Sounds (para algunos el mejor disco de pop de todos los tiempos), que salió cinco meses después del disco de The Beatles (ya en el año 1966).









   La cosa no acabó ahí, luego The Beatles sacó al aire otro discazo: Revolver, ese mismo año de 1966. Wilson para entonces preparaba otro álbum que tendría que ser mejor que Pet Sounds, se llamaría Smile (una de las canciones sería ese fabuloso e inolvidable tema Good Vibrations), pero The Beatlesestaba en su mejor época y lo que vino después haría colapsar a Brian Wilson, me refiero que la salida del disco (45 rpm) Strawberry Fields Forever, adelanto del mítico álbum Sgt, Pepper’s Lonely Hearts Club Band, del año 1967, lo afectó de tal manera que abandonó el proyecto de Smileque recién saldría en 2011 (como The Smile Sessions). ¿El origen de todo este periplo musical?: Rubber Soul, gran disco, enorme deuda contigo mismo si no la has oído todavía.









   No me había percatado, pero ahora que escribo sobre este álbum y este libro, caigo en la cuenta de dos cosas: que en unos tres meses se conmemorará los cincuenta años de ambos. Buen motivo para celebrar a lo grande los dos acontecimientos. Curioso. Pero más curioso todavía fue confirmar que el disco de The Beatles salió al aire el tres de diciembre y que en ese mismo mes salió publicado el libro de Luis Hernández. Ambos partieron el mismo mes para seguir sus distintos derroteros. Curiosa la coincidencia. Curioso que eligiera en este domingo leer, oír y escribir sobre ambos. Hasta la próxima.











   Continuará…







                                     Morada de Barranco, 30 de agosto de 2015.





UN POETA DE SANTA INÉS

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                                                                           Puertas que van a dar al mar o al amar…

                                                                                                              Arturo Corcuera





   Luego de muchos años llegué a la casa del poeta Arturo Corcuera. Santa Inés, tierra hermosa, arbolada, calurosa, ubicada en las estribaciones de los Andes, en Chaclacayo, para ser más precisos, allí se encuentra la acogedora casa de este generoso poeta.




 

   Hace una semana caminé por esa calle, calle por donde tantas veces transita el poeta sumido en sus pensamientos, quizá pergeñando versos y otorgándole magia y encanto a una fauna particular que solo él conoce. Entre árboles y un sol esplendoroso, avanzaba algo ansioso y me parecía increíble el tiempo transcurrido desde la última vez que estuve por estos lares: veintidós años, como se suele decir: "Toda una vida".






   Fue en enero de 1993 que llegué por vez primera a Santa Inés, recuerdo que llegué con un par de amigos y que en esa lejana mañana de enero, recogí del suelo una ramita con diminuta flores lilas y que la coloqué dentro del mágico libro del poeta Corcuera: Noé delirante, que lo llevaba para que me lo autografiara, desde entonces está la dedicatoria y ese recuerdo (ahora seco) en el libro magníficamente ilustrado por la pintora Tilsa Tsuchiya..






   Esa larga visita de entonces, pues duró muchas horas, fue una delicia. Escuchar a este poeta hablar de sus preferencias en la poesía (recuerdo mucho sus comentarios sobre Juan Ramón Jiménez) y en el fútbol (semanas después de esta visita, me regalaría una edición fallida de su libro dedicado al club de sus amores: Alianza Lima), de personajes a quienes conoció y con quienes se codeó, algunos ya desaparecidos (pienso en Alberto Hidalgo, César Calvo, Vicente Aleixandre, Pablo Neruda, Xavier Abril, Nicolás Guillén, Javier Heraud, entre otros), muchas anécdotas sabrosas que desfilaron bajo la pérgola donde estuvimos sentados plácidamente.






   Por cierto, mi visita de hace una semana, fue a la aventura, ubicar la casa del poeta no me hubiera sido fácil, pues su imagen ya casi se me había borrado (veintidós años no pasan en vano). Pero curiosamente fue más sencillo encontrarla en ese vergel, sus paredes blancas, su puerta y ventanas azules (poéticamente azules) y un azulejo (nuevamente el azul) al lado derecho de la puerta, azulejo donde se encuentra una frase que hace imposible confundir la casa del entrañable Arturo Corcuera: “Aquí vive un poeta”. Fantástico.






   Apenas toqué la puerta, una señora muy gentil me atendió e inmediatamente le pasó la voz al poeta. Al rato apareció el querido Arturo, frente a mí con su mirada escrutadora y su ya legendaria melena (ahora canosa). Luego de más de veinte años, es normal que olvidemos muchas cosas, incluso a las personas. Noté que trataba de ubicarme en los espacios de sus recuerdos, pero no lo lograba. Le hice recordar quién era, inmediatamente me abrió la puerta de su hermosa morada, ese museo donde el poeta vive alejado del mundanal ruido. Tomamos asiento rodeado de libros (llamó mi atención un libro grande y abierto sobre un atril con una dedicatoria del poeta brasileño Ledo Ivo), esculturas, cuadros e iniciamos una breve conversación.






   Lo primero que le dije fue que el motivo de mi visita era porque quería obsequiarle un ejemplar de mi reciente libro: Donde mi calle acaba. Tuve la oportunidad de expresarle que siempre le estaría agradecido porque cuando era (tomo prestada la frase de García Márquez) "un joven feliz e indocumentado",él no solo me abrió las puertas de su casa y de su trabajo (el Centro Cultural Peruano Ruso) donde conversamos algunas veces, sino que me abrió las puertas de una revista que entonces él dirigía: Transparencia, y fue allí, en esa hermosa revista donde por primera vez yo publicaría algunos de mis poemas (¿es que eso se puede olvidar?).






   Mi visita fue corta, cortísima, apenas quince o veinte minutos. Alabó la edición de mi libro y también el texto (¿poética?) que escribí y está en la contraportada. Me contó que se estaba recuperando pues, debido al exceso de trabajo, se había desmayado, hablamos rápidamente sobre amigos comunes, sobre su empeño en querer sacar una revista cuyo nombre sería El tordo de Santa Inés, y cuando le pregunté el porqué del nombre, me contó, como lo hiciera en el ya lejano domingo de 1993  con tantas otras historias, que hubo un tiempo que un atrevido tordo se hizo su amigo, que todas las mañanas buscaba al poeta, que con su pico golpeaba el vidrio de la ventana de su dormitorio para despertarlo, que lo acompañaba al baño cuando él se afeitaba, que se metía a su despacho y se paraba sobre su computadora… En fin, se había tejido una amistad entre el poeta y el pequeño pájaro, ninguna diferencia, como se podrá ver: ambos cantan. Hasta que... un gato mató al tordo y en homenaje a ese amigo perdido, el poeta quiere sacar esa revista.







   La historia del tordo amigo no queda ahí, algo que me dijo y que me sorprendió fue que Arturo había podido recuperar parte del plumaje del animalito muerto y le había hecho un nicho en una pared de su jardín interior. Entonces me llevó a ver la “tumba” del tordo. Entrando a su jardín interior (un trozo de paraíso, debo decir), en la pared izquierda, ahí está el nicho conmovedor sin lápida pero con un vidrio que deja ver sus negras plumas, es el homenaje de un poeta sensible al viejo amigo, esa avecilla cuyo canto tanto me entusiasma. 






   No he de negar que ver nuevamente ese jardín, después de tanto tiempo, despertó en mí cierta nostalgia: allí estaba la vieja pérgola con columnas de ladrillo donde conversé con el poeta hacía más de veinte años, los añosos árboles, los murales que aluden a Noé..., mis ojos parecían devorar todo y atraer los recuerdos de entonces.








   Pero no me podía quedar mucho tiempo. Me esperaba mi familia para desayunar en la casa de Los Álamos (una calle antigua de Chaclacayo) donde estábamos hospedados por ese fin de semana, me despedí del poeta con un abrazo fraternal y con la firme esperanza de verlo nuevamente. 


  



   Ya para terminar esta entrada, quiero tomarme la libertad de transcribir un poema suyo (“Es mi mejor poema”, me dijo Arturo en la primera visita que le hice), me refiero a ese hermoso y conmovedor poema dedicado a un personaje del cine que él tanto admira: Tarzán. 





  


   
TARZÁN Y EL PARAÍSO PERDIDO



¡Aaauaúaaa... ¡Aaauaúaaa...!

Tarzán (Johnny Weismuller) es internado en un manicomio por creerse Tarzán.
Su grito, que asusta a médicos y enfermeras, no es el clarín con el que hacía su
victoriosa aparición en la pantalla. El grito a Tarzán no le pertenece. Fue un collage
de sonidos confeccionando y patentado por la Warner Brothers: decantaron en el
laboratorio los gruñidos de un cerdo y las notas de un tenor.

Tarzán en el sanatorio para artistas (retirados) de Hollywood,
abatido y vencido por la camisa de fuerza
(él que encarnó la fuerza sin necesidad de camisa).
Hoy casi a oscuras y ayer mimado por los reflectores.
Tarzán víctima de una dolencia cardíaca
se toca el corazón y piensa en Jane.
Desamparado llama en su desesperación a Chita
(entre sombras ve y besa a Chita como si fuera su madre.
Chita se limpia la boca, hace morisquetas

Y dando volatines desaparece)
Llama a Chita
para que lleve un recado pidiéndole ayuda a Jane.
Pero Chita no podrá acudir. Chita no existió en la vida real.
(Era 8 monas chimpancé. 8 monas que parieron su estampa cinematográfica).
Y Jane,
la bella silvestre de los níveos brazos,
ya no lucirá más su silueta junto a Tarzán,
porque Jane ya no filma. Hace mucho tiempo
que se le venció el contrato con la Warner: las piernas
de Jane ya no están todo lo tersas que uno quisiera
para hacerlas figurar en el reparto.

(Ah, Jane, paraíso perdido, divino tesoro,
ya te vas (para no volver)
cuando quiero llorar
pienso en ti, mi dulce Jane.
Cuánto hubiera dado por tenerte en mis brazos,
por confesarte mi amor: Yo querer mucho a Jane.
Silencio insensato que guardé por culpa de mi testaruda timidez.
Por culpa de los barritos de mi precoz adolescencia.
Ah, Jane, yo no adoro tus senos besados por las lianas.
Tus senos asediados al centímetro por flechas y lanzas.
Ya no adoro tu rostro
que el tiempo implacable ha ido modelando a tu capricho.
Tu rostro que acaricié con ternura (a escondidas del público) en todas las carteleras.
Que no me digan nunca que te quitaste el maquillaje.
Que no me enseñen nunca tus cabellos de desfalleciente plata.
Para mí tú serás siempre la linda muchacha que yo amé matalascallando,
que yo ayudé a inventar con mis ensueños en los destartalados cines de mi barrio,
                       mi inolvidable Jane)

En su cuarto Tarzán da vueltas como un condenado
y en su rayado papel de loco repara en el espejo del lavabo y quisiera lanzarse.
Tarzán varias veces campeón olímpico de natación.
Amor, juventud y dinero, la veleidosa gloria:
todo ese trampolín se le fue al agua.
Todo se lo devoraron con voracidad las fieras.

Entre paredes pálidas que su insomnio decora de enredaderas
por sentirse libre (al final de la película) se aferra a sus sueños:
se sueña sobre el lomo de sus elefantes y sonríe.
Se sueña venciendo a sus repujados cocodrilos de cartón.
Ve acercarse a sus leones de felpa (pura melena) y Tarzán siente miedo
y tiembla y grita como un desventurado niño de pecho:
¡Aaauaúaaa...! ¡Aaauaúaaa...!

Pobre Tarzán indefenso y desnudo,
decolgado del ecran por inservible,
loco, completamente solo entre los locos,
aullando perdido en su paraíso perdido,
sin Jane, sin chita, sin fuerzas, sin grito,
solo con su soledad y su taparrabos.








   
Que la lectura de este bello poema se convierta en una oportuna y agradable invitación para frecuentar la hermosa poesía de este 
poeta peruano, de este mago de la palabra siempre generoso y siempre entrañable.









   Continuará…







                                       Morada de Barranco, 25 de setiembre de 2015.





ROSA CERNA GUARDIA, UNA AMIGA QUE EXTRAÑO

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                                                                  Cada vez que miro el mar.
                                                                       Rosa Cerna Guardia






   Corría el año 1993, acababa de salir el primer número (de cuatro) de la revista Tocapus. Los tiempos no eran buenos. Willy Gómez Migliaro, Pablo Landeo y yo éramos los coeditores, de los tres, el único que tenía trabajo seguro era Pablo que era fotógrafo. Sin embargo tuvimos el atrevimiento de sacar una revista sin financiación de terceros, sin auspicios, una revista limpia de avisos publicitarios. ¿Cómo lo hicimos? Es algo que todavía me pregunto.


Orlando Granda, Willy Gómez Migliaro y Pablo Landeo


   Tocapus se imprimía en el taller de Willy Wong, en jirón Puno. Aún recuerdo que retirábamos la revista de la imprenta a dos tiempos; es decir, cancelábamos una parte del tiraje que rápidamente tratábamos de colocar entre los amigos, conocidos y demás y con ese dinero cancelar la otra mitad del tiraje, así funcionó con los tres primeros números. Para el cuarto ya fue otra historia. Solo pudimos cancelar la primera mitad, la segunda se perdió irremediablemente pues no pudimos cancelar la segunda parte.






   Jamás olvidaré la vez aquella cuando fui a la casa de Víctor Delfín, para venderle un ejemplar de la revista, me atendió él, cuando escuchó mi explicación de porqué estaba allí, lo primero que me dijo fue algo así como: “Yo no cargo dinero”, palpándose los bolsillos, continuó: “Mi secretario es el que ve los asuntos de dinero”. Lo llamó, le pidió el dinero para cancelar el ejemplar de Tocapus y dijo: “País de mierda donde su jóvenes tienen que realizar malabares para que sus proyectos no mueran”. Víctor Delfín no fue al único que “visité” para venderle un ejemplar de la revista, una de las que me recibió en su casa y después entablamos una linda amistad fue la escritora Rosa Cerna Guardia, Rosita, como la llamaba yo.






   En esta tarde en que la noche va llegando se me ha dado por recordarla, pero sé también que este no es el momento para escribir todo lo que quiero y sé sobre ella, sé que lo haré posteriormente, mientras tanto van estas líneas en su hermoso recuerdo.






   Rosita era una mujer que se dedicó a la enseñanza, profesora, durante muchos años. Había nacido en Huaraz, en 1926. En la primera mitad de la década del cincuenta llegó a Barranco y se quedó a vivir en la Ciudad de los molinos. Su acogedora casa estaba muy cerca al mar, fue allí donde precisamente la conocí y donde se inició nuestra amistad.






   Recuerdo que cuatro años después, allá por 1997, la invité para que fuera jurado de los Juegos Florales que organizamos en el desaparecido colegio Mary’s Children, ella accedió gentilmente y asistió a la premiación, recuerdo que antes de marcharse a su casa, que estaba a unas dos o tres cuadras del colegio, me entregó una gran cantidad de fotocopias de un cuento suyo: “La niña de las trenzas azules”. “Es para que lo repartas entre los alumnos”, me dijo, “los chicos tienen que leer”, concluyó. Gesto que pinta de cuerpo entero a Rosita.






   Ella era una mujer profundamente religiosa, yo, debo reconocer, no tanto, quizá por eso congeniamos y cada que nos veíamos era una pequeña aventura que a veces incluía algunos comentarios que lindaban con los rajes (sin que nosotros fuéramos rajones) y en medio de risas a veces mencionábamos los nombres curiosísimos de ciertos escritores y poetas nacionales y eso hacía que nuestras risas fueran interminables: “Cómo puede llamarse así”, decía sonrisa de por medio, mientras yo me desternillaba de la risa, pues al decir el nombre curioso ella solía poner un rostro pícaro y muy gracioso.






   Tarde que la visitaba era tarde de lonche. A veces salíamos a comprar el pan, ponía su mano debajo de uno de mis brazos y salíamos a enfrentar las calles barranquinas entre conversaciones donde ella sacaba a relucir sus enormes conocimientos sobre Barranco, curiosidades que saciaban mis afanes por empaparme más sobre el lugar en el que vivo. Un día me la encontré por la avenida Grau, ella regresaba de hacer fotocopiar no sé qué libros. Me invitó a tomar lonche no en su casa sino en una panadería ubicada en la esquina de Grau y la calle Unión, casi al inicio de la Bajada de los Baños. Empecinada como era, ella no aceptó que yo pagara la cuenta, lo hizo ella. Luego nos fuimos hasta su casa para conversar un poco más, allí me leyó algunos de sus poemas de los que ella estaba más orgullosa. Yo solo la escuchaba complacido porque asistía a un recital exclusivo.






   No era que nos viéramos muy seguido, tampoco. A pesar de que vivíamos relativamente cerca, la visitaba de manera espaciada, eso quizá hacía que cuando nos veíamos tratáramos de recuperar el tiempo hablando de todo. Recuerdo que cuando la llamaba por teléfono, le decía: “Hola, Rosita, soy yo, Orlando”, con su voz pícara me contestaba: “Y, ¿quién es Orlando? Yo no conozco a nadie llamado Orlando”, sabía que era su juego, pero yo le respondía como si realmente fuera cierto y trataba de hacerle recordar: “Rosita, yo, Orlando Granda, un viejo amigo”. Luego de un silencio, su voz llegaba a mí diciendo: “¡Ah, Orlando”, ya lo recuerdo…” y hablábamos largo y al final concertábamos la fecha de mi visita, pues nunca le llegué de sorpresa (la única vez que lo hice fue la primera vez que fui a su casa y me compró un ejemplar del primer número de Tocapus).






   Es curioso, de toda su obra (y es una obra más o menos extensa), solo tengo tres de sus libros: “Los días de Carbón” (su bella novela premiada), sobre la que me decía: “Dicen que se parece a “Platero y yo”, pero cuando la escribí yo no había leído el libro de Juan Ramón Jiménez”, “El Hombre de paja” que fue obsequio suyo y “Una flor de cuentos para llevar en el corazón” que lo tengo gracias a un cambio que hice con Rosita.













   Ocurre que en un librero de viejo conseguí un libro suyo que había obtenido un premio Horacio Zeballos hacía varios años atrás, una edición rústica, popular, de pasta guinda. Cuando se enteró que tenía ese libro, me dijo si podíamos hacer un cambio, ella me ofrecía una edición más colorida y en mejor soporte: “Vas a salir  ganando”, me dijo. Acepté. Ella quedó contentísima: “En mi biblioteca no tenía un solo ejemplar de esta edición premiada”, me decía en tanto acariciaba el humilde libro. Creo que la dedicatoria del libro que me dio lo dice todo.









   Lamentablemente ella partió hace casi tres años, en diciembre de 2012. Su muerte para mí fue un golpe que no he logrado superar. Recuerdo que sentado en la mesa de mi casa eché a llorar por la partida de mi tan querida amiga y lamentaba no haberla visitado más seguido. No quise ir a su velorio ni a su entierro, son cosas que generalmente no hago. Esta vez tampoco lo hice. Al poco tiempo de su fallecimiento, una administración municipal de Barranco ordenó la creación de un pequeño parque que lleva su nombre, cada que paso por allí (al costado de la cancha Unión), me cuesta aceptar que Rosita ya no esté, me resisto todavía.






   En fin, son muchas cosas las que podría contar sobre mi amiga Rosita, la magnífica poeta y narradora que fue etiquetada como “escritora para niños” (aunque ella protestaba por el rótulo: “Yo no escribo para niños, me decía, yo solo escribo”), pero como lo dije al iniciar este texto, habrá un mejor momento en el que escriba al detalle sobre mi amistad con ella, hoy solo he querido recordarla con gratitud y con nostalgia por los gratos momentos que compartimos, por esa su sonrisa pícara que casi siempre acompañaba a sus comentarios irónicos y que hoy tanto extraño.







Yo podía morir,
pensando en morirme sin conocer el mar;
y ya lo conocía de tanto mirarlo crecer
en todas las orillas de mis sueños;
siempre su rumor me despertaba;
pero tras las cordilleras de mi pueblo
no lo veía nunca.
Un día no recuerdo si fue despierta o dormida
que miré profundamente el mar.
No sé si trasoñaba o realmente existía.
Era... es... tenía... , ¡cómo poder decirlo!
la belleza del cielo de mi pueblo
que yo ya no veía,
disuelta en agua viva
lamiéndome los pies.
– Desde entonces, yo muero
cada vez que miro el mar.







   Continuará…






                                                Morada de Barranco, 30 de setiembre de 2015.





ALGUNOS MÚSICOS, ALGUNOS POETAS...

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                                                                                      Es extraña nuestra canción.
                                                                                                  Luis Hernández







   Ahora, más que nunca, lo tengo claro: mejor que leer es releer. Uno de los grandes placeres que la vida ofrece. Precisamente, por estos días, ando embarcado en la placentera relectura de algunos libros de poetas chilenos. Por ejemplo, Requien, un magnífico libro del poeta (poco leído en el Perú, por cierto) Humberto Díaz Casanueva; el perturbador Lobos y ovejas de Manuel Silva Acevedo; también una selección de la poesía de Oscar Hahn titulado La muerte es una buena maestra, editado en el año 2000 bajo el sello Ediciones El Santo Oficio. En la página 97 de este libro hallé un breve poema, el penúltimo de la selección, dedicado al líder asesinado de The Beatles.







JOHN LENNON (1940-1980)


La vida comienza a los cuarenta
dijo John Lennon encendiendo las velas
en el comedor del edificio Dakota

La otra vida comienza ahora mismo
dijo la muerte apretando el gatillo
en la puerta del edificio Dakota

Porque después de esta muerte no hay otra
dijo la voz apagando las velas
y al que le venga el luto que se lo ponga







   ¿Coincidencia? No sabría decirlo. Pero ¿a qué viene la pregunta? Es que me ha ocurrido varias veces: leo un poema y casi inmediatamente me percato que el contenido del poema coincide con alguna fecha particular. Por ejemplo, al leer el poema anterior hace unos días, casi inmediatamente me percaté que era 9 de octubre, fecha del nacimiento de John Lennon: hubiera cumplido 75 años si estuviera vivo (aunque todos sabemos bien que él no murió).






   Me pregunto nuevamente: ¿Coincidencia? Entonces recordé repentinamente una aciaga fecha del año 1980, más precisamente en la mañana del 9 de diciembre, mis ojos se clavaron en un titular en letras azules y grandes: “Mataron a John Lennon”, aún lo recuerdo, era la primera plana del diario Expreso. Han pasado treintaicinco años y la enorme tristeza que me embargó no la he podido olvidar: era el beatle que más admiraba.






   Unos días después del asesinato, el diario La República publicó un poema de Enrique Sánchez Hernani.En el texto, una voz juvenil habla con sus padres sobre la fatal noticia. Cuando lo leí, quedé sorprendido por cómo Sánchez Hernani había logrado con palabras cotidianas y muy sencillas (ese "Oye papi Oye mami", por ejemplo) un magnífico poema que expresaba la desazón de los jóvenes, en el caso mío, de un joven de entonces que no pertenecía a la misma generación de los sesenta, ante la muerte del ídolo (“Llamen a George / llamen a Paul y Ringo / la música me duele”, son versos que desde entonces siempre los recuerdo). El texto es el que sigue a continuación:








DESPEDIDA A JOHN LENNON EN RITMO BEAT



Oye papi Oye mami
mataron a John Lennon
vengan a ver esto
le abrieron el pecho con un abrelatas
Smith Wesson
tenía un gramófono en el corazón
les juro que lo he visto
quedó regado en el piso como un reloj descompuesto
no lo creo
es cierto viejo
los pushers entraron en huelga
subí a un bus y nadie fumaba yerba
estaban todos tranquilos
oyendo Strawberry Fields Forever
por el tocacintas
dicen que la sangre le detonó en las venas
vino el Sargento Pepper y tomó nota de los hechos
saldrá en los periódicos
llamen a George
llamen a Paul y Ringo
la música me duele

 




   Como lo dije hace algún tiempo atrás: Bello poema del poeta peruano, hermoso texto que confirmaba lo que alguna vez escribiera Octavio Paz en la Advertencia a la primera edición de su libro Las peras del olmo: “Todos o casi todos, nos enamoramos; solo Garcilaso convierte su amor en églogas y sonetos. (…) El artista trasmuta su fatalidad (personal o histórica) en un acto libre. Esta operación se llama creación; y su fruto: cuadro, poema, tragedia”. Efectivamente, Enrique Sánchez Hernani había dado en el clavo, sus veintiún versos expresaban todos esos sentimientos que el común de los mortales no lo podía expresar con palabras, pero ahí estaba el poema de Sánchez, y lo tomé como si fuera mío, como si esas palabras fueran mis palabras, como si el sentimiento que originó el poema fuera el mío, y lo era.






   La música. La poesía. Dos caminos del arte que no necesariamente transitan senderos diversos: Euterpe y Erato de la mano en una suerte de convivencia que ha fertilizado ambos territorios. Pienso en los lieder (por ejemplo: Der Erlkönig, breve canción romántica cuya letra es un poema de Goethe) o en algunos poemarios donde la música es el motor (o uno de los motores) que mueve o impulsa a los poemas de libros como Travesía de Extramares de Martín Adán, poemario cuyo subtítulo lo dice casi todo: (Sonetos a Chopin) o en Vinilo, 42 poemas del rock'n roll cuyo autor es el ya mencionado Enrique Sánchez Hernani o Vox Horrisona de Luis Hernández, por mencionar tres libros de poetas peruanos.










   He mencionado Vox Horrisona. En las páginas 72 y 73 de la Obra Poética Completa de Luis Hernández (Punto y Trama, Lima, 1983) se encuentra un poema dedicado ya no a Lennon, sino a un contemporáneo y amigo suyo: Brian Jones, fundador de los míticos Rolling Stones, cuya muerte es uno de los grandes misterios del rock. La muerte de Brian inauguró “oficialmente” ese tétrico Club de los 27, cuyos integrantes son músicos que fallecieron a esa edad, repasemos la lista: Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain, Amy Winehouse, Robert Johnson, entre los más conocidos.











   La muerte del rubio Brian Jones ocurrió la noche entre el 2 y 3 de julio del año 1969. El cuerpo de Brian fue hallado flotando en su piscina. ¿Suicidio? ¿Asesinato? ¿Accidente? No se sabe a ciencia cierta hasta el día de hoy, a pesar de que el caso se ha reabierto en el año 2009 y de que el principal sospechoso, Frank Thorogood, en su lecho de agonía, acabó confesando que él había matado a Brian. El poema de Luis Hernández es el siguiente.






A UN SUICIDA EN UNA PISCINA



No mueras más
Oye una sinfonía para banda
Volverás a amarte cuando escuches
Diez trombones
Con su añil claridad
Entre la noche
No mueras
Entreteje con su añil claridad
Por lo que Dios más ame
Sal de las aguas
Sécate
Contémplate en el espejo
En el cual te ahogabas
Quédate en el tercer planeta
Tan sólo conocido
Por tener unos seres bellísimos
Que emiten sonidos con el cuello
Esa unión entre el cuerpo
Y los ensueños
Y con máquinas ingenuas
Que se llevan a los labios
O acarician con las manos
Arte purísimo
Llamado música
No mueras más
Con su añil claridad

                                     Lima, 8 de agosto de 1971
                                     Brian, Sein und Zeit







   Bello poema en el que Hernández quiere regresar de la oscuridad y de la muerte al indefenso y solitario, a pesar de todo, Brian Jones. ¿Qué lo salvará al joven Brian, según el poeta? Ese “arte purísimo / llamado música”, con ella, le asegura al músico atormentado que, “volverás a amarte cuando escuches / diez trombones / con su añil claridad”. Llamada y propuesta vana, porque como dice Vallejo en un poema suyo, por todos conocido: “Tanto amor y no poder nada contra la muerte”. El mismo Hernández acabaría, cinco años después de escribir este poema, arrollado por un tren en Argentina y nuevamente afloran estas preguntas: ¿Suicidio? ¿Asesinato? ¿Accidente? La muerte  del gran “Luchito” es uno de los grandes misterios de la poesía peruana.






   Dicen que dos días después de la muerte de Brian Jones, los Rolling Stones cancelaron un concierto e hicieron un homenaje al compañero muerto (a quien, por cierto, hacía poco habían separado del grupo) en el Hyde Park. Mick Jagger leyó, ante una multitud expectante, unos fragmentos del hermoso poema de Shelley titulado Adonais. He aquí un par de estrofas de ese intenso poema en traducción de Vicente Gaos.


  




I


Murió Adonais y por su muerte lloro.
Llorad por Adonais, aunque las lágrimas
no deshagan la escarcha que les cubre.
Y tú, su hora fatal, la que, entre todas,
fuiste elegida para nuestro daño,
despierta a tus oscuras compañeras,
muéstrales tu tristeza y di: conmigo
murió Adonais, y en tanto que el futuro
a olvidar al pasado no se atreva,
perdurarán su fama y su destino
como una luz y un eco eternamente.



III

Llora por Adonais puesto que ha muerto.
Oh madre melancólica, despierta,
despierta y vela y llora todavía.
Apaga cerca de su ardiente lecho
tus encendidas lágrimas y deja
que tu clamante corazón, lo mismo
que el suyo, guarde un impasible sueño.
El cayó ya en el hueco a donde todo
cuanto hermoso y noble descendiera.
No sueñes, ay, que el amoroso abismo
te lo devuelva al aire de la vida.
Su muda voz la devoró la muerte,
que ahora se ríe al vernos sin consuelo.







   Es curioso, pero Shelley escribió el poema en homenaje a Keats, poeta romántico inglés que falleciera a los veinticuatro años. Un año después moriría ahogado (¿ahogado?) el poeta Shelley con apenas veintinueve años. Dicen que su cuerpo fue incinerado por su gran amigo, compañero de múltiples peripecias, el poeta Byron quien al poco tiempo (apenas dos años después) también moriría sin conocer la vejez. Murieron jóvenes, como Brian Jones, como Luis Hernández, quien menciona a los tres románticos ingleses con su ya clásica ironía en un texto de Una impecable soledad: “El nadador era Byron, sabido es, y su padre lo había bautizado como Shelley pues admiraba a Keats”. 










   La poesía y la muerte. Buen asunto, apasionante, diría yo. Pero ese es ya otro tema. Lo que quería decir, dicho está, "no me juzguen con mucha severidad".  Hasta la próxima.









   Continuará…








                                                  Morada de Barranco, 13 de octubre de 2015.







EL TELEGRAFISTA MUERTO

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                                                      …del lado mismo al mismo lado…
                                                                    Rafael Méndez Dorich






   Uno de los momentos más felices de la poesía peruana ocurrió cuando, como una tromba, irrumpió el Vanguardismo. Iconoclasta, innovador, ecléctico, diverso, este movimiento terminó por liquidar al Modernismo que desde hacía unos años se encontraba agonizante y se jugaba ya los descuentos. Curiosamente el Vanguardismo duró muy poco (apenas si quince o dieciocho años), menos que el Modernismo, pero la huella que dejó es indeleble y definió el camino que seguiría desde entonces la poesía del Perú, a diferencia de otros países, como México, por ejemplo, cuya poesía está signada por la presencia del Modernismo de la que no ha podido desligarse, otro camino igualmente válido.






   Este movimiento internacional cuyo nombre, como sabemos, es una expresión fracesa de origen militar (avant garde) tuvo en el Perú como mayores representantes a una pléyade de poetas como César Vallejo (aunque curiosamente él no sentía afecto ni por la vanguardia ni por los vanguardistas), Alberto Hidalgo, Martín Adán, Carlos Oquendo de Amat, Xavier Abril, César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, Enrique Peña Barrenechea, Juan Parra del Riego. No fueron los únicos, junto a ellos marcharon un gran número de poetas cuyas obras no alcanzaron la magnitud de los anteriormente nombrados, la lista es larga: Federico Bolaños, José Varallanos, Serafín Delmar, Nicanor de la Fuente, Juan José Lora, Francisco Sandoval, Mario Chabes, Armando Bazán, Alberto Guillén, César Alfredo Miró Quesada, Nazario Chávez Aliaga, Julián Petrovick, Dante Nava, Emilio Armaza, Luis de Rodrigo, Emilio Vásquez, Óscar Imaña, Rafael Méndez Dorich…, en fin, la lista es larga, muy larga.






   Detengámonos en el último poeta mencionado: Rafael Méndez Dorich (Mollendo, 1903 - Lima, 1973) de quien Carlos Oquendo de Amat escribió alguna vez en la revista Rascacielos N° 3 (noviembre de 1926): “rafael mendez dorich – poeta anfibio, algunas frases suyas nos cojen del brazo para recoger la luna y la vida, alquila sus paisajes de chocano, perez domenech y del mediocre de amat”. "Poeta anfibio", curiosa definición.










   Bien, mencionaré una curiosidad que involucra a Méndez Dorich con un importante poeta español, el "Andaluz universal". Corría el año 1928, cuando Federico García Lorca publicó un libro que causaría mucho impacto, ese poemario es probablemente su libro más conocido, me refiero a Romancero gitano, al hojear dicho poemario uno se topa con el siguiente poema:







REYERTA



                          A Rafael Méndez




En la mitad del barranco
las navajas de Albacete,
bellas de sangre contraria,
relucen como los peces.
Una dura luz de naipe
recorta en el agrio verde,
caballos enfurecidos
y perfiles de jinetes.
En la copa de un olivo
lloran dos viejas mujeres.
El toro de la reyerta
se sube por las paredes.
Ángeles negros traían
pañuelos y agua de nieve.
Ángeles con grandes alas
de navajas de Albacete.
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes.
Ahora monta cruz de fuego,
carretera de la muerte.

*

El juez, con guardia civil,
por los olivares viene.
Sangre resbalada gime
muda canción de serpiente.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.

*

La tarde loca de higueras
y de rumores calientes
cae desmayada en los muslos
heridos de los jinetes.
Y ángeles negros volaban
por el aire del poniente.
Ángeles de largas trenzas
y corazones de aceite.








   En efecto, el poema está dedicado a Rafo Méndez (como lo llamaban sus amigos). Y es que Rafael fue amigo de muchos grandes poetas con quienes mantuvo correspondencia, aparte de García Lorca podemos mencionar a Rafael Alberti, César Moro, Carlos Oquendo de Amat, Emilio Adolfo Westphalen, Xavier Abril, Gabriela Mistral. Se han conservado algunos retratos suyos que demuestran que también cultivó la amistad de pintores y dibujantes como Macedonio de la Torre, Manuel Domingo Pantigoso, Paco Abril, entre otros.















   Si no fuera porque Méndez Dorich creó muchos poemas y publicó varios poemarios, diría de él que es un perfecto poeta bisiesto; es decir, un poeta que no publicó libro alguno y solo escribió un poema, pero no cualquier poema sino un gran poema que lo salve de la muerte y cuyo recuerdo se conserve en la memoria de las generaciones posteriores. Pero Rafael Méndez no es un poeta bisiesto.










EL TELEGRAFISTA MUERTO


Detrás de la trinchera, después de la tragedia
que llegó de improviso sin que nadie la viera,
con los auriculares de caucho colocados
aún en los oídos
y el gesto siempre atento,
seguía recibiendo órdenes
el telegrafista muerto.
Como un ejército
desorientado, de recuerdos,
velaba sus pupilas
el alfabeto Morse de los sueños.
Todavía estaba acústico
el telegrafista muerto:
vibraban los sonidos en sus manos abiertas
y sus oídos fríos
percibían las ondas astrales del silencio…








   El telegrafista muerto, como se puede leer, es un magnífico poema vanguardista (la presencia de la tecnología es obvia), que pudo haber sido un rotundo “poema bisiesto”, pero el texto de tema bélico (hacía poco había terminado la Primera Guerra Mundial) salió publicado en el libro Dibujos animados del año 1936 junto a unos (agárrense) aproximadamente ciento treinta poemas (la verdad es que uno se cansa hasta de contarlos), número excesivo, según mi parecer, pues entre tantos poemas fallidos y de mediana factura, destaca este con luz propia, es la perla de otro lote que nos lleva a pensar que Méndez Dorich no aquilató o no conoció el silencio, error garrafal que lleva a algunos poetas a creer que todo lo que se escribe es publicable. Fatal.











   Esta falta de contención no solo ocurrió con el poemario del año 36, también está presente en sus otros libros (no puedo hablar de Sensacionario, del año 1924, poemario que no conozco). Por ejemplo, en la Salutación escrita por Ernesto More para el tercer poemario de Méndez, titulado Cantos rodados del año 1968, se encuentran estas líneas: “Sin intentar una selección rigurosa, y hacer con ella una plaqueta, el vate ha preferido mostrar a todos los hijos de su imaginación”. Y es cierto, quien revise el libro hallará en él poemas escritos desde 1918 (cuando el poeta tenía quince años), muchos sonetos formalmente perfectos pero que no aportan nada nuevo (pienso en los sonetos de Martín Adán) y varios poemas definitivamente  circunstanciales cuya publicación no se justificaba, como este dístico titulado Colofón(La borra borra la borrachera / David: la vid da vida entera.”).







   Pero entre tanto poema fallido hallamos en Cantos rodados tres poemas de notable calidad, me refiero a Ocupado en dormir, César Moro y Pablo Picasso, poemas que están en la línea del surrealismo. Recordemos que junto con César Moro y Emilio Adolfo Westphalen escribieron filudos panfletos contra el poeta chileno Vicente Huidobro (“el obispo embotellado”), escritos que fueron publicados en el único número de la revista El uso de la palabra del año 1939. Pero no persistió en el surrealismo, creo yo que fue otro error: Rafael Méndez Dorich “surrealizaba” bien.  He aquí los poemas.








OCUPADO EN DORMIR




                                             A Juan Luis Velásquez




Luego de arribar sin freno de tempestad a tempestad
unos skies de tertulia que ruedan por los muslos
desbaratan el hilo de alfileres maduros
esperando al reloj que pedalea debajo del agua
desde el foete de tantas bocas
que succiona una nube incompleta
que se entretiene en dar migas de algodón
a los pelícanos
cuando todavía una luz baila
en la cabeza sangrando de la espina
mientras la oruga
arruga las cejas de su menor contento
se retrata el cañón abrupto en un lago de madera
se afeitarán con llanto las palomas de acero
estremecidas con una doble trompeta en la frente
entre las sombras silbantes
con una cuerda que empapela la nueva hora
donde deletrean
las cardinales orejas de piloto perseguido
descubierto con una palmera en cada ojo
se sube al mar desde sus señas
con el aspecto de otro nombre
de la sandalia boca abajo
hacia el sombrero boca arriba
en la voz adorada paralela a un huevo dorado
con una mano caída de bruces
tras los estambres de la lámpara
de la cola devastada
con una cuchilla a medio crecer
contempla el manantial
el trompo vagabundo que inauguró el incendio
distendiendo los brazos de una brújula agobiada
en costras otoñales
que se agrupan junto a la lluvia cautiva
pastoreando puñales con la punta del pie
al empolvar los dientes despeinados de la pilastra
con una sortija en los labios
alargados a menos no poder
sin palanquear la alfombra que se calmó al volar
desgrana las escamas en los frascos
yacentes al borde de la sábana
cuando teje magnolias vertidas en la pared
la lengua que patina por los bosques de sal
del sueño medio al medio sueño en medio del sueño
el fuego que no tiene raíces en el patio
ancla sobre la fruta
la verja trasplantada
que se coloca de perfil contra el aire
una garza en sazón porfía con las pulseras
en vidrios de perfume
donde chispea la garúa de ortigas japonesas
con un árbol debajo del brazo sacuden en la torre
al elefante embriagado que despeña pañuelos
cogido en un cascabel de la marea acribillada
está al rojo vivo
que al tocarlo se endulzan los tímpanos
de la araña rosada
que vuela entre la axila petrificada
levantando una ciudad de viento reducida a las tinieblas
mientras estrecha los ojos de ambos sexos
hasta el rayo que el mar hamaca pacientemente
con elegancia ahorcada o considerable
violada en las cuerdas
de un ejercicio poco aplaudido
la flor con dos hojas gachas
es apenas un perro saludable
muy alegre camina sin brazos sin cabeza y sin nada
sobre el punto borrado de un caballo desvanecido
sin ir mañana por las ojeras del tallo
para que caiga el humo de la puerta fermentada
invernada en la frente
se clava la estrella de musgo
mejor vista es el pie a tanta distancia del suelo
del lado mismo al mismo lado
ensangrentando las probetas
el paquidermo elástico retratado en la cisterna
en la caverna en la taberna y en la pierna
ganoso de perder en la ruleta de los polos
tocados por la pluma con el reverso de la flecha
alcanzando los campos de ensalada
del horizonte comestible
las lianas de marfil próximamente proyectado
hasta el mástil baldío
que nos dobla la edad el tamaño y el viaje
desde los muros errantes
por el cabello manuscrito
emparedando al mediodía con sus luciérnagas de harina
una voz embarcada en el incendio es apenas un hilo
te hundo mientras tú llegas
y subiré contigo por el agua
porque la estación no se defiende
de la pavesa hecha astillas
inflada hasta semejar una gruta de plomo blanco
en las ramas de fuego
que ha mellado todas las hachas conocidas
tan solo alcanza al hombro y medio cuerpo duerme
de tan pequeño el párpado que no se llega a cerrar
la ceniza desciende…



                                                       1934






CÉSAR MORO




Con mudable galope
desde el ángulo facial de los pies poblados de cejas
variante despejada doble nariz cruzada a la rodilla
en el cinturón de una flor aletea un platillo
en los hombros con raíces de algas
sobrenada un mar inmediatamente dormido
relincha un hipocampo por el cactus restaurado
la lengua de un botín en la corbata fotografiada
dos botones muy claros en el botín muy claro
al correrse de hilachas las medias del establo.
Si damos crédito
al rinoceronte generoso y académico
se tratará de una maniaca gelatina.
Se puede ver cómo una medusa logró amarrar el agua
pero es un gusano desbocado bajo la lluvia
hasta la mujer recortada
que se baraja dando las espaldas
a un mar que brota de la cámara obscura.
Servirá postre de frutas en el verdadero desnudo
desde un canasto de moras, pepinos y fresas
chapoteando hasta que todas las palabras
sean un mismo sonido
quién habrá puesto una cabeza de cuero
tan bien horneada al parecer en el paisaje
que no podrá César
cae a medio caer una hoja que ya no cae
con las raíces de yuyo
los traspuntes de un maíz elegancia
en un bosque cualquier estrella sobre la nuca
eco poderoso de un horno
de un grito lanzado debajo del agua
ave foxtrot romano vamos a bailar
escoja su pareja colgada en aquella pared
se podría remover la cadena de la marea
con un mondadientes
ya lo conoce
como si nunca le hubiera estrechado los dientes
le mira correr por el salón como un condenado
se ha devorado la cancha ha soplado la cancha
no ha confundido la cancha el tiempo es variado.



                                                    1934





PABLO PICASSO




Cae lepra de agua
Sobre los racimos grises
que recorren las arañas volátiles.
Las falenas dilatan el aire con los ojos
Plumas brotan del reverso de las flechas heridas
La tortuga de vidrio del discóbolo
Injertada en pestañas de hueso irremediable
crece en la verde boca que pastorea el puñal
Estrepitosamente tibio de ondular a los gorriones
Se descubren impactos microscópicos
Desapercibidos y cercanos idénticos a la voz
De la cebra enfundada en la escala de los bolsillos
Tras la rejilla de miel que picotea la caricia
En el vertiginoso desamparo de un caimán en reposo
Se alcanza a oír la costra del mapa desgarrado
Todos los picos serán curvos hasta la palma de los ojos
Que arranca los vaivenes del muslo evaporado
Abierto como una daga
Sobre los poros negros de la estrella
Que suda en los cabellos fatigados del mármol
Lívidos garfios de púrpura que fermentan en el índice
Del mundo al sacudir los escombros de desesperación
Tierna pastilla de carne que trasplantan los pájaros
Se asoman en la nieve ventanas de animales.


                                                          1935









   En 1972 publicó una amplia selección de su poesía titulada Profundo centro, en los más de ochenta poemas seleccionados nos encontramos nuevamente con El telegrafista muerto y con Pablo Picasso. En 1973, a poco de morir, salió editado su último libro titulado Globos cautivos, poemario que contiene cinco textos inéditos, cuatro de ellos largos poemas.











   A la distancia, tengo para mí que Rafael Méndez Dorich se preocupó en no dejar ningún poema inédito, me parece que publicó todo: su abundancia y su dispersión creo que malograron su obra en conjunto. Un error que no supo ver o no quiso corregir.











   Alguna vez Mirko Lauer dijo que allá por 1975, Luis Alberto Sánchez había escrito sobre Dibujos animados que ese libro “bastó para consagrarlo”, pero que en verdad “no lo salvó del olvido”. Suena cruel, algo de cierto tiene, pero ese poema, ese solo poema titulado El telegrafista muerto rescataría a cualquiera del anonimato. En lo personal, no me canso de leerlo (su musicalidad y su misterio me atraen) y cada que puedo recuerdo algunos de sus versos. Gran poema que, imagino, lo creó en un estado de iluminación que lamentablemente no se repitió en él, sino estaríamos hablando de uno de los grandes poetas de la tradición poética peruana.








EL TELEGRAFISTA MUERTO


Detrás de la trinchera, después de la tragedia
que llegó de improviso sin que nadie la viera,
con los auriculares de caucho colocados
aún en los oídos
y el gesto siempre atento,
seguía recibiendo órdenes
el telegrafista muerto.
Como un ejército
desorientado, de recuerdos,
velaba sus pupilas
el alfabeto Morse de los sueños.
Todavía estaba acústico
el telegrafista muerto:
vibraban los sonidos en sus manos abiertas
y sus oídos fríos
percibían las ondas astrales del silencio…












   Continuará…






                                               Morada de Barranco, 30 de octubre de 2015.








UN VIEJO LIBRO Y ALGUNOS POEMAS DE FERNANDO PESSOA

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                                                                        El poeta es un fingidor…
                                                                              Fernando Pessoa







   Allá por los ochenta, en la primera mitad de esa década, ocurrió que mis ojos se toparon con la pasta de tres libros de poemas. El primero de ellos era Paroles, o sea Palabras, el mítico poemario de Jacques Prévert, el siguiente era una AntologíaPoética de Saint-John Perse, el tercero era Poemas de Pessoa (tal y como aparece en la pasta). Los tres editados en la Argentina por la Compañía General Fabril Editora.















   El hecho ocurrió en la librería de viejo del señor Laguna, entonces uno de los paraísos de los amantes de los libros, ubicada en el jirón Puno, en el zaguán de la vieja casona del presidente más joven que había tenido el Perú, me refiero a Felipe Santiago Salaverry, padre del poeta romántico Carlos Augusto Salaverry, militar que muriera fusilado en Arequipa. Aún lo recuerdo, los libros estaban en el estante de la izquierda y ni bien los vi procedí a comprarlos. En esos años, los libreros de viejo no te "sacaban un ojo" por alguno de sus libros. Hallabas joyas y estaban asequibles, al alcance del bolsillo de un joven universitario ansioso de lecturas.









   De los poetas Prévert y Saint-John Perse ya había leído algunos de sus textos, sobre todo en algunas antologías, entre las que recuerdo mencionaré al inolvidable librito titulado Poesía del siglo XX(Centro Editor de América Latina S. A., del año 1969) donde aparecen, entre varios vates, los dos primeros poetas mencionados. Revisando ahora esas antologías, algunas bastante antojadizas por cierto, caigo en la cuenta que en ninguna de ellas aparece Fernando Pessoa. Cosa bastante previsible entonces, Pessoa era por esos años el secreto mejor guardado de Portugal.










   Sin embargo, no fue en este libro de pasta verde donde leería por vez primera los poemas de Fernando Pessoa, recuerdo que por esos años publicaron en un número de El Caballo Rojo, suplemento cultural del diario Marka dirigido por el poeta Antonio Cisneros, un poema del portugués titulado Al volante… (“Al volante del Chevrolet por la carretera de Cintra…”), ese fue mi primer contacto con su poesía y el despertar de mi curiosidad por saber más sobre el personaje y leer la poesía "oculta" de Pessoa.














   Luego de muchos años, debo reconocer que Poemas de Pessoa no me decepcionó, todo lo contrario, fue una magnífica puerta de ingreso al “mundo de Pessoa y sus máscaras: Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis”, sus heterónimos más conocidos. El libro satisfizo mi afán por leer más poemas de Pessoa y desde esos cada vez más lejanos años he conservado en la memoria, yo que la tengo tan mala, algunos de los versos de este poeta extraño (¿qué gran poeta no lo es?) y que cada que puedo los repito: “No tengo ambiciones ni deseos / Ser poeta no es una ambición mía / Es mi manera de estar solo” o “No soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada. / Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.” o “Una vez amé, pensé que me amarían, / Pero no fui amado. / No fui amado por la única gran razón: / Porque no tenía que ser...”.














   Incluso, pasadas ya tantas lunas, aún suelo guardar todo artículo periodístico o de revista sobre el poeta lusitano, también he procurado comprar libros con las diversas traducciones de su poesía (tengo por ahí incluso un suplemento del diario La República con versiones de Octavio Paz) y a su poesía siempre que puedo acudo como quien lo hace a una vieja casa amiga: Pessoa es uno de mis poetas predilectos, un poeta de cabecera cuyos escritos siempre me sorprenden.














   Justo el día de hoy, en la preparación de esta entrada, encontré en la revista virtual Letras. s5 un artículo titulado Pessoa(s), de Rodolfo Alonso, el señor mencionado es el traductor de la poesía de Pessoa en el libro que me acompaña algo más de treinta años, entre las líneas de ese texto, el autor dice: “Los argentinos bien podríamos preciarnos de haberlo ‘descubierto’.  O, al menos, de haber sido de los primeros en hacerlo. Mucho antes de que empezara su consagración, cuando hasta en Portugal era casi desconocido, en 1961 Fabril Editora publica en Buenos Aires la primera traducción de Fernando Pessoa (1888-1935) en América Latina.






   Que fue, al mismo tiempo, la primera en castellano de todos sus heterónimos. El reconocimiento llegó incluso a Portugal, donde esa edición argentina tuvo el honor de ser celebrada en Lisboa por Maria Aliete Galhoz, que en 1963 dijo: ‘Rodolfo Alonso nos restituye un poeta a través del amor de otro poeta.’






   Cuando Aldo Pellegrini (1903-1973) siendo yo tan joven me ofreció, a fines de 1959, seleccionar y traducir una amplia antología de Fernando Pessoa, recuerdo que fue arduo convencer a su cuñado, Francisco Caetano Dias. Como si su familia se avergonzara de ese extraño pariente, de vida más que anónima, que recluyó bajo la humilde apariencia de esporádico traductor de correspondencia extranjera para casas comerciales la gestación de su “drama en gente”, la múltiple obra de creación que lo poblaba…”. Joyita la que tengo en casa.






   Por coincidencia, hace unos días, más precisamente el miércoles 18, al desarrollar la clase de Poesía moderna con los chicos de 5to, leímos algunos poemas de Pessoa y sus heterónimos. Percibí en varios de mis tutoriados un interés particular por la poesía del portugués: debo suponer que terminaron no solo sorprendidos sino también conmovidos. Encontrarse, por ejemplo, con Poema en línea recta donde con un lenguaje sencillo, coloquial, una voz les habla desde el mismo centro de sus preocupaciones e inseguridades, debió ser fascinante para ellos. Varios percibieron y notaron que la lectura se tornó no solo en sorpresa sino en descubrimiento y también compañía: Pessoa (con ese poema y otros) se volvió en uno de los suyos, porque solo uno de los suyos hubiera sido capaz de expresar esa sensación de incomprensión, inutilidad, imperfección y postergación que muchas veces invaden los días de los adolescentes. Bien por este encuentro, lo celebro. La poesía del gran Pessoa, para cualquiera, es siempre una magnífica estancia del propio descubrimiento y del reconocimiento de esas máscaras que nos habitan.















   Quiero compartir esos textos que me permitieron ver, complacido, algunos gestos en los rostros de mis alumnos que me demostraban que a medida que leían algo estaba sucediendo en ellos. Esta experiencia es, digamos, uno de los hechos que hacen impagable la labor de profesor: ver a los jóvenes ingresar a nuevos espacios que les permita la reflexión, el autoconocimiento y por qué no el soñar. He aquí los tres poemas de esa bella experiencia con mis alumnos.

  













POEMA EN LÍNEA RECTA



Nunca conocí a alguien que se hubiera dado un porrazo.
Todos mis conocidos han sido campeones en todo.

Y yo, tantas veces grosero, tantas veces cerdo, tantas veces vil,
yo tantas veces incontestablemente parásito, indisculpablemente sucio,
yo, que tantas veces no he tenido paciencia para darme un baño,
yo, que tantas veces he sido ridículo, absurdo,
que he pisoteado públicamente las alfombras de la etiqueta,
que he sido grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,
que he sufrido insultos y callado,
que cuando no he callado, he sido más ridículo todavía;
yo, que he resultado cómico a las criadas de hotel,
yo, que he sentido los guiños de los mozos de carga,
yo, que he hecho vergüenzas financieras, pedido prestado sin pagar,
yo, que cuando la hora del golpe sonó, me agaché
esquivando la posibilidad del golpe;
yo, que he sufrido la angustia de las pequeñas cosas ridículas,
yo verifico que no tengo igual en todo esto en este mundo.

Toda la gente que yo conozco y que habla conmigo
nunca tuvo un acto ridículo, nunca sufrió un insulto,
nunca fueron sino príncipes —todos ellos príncipes— en la vida...

¡Quién me concediera oír de alguien la voz humana
confesando no un pecado, sino una infamia;
contando, no una violencia, sino una cobardía!
No, son todos el Ideal, si los oigo y me hablan.
¿Quién hay en este ancho mundo que me confiese que una vez fue vil?,
Oh príncipes, hermanos míos,

¡Arre, estoy harto de semidioses!
¿Dónde hay gente de este mundo?

¿Entonces solo soy yo el que es vil y está equivocado en esta tierra?

Podrán las mujeres no haberlos amado,
pueden haber sido traicionados: ¡pero ridículos nunca!
Y yo, que he sido ridículo sin haber sido traicionado,
¿cómo puedo hablar con mis superiores sin titubear?
Yo, que he sido vil, literalmente vil,
vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

















SI YO MURIERA JOVEN…

Si yo muriera joven,
Sin poder publicar libro alguno,
Sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
Pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
No se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.

Aunque mis versos nunca sean impresos
Tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
Porque las raíces pueden estar bajo la tierra
Pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.

Si yo muriera joven, oigan esto:
Nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
De una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
no procuré hallar nada,
Ni hallé que hubiese más explicación
Que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.

No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
Al sol cuando había sol
Y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(Y nunca la otra cosa)
Sentir calor y frío y viento,
Y no ir más lejos.

Una vez amé, pensé que me amarían,
Pero no fui amado
no fui amado por la única gran razón:
Porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
Y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
Como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.




















AUTOPSICOGRAFÍA


El poeta es un fingidor.
Finge tan profundamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.

Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquél que no han tenido.

Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino
Que se llama corazón.


















   Es el enigmático Pessoa y sus múltiples máscaras quien con el misterio y el encanto de su poesía, de su palabra, va atrayendo sin proponérselo, a cuentagotas, a sus devotos lectores del mundo entero. Fiel a sus palabras, Fernando Pessoa, hasta el día de hoy y creo que para siempre, ha de seducir con lo que hay en su silencio. Él lo dijo, y se está cumpliendo.


















   Continuará…







                                           Morada de Barranco, 22 de noviembre de 2015.








UNA PELÍCULA, UNA CIUDAD Y UN POEMA DE PESSOA

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                                                           La vida es como una sombra que pasa sobre un río…
                                                                                                             Fernando Pessoa





I.



   Hace ya  unos diez años que visioné por vez primera La piel suave, película de Francois Truffaut filmada en 1964. Desde entonces, cada que puedo la vuelvo a ver y me queda la seguridad (salvo que ocurra algo inexorable) que no será la última vez que la vea. Debo confesar que dos cosas me deslumbraron al verla en esa lejana mañana de invierno del año 2005: la mirada de la protagonista y una ciudad misteriosa. Hablo de Francoise Dorléac y de Lisboa, la hermosa capital de la pequeña Portugal.











   Francoise, joven talentosa, portadora de un ángel y del fuego de los que pronto partirán, poseía una mirada enigmática, diría profundamente misteriosa, que parecía presagiar su temprana y terrible muerte. Muerte de la que me enteraría luego de ver la película: efectivamente, la curiosidad me llevó a querer saber cómo estaría cuarenta años después de la filmación de esa joya de Truffaut. Pero no, ella es de ese grupo de los signados a permanecer eternamente jóvenes. Quién lo diría, apenas tres años después del estreno de La piel suave, fallecería dentro del carro que luego de salirse de la pista ardería en llamas. Así partió con veinticinco años quien en apenas siete u ocho años filmó como veinte películas, algunas de ellas con los más grandes directores (René Clair, Roman Polanski, Jacques Demy, el mismo Truffaut).











   Su hermana Catherine Deneuve diría de ella, muchos años después, recordándola: “Su cara, su pequeña nariz, sus pecas, su risa, su voz. Sobre todo su voz. Cuando la oigo aparece en mí inmediatamente. La voz de Françoise es como un perfume, es algo realmente muy tenaz, que cada vez reabre una herida que jamás se cerrará por completo”. Para la hermana es la voz; para mí, su mirada, su profunda mirada con una enigmática tristeza que no se me borra del recuerdo.











   La piel suave cuenta la historia de un escritor llamado Pierre Lachenay  (Jean Desailly), hombre maduro, casado y con una hija. En un viaje que este hace a Lisboa para dar una conferencia sobre Honorato de Balzac, conoce a una bella y misteriosa azafata cuyo nombre es Nicole (Francoise Dorléac), el azar hace que se encuentren en el ascensor del hotel donde los dos por coincidencia están hospedados y esa misma noche salen a cenar y se quedan conversando hasta el amanecer, al salir del restorán, el maduro escritor y la joven azafata se enfrentan a la belleza silenciosa de las angostas y ondulantes calles lisboetas. Fascinante. Las calles empedradas, el tranvía, todo se confabula para quedar hechizado por esa ciudad encantadora. Es el inicio del amor entre los dos; pero también, de una historia trágica, que como entenderán, no contaré, pues el asunto es ver la película y disfrutar a plenitud de ella.












II.




   Lisboa, la ciudad de Pessoa, el más grande poeta portugués y uno de los mayores de todo el mundo. Fernando Pessoa, ese insondable poeta habitado por una multitud, por muchas máscaras que lo llevan a escribir de manera incansable (se dice que dejó en un mítico baúl unas 25 000 hojas que son motivo de estudio y de una indesmayable labor por ordenarlas) hasta ese 30 de noviembre de 1935 en que partió como casi siempre vivió, solo, pero aún muerto, Pessoa es un escritor que sigue publicando, y a veces más que escritores vivos. Paradójico.










   Otra curiosidad, el apellido Pessoa traducido al castellano es “persona”. Pero en realidad en Pessoa hubo muchas personas, una multitud como lo dije líneas atrás. Según algunos, aproximadamente unos ciento treintaiséis heterónimos habitaron en el poeta, cada uno con su propia personalidad, su propia biografía. Incluso el mismo Fernando Pessoa se carteaba con algunos de ellos, intercambiaba opiniones, discutía como si realmente fueran otras personas, de carne y hueso, como se dice. Entre los más conocidos heterónimos se encuentran Bernardo Soares, y los grandísimos poetas Ricardo Reis, Alberto Caeiro y Álvaro de Campos. Este último pergeñó allá por 1928, 15 de enero de 1928, un largo poema titulado Tabaquería(Tabacaria, en portugués), uno de los grandes poemas del siglo XX: alguien observa a través de una ventana a la calle, en ella a la gente, a una carreta, a todo lo que en ella sucede y a dos personajes: el dueño de la tabaquería y a Esteves. El mundo cotidiano visto con desasosiego, la realidad (¿real?) percibida desde una ventana con aparente certeza pero también con incertidumbre que lleva a cuestionar lo que sus sentidos “aparentemente perciben”, ¿está viendo realmente lo que cree ver o todo no es más que producto de su pensamientos o de sus sueños?   










     El gran escritor Antonio Tabucchi escribió alguna vez que la lectura de ese poema le cambió la vida, estas son sus palabras: “Cuando yo era estudiante de primer curso de Filosofía y Letras en la Universidad de Pisa, mi propósito inicial era el de licenciarme en filología románica o incluso en literatura española, porque era una literatura que me atraía mucho; por aquel entonces, en realidad, conocía bien poco de Portugal. Pero aquel verano, durante un viaje a París, compré en un bouquiniste un pequeño libro que se titulaba Bureau de tabac de Fernando Pessoa, es decir, el poema “Tabaquería”. Era una traducción francesa, sin el texto original, de un poeta que era para mí desconocido. Leí el libro en el viaje de tren que me llevó desde París de vuelta a mi casa y me entusiasmé con aquella lectura. Después, acabado el verano, cuando comencé el segundo año de universidad, decidí, cambiar la orientación de mis estudios, al comprobar que en mi imaginación seguía presente el reclamo y la idea de ese desconocido y curioso poeta portugués que me había seducido.”










   Álvaro de Campos, futurista, metafísico, sensacionalista, viajero, polemista, irónico, desengañado, aburrido, en fin, varias máscaras más dentro de una máscara. En una carta de 1935, el mismo Fernando Pessoa le escribe a Casais Monteiro y le cuenta cómo “nació” Álvaro de Campos: “Y, de repente... como una derivación contraria a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. De un golpe, y a máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la ‘Oda Triunfal’ de Álvaro de Campos... Nació en Tavira, el día 15 de octubre de 1890 (a la 1:30 de la tarde, según Ferreira Gomes; y es verdad, pues, hecho el horóscopo para esa hora, está correcto). Como sabe, Campos es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí en Lisboa, inactivo”.










   He aquí este maravilloso poema, en su versión original y en traducción de Rodolfo Alonso, que es la que más he leído.



TABACARIA




Não sou nada.
Nunca serei nada.
Não posso querer ser nada.
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.


Janelas do meu quarto,
Do meu quarto de um dos milhões do mundo que ninguém sabe quem é
(E se soubessem quem é, o que saberiam?),
Dais para o mistério de uma rua cruzada constantemente por gente,
Para uma rua inacessível a todos os pensamentos,
Real, impossivelmente real, certa, desconhecidamente certa,
Com o mistério das coisas por baixo das pedras e dos seres,
Com a morte a por umidade nas paredes e cabelos brancos nos homens,
Com o Destino a conduzir a carroça de tudo pela estrada de nada.


Estou hoje vencido, como se soubesse a verdade.
Estou hoje lúcido, como se estivesse para morrer,
E não tivesse mais irmandade com as coisas
Senão uma despedida, tornando-se esta casa e este lado da rua
A fileira de carruagens de um comboio, e uma partida apitada
De dentro da minha cabeça,
E uma sacudidela dos meus nervos e um ranger de ossos na ida.


Estou hoje perplexo, como quem pensou e achou e esqueceu.
Estou hoje dividido entre a lealdade que devo
À Tabacaria do outro lado da rua, como coisa real por fora,
E à sensação de que tudo é sonho, como coisa real por dentro.


Falhei em tudo.
Como não fiz propósito nenhum, talvez tudo fosse nada.
A aprendizagem que me deram,
Desci dela pela janela das traseiras da casa.
Fui até ao campo com grandes propósitos.
Mas lá encontrei só ervas e árvores,
E quando havia gente era igual à outra.
Saio da janela, sento-me numa cadeira. Em que hei de pensar?


Que sei eu do que serei, eu que não sei o que sou?
Ser o que penso? Mas penso tanta coisa!
E há tantos que pensam ser a mesma coisa que não pode haver tantos!
Gênio? Neste momento
Cem mil cérebros se concebem em sonho gênios como eu,
E a história não marcará, quem sabe?, nem um,
Nem haverá senão estrume de tantas conquistas futuras.
Não, não creio em mim.
Em todos os manicômios há doidos malucos com tantas certezas!
Eu, que não tenho nenhuma certeza, sou mais certo ou menos certo?
Não, nem em mim...
Em quantas mansardas e não-mansardas do mundo
Não estão nesta hora gênios-para-si-mesmos sonhando?
Quantas aspirações altas e nobres e lúcidas -
Sim, verdadeiramente altas e nobres e lúcidas -,
E quem sabe se realizáveis,
Nunca verão a luz do sol real nem acharão ouvidos de gente?
O mundo é para quem nasce para o conquistar
E não para quem sonha que pode conquistá-lo, ainda que tenha razão.
Tenho sonhado mais que o que Napoleão fez.
Tenho apertado ao peito hipotético mais humanidades do que Cristo,
Tenho feito filosofias em segredo que nenhum Kant escreveu.
Mas sou, e talvez serei sempre, o da mansarda,
Ainda que não more nela;
Serei sempre o que não nasceu para isso;
Serei sempre só o que tinha qualidades;
Serei sempre o que esperou que lhe abrissem a porta ao pé de uma parede sem porta,
E cantou a cantiga do Infinito numa capoeira,
E ouviu a voz de Deus num poço tapado.
Crer em mim? Não, nem em nada.
Derrame-me a Natureza sobre a cabeça ardente
O seu sol, a sua chava, o vento que me acha o cabelo,
E o resto que venha se vier, ou tiver que vir, ou não venha.
Escravos cardíacos das estrelas,
Conquistamos todo o mundo antes de nos levantar da cama;
Mas acordamos e ele é opaco,
Levantamo-nos e ele é alheio,
Saímos de casa e ele é a terra inteira,
Mais o sistema solar e a Via Láctea e o Indefinido.


(Come chocolates, pequena;
Come chocolates!
Olha que não há mais metafísica no mundo senão chocolates.
Olha que as religiões todas não ensinam mais que a confeitaria.
Come, pequena suja, come!
Pudesse eu comer chocolates com a mesma verdade com que comes!
Mas eu penso e, ao tirar o papel de prata, que é de folha de estanho,
Deito tudo para o chão, como tenho deitado a vida.)


Mas ao menos fica da amargura do que nunca serei
A caligrafia rápida destes versos,
Pórtico partido para o Impossível.
Mas ao menos consagro a mim mesmo um desprezo sem lágrimas,
Nobre ao menos no gesto largo com que atiro
A roupa suja que sou, em rol, pra o decurso das coisas,
E fico em casa sem camisa.


(Tu que consolas, que não existes e por isso consolas,
Ou deusa grega, concebida como estátua que fosse viva,
Ou patrícia romana, impossivelmente nobre e nefasta,
Ou princesa de trovadores, gentilíssima e colorida,
Ou marquesa do século dezoito, decotada e longínqua,
Ou cocote célebre do tempo dos nossos pais,
Ou não sei quê moderno - não concebo bem o quê -
Tudo isso, seja o que for, que sejas, se pode inspirar que inspire!
Meu coração é um balde despejado.
Como os que invocam espíritos invocam espíritos invoco
A mim mesmo e não encontro nada.
Chego à janela e vejo a rua com uma nitidez absoluta.
Vejo as lojas, vejo os passeios, vejo os carros que passam,
Vejo os entes vivos vestidos que se cruzam,
Vejo os cães que também existem,
E tudo isto me pesa como uma condenação ao degredo,
E tudo isto é estrangeiro, como tudo.)


Vivi, estudei, amei e até cri,
E hoje não há mendigo que eu não inveje só por não ser eu.
Olho a cada um os andrajos e as chagas e a mentira,
E penso: talvez nunca vivesses nem estudasses nem amasses nem cresses
(Porque é possível fazer a realidade de tudo isso sem fazer nada disso);
Talvez tenhas existido apenas, como um lagarto a quem cortam o rabo
E que é rabo para aquém do lagarto remexidamente


Fiz de mim o que não soube
E o que podia fazer de mim não o fiz.
O dominó que vesti era errado.
Conheceram-me logo por quem não era e não desmenti, e perdi-me.
Quando quis tirar a máscara,
Estava pegada à cara.
Quando a tirei e me vi ao espelho,
Já tinha envelhecido.
Estava bêbado, já não sabia vestir o dominó que não tinha tirado.
Deitei fora a máscara e dormi no vestiário
Como um cão tolerado pela gerência
Por ser inofensivo
E vou escrever esta história para provar que sou sublime.


Essência musical dos meus versos inúteis,
Quem me dera encontrar-me como coisa que eu fizesse,
E não ficasse sempre defronte da Tabacaria de defronte,
Calcando aos pés a consciência de estar existindo,
Como um tapete em que um bêbado tropeça
Ou um capacho que os ciganos roubaram e não valia nada.


Mas o Dono da Tabacaria chegou à porta e ficou à porta.
Olho-o com o deconforto da cabeça mal voltada
E com o desconforto da alma mal-entendendo.
Ele morrerá e eu morrerei.
Ele deixará a tabuleta, eu deixarei os versos.
A certa altura morrerá a tabuleta também, os versos também.
Depois de certa altura morrerá a rua onde esteve a tabuleta,
E a língua em que foram escritos os versos.
Morrerá depois o planeta girante em que tudo isto se deu.
Em outros satélites de outros sistemas qualquer coisa como gente
Continuará fazendo coisas como versos e vivendo por baixo de coisas como tabuletas,


Sempre uma coisa defronte da outra,
Sempre uma coisa tão inútil como a outra,
Sempre o impossível tão estúpido como o real,
Sempre o mistério do fundo tão certo como o sono de mistério da superfície,
Sempre isto ou sempre outra coisa ou nem uma coisa nem outra.


Mas um homem entrou na Tabacaria (para comprar tabaco?)
E a realidade plausível cai de repente em cima de mim.
Semiergo-me enérgico, convencido, humano,
E vou tencionar escrever estes versos em que digo o contrário.


Acendo um cigarro ao pensar em escrevê-los
E saboreio no cigarro a libertação de todos os pensamentos.
Sigo o fumo como uma rota própria,
E gozo, num momento sensitivo e competente,
A libertação de todas as especulações
E a consciência de que a metafísica é uma consequência de estar mal disposto.


Depois deito-me para trás na cadeira
E continuo fumando.
Enquanto o Destino mo conceder, continuarei fumando.


(Se eu casasse com a filha da minha lavadeira
Talvez fosse feliz.)
Visto isto, levanto-me da cadeira. Vou à janela.
O homem saiu da Tabacaria (metendo troco na algibeira das calças?).
Ah, conheço-o; é o Esteves sem metafísica.
(O Dono da Tabacaria chegou à porta.)
Como por um instinto divino o Esteves voltou-se e viu-me.
Acenou-me adeus, gritei-lhe Adeus ó Esteves!, e o universo
Reconstruiu-se-me sem ideal nem esperança, e o Dono da Tabacaria sorriu.













TABAQUERÍA




No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
Aparte de eso tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,
De mi cuarto de uno de los millones del mundo que nadie sabe quién es
(Y si supieran quién es, ¿Qué sabrían?)
Dais hacia el misterio de una calle cruzada constantemente por gente.
Hacia una calle inaccesible a todos los pensamientos,
Real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,
Con el misterio de las cosas debajo de las piedras y de los seres.
Con la muerte poniendo humedad en las paredes y cabellos blancos en los hombres,
Con el destino conduciendo la carroza de todo por el camino de nada.

Estoy vencido hoy, como si supiese la verdad.
Estoy lúcido hoy, como si estuviese por morir,
Y no tuviera más hermandad con las cosas
Que una despedida, volviéndose esta casa y este lado de la calle
La hilera de carruajes de un convoy, y un silbato de partida
Dentro de mi cabeza,
Y una sacudida de mis nervios y un crujir de huesos al salir.

Hoy me siento perplejo, como quien ha pensado y opinado y olvidado.
Hoy estoy dividido entre la lealtad que le debo
A la tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,
Y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro. 
Fracasé en todo.
Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.
La enseñanza que me dieron,
Descendí de ella por la ventana de detrás de la casa.
Fui hasta el campo con grandes propósitos.
Pero allí encontré sólo hierbas y árboles,
Y cuando había gente era igual a la otra.
Salgo de la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy?
¿Ser lo que pienso? ¡Pero pienso ser tantas cosas!
¿Genio? En este momento
Cien mil cerebros se conciben en sueño genios como yo,
Y la historia no señalará, ¿quién sabe?, ni uno,
Ni habrá sino estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí.
¡En todos los manicomios hay locos pensativos con tantas certezas!
¿Yo, que no tengo ninguna certeza, soy más cierto o menos cierto?
No, ni en mí...
¿En cuántas bohardillas y no-bohardillas del mundo
No hay a esta hora genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas,
Sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas,
Y hasta realizables,
Nunca verán la luz del sol real ni hallaran oídos de gente?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
Y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que Napoleón.
He apretado a un pecho hipotético más humanidades que Cristo.
He hecho filosofías en secreto que ningún Kant escribió.
Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la bohardilla,
Aunque no viva en ella;
Seré siempre el que no nació para eso;
Seré siempre sólo el que tenía cualidades;
Seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta,
Y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
Y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.
¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente
Su sol, su lluvia, el viento que me busca el cabello,
Y el resto que venga si viniere, o tuviera que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
Conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;
Pero lo miramos y es opaco,
Nos levantamos y es ajeno,
Salimos de casa y es la tierra entera,
Más el sistema solar y la Vía Láctea y lo
Indefinido.
 
(Come chocolates, pequeña;
¡Come chocolates!
Mira que no hay más metafísica en el mundo que los chocolates.
Mira que las religiones todas no enseñan más que la confitería.
¡Come, pequeña sucia, come!
¡Pudiese comer chocolates con la misma verdad con que tú los comes!
Pero yo pienso y, al tirar el papel de plata, que es hoja de estaño,
Echo todo al suelo, como he echado la vida.)

Pero al menos queda la amargura de lo que nunca seré
La caligrafía rápida de estos versos,
Pórtico partido para lo Imposible.
Pero al menos me consagro a mí mismo un desprecio sin lágrimas,
Noble al menos en el ademán ancho con que arrojo
La ropa sucia que soy, sin orden, para el decurso de las cosas,
Y me quedo en casa sin camisa.

(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,
Diosa griega, concebida como estatua que fuese viva
Patricia romana, imposiblemente noble y nefasta,
Princesa de trovadores, gentilísima y colorida,
Marquesa del siglo dieciocho, escoltada y distante,
Cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,
No sé qué moderno —no concibo bien qué—,
Todo eso, sea lo que fuera, que seas, ¡si puede inspirar qué inspire!
Mi corazón es un balde vaciado.
Como los que invocan espíritus me invoco
A mí mismo y no encuentro nada.
Llego a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.
Veo las tiendas, veo los paseos, veo los carros que pasan.
Veo los entes vivos vestidos que se cruzan,
Veo los perros que también existen,
Y todo esto me pesa como un condena a la deportación,
Y todo esto es extraño, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,
Y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.
Le miro a cada uno los andrajos y las llagas y la mentira,
Y pienso: tal vez nunca vivieses ni estudiases ni amases ni creyeses
(Porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);
Tal vez hayas existido apenas, como un lagarto a quien cortan la cola
Y que es cola para acá del lagarto revolviéndose.
Hice de mí lo que no supe,
Y lo que podía hacer de mí no lo hice.
El disfraz que vestí era equivocado.
Me tomaron luego por quien no era y no desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara,
Estaba pegada a la cara.
Cuando la tiré y me vi en el espejo,
Ya había envejecido.
Estaba ebrio, y no sabía vestir el disfraz que no había tirado.
Acosté fuera a la máscara y dormí en el guardarropas
Como un perro tolerado por la gerencia
Por ser inofensivo
Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,
Quién me diera encontrarte como algo que yo hiciese,
Y no quedase siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,
Calcando a los pies la conciencia de estar existiendo,
Como un tapete en que un ebrio tropieza
O una espuerta que los gitanos robaron y no valía nada.

Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.
Lo miro con la incomodidad de la cabeza mal doblada
Y con la incomodidad del alma mal entendiendo.
Él morirá y yo moriré.
Él dejará el letrero, y yo dejaré versos.
A cierta altura morirá el letrero también, y los versos también.
Después de cierta altura morirá la calle donde estuvo el letrero,
Y la lengua en que fueron escritos los versos.
Morirá después el planeta girante en que todo esto se dio.
En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente
Continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo de cosas como letreros,
Siempre una cosa enfrente de la otra,

Siempre una cosa tan inútil como la otra.
Siempre lo imposible tan estúpido como lo real,
Siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño de misterio de la superficie,
Siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),
Y la realidad plausible cae de repente sobre mí.
Me yergo a medias enérgico, convencido, humano,
Y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos
Y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.
Sigo el humo como una ruta propia,
Y gozo, en un momento sensitivo y competente,
La liberación de todas las especulaciones
Y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar indispuesto.

Después me echo para atrás en la silla
Y continúo fumando.
Mientras el Destino me lo conceda, continuaré fumando.

(Si me casase con la hija de mi lavandera
Tal vez fuese feliz.)
Visto esto, me levanto de la silla. Voy a la ventana.
El hombre salió de la Tabaquería (¿metiendo el cambio en el bolsillo de los pantalones?).
Ah, lo conozco: es Esteves sin metafísica.
(El Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta.)
Como por un instinto divino, Esteves se volvió y me vio.
Me dijo adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo
Se reconstruyó sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonrió.











   Este es Fernando Pessoa, o mejor dicho Álvaro de Campos (o algo de él). Fernando Pessoa, poeta portugués universal, genio ubicado allí donde pocos han llegado, poeta esencial, del calibre de T. S. Eliot, Ezra Pound, Paul Celan, César Vallejo y un puñado más; es decir, cimas, alturas a las que cualquiera no llega y permanece.















   Aquí terminamos esta entrada cuando ya diciembre y sus fiestas están próximas, cuando las clases ya están por terminar y el trabajo y la presión aumentan, pero quiero hacerlo con unos versos de este maese de las letras que son una muestra de ese interminable viaje en torno a sí mismo que fue siempre su poesía, su eterna poesía. Hasta la próxima.


Si, después de morir, quisieran escribir mi biografía,
No hay nada más simple.
Tiene solo dos fechas: la de mi nacimiento y la de mi muerte.
Entre una y otra cosa todos los días son míos…







    







   Continuará… 








                                            Morada de Barranco, 28 de noviembre de 2015.






LA FANTASMAL GEORGINA HÜBNER

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                                                        …desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
                                                        que, salvado el amor, lo demás son palabras…
                                                                                 Juan Ramón Jiménez






   Este mes de diciembre ha sido muy bueno. Hace exactamente una semana, para ser más precisos, el 19, con mi esposa, mi hija y dos de mis hermanos (Gloria y Arturo), asistimos al único concierto que Morrissey, el gran Moz, diera en Lima. Espectacular, no hay más, una experiencia musical impagable, única. Uno de nuesttros sueños musicales se cumplía: oír cantar a uno de los mayores representantes del rock mundial, ícono de toda una generación que se veía reflejada en las letras de sus canciones. Canciones que han roto barreras generacionales, mi hija, por ejemplo, con sus dieciséis años ama sus canciones de cuando lideraba el grupo The Smiths y después como solista. Grande, Morrissey, hoy y siempre.











   Cinco días después de ese acontecimiento teníamos entre nosotros a la Navidad. Fiesta que, como es tradicional, celebramos en la casa de mis padres. Los preparativos, como de costumbre, empiezan desde los primeros días del mes de diciembre, son, en otras palabras, arduos. Entre esos preparativos se encuentra armar un hermoso árbol navideño (labor realizada por mi hermano Arturo) que con sus muchos colores y sorpresas son un regalo para los ojos y un gigantesco nacimiento (del cual me encargo yo) que llega hasta el techo y cuya confección pareciera jamás terminar.








   Como parte de la fiesta navideña solemos realizar un intercambio de regalos. Estos son, muchas veces, producto de “astutas” indagaciones. Es así que a la medianoche me vi premunido de algunos regalos entre los cuales había libros (bienvenidos siempre).








   El cielo de Lima es uno de esos libros. Una novela escrita por el español Juan Gómez Bárcena, obra que se basa en un hecho real, una anécdota que suelo contar cuando desarrollo el tema del Modernismo y de la Generación del 98 con los alumnos de 3ro, me refiero a esa historia hoy bastante difundida sobre cómo Juan Ramón Jiménez, joven entonces (principios del siglo XX), se enamoró de una joven desconocida que le escribía cartas desde la lejana Lima.








   Llevo ya leída la tercera parte de esta novela cuya historia conozco desde principios de los años ochenta. Recuerdo que en un artículo publicado en el Dominical del diario El Comercio, alguien, cuyo nombre no recuerdo, contaba la increíble historia de cómo dos jóvenes atrevidos limeños (aunque uno de ellos nació en Tarma) le escribía cartas al futuro premio Nobel de literatura.








   Que unos jóvenes escribieran cartas a un reconocido poeta no tiene nada de particular: se solía hacer desde siempre. Pero que, para esas cartas creadas por un par de jovenzuelos, una señorita ingenuamente prestara su letra y su nombre y que luego tuviera consecuencias que ni ellos mismos sospecharon, ya es otro cantar. La historia merece contarse.








   Corría el año 1903, en España, Juan Ramón Jiménez, había publicado el libro Arias tristes, poemario que confirmaría el talento poético del joven Juan Ramón. Aquí en Lima, capital del antiguo virreinato del Perú, las librerías eran pocas y los ejemplares de los libros del poeta de Moguer apenas si llegaban (recordemos que para entonces, Juan Ramón ya había publicadoAlmas de violeta, Ninfeas, Rimas). Un año después, dos jóvenes con aspiraciones poéticas ponen en práctica su plan para agenciarse de los libros que no tenían.








   Estos dos jóvenes eran Carlos Rodríguez Hübner y José Gálvez Barrenechea (descendiente del héroe del Combate de 2 de Mayo). El plan consistía en enviarle cartas al joven Juan Ramón, pero con la letra de una prima de Carlos Rodríguez, hablamos de Georgina Hübner, joven limeña comprometida. Se han tejido leyendas con respecto a esta señorita, incluso se ha dudado de su existencia, lo cierto es que Georgina Hübner fue de carne y hueso y se prestó al juego de estos dos admiradores de Juan Ramón Jiménez. Obviamente las cartas fueron ideadas por los dos escritores en ciernes con la finalidad de obtener los libros del poeta, se sospecha sobre todo de José Gálvez y Georgina, ingenuamente, las escribía con su letra delicada.








   La primera carta decía astutamente: "Señor: por el bisemanario español ABC me he impuesto de la publicación de un libro de poesías de usted, titulado Arias tristes. He buscado inútilmente el referido libro en los centros libreros de esta capital, y  en la imposibilidad de conseguirlo, me permito sugerirle tenga la bondad de enviármelo, dispensando  la molestia que esto le ocasione. No le remito a usted el valor del ejemplar (tres pesetas), pues no hay giro de esa cantidad. Reciba usted mis agradecimientos anticipados por este favor y mande en la voluntad de su atta y s. s. Georgina Hübner. Lima, 8 de marzo de 1904. Mi dirección, calle de Belaochaga, número 142, Lima".








   Unos dos meses después, el enamoradizo poeta español recibió la carta y suponemos que muy halagado por la misiva de una señorita a quien no conocía y desde un lugar tan remoto como el Perú respondió a esta con la siguiente carta en el mes de mayo: “He recibido esta mañana su carta tan bella para mí, y me apresuro a enviarle mi libro Arias tristes, sintiendo que sólo mis versos no han de llegar a lo que usted habrá pensado de ellos. La carta de usted es del 8 de marzo, a mí no me ha venido hasta hoy, 6 de mayo. No me culpe de la tardanza. Si usted me envía siempre su dirección –en el caso de que vaya a cambiar de domicilio–, yo mandaré a usted los libros que vaya publicando, siempre –claro está– con el mayor placer. Gracias por su fineza. Y créame muy suyo, que le besa los pies. Juan Ramón Jiménez”. Y el poeta cumplió, junto con las cartas llegaban sus libros autografiados.








   Cartas van, cartas vienen, Juan Ramón Jiménez se fue enamorando de la señorita Georgina quien se presentaba en las misivas delicada, intelectual, de “buena pluma”, tan de buen gusto, digamos un ideal de mujer a quien suponemos el poeta imaginaba, añadida a sus cualidades intelectuales, de gran belleza física (asunto en el que no se equivocaba, según una foto que llegué a ver). La carta siguiente de Georgina decía: “Mas felizmente todos mis desasosiegos se han calmado, todas mis dudas han desaparecido, al recibir su atenta carta y su hermoso libro! Sus versos llenos de tristeza hablan del corazón y al cadencioso vibrar de las notas melancólicas de Schubert, recordaré esas estrofas en las que vaga el perfume delicado y suave del alma de su autor. Si le dijese a usted que una parte de su libro me gustaba más que la otra, mentiría. Cada una tiene su encanto, su nota gris, su lágrima y su sombra. Que esas vistas que le mando le agraden es el deseo de su amiga y admiradora. Georgina Hübner. Lima, 23 de junio de 1904”.








   Lo decía: cartas van, cartas vienen… el poeta se enamoró y tomó la decisión de abandonar España para venir al Perú, conocer a Georgina y pedir su mano, estaba decidido a todo: “¿Para qué esperar más? Tomaré el primer barco, el más rápido, el que me lleve a su lado. No me escriba más. Me lo dirá usted personalmente, sentados, los dos frente al mar, o entre el aroma de su jardín con pájaros y luna”. Tremendo aprieto en el que se hallaban los dos jovenzuelos y la misma Georgina que, como lo dije, andaba comprometida. Así fue que José Gálvez y Carlos Rodríguez no tuvieron otra que tomar una decisión extrema: matar a Georgina. Y lo hicieron. Enviaron un telegrama al cónsul del Perú en Sevilla anunciando (otra mentira más): “Georgina Hübner ha muerto. Rogámosle comunicar la noticia a Juan Ramón Jiménez. Nuestro pésame”.









   La impresión debió ser tremenda. El poeta sumido en el dolor por la pérdida de la mujer que amaba escribiría una de las más bellas elegías de la literatura en lengua castellana. El dolor por la muerte de Georgina está patente en cada uno de los versos, versos conmovedores que hasta el día de hoy conservan su fuerza, su intensidad, pero cuyo origen fue una mentira. La elegía tiene como epígrafe algunas líneas de las cartas que le escribiera la fantasmal y enigmática Georgina. Este es el bello poema.








 CARTA A GEORGINA HÜBNER EN EL CIELO DE LIMA




                      … Pero a qué le hablo a usted de mis pobres
                      cosas melancólicas; a usted, a quien todo sonríe?
                      … con un libro en la mano, ¡cuánto he pensado en
                      usted, amigo mío!
                      … Su carta me dio pena y alegría;¿por qué tan
                      pequeñita y tan ceremoniosita?

                                       Cartas de Georgina al poeta.—Verano de 1904.




El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner ha muerto”…
                                       ¡Has muerto! ¿Por qué? ¿cómo? ¿qué día?
¿Cual oro, al despedirse de mi vida, un ocaso,
iba a rosar la maravilla de tus manos
cruzadas dulcemente sobre el parado pecho,
como dos lirios malvas de amor y sentimiento?
…Ya tu espalda ha sentido el ataúd blanco,
tus muslos están ya para siempre cerrados,
en el tierno verdor de tu reciente fosa,
el sol poniente inflamará los chuparrosas…
¡ya está más fría y más solitaria La Punta
que cuando tú la viste, huyendo de la tumba,
aquella tarde en que tu ilusión me dijo:
“¡Cuánto he pensado en usted, amigo mío!”…

   ¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras…
¿Morena? ¿Casta? ¿Triste? ¡Sólo sé que mi pena
parece una mujer, cual tú, que está sentada,
llorando, sollozando, al lado de mi alma!
¡Sé que mi pena tiene aquella letra suave
que venía, en un vuelo, a través de los mares,
para llamarme “amigo”… o algo más…no sé…
algo que sentía tu corazón de veinte años!

—Me escribiste: “Mi primo me trajo ayer su libro”…

—¿Te acuerdas? —Y yo, pálido: “Pero… ¿usted tiene un primo?”

   Quise entrar en tu vida y ofrecerte mi mano
noble cual una llama, Georgina… ¡En cuantos barcos
salían, fue mi loco corazón en tu busca…
yo creía encontrarte, pensativa, en La Punta,
con un libro en la mano, como tú me decías,
soñando, entre las flores, encantarme la vida!…

   Ahora, el barco en que iré, una tarde, a buscarte,
no saldrá de este puerto, ni surcará los mares,
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba,
buscando, como un ángel, una celeste isla…
¡Oh, Georgina, Georgina! ¡Qué cosas!… mis libros
los tendrás en el cielo, y ya le habrás leído
a Dios algunos versos… tú hollarás el poniente
en que mis pensamientos dramáticos se mueren…
desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada,
que, salvado el amor, lo demás son palabras…

   ¡El amor! ¡El amor! ¿Tú sentiste en tus noches
el encanto lejano de mis ardientes voces,
cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa,
sollozando hacia el sur, te llamaba: Georgina?
Una onda, quizás, del aire que llevaba
el perfume inefable de mis vagas nostalgias
¿pasó junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí
los sueños de la estancia, los besos del jardín?

   ¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos… ¿para qué? ¡Para mirar los días
de fúnebre color, sin cielo en los remansos…
para tener la frente caída entre las manos,
para llorar, para anhelar lo que está lejos,
para no pasar nunca el umbral del ensueño,
ah, Georgina, Georgina! ¡Para que tú te mueras
una tarde, una noche… y sin que yo lo sepa!

   El cónsul del Perú me lo dice: “Georgina
Hübner ha muerto”…
                                       Has muerto. Estás, sin alma, en Lima,
abriendo rosas blancas debajo de la tierra…

   Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran,
¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor,
hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?







   Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima saldría publicada en su libro titulado Laberinto del año 1913. Tiempo después, cuando Juan Ramón se enteró del engañó, prohibió que el poema se volviera a publicar. Y su deseo se cumplió. Tengo en mi biblioteca la quinta edición de la Nueva antolojía (así con "j", como le gustaba escribir al poeta) poética de Juan Ramón Jiménez del año 1974 (Editorial Losada) y el poema no figura. La primera vez que yo leí el poema, sin saber de la anécdota que estaba detrás, fue en el IV tomo de una edición antológica sobre Lima del año 1959, titulada La limeña, colección auspiciada por la municipalidad limeña.










   En su autobiografía el gran poeta escribió refiriéndose a esta experiencia: "Sea como sea yo he amado a Georgina Hübner, ella llenó una época de vacío y para mí ha existido tanto como si hubiera existido. Gracias, pues, a quien la inventara". Por extraña coincidencia, los diversos senderos que la vida ofrece, el mismo año de la publicación del poema a Georgina, el poeta conocería a quien sería la mujer de su vida, hablamos de Zenobia Camprubí, pero esa ya es otra historia. Mientras, yo continúo con la lectura de la novela El cielo de Lima.











   Continuará…







                                                    Morada de Barranco, 26 de diciembre de 2015.








UNA PELÍCULA EN LA ÚLTIMA ENTRADA DEL AÑO

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                                                      Un ángel mirando al mar
                                                                         Carlos Oquendo de Amat







   Última entrada del año. Son las seis de la tarde, el verano de a pocos se hace sentir, se ha demorado en llegar, eso sí, increíble, diciembre está por terminar y todavía hay personas que llevan chompas ligeras, casacas, por momentos todavía se siente frío, el cielo está nublado, en fin, efectos del Niño, dicen, debe ser cierto porque por estos días, en años anteriores, el calor se tornaba insoportable y la gente vestía de acuerdo a la temporada veraniega.





   Los que algo saben del asunto, pronostican que este verano será de los más calurosos: más de 32° de calor. Preocupante de verdad, aún recuerdo que cuando niño un día con 28° grados de calor era un día excepcional, cuando digo “excepcional” no exagero, por esos tiempos así no más los termómetros no marcaban esa temperatura. Hoy eso se ha superado con creces. Calentamiento global dicen. Estamos pagando los efectos de nuestra irresponsabilidad con el tercer planeta.





   En estos momentos estoy solo en casa. Rita y Kathia han salido de compras. Me pregunto qué escribir, porque tengo que escribir entre hoy y mañana esta última entrada de este 2015 que se juega ya los descuentos. Me digo que quizá un poco de música me ayude, me entone, me dé el ritmo que necesito para escribir, música y café recién pasado, negro, negrísimo y humeante. Lo hago. Selecciono una composición del músico que más admiro (me refiero a la mal llamada música clásica): Johannes Brahms y su Clarinet Quintet in B Minor, Op.115, maravillosa pieza musical. El café de a pocos lo voy consumiendo en esta tarde silenciosa en que el calor todavía no es agobiante y el siempre bienvenido canto de los tordos ingresa a este mi faro del cuarto piso.





   En la entrada anterior comentaba algunas experiencias previas a la Navidad, por ejemplo, el concierto de Morrissey que fue impagable. Había olvidado mencionar que el 22 de diciembre visionamos Rita y yo (es casi ya una tradición) la hermosísima película de Frank Capra ¡Qué bello es vivir!, del año 1946. Pocas películas como esta que me llevan a decir con absoluta seguridad que cada vez que la veo me gusta más, nos gusta más, la disfrutamos a plenitud: reímos con sus ocurrencias (la escena anterior a la muerte del padre del protagonista o la del baile del año 1927), nos conmovemos con las peripecias del entrañable George Bailey en su desesperación.














   En el pequeño universo del pueblo Bedford Falls, lugar donde se desarrolla esta gran historia, se presentan una gama de personajes, como en todo pueblo (alguna vez oí eso de pueblo chico, infierno grande), por ejemplo, podemos mencionar a los familiares: el generoso padre empeñado en continuar con su financiera; la indesmayable madre pendiente siempre de sus esposo y de sus hijos; Harry, el hermano deportista y héroe de la guerra; el despistado tío Billy que ocasionará la gran tragedia del sobrino; la empleada negra siempre curiosa que es como de la familia, pero también están los amigos de infancia de George: el exitoso Sam, el policía, el taxista,… junto a ellos los empleados de la financiera (la secretaria y un asistente siempre leales), el farmacéutico, y… Clarence, el ángel sin alas que tiene que bajar a la Tierra y ganárselas, ¿cómo?, pues prestando su ayuda, para dejar de ser un ángel de segunda clase, al desesperado protagonista.


Frank Capra











   Todos y cada uno de ellos a merced de un solo personaje, la encarnación del mal. Debo comentar que este personaje se constituye en una de las columnas centrales de esta película, hablo del malvado y maniqueo señor Potter, el banquero, personaje materialista y codicioso que se gana con creces la antipatía del público. Por cierto, qué gran actor fue Lionel Barrymore, en esta película (como en otras en que lo he visto), su actuación es magistral: su voz, sus gestos, todo lo pinta de cuerpo entero como el personaje cruel, necesario en el desarrollo de la historia de este pequeño pueblo.














   Un comentario más, con respecto a los personajes, en esta película descubrimos a dos actrices tremendamente bellas y talentosísimas, hablo de Donna Reed, quien hace el papel de Mary (la novia y esposa de George), ganadora del Oscar en 1953 como mejor actriz de reparto en la película De aquí a la eternidad. Se comenta que Donna fue la segunda opción luego de que Jean Arthur rechazara el papel de Mary por tener la agenda recargada. La otra belleza es Gloria Grahame, que hace el papel de la seductora Violeta (la bella chica que roba miradas por su coquetería), actriz que ganara en 1952 un Oscar al ser considerada mejor actriz de reparto en la película Cautivos del mal.













    Estamos, pues, ante una magistral película, uno de esos milagros del cine que, a pesar de los años, conserva su frescura y ha permanecido en el gusto de la gente. Y no somos hiperbólicos al referirnos de esa manera a ¡Qué bello es vivir!: la película crece cada vez más con el paso del tiempo, es lo que suele ocurrir con las grandes obras artísticas, con los clásicos: en cada lectura, en cada visión descubrimos ángulos que no habíamos percibido en la anterior experiencia y eso nos enriquece y las torna actuales, eternas.


















  Que este breve comentario, entonces, sirva como una suerte de invitación para visionar este luminoso y esperanzador film, donde se pone de manifiesto que los sueños y buenos deseos no solo deben ser bonitas palabras sino práctica y política de vida, como lo hizo en el día a día el padre de George Bailey hasta que le llegó la muerte, como lo hizo el mismo George a pesar de todo, su tío Billy con sus despistes, los siempre leales empleados de la financiera… y cada uno de los personajes que luchan, que actúan para que sus sueños se cumplan.













   Quiero terminar esta entrada con esa hermosa frase que dejó escrita el bueno de Clarence en el libro Tom Sawyer que le quedó como obsequio a George: “Ningún hombre es un fracaso si tiene amigos”. Que así sea. Feliz año 2016 a todos.










   Continuará…








                                   Morada de Barranco, 30 de diciembre de 2015.





LA CIUDAD DONDE NUNCA LLUEVE

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                                                   la lluvia cae desigual como tu nombre
                                                                   Carlos Oquendo de Amat







   Hace unos días me reencontré con la poesía de Carlos Oquendo de Amat, me refiero específicamente a aquellos textos que no forman parte de 5 metros de poemas,  su único libro. Entre todos ellos (que no son muchos), me atrapó la sencillez del poema Lluvia(publicado en Mercurio Peruano, 1926), hallé en él esa transparente ingenuidad que lo emparenta con el poema Aldeanita, el primer texto de su mítico libro de 1927, además de ello se me hizo encantadora su intención caligramática con los dos versos iniciales:








LLUVIA


                  Para Enrique Barboza, fraternalmente



La lluvia

La lluvia

Es la tarjeta de visita
de
Dios

El teléfono de alguna mamá

Y en el barro
la lluvia ha hecho dos caminos claros
Como dos bracitos ingenuos
que pidieran

ALGO







   Imagino que Carlos Oquendo de Amat debió tomar como referente para su poema no a la tímida garúa limeña (menuda, persistente, cargosa) que no requiere de paraguas para protegerse, sino a la lluvia de la sierra muchas veces torrencial que, como hombre de los Andes (recordemos que Oquendo había nacido en Puno), debió haber sido parte de su experiencia.      









   La lectura del poema me llevó a pensar en esa historia particular de Lima, ciudad ubicada en medio de un desierto, y su relación con las lluvias. A diferencia de Lima, sabemos bien que hay ciudades en el Perú donde llueve de una manera que el limeño que nunca abandonó sus predios ni se lo imagina, alguna vez lo sufrí con Rita en Arequipa, fue un diluvio sorpresivo (al menos para nosotros) que nos llevó a pensar inmediatamente en la vieja historia de Noé y su famosa arca. Noche de sorpresa aquella, de sorpresa y magia que no hemos olvidado.













   Como en cualquier lugar del mundo donde llueva torrencialmente, las casas de la sierra y de la selva están preparadas para soportar tales lluvias: tienen techos a dos aguas y con tejas (si es que no con calamina, lamentablemente), pienso en el Cuzco milenario, la Roma de América, y sus bellísimos tejados rojos que a la distancia son una delicia para los ojos.









    Pienso en Huamanga, capital de Ayacucho, ciudad de iglesias ("treintaitrés", dicen orgullosamente los huamanginos).









   O pienso en Cajamarca, en Chachapoyas o en Tarma, por mencionar algunas otras ciudades importantes de este Perú diverso y con muchos asuntos por resolver.











   Como dato curioso, en el siglo XIX, el entonces incomprendido escritor norteamericano Herman Melville, que recorrió gran parte del mundo y parece ser estuvo por estos lares, escribió en su novela Moby Dick algunas líneas sobre esta ciudad que en la mayor parte del año tiene su cielo encapotado: "…la sequedad de sus cielos áridos, que nunca llueven…”. La lluvia es, en realidad, un fenómeno bastante extraño en Lima. Digamos que aquí casi no llueve, si es que nos atrevemos a llamar “lluvia” a la garúa (nombrecito conque conocemos por estas tierras a esta menuda precipitación).











   Al ser capital del virreinato más importante de esta parte del continente (y durante un tiempo, el más importante de toda América), Lima fue una ciudad visitada por curiosos aventureros, científicos, exploradores, ávidos por desentrañar los misterios de un territorio que en Europa lo imaginaban como la realidad palpable de sus utopías ("País de Jauja"), pero también llegó gente que quería escapar de la pobreza y la miseria y hacer fortuna en el Perú que, prácticamente, era sinónimo de oro, de riqueza. Flaubert escribió, con ironía, claro está, sobre nuestro país, en su Diccionario de tópicos: "País donde todo es de oro". Hasta el día de hoy, incluso, se suele decir en diversos lugares del mundo sobre algo único y muy valioso: "¡Vale un Perú!". Huellas de viejos tiempos.















   Algunos de esos viajeros que llegaron a Lima, Leónce Angrand o Mauricio Rugendas, por ejemplo, nos han dejado dibujos, pinturas o grabados con imágenes de la capital de un joven Perú republicano, ahí se puede constatar cómo nuestra ciudad es un mar de techos planos interrumpido por las típicas ventanas teatinas y los miradores de las casas o por los campanarios y las cúpulas de la iglesias, techos planos las más de las veces con balaustres y cenefas para disimular y hermosear la monotonía de sus líneas.



Calle Afligidos, Leónce Angrand, 1839



Actual Plaza del Congreso, Maurico Rugendas, 1848



Puente de Piedra, Mauricio Rugendas



Grabado de G. Batta Molinelli (1850)


Grabado realizado por un tripulante del barco La Bonite entre 1836 y 1837


   Años después, los daguerrotipos y las fotografías (sobre todo las tomas del francés Courret) son pruebas contundentes de lo que venimos hablando sobre los techos de esta ciudad. Hasta el día de hoy, con todos los cambios que ha sufrido Lima (no siempre para mejor, lamentablemente), esta es una ciudad cuyo panorama desde arriba (desde el cerro San Cristóbal, por ejemplo) no ofrece el colorido de los techos de otras ciudades, es más bien una vista gris, terrosa, la que se despliega ante nuestros ojos, un panorama triste, monótono, pero innegablemente misterioso, a pesar de todo.











   



   Es a raíz de esta ausencia de lluvias torrenciales, la ausencia de canteras cercanas y también por los terremotos (no hay que olvidar este detalle), que Lima se tornó en una ciudad muy particular, de arquitectura ligera, con paredes de adobe y quincha donde se agregaban unos techos o azoteas planos, muchas veces de madera, con revestimiento de yeso y barro, que se convirtieron por la llaneza de su superficie en el “paraíso” de todo aquello que las familias desechaban: catres viejos, muebles desvencijados, llantas gastadas, colchones despanzurrados, bicicletas malogradas, botellas vacías, periódicos, cajas, en fin, todo lo que uno pueda imaginar: las azoteas son, pues, los depósitos (por no decir basureros) al aire de las casas limeñas y eso persiste hasta nuestros días, digamos que la ausencia de lluvias favorece esta mala costumbre. De ahí las campañas que hacen constantemente las municipalidades de los diversos distritos de Lima para limpiar los techos.












   Efectivamente, en Lima no llueve (ni truena ni relampaguea), pero haciendo memoria, caigo en la cuenta que alguna vez llovió en Lima como jamás había sucedido, esto ocurrió hace más de cuarenta años. Yo estaba pequeño y perdí entonces algunas cosas valiosas para mí: todos mis chistes (comics o tebeos) y pensé sinceramente que el fin del mundo había llegado. Fue un 15 de enero de 1970 en que Lima fue otra, fue otra hasta el día siguiente en que dejó de llover. Aún recuerdo que muchas casas se vinieron abajo porque sus techos no soportaron el aguacero, las calles se inundaron, la vía expresa se convirtió en un río que lo hacía imposible de transitar, miles de damnificados (según los expertos, Lima recibió, durante las horas que duró el diluvio, 17 litros de agua por metro cuadrado). El paisaje urbano había cambiado, el cielo sin cielo de mi ciudad se había venido abajo, literalmente.












   Ya para terminar esta breve entrada sobre lluvias y techos planos, se me viene a la memoria ese magnífico cuento de Julio Ramón Ribeyro titulado Por las azoteas que “pinta” muy bien ese vasto “reino de los objetos destruidos”. Habría que leerlo (en mi caso releerlo) para adentrarnos por los caminos de la ficción a esos espacios misteriosos de los objetos que han perdido su uso práctico y cotidiano en los techos de Lima, “la ciudad donde nunca llueve”














   Continuará…








                                    Morada de Barranco, 24 de enero de 2016.





DOS ESTACIONES EN BARRANCO

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                                                                       El sol tiene en el árbol
                                                                       inquietudes de pájaros.
                                                                                  Martín Adán






   En marzo de 2013 escribí en esta bitácora lo siguiente: “No lo voy a negar, extraño el invierno, la delicadeza amenazante de su frío nada comparable al europeo o norteamericano. El verano de Lima me es desagradable: su calor cargado de humedad, el bochorno que me aplasta y me aturde. Sé muy bien que cometo una herejía, que los amantes de la playa y del surf me mirarán como un bicho raro, extraño, en un territorio bañado por las aguas del “sempiterno” Océano Pacífico. Pero qué le vamos a hacer, se me hace inaguantable este sol abrasador y sofocante, metete”.






   No hay ninguna exageración, el verano es insoportable, y este lo es más: las temperaturas son más altas que nunca, el viento fresco está ausente, un ambiente espeso y sofocante nos envuelve y nos aplasta, nos quita las ganas de emprender cualquier cosa y solo quisiéramos abandonarnos al sopor, a esta modorra que parece vencerlo todo.






   Ya alguna vez un amigo me dijo que como podía expresarme así del verano, que era un marciano, que no había nada comparable a esta estación, que el calor era una invitación para ir a la playa y darse un chapuzón en las aguas del mar, unas cervecitas heladas y etc. y etc. Palabrería hueca para mí, el verano no me dice nada que no sea fastidio, aturdimiento, sudor, bochorno.






   Prefiero mil veces al invierno, lo extraño. Es curioso pero para mí el frío invernal es un estímulo para estar en casa, sentarse cómodamente y ver una película con Rita, o quizás tomarnos un café recién pasado, oscuro, humeante y que da pie para conversar y conversar. El invierno es sentir no el calor agobiante de un sol que desde temprano se inmiscuye sino de aquel calor que nace del abrigarse: ese delicioso calor que tú buscas y en el que te abandonas plácidamente…






   En fin, podría escribir más al respecto, pero de eso no se trata, creo que los dos textos que a continuación vienen lo dicen mejor y con menos palabras.







I. VERANO



   Ya ha principiado el verano en Barranco… Parafraseo el inicio de La casa de cartón ante este verano que me apabulla y me produce dolor de cabeza, ante este sol que desde temprano asoma y deja en evidencia a todo y en todo se inmiscuye: atrevido, curioso, fisgón.
   Verano como ninguno, precedido de anuncios terribles, de desastres que nos fueron habitando antes de su llegada y nos hicieron perder la calma, el entusiasmo, si alguna vez lo hubo, por la luz y el calor que se vuelven agobio.  
   Ha principiado el verano y descubre con su insistente luz incluso mis pensamientos que no saben cómo ocultarse, disimular su presencia que tímidamente se dibujan a través de mis ojos.
   Es cierto, el verano me domina, me adormece, me aniquila con sus temperaturas inéditas y convierte en territorio desconocido a este predio del misterio y la neblina junto al mar.








II. INVIERNO





   Ansiosos por nuestra condición etérea, los que vivimos en Barranco dibujamos bruma en el paisaje, en él desciframos rostros ambiguos mientras los demás nos observan tratando de adivinarnos, de brindarnos un cuerpo que nos proporcione identidad.
   Pero el invierno ha zarpado, ha dejado su huella disimulada en el mar. Si sus pensamientos que se manifestaban a través de la garúa han partido, solo el mar los recuerda a través de nuestros ojos acostumbrados a difuminar.
   Barranco, mi morada habitada por fantasmas, por calles que también son fantasmas que se evaporan, fantasmas cuyos cuerpos apenas se vislumbran por la bruma que los devora y que luego los devuelve a nuestra curiosidad inquieta y agazapada como el canto de los tordos.
   Si hay un espacio para Barranco, ese es el invierno que con su frío y humedad nos predispone a trazar laberintos con nuestros pensamientos en medio de una garúa persistente.
   Transitar en invierno por las calles tímidas de Barranco  es recibir alegres el galope de su llanto por nuestros rostros.








   Continuará…







                                      Morada de Barranco, 28 de enero de 2016.





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